No lo digo yo porque alguien me lo haya contado. Lo dice el propio Banco de España en uno de los artículos de su último Boletín Económico: el 40% de los desempleados de este país viven en hogares en donde todos sus miembros están desempleados. Ese dato significa, como señala el propio informe, que el […]
No lo digo yo porque alguien me lo haya contado. Lo dice el propio Banco de España en uno de los artículos de su último Boletín Económico: el 40% de los desempleados de este país viven en hogares en donde todos sus miembros están desempleados. Ese dato significa, como señala el propio informe, que el 8% de la población activa vive en esa insostenible situación, «una tasa de un orden de magnitud similar a la tasa de paro total de muchos países de la zona euro».
A ese estremecedor dato, si lo analizamos en perspectiva humana y no meramente estadística, debemos sumar algunos más que nos detalla el propio informe sobre la evolución del desempleo en la economía española durante esta crisis.
Así, mientras que en el conjunto de la zona euro en los últimos dos años se ha destruido un 2,6% del empleo y la tasa de desempleo se ha situado en el 10,1%, en España la destrucción de empleo ha sido, en el mismo periodo, del 9,2% y la tasa de desempleo ha aumentado en 13 puntos porcentuales hasta alcanzar el 20,1% en el segundo trimestre de 2010.
El informe también dice que la tasa de paro del principal perceptor de ingresos del hogar se sitúa en un 13%, más de 3 puntos porcentuales por encima de la tasa que alcanzó en la crisis de los noventa, lo que demuestra que se ha elevado la probabilidad de que el o la cabeza de familia estén desempleados.
La conclusión es clara y la marca el propio informe: «estos resultados sugieren que la capacidad de protección adicional contra el desempleo que pudieran constituir los vínculos familiares es ahora menor que en recesiones anteriores».
O, lo que es lo mismo, si hasta ahora habíamos asistido al deterioro de dos de los tres vértices tradicionales del denominado triángulo de la inclusión social, ahora ya nos hemos cargado también el tercero.
Y es que, por un lado, el incremento del desempleo ha tenido como consecuencia inmediata la imposibilidad de un 20% de la población activa para acceder a los ingresos salariales que le permiten mantener su vida en condiciones dignas, sin dependencias frente a terceros más allá de las que impone las desiguales relaciones que el sistema capitalista impone entre capital y trabajo.
Por otro lado, el incremento del desempleo, unidos a los recortes en las prestaciones y derechos sociales realizados en nombre de la austeridad presupuestaria y el ajuste, están deteriorando a marchas aceleradas el sustrato material de un Estado de Bienestar que hace depender el acceso a gran parte de los bienes y derechos sociales que provee de la participación previa en el mercado de trabajo, en lugar de considerarlos como derechos de ciudadanía que no pueden negársele a cualquier ciudadano, esté o no trabajando, haya contribuido o no a su financiación.
Pues bien, al deterioro del mercado de trabajo y a la merma del Estado de bienestar viene a sumarse ahora la desestructuración de las redes familiares de última instancia. Cuando todo fallaba, cuando el desempleo se instalaba y el Estado no respondía, ahí estaba la familia para ofrecer cobijo frente a la intemperie. Y este pilar era especialmente importante en los países de la Europa mediterránea, en donde la debilidad del Estado de bienestar era mucho mayor. De hecho, como el propio artículo recoge: «Grecia, Portugal y España eran los países donde el porcentaje de parejas en las que ambos cónyuges están desempleados era menor [se refiere a antes de la crisis], pudiendo constituir un refugio para los hijos, los más afectados por el desempleo en estos países que, junto con Francia, sufren tasas de desempleo juvenil muy superiores a las del resto de países de la UEM».
Ahora, con familias con todos sus miembros en desempleo; con ayudas misérrimas que apenas permiten sobrevivir una vez agotada la prestación por desempleo y que, a pesar de ello, han sido capaces de eliminar; con pensiones de miseria y que aún se atreven a congelar; con una tasa de desempleo juvenil que supera el 40%, la red de seguridad última que era la familia se ha acabado también por desvanecer.
Y como demostración de hacia dónde avanzamos -si no es que estamos ya allí- valgan los resultados del último informe del Centro de Investigaciones Innocenti sobre la infancia en los países de la OCDE.
A través de él nos enteraremos de que, con el 17,2%, somos el segundo país de la OCDE con la tasa de pobreza infantil más alta, tan sólo por delante de Portugal y con datos referidos a 2008, esto es, antes de que la crisis explotara en toda su intensidad en nuestro país.
Además, también sabremos al leerlo que la capacidad del Estado de Bienestar español para amortiguar las desigualdades sociales generadas por la distribución primaria de la renta del mercado es penosa: si la tasa de pobreza infantil antes de la intervención pública es del 18,5%, una vez que el Estado ha intervenido ésta apenas se reduce al 17,2% (para poner ese dato en perspectiva, adviértase que en Irlanda, por ejemplo, la acción redistributiva del Estado consigue reducir la tasa de pobreza infantil de un 34% a un 11%).
Y, finalmente, para acabar de redondear el pastel, acabaremos sabiendo que el principal factor que explica la pobreza infantil es la desigualdad en los ingresos. De forma que en un contexto como el español, en el que los ingresos no sólo están desapareciendo en miles de hogares sino en el que el Estado está renunciando a su tarea de redistribución de la renta hacia los más desfavorecidos a favor del sistema financiero y los grandes intereses económicos del país, las perspectivas para los niños son cada vez más oscuras.
Y es que estamos pasando de la sociedad del bienestar a la sociedad del funambulismo sin red de protección y, como no podía ser de otra forma, los primeros en caer, trastabillando, son los más débiles entre los débiles.
Alberto Montero Soler ([email protected]) es profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga y puedes leer otros textos suyos en su blog La Otra Economía.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.