Traducido del francés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
Cualquiera que comprenda siquiera un poco cómo funcionan las culturas sabe que el hecho de definir una cultura, de decir lo que ésta representa a los ojos de sus miembros, siempre da lugar a una polémica importante y democrática, incluso en las sociedades no democráticas. Hay que seleccionar unas autoridades canónicas, someterlas regularmente a la crítica, hacerlas debatir, volverlas a designar o expulsarlas. Hay que precisar, discutir y volver a discutir sobre la idea del bien y del mal, sobre la pertenencia o no pertenencia (lo mismo y lo diferente) y sobre las jerarquías de valores, y ponerse o no de acuerdo, según el caso, sobre estas cuestiones.
Además, cada cultura define a sus enemigos, lo que existe más allá de su espacio y que la amenaza. Para los griegos, empezando por Herodoto, cualquiera que no hablara griego era automáticamente un bárbaro, un Otro al que había que despreciar y con el que había que combatir. En una obra reciente, Le Miroir d´Herodote(1), el especialista en literatura clásica François Hartog, demuestra con gran precisión cómo Herodoto se propone deliberada y minuciosamente construir una imagen del bárbaro Otro en el caso de los escintios, más aún que en el de los persas.
La cultura oficial es la de los curas, de las academias y del Estado. Da una definición del patriotismo, de la lealtad, de las fronteras y de lo que he denominado la pertenencia. Esta cultura oficial es la que habla en nombre del conjunto, la que trata de expresar la voluntad general, la idea y la ética generales, la que detenta el pasado oficial, los padres y textos fundadores, el panteón de los héroes y de los traidores, y la que purga a este pasado de lo que es extranjero, diferente o indeseable. De ahí viene la definición de lo que puede o no puede ser dicho, de las prohibiciones y proscripciones que necesita toda cultura que desee imponer la autoridad.
También es cierto que al margen de la cultura dominante, oficial o canónica, existen culturales disidentes o diferentes, no ortodoxas, heterodoxas, que encierran a numerosas corrientes anti-autoritarias que se oponen a la cultura oficial. Se puede llamar contracultura a este conjunto de prácticas asociadas a diferentes outsiders – pobres, inmigrantes, bohemios, ansiosos, rebeldes y artistas. De esta contracultura emana una crítica de la autoridad y un ataque contra lo que es oficial y ortodoxo. El gran poeta árabe contemporáneo, Adonis, ha escrito mucho sobre la relación entre la ortodoxia y la heterodoxia en la cultura árabe y ha demostrado que entre ambos existe una dialéctica y una tensión constantes. No se puede comprender ninguna cultura si no se tiene un sentido, sea cual sea, de esta fuente de provocación creadora siempre presente que es la confrontación entre lo no-oficial y lo oficial. Desdeñar esta agitación en el seno de cada cultura y pensar que existe una completa homogeneidad entre cultura e identidad viene a ser desconocer lo que es vital y fecundo.
En Estados Unidos el debate sobre lo que es América ha pasado por numerosas transformaciones e incluso por convulsiones espectaculares. En la época de mi infancia, los westerns describían a los indios como unos demonios dañinos a los que había que destruir o matar. Se les llamaba Pieles Rojas y en la medida en que tenían una función en el conjunto de la cultura (esto era igualmente cierto respecto a la historia académica que a las películas) servían de valedor al progreso de la civilización blanca. Hoy esto ha cambiado completamente. Se considera a los indios de América víctimas del progreso de la civilización occidental en el país y ya no criminales.
Cultura y contracultura
Incluso el estatuto de Cristóbal Colón ha cambiado. Respecto al de los afro-americanos y al de las mujeres ha sufrido convulsiones aún más espectaculares. Toni Morrison puso de relieve la obsesión de la literatura estadounidense clásica respecto a la pertenencia a la raza blanca, como testimonian de manera tan elocuente Moby Dick, de Melville, o Las aventuras de Arturo Gordon Pym, de Poe. Pero, explica la autora, los principales escritores masculinos y blancos de los siglos XIX y XX, hombres que han proporcionado sus cánones a la literatura estadounidense tal como la conocemos, se ha servido en sus obras de la pertenencia a la raza blanca como medio de evitar, de disimular y de hacer invisible la presencia africana en el seno de nuestra sociedad.
Hemos pasado del mundo de Melville y de Hemingway al de Dubois, Baldwin, Lagston Huges y Toni Morrison: el mero hecho de que las novelas y artículos de Toni Morrison conozcan hoy un éxito tan brillante es testimonio de la amplitud del cambio. ¿Cuál es la visión de la verdadera América y quién puede pretender representarla y definirla? La pregunta es compleja y profundamente interesante, pero no se puede responder reduciendo el problema a algunos clichés.
El librito de Arthur Schlesinger, La Désunion de l´Amérique, ofrece una visión reciente de la dificultades suscitadas por las luchas culturales cuyo objetivo es definir una civilización. En tanto que historiador perteneciente a la corriente dominante, Schlesinger se preocupa, y es comprensible, por el hecho de que los grupos de inmigrantes emergentes en Estados Unidos cuestionen la leyenda unitaria oficial de Estados Unidos tal como los grandes historiadores clásicos de este país, como Bancroft, Henry Adams y, más recientemente, Richard Hosfstader, tienen costumbre de presentarla. Estos grupo quieren que la escritura de la historia no refleje sólo un Estados Unidos que ha sido concebido y dirigido por unos patricios y unos propietarios rurales, sino un Estados Unidos en el que los esclavos, los sirvientes, los obreros y los inmigrantes pobres han desempeñado un papel importante y que sigue sin ser reconocido.
Los relatos de estas personas, reducidas al silencio por los grandes discursos que emanan de Washington, de los bancos de inversiones de Nueva York, de las universidades de Nueva Inglaterra y de las grandes fortunas industriales del Middle West , han venido a perturbar la lenta progresión y la imperturbable serenidad de la versión oficial. Plantean cuestiones, cuentan la experiencia de los desfavorecidos sociales y expresan las reivindicaciones de personas de lo más bajo de la escala social -mujeres, asiáticos, afro-americanos y otras minorías sexuales y étnicas. Se esté o no de acuerdo con la voz del corazón de Schlesinger, no se puede rechazar la tesis que sustenta su libro según la cual la escritura de la historia es el mejor camino para dar su definición a un país y la identidad de una sociedad es en gran parte función de la interpretación histórica, campo en el que se enfrentan las afirmaciones que se discuten y las contra-afrimaciones. En esta situación de polémica es donde se encuentra actualmente Estados Unidos.
*Edward E. Said, que falleció el 25 de septiembre de 2003, era profesor en la Universidad de Columbia (Nueva York). Este texto es un extracto de «The Clash of Definitions», publicado en Reflections on Exile and Other Essais, Harverd University Press, 2000.
(1) F. Hartog, Le Miroir d´Herodote, Poche, Paris, 2001.
(2) Arthur M. Schlesinger, La Désunion de l´Amérique,1991, traducción al francés 1993, Liana Levi, Paris.