El capital organiza por lógica de supermercado. Suerte de estantería móvil por cuyos anaqueles circulan las clases en diferentes asociaciones y posiciones tácticas. El capital homogeniza por desagregación y dispersión, y crea así la idea de diferencia, autenticidad e individuación. Surge entonces una sensibilidad política colectiva que admite «la diferencia» a partir de distintos núcleos […]
El capital organiza por lógica de supermercado. Suerte de estantería móvil por cuyos anaqueles circulan las clases en diferentes asociaciones y posiciones tácticas. El capital homogeniza por desagregación y dispersión, y crea así la idea de diferencia, autenticidad e individuación. Surge entonces una sensibilidad política colectiva que admite «la diferencia» a partir de distintos núcleos de filiación, que algunos autores han llamado tribus urbanas , para dar cuenta de nuevas formas de socialidad y nuevos campos emergentes.
Así, surge un nuevo tipo de movimientos sociales, más vinculados a estilos de vida, al gusto y al consumo. Estas prácticas grupales se anclan en factores como la moda o determinados tipos de hábitos que a veces tocan reivindicaciones y se entroncan a luchas concretas. Se trata de una subjetividad cuya sensibilidad hace la diferencia, creando formas y dispositivos expresivos, materializados en representaciones, juicios enclasados o extraídos de otras clases -gustos, propensiones, sueños, consumos, creencias- en fin, sentido común. Es decir, repertorios sociales estilísticos que no son otra cosa que un campo de producción simbólica, casi siempre asociado a la cultura hegemónica dominante a la que no todos tienen acceso. Es también lugar material del surgimiento de distintos movimientos a partir de demandas también distintas. Incluso la base de experiencias que devienen fascistas. O, por el contrario, si se radicalizan a la izquierda, son nido para que fertilice el vanguardismo ultroso.
De manera que los movimientos sociales son expresión microfísica, de abajo hacia arriba, de demandas, sueños, aspiraciones de la gente desde cada ámbito de la estratificación. Hilvanar estas demandas en un programa con pretensiones de facilitar el encuentro de lo que hoy sigue disperso, conectar el trabajo pequeño con las grandes consignas-síntesis de la política, lograr la identidad y oponer ésta al capital, es la tarea del liderazgo y de la revolución.
Un espacio para el diálogo democrático, la confrontación y la crítica constructiva de aquellos bloques sociales históricamente confrontados al capital, es una asamblea social permanente. No es un apéndice del partido ni la suma de uno o varios partidos. Es el espacio de encuentro de aquellas fuerzas e individuos proclives a una política amplia, democrática, revolucionaria y nacionalista que apunta hacia un socialismo de nuevo tipo, y punto de partida para el encuentro de estamentos sociales históricamente dispersos.
De manera que un Gran Polo Patriótico de fuerzas es, en primer lugar, multiplicidad de polos referidos a sus propias luchas, pero que buscan trascender sus límites para construir identidades y paralelajes con otros. De modo que no es un frente ni una suma de ellos, aunque los contiene. Es lugar de lenguajes y discursos comunes que pueden confluir en un amplio programa general anticapitalista y antimperialista.
El partido debe ser, decía Gramsci, el lugar de unificación de las pasiones humanas por distintas que éstas fueran, para la construcción de un intelectual orgánico común que impulse una revolución intelectual y moral. Pero el sectarismo aparatero, el vanguardismo y el reformismo pequeño-burgués, crean una moralina babosa que hace del partido un fin en sí mismo, que deviene alcabala política para el ascenso de élites y grupos al poder político del Estado y sus prebendas; haciendo de la militancia una obligación oportunista, pragmática y utilitaria, de carácter parasitario y clientelar, alejado de cualquier ideología. La coaptación del Estado por tal burocracia liquida la construcción hegemónica. Así muere la humildad revolucionaria en la misma medida que languidece el papel protagónico y la participación real de las multitudes en la construcción de sus propios espacios hegemónicos.
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