A raíz de la violencia contrarrevolucionaria que ha vivido Venezuela en las últimas semanas y del notorio accionar de paramilitares colombianos en el Estado de Táchira, queremos compartir con ustedes este documento que desarrolló nuestra organización hace algunos años para analizar al paramilitarismo y a la contrarrevolución armada y que hoy adquiere más vigencia que […]
A raíz de la violencia contrarrevolucionaria que ha vivido Venezuela en las últimas semanas y del notorio accionar de paramilitares colombianos en el Estado de Táchira, queremos compartir con ustedes este documento que desarrolló nuestra organización hace algunos años para analizar al paramilitarismo y a la contrarrevolución armada y que hoy adquiere más vigencia que nunca. (Resistencia Antimperialista)
Introducción:
El paramilitarismo y la contrarrevolución son dos formas de acción que utilizan el imperialismo y sus cipayos para combatir, en momentos históricos diferentes, a las fuerzas revolucionarias.
Ambas formas de organizar sus fuerzas tienen una base de carácter político-militar, y por lo tanto operan con criterios clandestinos para preservar tanto su estrategia como a sus componentes y medios, para ello el secreto es esencial. Intentaremos, pues, establecer las diferencias entre estos dos conceptos de uso común, pero que tienen alcances claramente diferenciados.
Podríamos afirmar que el paramilitarismo es la forma extrema que adquiere la acción de un Estado burgués en contra del Movimiento Popular, cuando éste amenaza con rebasarlo. Para ello, estructura fuerzas organizadas de carácter paraestatal que concentran su misión combativa en contener a las fuerzas populares mediante el terror, aniquilando sus cuadros de vanguardia, buscando aislar a las fuerzas insurgentes de sus bases de apoyo.
El paramilitarismo se constituye generalmente con integrantes de las fuerzas armadas y civiles de ultraderecha, contratando eventualmente a delincuentes sociales para acciones puntuales, principalmente el sicariato urbano. Usa, por tanto, todos los recursos del Estado, es decir: financiamiento, inteligencia, logística, medios de comunicación, soporte jurídico, etc.
Sus operaciones tienen un alto componente sicológico. Recordemos que se busca inhibir, contener, y desestructurar la movilización popular, procurando su repliegue o reflujo. Para ello, la tortura, el descuartizamiento, las desapariciones forzadas y todas aquellas tácticas inscritas en la llamada «Guerra Sicológica» (recordemos la Escuela de las Américas), tan usada por las fuerzas del imperio, desde la llamada Doctrina de Seguridad Nacional hasta el Plan Colombia, cobran especial relevancia.
Las experiencias más desarrolladas en este terreno las encontramos en la Triple A (Alianza Argentina Anticomunista) en la década de los 70, en los Escuadrones de la Muerte en Guatemala y El Salvador de comienzos de los años 80.
En el caso argentino, la irrupción de la Triple A se produjo aún antes del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. Sectores de las fuerzas armadas, la derecha peronista, la burocracia sindical, la oligarquía más rancia dieron rienda suelta a una masiva campaña de asesinatos de militantes de izquierda. Estas bandas de ultraderecha estarían estrechamente asociadas a las políticas norteamericanas de la época, como se demostraría con su cuasi legalización a partir de la instalación de la dictadura militar en el poder.
El movimiento popular argentino sufriría un gigantesco desangramiento por la actividad incesante de estos grupos paramilitares, pero principalmente lo sufriría el peronismo revolucionario. Parte de la respuesta de los revolucionarios los llevaría equivocadamente a enfrentar a los mismos en una guerra de aparatos, que no comprendía a cabalidad la dimensión del conflicto, desprotegiendo así a sus liderazgos sociales, que caían persistentemente bajo el fuego enemigo o eran obligados a pasar a la clandestinidad, lo que inexorablemente iba aislando a las organizaciones revolucionarias del movimiento de masas.
Pero quizás el caso de mayor sofisticación se encuentra en la República de Colombia.
Sus orígenes los podríamos establecer principios de los años 80, específicamente el 2 de diciembre de 1981, cuando forman el llamado MAS (muerte a los secuestradores) como respuesta ante el secuestro tres semanas atrás de Martha Nieves Ochoa, hija de Fabio Ochoa, conocido ganadero, criador de caballos de paso y miembro de una poderosa familia mafiosa, ejecutado por el extinto M-19 (Movimiento 19 de Abril).
Promovido por capo del narcotráfico, Carlos Lehder, 223 jefes mafiosos deciden asignar cada uno 2 millones de pesos, y 10 de sus mejores hombres para rescatar a la secuestrada. El resultado fue la devolución de la plagiada el 16 de febrero de 1982, sin pagar un peso, sana y salva, luego que el grupo paramilitar determinó la autoría material de la acción del M-19, identificando a su jefe operativo, Luis Gabriel Bernal, quien solicitaba 12 millones de dólares por el rescate. 25 allegados de Bernal, incluidos su novia, su hermano, su cuñada y sus mejores amigos fueron secuestrados por el MAS.
Luego este grupo (integrante del Cartel de Medellín) motorizado por Rodríguez Gacha, alias «el Mexicano», contrata a Yair Klein, ex jefe del Estado Mayor israelí durante la famosa Guerra del Yom Kipur (1973), quien se instala durante un período en Colombia para instruir junto a varios oficiales israelíes a las unidades paramilitares originales conducidas por Rodríguez Gacha. Otros grupos delictuales conformarán unidades similares a nivel local, por ejemplo Ramón Isaza en el Magdalena medio, o el traficante esmeraldero Víctor Carranza, en Boyacá.
Sin embargo, será con los hermanos Castaño, (Fidel, Vicente y Carlos), ex miembros del Cartel de Medellín y luego fundadores de los Pepes (Perseguidos por Pablo Escobar), organización estructurada por el status colombiano y la DEA para aniquilar el imperio del hombre de Medellín, que el paramilitarismo pasará a cumplir una nueva función.
Quizás fue la guerra de aniquilamiento en contra de la Unión Patriótica (UP) la que les permitió pasar a conformarse en el perro cancerbero del establecimiento colombiano. La muerte de dos candidatos presidenciales de esta fuerza política, Jaime Pardo Leal Y Bernardo Jaramillo, fue el corolario de una serie de matanzas que le significaron cerca de 4000 muertos a la UP.
Otra vez la incomprensión del Partido Comunista Colombiano, que sostenía un fuerte apego a la legalidad burguesa, permitió la profundización del modelo de dominación capitalista que sufriría un tránsito irreversible hacia la limitación de las libertades democráticas y fortalecimiento de sus rasgos autoritarios y represivos.
No hubo respuestas adecuadas de parte de las fuerzas políticas que dirigían a la UP. No se comprendió a tiempo la nueva estrategia llevada acabo por la oligarquía colombiana. Y todavía ahora se sienten los efectos de en el campo popular por la pérdida de esa enorme cantidad de líderes políticos y sociales, que demoran décadas en formarse como tales.
Sólo con la VIII Conferencia de las FARC-EP de comienzos del año 1993, después del intento de toma de «Casa Verde» por parte de las FFMM colombianas, es que el movimiento revolucionario comienza a responder ante el desafío puesto por el Estado.
Arrancará inicialmente con las ACU (Autodefensas de Córdoba y Urabá), copando los espacios abandonados por el EPL (Ejército Popular de Liberación) luego de su desarme en 1991. En una alianza con los ganaderos y reclutando una significativa parte de los ex integrantes de la guerrilla maoísta, este grupo narco-paramilitar consolidará su posición hegemónica gracias a los estrechos lazos que construyó con el imperio en la lucha contra Pablo Escobar y los excelentes padrinos que consiguió en la extrema derecha del establecimiento colombiano.
Este selecto grupo no sólo organizará a todos los carteles pequeños, medianos y grandes en una gran confederación, las AUC (Autodefensas Unidas de Colombia), sino que ésta alianza les otorgará impunidad y reconocimiento político a cambio desplegar un plan operacional a nivel nacional que tendrá a la población civil como su blanco principal.
Las matanzas de campesinos y todo aquello que estuviese cerca de la guerrilla, con el beneplácito y apoyo del establecimiento colombiano, incluidas las Fuerzas Armadas, les permitirá ampliar el control territorial para asegurar sus cultivos y laboratorios de elaboración de cocaína y pasta base.
Este plan fue concebido por los estrategas norteamericanos ante el evidente colapso militar de las fuerzas gubernamentales que anunciaban las exitosas operaciones militares de la guerrilla de las FARC-EP desde 1997 en adelante. Éstas habían logrado desarrollar acciones combativas de gran envergadura, como ataques y asaltos a posiciones militares fijas que implicaban un enorme salto cualitativo de la insurgencia desde el punto de vista táctico, operacional y estratégico.
Ante este escenario los estrategas del imperio, plantean la urgente necesidad de impulsar un proceso de reingeniería de las fuerzas armadas estatales, elevando la disposición combativa de sus tropas a través de la profesionalización de sus efectivos, de la introducción de tecnología y técnica militar de última generación, de la asistencia masiva a través de asesores directos. Pasaron, pues, las Fuerzas Armadas colombianas a ser unidades de alta movilidad y flexibilidad, con enormes recursos aéreos, tanto en helicópteros como de aviones, inteligencia electrónica a mano, apoyo de artillería y blindados, con una sólida logística y coordinación de sus mandos.
La estrategia militar rompió con la improvisación y los planes desconectados, para llevar todo al terreno de un gran plan militar general, articulando objetivos, fuerzas y medios en una lógica operacional única y coherente. Así nace el Plan Patriota, la fuerza de tarea del sur, fuerza de despliegue rápido, etc.
El tiempo que requirió el imperio y el establecimiento colombiano para consolidar en este proceso, se ganó en gran parte gracias a la acción efectiva del paramilitarismo, que en el intertanto golpeaba sistemáticamente la base de apoyo de la guerrilla en áreas estratégicamente delimitadas.
Así es que arrancan inicialmente consolidando su base principal en Córdoba y Sucre. A la par, avanzan sobre el Urabá antioqueño (que ocupa un lugar privilegiado, tanto por sus vías de comunicación interna, como hacia el Darién y la frontera panameña, además de ser una importante vía fluvial y marítima), luego la línea de la frontera con Venezuela bolivariana, donde el objetivo central es arrebatar territorio a los frentes de guerra nororiental y oriental del ELN, aniquilar las ultimas estructuras del EPL e insertar cuñas entre los Bloques Oriental y Catatumbo de las FARC-EP, y entre este último y el Bloque Caribe, para así interrumpir las líneas de comunicación, abastecimiento, de transportes e inhibir la coordinación a nivel operacional y estratégico.
Avanzan desde la Guajira, principalmente en la Sierra de Santa Marta y Maicao, con grandes éxitos en el Norte de Santander, pasando por Arauca, para llegar al Guaviare. También desarrollaron grandes esfuerzos en el Putumayo, Pasto y la línea fronteriza con el Ecuador. Esto fue acompañado por el desarrollo de un concepto de «zonas liberadas» por el paramilitarismo, que fueron acondicionadas como un espacio para el libre accionar del narcotráfico.
En este plan, la insistencia norteamericana de instalar cuñas entre los Bloques y Frentes de las FARC-EP, era junto a la consolidación de «puntos de partida» para la agresión hacia Venezuela, los objetivos principales. Mientras se intentaba poner a la defensiva a las FARC-EP, complicando su comando y control, junto a los abastecimientos logísticos, complicando la movilidad, el control territorial y la coordinación entre las diferentes unidades de la guerrilla, se sentaban las bases posicionales para el plan de agresión en contra de la Revolución Bolivariana.
Desde el norte de Cúcuta, pasando por Ocaña, Convención, El Tarra para llegar a la Gabarra. Consolidado ese corredor y sus cabezas de playa, se acelera la penetración entre el sur del lago de Maracaibo (Machiques, El Vigía hasta San Cristóbal, pasando por Rubio, San Antonio y Capacho). Luego intentan penetrar la vía hacia Barinas, destacando contingentes en El Milagro, San Joaquín de Navay, Socopó y la reserva de Ticoporo, hasta la propia ciudad de Barinas. Luego de un tiempo ya se visibilizaban en Barquisimeto, Valencia, Caracas, Margarita y el estado Sucre.
Penetraron al mismo tiempo desde la Guajira, pasando por Maracaibo para caer en Barquisimeto. ¿Qué dudas puede quedar de que se trataba de un plan rigurosamente diseñado y ejecutado con enormes recursos materiales, humanos y financieros y parte de un esquema de mayor y profundo alcance?
Su expansión en Colombia también se hizo sentir en las ciudades. Barrancabermeja, capital petrolera del país y zona histórica de la insurgencia, fue copada por el paramilitarismo (y con ellos el narcotráfico y los contrabandistas de combustible); luego tocó el turno a Medellín, capital del departamento de Antioquia.
Es importante estudiar en estos casos la política que dirigieron los paramilitares para reclutar a integrantes de la guerrilla, particularmente del ELN (Ejército de Liberación Nacional). A través de la compra de conciencias mediante grandes sumas de dinero, usando las contradicciones entre el ELN y las FARC-EP, las amenazas a familiares directos, negociando la vida y libertad de militantes capturados, etc.
Nada de esto hubiera sido posible sin la participación activa de las Fuerzas Militares del Estado colombiano, que operaron infinidad de veces con el brazalete de las AUC, o respaldando a éstas en combate cuando eran atacadas por la guerrilla de las FARC-EP.
Con toda la Impunidad jurídica y legal, con el respaldo militar del Estado (combativo, logístico y de inteligencia), con la complacencia del Imperio y sus agencias (DEA), las AUC se convirtieron en una franquicia, que se hizo brazo fundamental de la Contrainsurgencia en Colombia.
¿Qué ha sucedido en los últimos años?
Ante el desarrollo de la guerra interna y la necesidad de otorgarle legitimidad al establecimiento colombiano (debido a razones políticas internas y externas), el paramilitarismo pierde su vigencia como elemento para la guerra contrainsurgente. De hecho ya es incapaz de sostener zonas bajo control sin la presencia de las FFMM estatales, y cada vez es más acosada y aniquilada por la insurgencia. Al mismo tiempo, su desprestigio internacional y nacional producto de sus permanentes masacres en contra de la población civil y su inocultable esencia narcotraficante, hace necesaria su superación en forma.
Pero como se trata de una estrategia global que depende de los intereses y directrices del imperio, se le otorgará al paramilitarismo una nueva función en este escenario regional.
Como exponíamos en los párrafos anteriores, los dos últimos años se han sentido los efectos del plan estratégico imperial mediante el cual los paramilitares en Colombia, bandidos en nuestro territorio, se han ido convirtiendo en un factor de desestabilización en la República Bolivariana de Venezuela; por ello ha mutado su esencia, y han pasado de ser un ente paramilitar a uno de carácter contrarrevolucionario, bandido y mercenario.
Esto, porque un segmento ha sido reclutado específicamente para esta tarea, mientras que a otros se les permitirá (la DEA, CIA, el DAS, etc.) mantener «sus negocios» (el narcotráfico) siempre y cuando operen vía territorio venezolano.
Hacen todos pues, parte de la estrategia conspiradora y sediciosa en contra de la Revolución Bolivariana.
Sobre las experiencias de la contrarrevolución armada
A diferencia del paramilitarismo, podríamos definir la contrarrevolución como la acción desatada por las fuerzas de la reacción en función de desestabilizar y derrocar a gobiernos revolucionarios ya instalados en el Poder.
Quizás la primera experiencia histórica se podría situar luego del triunfo bolchevique en Rusia de 1917, cuando los ex zaristas apoyados por las potencias occidentales inician la Guerra Civil que duraría desde 1918 hasta 1920, y que se saldaría con millones muertos.
Los EEUU, Gran Bretaña, Francia, Turquía, Japón, Rumania y otros países no sólo apoyaron materialmente a las tropas de Kolchak o Denikin, conocidas como las Guardias Blancas, sino que incluso invadieron con tropas propias el territorio ruso. Los bolcheviques construirían al calor de esta guerra a su poderoso y victorioso Ejército Rojo. Destacarán Lenin, Trotsky, Frunze, Tukashevsky y otros grandes líderes y jefes militares, como los estrategas de una nueva doctrina militar, la primera que colocará al Pueblo y al Poder Popular como el centro de la misma.
Forma de Guerra Civil también adquirirá la contrarrevolución en España republicana, de 1936-1939, que se saldará con el triunfo de Franco y la larga noche de su dictadura que terminará sólo con su muerte en 1975. Aquí se experimentará la participación de Alemania Hitleriana y la Italia de Mussolini al lado de Franco y las Brigadas Internacionalistas combatiendo por el lado republicano.
La derrota de la República será efecto directo de la traición de Stalin, quien negociará el retiro de las brigadas internacionalistas en el marco de su tesis de «Defensa de la Revolución» en un solo país, como también de la división interna entre comunistas, los trotskistas y el movimiento anarquista.
Es a partir del triunfo de la Revolución Cubana que la contrarrevolución adquirirá nuevas formas. Será el imperio norteamericano (ya potencia hegemónica capitalista luego de la Segunda Guerra Mundial 1941-1945) quien definirá la estrategia a llevar a cabo por las fuerzas sediciosas locales.
En el caso cubano, una vez comprobada la independencia del rumbo que adquiría, los EEUU preparan grupos destinados al sabotaje, los atentados y diversas acciones desestabilizadoras, que tendrán sus puntos álgidos en la invasión a Bahía Cochinos (Playa Girón) en Abril de 1961, la instalación de unidades insurgentes rurales en la sierra del Escambray y luego de la derrota de ambos proyectos, la incesante actividad de penetración e infiltración para acometer sabotajes, desde el territorio estadounidense, incluso usando para ello mercenarios de terceros países (caso del ex militares salvadoreños y guatemaltecos en los atentados a los hoteles en los 90).
Junto a la Revolución de los Claveles (Portugal 1975), dirigida por jóvenes oficiales militares, se profundiza la ola de independencia y liberación nacional en África. Angola, Mozambique, Guinea Bissau y Cabo Verde, el Congo (Brazzaville), por otro lado Etiopía, alcanzarán por fin la libertad. Sin embargo, se experimentará en estos territorios un nuevo concepto contrainsurgente que será conocido en la década de los 80 como la Guerra de Baja Intensidad (GBI).
Una vez declarada la Independencia de Angola, la contrarrevolución intenta rápidamente exterminar la nueva experiencia liberadora. Holden Roberto (y su FLN- Frente de Liberación Nacional), junto a un alto número de mercenarios europeos, ataca al nuevo gobierno de Luanda desde el Zaire gobernado por Mobutu Sese Seko (personaje lacayo de Francia y Bélgica).
Por otro lado el ex pupilo del Ché Guevara durante su estadía en el llamado Congo belga (Zaire), Jonás Savimbi, y su movimiento UNITA, apoyado por los EEUU y Sudáfrica (entonces gobernada por el apartheid) atacan desde el sur. Angola no sólo podía representar un «mal ejemplo» para los pueblos del África (además de consolidarse como una sólida base de apoyo para las antiguas insurgencias revolucionarias de Namibia -SWAPO- y Sudáfrica -CNA Congreso Nacional Africano Y CPA Congreso Panafricano-), sino que además posee enormes reservas de hidrocarburos, diamantes y otros minerales codiciados.
Ante la solicitud de los revolucionarios gobernantes en Angola, (MPLA- Movimiento para la Liberación de Angola), encabezados por Agostino Neto, Cuba revolucionaria asiste militarmente a la naciente república, y se da inicio a una guerra que tendrá alcances mundiales por sus participantes e intereses estratégicos, que sólo culminará a fines de los años 80 y que será definida militarmente, específicamente con la batalla de «Cuito Cuanivale» entre marzo y mayo de 1988. Esta representará el colapso del gigante sudafricano, lo que permitirá definir en la mesa de negociaciones la independencia de Namibia (hasta entonces ocupada por el gobierno racista), y las elecciones democráticas en Sudáfrica que resultarán en el triunfo del CNA (Congreso Nacional Africano) y la elección de Nelson Mandela, como Presidente de la República.
Esta es una guerra de obligatorio estudio, tanto por los componentes geopolíticos que allí operaron, como por las novedades en el plano técnico-militar, tanto a nivel estratégico, operacional, como táctico.
En 1982 empiezan las actividades de la contrarrevolución armada en Nicaragua. Si bien al momento mismo del triunfo Sandinista el 19 de julio de 1979 las actividades sediciosas comenzaron tímidamente a manifestarse (MILPA-Milicias Populares antisomocistas, luego antisandinistas, y algunos ex militares agrupados en forma de bandidos.), será con el surgimiento del FDN (Frente Democrático Nicaragüense), dirigido por un ex coronel somocista de nombre Enrique Bermúdez, que la actividad desestabilizadora alcanzará un nivel inédito.
Esta agrupación, dirigida y financiada por los EEUU, y experimento de la nueva política neoconservadora resumida en los Documentos de Santa Fé, llegará a estructurar una fuerza militar de cerca de 10.000 hombres instalados en la vecina Honduras. Se conformarán en Comandos Regionales, Fuerzas de Tarea, Compañías, Pelotones y Escuadras. Tendrán incluso fuerzas especiales, los COE (Comandos de Operaciones Especiales). Serán instruidos por personal norteamericano, militar y civil, agentes de la CIA, principalmente de origen cubano, como Félix Rodríguez, Posada Carriles, y otros connotados terroristas. Asesores militares argentinos cumplirán una destacada tarea en la fase inicial de este proyecto.
Además del FDN, en el sur, se organizará ARDE (Alianza Revolucionaria Democrática) dirigida por el Comandante Cero, el ex sandinista Edén Pastora.
También se conocerán algunas fuerzas contrarrevolucionarias asentadas en las comunidades indígenas, negras y garífonos, en la llamada Costa Atlántica. MISURA (Miskitos, Sumos y Ramas), MISURASATA, KISÁN, Stedman Faghot y Brooklin Rivera serán sus principales comandantes.
Todas estas fuerzas militares contrarrevolucionarias serán no sólo ideadas desde el corazón del imperio, sino que su financiamiento, instrucción, apertrechamiento y asesoría comunicacional dependerán absolutamente de los estrategas del norte.
La contra nicaragüense no fue capaz, a pesar de su enorme desarrollo y capacidades logísticas, de tomar un solo pueblo sandinista. Este era un tema central, ya que se suponía que si lo lograban, intentarían establecer una cabeza de playa que les permitiese procurar el reconocimiento internacional, para así solicitar el apoyo de tropas extranjeras, el mismo modelo de Playa Girón.
El ejército sandinista llegó a tener más de 100.000 hombres y cerca de 300.000 milicianos. Se desarrollaron unidades de infantería de alta movilidad y flexibilidad como los Batallones de Lucha Irregular (BLI), los Batallones de Ligeros Cazadores (BLC), las Tropas Guarda Fronteras (TGF) las del gran Laureano Mairena, tropas especiales como las TPU (Tropas Pablo Ubeda) del Ministerio del Interior y las TPA (Tropas Pedro Altamirano) y el DES (Destacamento de Exploración Submarina) del Ejército Popular Sandinista (EPS).
Honduras se convirtió en la base de operaciones norteamericana en Centro América. Se instaló una enorme base de comunicaciones y de rastreo satelital, se ampliaron las bases aéreas y se modernizó a las fuerzas armadas de dicho país. Se potenció la contrainsurgencia local, aniquilando a las organizaciones revolucionarias, «Cinchoneros» y al Frente Morazanista de Liberación Nacional. El Movimiento popular hondureño fue duramente reprimido y los Escuadrones de la Muerte se apoderaron del país.
Desde Honduras, el imperio no sólo podía monitorear y conducir a la contrarrevolución nicaragüense, sino que también se dirigía la lucha contrainsurgente en El Salvador y, en menor medida, en Guatemala.
Resumen
Intentamos diferenciar paramilitarismo de contrarrevolución armada. Dos conceptos que si bien resumen estrategias pro imperiales y reaccionarias, se mueven en escenarios particulares. El primero desde el poder constituido, y el segundo en contra del nuevo poder revolucionario.
En esa dirección, y para los intereses de los revolucionarios venezolanos, debemos precisar las características del paramilitarismo colombiano y su mutación al entrar a operar en el espacio venezolano. Esto no sólo por un problema de carácter territorial, sino por los objetivos que procura y misiones que cumple en este país.
Pensamos que el paramilitarismo colombiano juega el papel de punta de lanza en la constitución de una fuerza mercenaria contrarrevolucionaria en Venezuela bolivariana. No es solamente reorientar «mano de obra desocupada», sino que es una pieza importante en el diseño desestabilizador promovido por el Imperio.
Es importante estudiar a fondo su esencia narcotraficante, no sólo por los enormes recursos económicos que ello les genera, sino porque se establecen como un contrapoder real, que va carcomiendo las estructuras del Estado, permeando todas las esferas del mismo.
Así infiltra, recluta, corrompe. Poco a poco va asumiendo el control total de la delincuencia social. El lavado de dinero, el tráfico y venta de armas, el robo de carros, el contrabando de combustible, la falsificación de documentos, el sicariato, el tráfico de personas, las redes de prostitución, en fin, todos problemas que traspasan la seguridad ciudadana y se elevan al rango de seguridad nacional.
Resistencia Antimperialista
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Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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