Alcanzar la felicidad es probablemente la mayor aspiración que ha tenido el ser humano en toda su existencia. Es algo obvio y difícil de cuestionar: todos deseamos, por encima de cualquier otra cosa, tener una vida feliz. Hasta tal punto esto es así que la mejor definición que -probablemente- se haya dado nunca de […]
Alcanzar la felicidad es probablemente la mayor aspiración que ha tenido el ser humano en toda su existencia. Es algo obvio y difícil de cuestionar: todos deseamos, por encima de cualquier otra cosa, tener una vida feliz. Hasta tal punto esto es así que la mejor definición que -probablemente- se haya dado nunca de inteligencia (ese ambiguo concepto que tanto levita) es aquella que dice que ésta, la inteligencia, no es otra cosa que nuestra capacidad de ser felices.
Sería lógico pensar, entonces, que el objetivo último de la economía y de la política de cualquier país decente debería ser el trabajar en pro de la felicidad de sus habitantes. Tal y como sostiene Richard Layard en su libro La felicidad: lecciones de una nueva ciencia, el progreso de la felicidad nacional debería considerarse un objetivo político, siendo estudiado y evaluado tan concienzudamente como el crecimiento del PIB.
Bután: un ejemplo de coherencia, simplicidad y buen gobierno
Haciéndose eco de esta razonable demanda, el gobierno de Bután (un pequeño país asiático localizado en las faldas del Himalaya), en un claro gesto por desmarcarse de las políticas dominantes (que, como es sabido, contemplan -erróneamente- el crecimiento de la economía como la panacea del buen gobierno), lleva tiempo tratando de evaluar la felicidad de su pueblo, anteponiendo para ello el bienestar ciudadano a la vitalidad de unos indicadores macroeconómicos que la mayoría de las veces poco o nada nos dicen sobre el sentir real de las personas.
Bután tiene una superficie aproximada de 47 mil Km2 y una población que apenas llega a los 720 mil habitantes. Presenta un PIB per cápita cercano a los 5.200 dólares anuales y un Índice de Desarrollo Humano (IDH) (1) de tan solo 0,538; ocupando así, respectivamente, los puestos 154 y 140 del ranking mundial. Con ello, y a la vista de estos datos, cualquier economista clásico seguramente no dudaría en tildar a Bután como un país pobre y subdesarrollado. Sin embargo, y como veremos a continuación, nada más lejos de la realidad.
Basándose en la creencia elemental que sostuviera Jeremy Bentham de que la mejor sociedad es aquella en la que sus ciudadanos son más felices, el Rey Cuarto de Bután – Jigme Singye Wangchuck – acuñó e n la década de los setenta el término de la Felicidad Nacional Bruta (FNB) bajo la convicción de que la mejor política pública es aquella que produce la mayor felicidad entre sus habitantes (y no así necesariamente la que produjese mayores niveles de ingresos y consumo).
El concepto de la FNB fue fundado en base a las tradiciones budistas butanesas y, h oy en día, es desarrollado por el Centro de Estudios de Bután (CBS). Según éste, el concepto de la FNB está constituido por cuatro pilares básicos: la buena gobernanza, el desarrollo socioeconómico sostenible, la preservación cultural y la conservación del medio ambiente. Estos cuatro cimientos fundamentales -construidos a partir de más de 100 sub-indicadores y 33 indicadores- son presentados y monitoreados por el CBS a través de nueve grandes dominios que, sumados, componen el índice de la FNB: i) el bienestar psicológico , ii) la salud, iii) la educación, iv) el uso del tiempo, v) la diversidad y resiliencia cultural, vi) el buen gobierno, vii) la vitalidad de la comunidad , viii) la diversidad y resiliencia ecológica, y ix) las condiciones de vida .
De esta forma, estos nueve dominios de la FNB ( que combinan tanto aspectos objetivos – como los ingresos familiares o los niveles de alfabetización – como aspectos subjetivos – como la satisfacción con la vida – ) vendrían a significar, más que menos, las condiciones mínimas que han de cumplirse en Bután para que sus habitantes puedan alcanzar una vida feliz.
Con todo ello, y pese a lo que puedan mostrar los indicadores clásicos de progreso y desarrollo (como el PIB y el IDH), salta a la vista que Bután no es un país pobre o subdesarrollado, sino más bien todo lo contrario. Es un país que realmente se ha preocupado por su pueblo y que, al fin y al cabo, se ha atrevido a apostar por otro modelo civilizatorio alejado del capitalismo. Un modelo que pone el centro de atención en aquello que realmente es el fin último de nuestra existencia: la felicidad.
Explorando alternativas
Para cualquier gobierno que se considere a sí mismo íntegro y honesto, preocuparse por su pueblo debería ser sinónimo de comprometerse por la felicidad de su gente. Ante los tremendos recortes en derechos que actualmente están sufriendo muchos de los países que se hacen llamar -a ellos mismos- desarrollados (anteponiendo con este gesto, por norma general, el bienestar de la banca y de los sectores privados al bienestar de su propio pueblo), cabe preguntarse quién es aquí el subdesarrollado.
Repensar el concepto de desarrollo es una tarea que lleva tiempo preocupando a académicos de todo el mundo y que ha configurado toda una corriente de pensamiento crítico contra-hegemónico. La idea sería la siguiente: si es éste el desarrollo que nos dicen hay que seguir (un desarrollo capitalista basado en la desigualdad, la privatización de lo público, los recortes en el bienestar de la mayoría y la destrucción de los ecosistemas), entonces… ¡hay que diseñar y promover otro tipo de desarrollo! ¿Cuál? Pues un desarrollo poscapitalista, centrado en la felicidad de todos los seres humanos y en el respeto hacia la naturaleza (nuestro hogar al fin y al cabo). Es decir, un desarrollo más similar al que propone Bután que al que apunta el mundo occidental.
No cabe duda de que esta propuesta -la que plantea Bután en pro de evaluar la felicidad de las personas- es un referente a seguir en aras de dibujar otro tipo de sociedades y otro tipo de prioridades políticas. Así, en los últimos años, el concepto y la medición de la FNB ha despertado el interés de un gran número de países e investigadores que ven en él un sendero a seguir hacia nuevos horizontes de esperanza para la especie humana y un posible sustituto, a largo plazo, del PIB y del IDH como indicadores de progreso y bienestar.
No cabe duda de que la iniciativa es muy interesante. Veremos si en los próximos años Bután se alza definitivamente como referente felicitario y bienestarista a nivel mundial o si, por el contrario, los empujes de la globalización neoliberal alcanzan sus fronteras y acaban por diluir su interesante cultura y cosmovisión de la vida en la peligrosa amalgama homogeneizadora del capitalismo.
(1) El IDH es un indicador elaborado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) que trata de evaluar el «desarrollo humano» de los países por medio de tres componentes: la salud (medida a través de la esperanza de vida al nacer), la educación (medida mediante la tasa de alfabetización y los años de escolarización) y el desarrollo económico (medido a través del PIB per cápita) . Los valores del índice oscilan entre cero (valor mínimo) y uno (valor máximo). Para que el lector se haga una idea, el país con el IDH más elevado es Noruega (0,955) y el país con el IDH más bajo es la República Democrática del Congo (0,304).
Mateo Aguado es Investigador del Laboratorio de Socio-Ecosistemas de la Universidad Autónoma de Madrid
Fuente: http://iberoamericasocial.com/sobre-felicidad-politica-y-desarrollo/
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