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Sobre la crisis actual

Fuentes: Rebelión

Desde una perspectiva marxista, y atendiendo a sus causas, podemos dividir las crisis económicas en dos tipos: crisis de realización del valor (en la reproducción ampliada del capital) y crisis de superproducción (que simultáneamente son crisis de subconsumo). Pero, esta diferenciación analítica, en la práctica desaparece, al actuar simultáneamente, y de forma combinada, unos y […]

Desde una perspectiva marxista, y atendiendo a sus causas, podemos dividir las crisis económicas en dos tipos: crisis de realización del valor (en la reproducción ampliada del capital) y crisis de superproducción (que simultáneamente son crisis de subconsumo). Pero, esta diferenciación analítica, en la práctica desaparece, al actuar simultáneamente, y de forma combinada, unos y otros factores causales.

Resumiendo, podemos decir que las causas de las crisis se encuentran en la actuación de los propios mecanismos internos de la economía capitalista (causas endógenas), es decir en la producción de plusvalía y en el proceso de acumulación, así como en la tendencia decreciente de la tasa de ganancia.

Pero la cosa se complica más en la fase superior del capitalismo, en la que nos encontramos. Me refiero a la fase imperialista. En ella, el capital financiero (producto de la fusión del capital industrial y el capital bancario), ha pasado a ser la fracción dominante del capital, aunque también la podríamos denominar fracción «dirigente» o «rectora». En esta fase, el rasgo principal de todos los grandes grupos capitalistas, es el de ser grupos de capital financiero (es decir que no se encuentran vinculados a un sector concreto de la producción, aunque el valor del que ellos se apropian haya sido creado, originalmente, en el proceso de producción de mercancías). De hecho, en esta fase, todavía subsisten tanto el capital industrial, propiamente dicho, como el capital bancario y el comercial, aunque considerados en sí mismos ya no tengan una especial relevancia.

El desarrollo del capital financiero tiende a crear una economía ficticia, cuya base se corresponde cada vez menos con la economía real, es decir con la sustentada en el valor creado en el proceso de producción. Una economía que se nutre de unas inversiones especulativas (compra-venta de acciones, obligaciones, títulos de deuda pública, mercado de futuros (1), sistemas de «trading», etc.), utilizando para ello capitales procedentes de depósitos bancarios, fondos de inversión, planes de pensiones, y un largo etc. Una economía artificial, que conduce a que el capital financiero adquiera un carácter más y más parasitario.

En la fase imperialista, la proporción del capital invertido en actividades financieras es cada vez mayor con respecto al invertido en actividades productivas (creadoras de valor); el capital especulativo crece a un ritmo más rápido que el productivo. Cuando se empiezan a producir los primeros efectos de la crisis económica, las actividades financiero-especulativas tienden a encubrir dichos efectos, a evitar que se visualicen con toda su crudeza. Pero cuando la actividad financiera llega a un límite, cuando la economía ficticia llega a adquirir ciertas dimensiones y se encuentra «hinchada como un globo», entonces éste se desinfla, la economía ficticia deja de encubrir a la economía real, y empiezan a manifestarse los «desequilibrios» financieros que, a su vez, repercuten sobre las causas que inicialmente provocaron la crisis, contribuyendo a agudizar ésta enormemente.

Sin embargo, también en este caso, debemos tener un punto de vista dialéctico, de tal manera que no establezcamos una separación metafísica entre las causas y sus efectos, ya que tanto unas como otros se encuentran en interacción, influyéndose recíprocamente. Como he dicho más arriba, en la fase imperialista en la que nos encontramos, las inversiones financiero-especulativas crecen muy por encima de las productivas. Pero, además, a medida que en el sector productivo les resulta más difícil a los capitalistas la obtención de plusvalía (a pesar de la precarización del trabajo en los países capitalistas desarrollados y del desmantelamiento del llamado «Estado del bienestar», de la deslocalización de empresas hacia los países del este o asiáticos, de la explotación de mano de obra barata de los inmigrantes, de la apertura de los antiguos países socialistas a la economía de mercado, etc.), al no poder contrarrestar o atenuar la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, se hace para ellos más imperioso aún, si cabe, el incrementar al máximo las inversiones financieras, con la vana esperanza de lograr ganancias fáciles. Es decir, la crisis impele a los capitalistas a acrecentar más y más sus inversiones especulativas, lo que no hace sino contribuir a acentuar y profundizar aún más la propia crisis.

Para hacernos una idea de la interacción entre los distintos factores que influyen en la gestación y posterior agudización de las crisis, ya correspondan aquellos al sector financiero o al productivo, no tenemos más que ver la repercusión que tienen sobre la producción de mercancías el hundimiento de las cotizaciones en Bolsa o las fluctuaciones de los precios de las materias primas (agrícolas o mineras); los efectos que tiene el cambio de divisas sobre las actividades comerciales; así como las repercusiones que están teniendo sobre la fabricación y venta de automóviles, sobre la venta de viviendas y sobre el sector de la construcción, el encarecimiento de los tipos de interés y de las hipotecas, como consecuencia de las sucesivas subidas del euribor.

Pero la crisis actual está adquiriendo unas características muy peculiares, porque a la crisis económica propiamente dicha vienen a sumarse la crisis alimentaria, la crisis ecológica y la crisis energética, influyéndose todas ellas entre sí y reforzándose mutuamente, al mismo tiempo que ejercen unos efectos combinados.

El capitalismo, en su incesante y frenética búsqueda del beneficio, no ha reparado nunca en los costes sociales ni ecológicos de su acción. Así, en el último cuarto de siglo, hemos visto agravarse enormemente las condiciones de vida de la amplia mayoría de la población del planeta. Esto se traduce en un escandaloso aumento del hambre y la desnutrición en la que se ven sumidos cerca de 1000 millones de personas, sin ninguna esperanza de futuro. Pero, a esto hay que añadir el paro; el analfabetismo; la prostitución infantil; la desigüaldad (por razones de edad, sexo, raza o religión); la marginación social y la delincuencia; los crecientes movimientos migratorios internos, en los países del Tercer Mundo, desde las zonas rurales hacia las ciudades, que experimentan un proceso de urbanización acelerado, produciéndose el hacinamiento en ellas de grandes masas de población, sin que se hayan resuelto mínimamente los problemas básicos de infraestructuras (sanidad, abastecimiento de agua, vivienda, educación, transporte, etc.) y la creciente oleada migratoria que también está teniendo lugar, desde los países de la periferia hacia los países desarrollados.

La esquilmación de la naturaleza por parte de las empresas multinacionales, tiene como consecuencia la sistemática destrucción de nuestro entorno y la consiguiente ruptura del equilibrio ecológico; el abandono de los cultivos tradicionales en muchos países de la periferia (que garantizaban su autonomía alimentaria), para dar paso a nuevos cultivos orientados a la exportación o a la elaboración de biocombustibles, junto a la especulación que todo esto conlleva, provocan el agotamiento de los recursos agrícolas y ganaderos y acentúan una cada vez mayor escasez alimenticia, provocando la infraalimentación de una gran parte de la población del planeta.

Por otra parte, también estemos comenzando a sufrir, en el terreno ecológico, las devastadoras consecuencias de la irracionalidad del sistema productivo capitalista, principal causante del cambio climático, en forma del progresivo calentamiento del planeta, una creciente desertización, deshielo de casquetes polares, sequías, inundaciones, etc., etc., factores todos ellos que contribuyen a agudizar aún más la crisis alimentaria.

El acelerado encarecimiento del precio del petróleo, hoy situado en torno a los 140 dólares el barril y que hace diez años no llegaba a los 10 dólares (2), provocado por su progresiva escasez y por la especulación con los precios de crudo en el mercado de futuros, está provocando el encarecimiento de los precios de los transportes, lo que a su vez repercute sobre el precio final de todo tipo de mercancías, ya sean productos alimenticios o industriales, y amenaza con paralizar a grandes sectores de la industria en todos los países.

Esta alarmante situación ha llevado, recientemente, al presidente Bush a proponer que se reanude la explotación de los yacimientos petrolíferos de Alaska, así como de los yacimientos marinos de EEUU. Además, las grandes potencias ya están esperando, con codicia, que se vaya derritiendo el casquete polar de la Antártida, para lanzarse todas ellas a una feroz carrera por explotar sus cuantiosos recursos minerales, entre los que se encuentra el petróleo (3).

Esta situación general ha llevado a algunos economistas a preguntarse si no estaremos ante una «crisis de la globalización» o incluso ante el inicio de una crisis terminal del sistema (modo de producción) capitalista. Algunos incluso la comparan con la Crisis del siglo III del Imperio Romano (235-284 d.n.e.) que abrió paso a su declive y al posterior surgimiento del modo de producción feudal (servil). Sin embargo, una cosa es evidente, un sistema socioeconómico no se derrumba por sí sólo. En este caso, tampoco ocurrirá lo mismo con el modo de producción capitalista. Para ello, será necesaria la lucha unida y solidaria de la clase obrera de todos los países, tanto del centro como de la periferia; y la acción unitaria de todos los pueblos y naciones oprimidas, incluidas las naciones sin Estado de los países imperialistas desarrollados; pues la lucha por el socialismo y por la liberación nacional, son dos aspectos de un mismo proceso emancipador.

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NOTAS:

1.- El mercado de futuros (compra de bienes y mercancías a precios actuales, para beneficiarse de su subida, vendiendo a una fecha determinada) se conoce desde hace unos dos siglos (pues ya existía en el caso de ciertas materias primas, productos agrícolas, oro y plata, y otros tipos de mercancías); en las dos últimas décadas se ha generalizado, como consecuencia de la globalización capitalista.

Hoy día se efectúan inversiones y se especula en el mercado de futuros con productos agrícolas (carne, cereales,…), con materias primas (cobre, petróleo,…) así como con acciones, divisas, tipos de interés, hipotecas, etc., a gran escala, provocando un movimiento diario de billones de dólares entre las bolsas de distintos países, lo que contribuye a elevar considerablemente los precios de muchos productos en los mercados internacionales.

Las Bolsas más importantes donde se invierte en el mercado de futuros, son: la Bolsa Mercantil de Nueva York, la Bolsa de Metales de Londres, la Bolsa de Petróleo de Londres y la Bolsa Nacional Agropecuaria de Colombia.

2.- Ver el artículo de Ignacio Ramonet, «Las tres crisis». Rebelión 12-07-2008.

3.- De momento, los recursos minerales y petrolíferos de la Antártida están protegidos por el Protocolo de Madrid, adoptado por la XI Reunión Consultiva Especial del Tratado Antártico, en vigor desde enero de 1998, cuyo artículo 7 expresa que «cualquier actividad relacionada con los recursos minerales, salvo la investigación científica, estará prohibida». Pero esta restricción podría levantarse si los países firmantes así lo decidiesen.