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Sobre la Feria Internacional del Libro de Venezuela

Fuentes: Rebelión

Estuve una semana en Caracas, invitado por los organizadores de la II Feria Internacional del Libro de Venezuela. Primera constatación: ningún medio español, que yo sepa, hizo la más mínima referencia a este acontecimiento cultural. Tal vez porque las editoriales y personas invitadas tampoco suelen aparecer en los suplementos literarios de nuestros periódicos. He aquí […]

Estuve una semana en Caracas, invitado por los organizadores de la II Feria Internacional del Libro de Venezuela. Primera constatación: ningún medio español, que yo sepa, hizo la más mínima referencia a este acontecimiento cultural. Tal vez porque las editoriales y personas invitadas tampoco suelen aparecer en los suplementos literarios de nuestros periódicos. He aquí los nombres: El viejo topo, la más antigua de las revistas alternativas de nuestros pagos; Txalaparta e Hiru, dos editoriales de Navarra y el País Vasco que han prestado particular atención al pensamiento crítico y en particular a lo que se produce en América Latina; Literastur, un joven proyecto asturiano muy vinculado a la Semana Negra de Gijón, entre cuyos inspiradores está el escritor chileno Luis Sepúlveda. Pero allí estaban también los grandes editores con sede en España: Planeta, Santillana, Ediciones B, Debate y algunos más.

Primera diferencia, importante, respecto de lo que se puede observar en otras ferias libreras que conozco y a las que se dedican, sí, cientos de páginas en nuestros suplementos literarios: allí, en Caracas, en el Parque del Este, todos, grandes y pequeños tenían el mismo espacio, aproximadamente los mismos estantes. Esto hace un panorama también distinto al de otras Ferias: al ser todos iguales no se topa uno, ya de entrada, con la brutalidad que supone la hegemonía absoluta del dinero y del mercado; y, por tanto, predominan en conjunto los pequeños, los alternativos, las editoriales jóvenes con voz propia, los editores que en otros lugares sobreviven entre los márgenes y los subterráneos.

 

Una diferencia ésta que no fue obstáculo para que jóvenes y mayores expresaran allí, en la FILVEN, su reconocimiento a otros grandes, no grandes del mercado sino grandes en la creación ensayística y poética, casi ignorados cuando no silenciados en España. Tres ejemplos de ese reconocimiento: el escritor cubano Miguel Barnet, del que tanto aprendimos, también aquí, en la década de los sesenta, a propósito de los cimarrones; el poeta venezolano Ramón Palomares, «el de la erupción primigenia del alma humana», seguramente más conocido hoy en Italia que en España; el poeta brasileño-amazónico Thiago de Melo, amigo y traductor un día de Neruda y venerado ahora por los jóvenes latino-americanos que defienden el ecologismo social.

Cuba era el país invitado a la FILVEN y Guevara el mito revolucionario recordado. Allí vimos la vitalidad creativa, en la poesía, en el ensayo, en el documental, en la canción y en la danza, de la Cuba actual, y la capacidad organizativa de los intelectuales cubanos, cosas de las que se habla aquí mucho menos que de políticas de transición y politiquerías varias. Vimos las últimas publicaciones sobre el «Ché» y escuchamos, de labios de estudiosos y de compañeros suyos en la guerrilla, cosas nuevas que no sabíamos y cosas viejas que aún hay que recordar sobre lo que fue su vida y lo que fue su proyecto revolucionario, entre ellas la aportación más reciente de Paco Ignacio Taibo II, basada en múltiples conversaciones y entrevistas con todos los que fueron sus compañeros y en una reflexión personal tan seria como desenfadada. Otra constatación: después de tantos y tantos intentos de desmitificación interesada y después de tantos cambios como se han producido en el mundo desde su muerte, la figura del «Ché», el aventurero asmático, el revolucionario constante, el crítico del socialismo frío y el debelador del imperialismo, ahí sigue, intacta, conmoviendo a unos y a otros: a unos por lo que hubo en él de carácter libérrimo; a otros por la solidez de sus convicciones.

Había allí, en la FILVEN, muchos libros sobre el socialismo publicados en varios países de América Latina. Mejores y peores: sobre el socialismo que fue, sobre el socialismo que no pudo ser y sobre el socialismo que se espera que haya algún día; sobre el socialismo como ideal y sobre el socialismo como realidad. Y, sobre todo, había multitud de ensayos sobre los movimientos sociales que están cambiando el panorama de América Latina: empujando a los dirigentes políticos a actuar de otra manera o fundiéndose con los nuevos partidos políticos de raíz indigenista que están modificando la faz socio-cultural de los países andinos. Allí estaban las últimas publicaciones del Consejo Latino-Americano de Ciencias Sociales (CLACSO) sobre filosofía política, ciencias sociales y movimientos sociales, por lo general desconocidas en nuestras librerías.

Y allí había un montón de folletos y libros libertarios que mantienen la memoria de la tradición anarquista hispana, más viva, parece, que en la Península. Tal vez no se sepa bien todavía en Venezuela qué puede ser eso del socialismo bolivariano y cristiano del siglo XXI, anunciado por Chávez, pero saben dónde informarse. Y saben, sobre todo, que no hay nada que aprender de la vieja orientación eurocéntrica que toma el nombre del socialismo en vano. Saben reírse y se ríen, con toda la razón, de los medios de comunicación de la irónicamente llamada «madre patria» que habitualmente denominan «socialdemócrata» a la oposición antichavista (apoyada e inspirada, ay, nada menos que por Mayor Oreja y la FAES).

También había mucha narrativa y mucha poesía, llegadas de Argentina y de Brasil, de Guatemala y de El Salvador, de Colombia, de Perú, de Ecuador y de Cuba. Y revistas, muchísimas revistas jóvenes y nuevas, hechas por personas ilusionadas que empiezan a hacer oír su voz y no viven del mercado mediático. Lo que se escuchó en las largas sesiones del Encuentro de Editores en la FILVEN fue una proliferación, imposible de enumerar aquí, de proyectos interesantísimos que conectan sin duda con las cosas innovadoras que se dicen y se hacen en Bolivia, en Perú, en Chile, en Colombia, en Argentina. Esas cosas conectan, sobre todo, con un proyecto cultural y educativo venezolano que discurre paralelamente a las «misiones» sociales: poner a disposición de los de abajo lo que hasta hace poco sólo podían leer unos pocos de los de arriba. Nada más llamativo para un europeo que observar en la FILVEN las colas de cientos de personas esperando recoger los dos tomos de Los miserables, de Víctor Hugo, editados para la ocasión por la Agencia Estatal en varios cientos de miles de ejemplares para regalar al pueblo.

Tal observación, insólita por estos pagos (en los que hasta los bancos y cajas de ahorros dejaron de regalar libros hace años) lleva a una última reflexión que plantearé en forma de pregunta: ¿no se va a invertir, a partir de ahí, lo que ha sido hasta ahora la relación tradicional entre España y América en la industria del libro? Es cierto que las transnacionales del libro con sede en España son muy poderosas y dominan la distribución, pero a nadie se le escapa que el precio al que estas empresas venden en América Latina es insostenible, fuera del alcance de una población amplia que empieza a leer. Eso va a hacer difícil mantener los índices de exportación actuales.

El petróleo venezolano podría servir para subvencionar una parte de la cultura latino-americana para al pueblo, como sirve ya para subvencionar ahora las operaciones de cataratas de los desfavorecidos o la asistencia social. No hablo sólo de los contenidos de los libros y de la crisis por la que pasa el libro de ensayo entre nosotros, pues al fin y al cabo también las grandes empresas transnacionales publican a Chomsky, por poner un ejemplo. Hablo de lo que más duele en el Imperio: de precios y mercados en el próximo futuro.

 

Algo así, de producirse, acabaría sustituyendo la hegemonía de las transnacionales hispánicas del libro, limitando su mercado competitivo al libro de bolsillo. Ya ahora está en curso un proyecto muy elaborado para hacer en Venezuela ediciones de gran tirada, impensables aquí, que cuenta, además, con la experiencia de Monte Ávila, cuyo catálogo es excelente, y con la voluntad innovadora de «El perro y la rata», una editorial creada hace un año. En estas editoriales, vinculadas al Estado venezolano, se editarán, a precios mucho más bajos que aquí, traducciones de ensayos que, sin duda, interesarán a los lectores de España, que ahora sólo encuentran ya libros de esas características en las librerías especializadas o en zonas casi ocultas de las otras librerías (debido, como se sabe, a la presión de los grandes) por pocas semanas. Si ese proyecto cuaja, tal vez veamos, pues, un movimiento de la industrial del libro en lengua castellana inverso al que hemos conocido durante décadas. ¿Podría ser eso parte del socialismo del siglo XXI? ¿Podría volver a darse un fenómeno como el que se produjo con las publicaciones en lenguas extranjeras de la Unión Soviética y China en las décadas centrales del siglo pasado con un flujo que llegara ahora del otro lado del Atlántico?

En cualquier caso, de cuajar ese proyecto entre los aliados latino-americanos de la Venezuela actual, tendríamos una interesante traducción del ideario bolivariano en el plano cultural. De eso se habló también en la FILVEN. Convendría tomar nota. Tomándola, tal vez disminuiría la cháchara eurocéntrica sobre «populismo» y empezáramos a hablar en serio de Estado educador. Que, para europeos no eurocentristas del siglo XXI, es tanto como hablar de renovación del proyecto ilustrado. O así me lo parece.

 

Francisco Fernández Buey

Caracas y Barcelona, XI/2006