Parece haber un consenso generalizado de que el proceso de integración económica en América del Sur tenderá a avanzar de forma consistente durante los próximos años. Esta expectativa optimista es resultado directo de la actual crisis del neoliberalismo y del surgimiento de gobiernos progresistas, desarrollistas y de izquierdas en la región. A pesar de los […]
Parece haber un consenso generalizado de que el proceso de integración económica en América del Sur tenderá a avanzar de forma consistente durante los próximos años. Esta expectativa optimista es resultado directo de la actual crisis del neoliberalismo y del surgimiento de gobiernos progresistas, desarrollistas y de izquierdas en la región. A pesar de los obstáculos, este es el momento de aprovechar las oportunidades y profundizar las políticas de integración.
Entendemos que la integración económica tiene como base cuatro frentes, que deben ir avanzando más o menos simultáneamente. Estas líneas de acción serían, no necesariamente en este orden, la integración financiera, la integración de la infraestructura, la integración comercial y la integración de las cadenas productivas. Sin duda, queda mucho por hacer, especialmente por parte de Brasil. Ciertamente, este país tendrá un papel crucial en dicho proceso, ya que cuenta con un 53% del PIB, 50% de la población y 47% del territorio de la región. Además, concentra casi el 60% de la producción industrial de América del Sur, y cuenta con el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES), uno de los mayores bancos de fomento del mundo.
Desde la perspectiva de la integración financiera, el Convenio de Pagos y Créditos Recíprocos (CCR) de la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI) sigue siendo muy poco utilizado por Brasil. Debemos añadir a esto, el hecho del país no participar en el Fondo Latinoamericano de Reservas (FLAR), un tipo de Fondo Monetario Internacional (FMI) del Sur. En el caso de la construcción de un mercado común, el avance se ve obstaculizado por los sucesivos excedentes comerciales entre Brasil y sus vecinos. En cuanto a la articulación de las cadenas productivas, se han realizado análisis estadísticos que demuestran la existencia de un alto potencial para la complementación industrial, sin embargo, prevalece el mal aprovechamiento de esas posibilidades.
Visto lo anterior, podemos afirmar que Brasil no ha ejercido plenamente su papel de » locomotora » del desarrollo y del proceso de de-s-construcción de las disparidades regionales. En las últimas décadas el país ha crecido menos que el promedio regional, mantiene un PIB per cápita por debajo de los de Venezuela, Chile y Uruguay. Por otra parte, suele acumular saldos comerciales positivos con todos los países, excepto con Bolivia, debido a las importaciones de gas. Los excedentes con algunos de los vecinos son obscenos y conspiran contra el espíritu de «ganar-ganar» del comercio internacional.
Esas distorsiones se pr oducen sobre todo porque hasta ahora el modelo de integración «comercialista» o «de mercado» ha prevalecido sobre la posibilidad de integración planificada, industrial y desarrollista; siendo esta última, lo que Carlos Medeiros (doctor del Instituto de Economía de la Universidad Federal de Río de Janeiro – UFRJ) llama de «modelo estratégico de integración». Mientras tanto, la integración que existe en la actualidad está impulsada por y para el «mercado» y se mueve junto con los intereses empresariales, tanto en el ámbito comercial, de infraestructura y productivo. En este sentido, existe una enorme brecha entre la integración que es y la que podría ser.
Por otro lado, consideramos que ha habido un esfuerzo considerable por parte de la mayoría de los gobiernos de América del Sur, especialmente en torno del Consejo de Ministros de Economía de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR). Así, la integración ha podido empezar a recorrer otros caminos, no sólo sometidos al ámbito del comercio, de los «mercados» y las grandes empresas. Ha ganado importancia, por ejemplo, la idea de ampliar la participación de los sectores sociales y de crear una Nueva Arquitectura Financiera Regional (NAFR). La región no debería continuar dependiendo exclusivamente de las fuentes multilaterales de financiamiento, que, además de trabajar bajo una lógica cíclica, a menudo requieren contrapartidas asociadas con la adopción de políticas de apertura económica que limitan el desarrollo. De ahí la importancia del Banco del Sur.
La viabilidad de un proceso de integración regional industrialista y desarrollista depende fundamentalmente de la capacidad de los Estados nacionales Sudamericanos de recuperar el control (o, en la mayoría de los casos, asumir el control que nunca han tenido plenamente) en las áreas más determinantes del proceso: la infraestructura, la complementación productiva, el comercio, el financiamiento y las políticas macroeconómicas. No se trata, por supuesto, de la adopción de iniciativas iguales en todos los países, sino más bien la aplicación de medidas convergentes y en sintonía con las de los demás.
En nuestra opinión, algunos de los puntos más importantes son: adoptar un enfoque preferentemente orientado al desarrollo económico, la industrialización y la integración regional; la adopción de políticas monetarias que estimulan al crecimiento económico y no a la elevada remuneración de los capitales especulativos, que reducen los recursos del área productiva y sobrevaluan las monedas locales; la prioridad para la adopción de metas de crecimiento y de empleo antes que de metas de inflación y de superávit fiscal; el objetivo de pagar la deuda social con la mayoría de la población, históricamente excluída, y ampliar la demanda interna ; la adopción de algún tipo de control de cambios, de capitales y de remesas de lucros al exterior, con la finalidad de disminuir la fragilidad financiera de los países; asumir la preferencia por instituciones financieras regionales, el comercio compensado y el uso de monedas locales, buscando la reducción de la dependencia ante los organismos multilaterales y las monedas internacionalmente convertibles (como el dólar).
La marcha del efectivo proceso de integración de América del Sur depende de la preservación y el fortalecimiento de los gobiernos populares y desarrollistas en países como Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador, Paraguay y Venezuela. En 2011, con la victoria de Ollanta Humala en Perú, el bloque se amplió. En octubre y noviembre próximo, habrá importantes elecciones presidenciales en Venezuela y los Estados Unidos. La interpretación correcta del escenario político, la participación activa y la movilización de los sectores organizados de las sociedades de América del Sur serán esenciales para mantener y profundizar esos procesos de democratización e integración.
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