Impunidad e ignominia son hoy el hedor que se respira en México. Muertes, vejaciones y Estado de Excepción son el pan de cada día de la realidad de este país. Aquí, como en cualquier parte del mundo donde las condiciones sociales estén subordinadas a la lógica capitalista, la única certidumbre que se tiene es la […]
Impunidad e ignominia son hoy el hedor que se respira en México. Muertes, vejaciones y Estado de Excepción son el pan de cada día de la realidad de este país. Aquí, como en cualquier parte del mundo donde las condiciones sociales estén subordinadas a la lógica capitalista, la única certidumbre que se tiene es la destrucción de la naturaleza y de los seres humanos.
Estamos hablando del capitalismo.
Sin embargo, en nuestra periferia latinoamericana, este capitalismo convive con la dinámica, también genocida, feminicida y ecocida, de la modernidad /colonialidad realmente existente. El capital siempre ha sido colonialista y, por consiguiente, a su paso solo deja páramos, culturas aniquiladas, vínculos comunitarios rotos…
Seguramente, al escuchar el término «capitalismo», nuestros interlocutores pensarán o den por hecho, que nos subimos tarde al tren de la historia, que nadie nos ha despertado de aquella quimera que tuvieron nuestros predecesores en la lucha por una sociedad sin clases. A finales del segundo milenio, la verborrea neoliberal y social-demócrata cantaban a los cuatro vientos el fin de la historia, el fracaso del socialismo real y, al unísono, repetían diligentemente la sentencia de Margaret Thatcher, There is not alternative: el capitalismo llegó para quedarse.
Si bien no echamos de menos el derrumbe del socialismo burocrático, un sistema que, efectivamente, sirvió de faro para muchos procesos de liberación en el Tercer mundo pero que mantenía oprimida a la mayoría de su población pues era un proyecto político-económico que solo estaba interesado en el incremento de la tasa de producción, hoy, en este tercer mileno, nos parece importante hablar del fracaso del capitalismo. En un planeta donde existen tres cuartas partes de la población mundial excluidas del sistema y donde cada día desaparecen diversas formas de vida, ecocidio ¿no es claro el fracaso del capitalismo? En un momento histórico, donde con ayuda de la tecnología se puede alimentar a la población de cinco planetas enteros ¿no es un fracaso que tan solo en África muera cada cinco minutos un niño de hambre?
En el caso de México, la larga noche neoliberal ha dejado un país sumido en la miseria. Azorado por las medidas anti-populares que se han implementado por los distintos gobiernos y ensangrentado por la violencia -tanto estructural como criminal- provocada por una lógica destructiva, este país padece hoy las consecuencias de un proceso socio-económico catastrófico. Al hablar de violencia estructural, nos estamos refiriendo a la dinámica socio-económica que permite que el cuarenta y cinco por ciento de la población viva en la pobreza y, al mismo tiempo, que veinte de los hombres más ricos del mundo sean mexicanos. Se trata de un país donde el nivel de desigualdades sociales es abyecto. No es un secreto que hoy México esté en los titulares de los periódicos internacionales como un territorio donde la vida no vale nada. Efectivamente, a raíz de la llamada guerra contra el narcotráfico, el saldo ha sido de más de ciento veinte mil muertos por causa de la violencia.
Sin demeritar el hecho de esta violencia fratricida, no se puede soslayar tampoco el hecho de que los grupos dominantes se han visto beneficiados con este clima de violencia e impunidad. Ante este espeluznante escenario surge la pregunta: ¿Qué hacer? ¿Recurrir a la podrida clase política, cómplice de los grupos delictivos?¿Apoyarse en las clases dominantes que han amasado su fortuna a la sombra de un Estado clientelar y corrupto, y que continúan medrando con la riqueza nacional?
La Historia nos enseña que las clases dominantes no renuncian a sus privilegios sino que tenemos que arrancárselos.
Desde las luchas de liberación, sabemos que la organización es necesaria y dicha organización debe realizarse en diversos frentes: la escuela, el barrio, las comunidades, los sindicatos, etc. Aquí entramos en un punto espinoso: la cuestión de la violencia. Pensamos que una desobediencia civil pacifica es una alternativa fundamental en la transformación del país, sin embargo, la masacre de los 43 estudiantes desaparecidos, probablemente asesinados de forma vil y cruenta, nos muestran que quizá, el papel de la violencia divina, para emplear un término benjaminiano, no deba ser descartado. ¿Quién es el cara-dura que podrá decirle a los familiares y amigos de estos estudiantes que descarten la vía de la violencia divina y de la acción directa?
La época moderna ha sido definida como una era donde no sólo el sujeto toma consciencia de su papel central en el orden de las cosas sino también como el proceso de un desencantamiento del mundo, es decir, donde los dioses son desterrados al ámbito privado de los individuos. Sin embargo, en el momento en que las divinidades abandonaban el espacio público una nueva deidad se amparo de dicho espacio: el capital. Hoy el capital es la deidad profana que cuentan con fieles en todas las religiones del mundo. La modernidad no fue desencantada sino re-encantada por el capital. Precisamos des-encantar el mundo de esta deidad profana. Por ello el arte en general y la poesía en particular pueden ayudarnos a desencantar el mundo de las fuerzas oscuras para encantarlo con la música más bella del universo, aquella que celebra y loa a la vida.
Fuente: http://circulodepoesia.com/
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