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Sobreexplotación y alternativas en el sur global

Fuentes: Viento sur

La aproximación crítica a la economía mundial, en la que los capitales transnacionales operan desde el imperialismo y de acuerdo con las políticas también imperialistas de los gobiernos de estos países, es más profunda cuando se basa en una perspectiva marxista. Desafortunadamente, esta afirmación generalmente aceptada por distintas interpretaciones teóricas y políticas, tiene dos trampas muy comunes.

Por un lado, aunque sea necesario, la comprensión de las economías imperialistas, al dominar la división internacional del trabajo, resulta insuficiente para entender qué hay de específico en las economías dependientes. Por supuesto, si las economías imperialistas se distinguen por presentar características particulares, las economías no imperialistas (dependientes) también tienen características propias. Tanto las primeras como las segundas son capitalistas, al tiempo que diferentes, en el seno de la unidad de la economía mundial capitalista. Una teoría que entienda las leyes generales de funcionamiento del capitalismo, como la de Marx, nos es muy útil para entender la realidad en que vivimos y deseamos transformar. Aun partiendo de ella, resulta insuficiente si queremos entender cómo se comportan específicamente las economías imperialistas en el capitalismo. Por eso también se requiere una teoría del imperialismo, desde Marx, por supuesto. Por las mismas razones, si se trata de entender lo específico de las economías no imperialistas, requerimos una teoría de la dependencia o el término que sea preferible. Eso es lo que intenta hacer la teoría marxista de la dependencia.

Por otro lado, es habitual la confusión sobre lo que significa ser marxista. Más allá de los distintos marxismos posibles –que los hay–, requerimos mucho rigor con lo que es (y con lo que no es) la teoría de Marx sobre el capitalismo. Por eso, no cualquier teoría de la dependencia es marxista, aunque así se nombre.

En primer lugar, no se puede de ninguna forma confundir una perspectiva marxista con la weberiana. Muchos marxismos –aunque no se vean a sí mismos de ese modo– forman realmente parte de la tradición originada en Weber. Esto es fácilmente reconocible. Cuando la categoría central del análisis es el Estado nacional, por ejemplo, un Estado o país explotando a otro, por más crítico que suene el discurso, no proviene de Marx. En este autor, la categoría central no es el Estado nacional, por más importante que este sea en el análisis y en la realidad. En Marx, la categoría central de análisis es el capital, esto es, la relación social entre los propietarios de los medios de producción y los trabajadores, despojados de la propiedad de esos medios. Los primeros, capitalistas, pagan el valor de la fuerza de trabajo (salarios) para que los segundos trabajen para ellos, permitiendo a estos que se apropien del excedente en la forma de ganancias.

En segundo lugar, tampoco se puede confundir la perspectiva de Marx con otras corrientes llamadas críticas, como la (neo)ricardiana o la keynesiana. 

Para la neoricardiana, dentro de la tradición de la economía política clásica, se confunden valores (producción) y precios (apropiación), como si fueran un mismo aspecto de la misma capacidad de intercambiabilidad de las mercancías. No lo son, como veremos. Además, con la teoría del valor de lo que se trata es de determinar la magnitud de este (tiempo de trabajo necesario para producir la mercancía), normalmente confundido con el valor de cambio, o precio relativo de una mercancía por otra. Ni en este aspecto meramente cuantitativo la teoría de Marx puede confundirse con la perspectiva ricardiana. Lo más importante, para Marx, es que el valor es el medio por el cual se efectúan las relaciones sociales entre los distintos individuos determinadas por la lógica del capital. Se relacionan entre sí a través del intercambio de mercancías, según sus valores.

Aparte de todo eso, la perspectiva teórica ricardiana, con sus aciertos y, principalmente, por sus errores, puede constituir la base teórica de una propuesta muy progresista sobre el proceso de distribución de la riqueza. Ahora bien, nada nos dice sobre las relaciones sociales en el proceso de producción, de donde provienen las relaciones de distribución.

Tampoco se puede confundir la perspectiva marxista con la keynesiana. Para esta última, en su versión más progresista, el único problema es que el capital financiero se apropia de algo que no produce. Por lo tanto, se trata de disminuir la rentabilidad del primero (tasa de interés) y promover la del segundo (tasa de ganancia). De tal modo, la acumulación de capital productivo genera riqueza, crecimiento, empleos y desarrollo. En suma, un verdadero programa de conciliación de clases entre capitalistas (productivos) y trabajadores. A esto se añade el problema de que no fijan la atención en las relaciones sociales de explotación que se dan en el proceso de producción.

Estas advertencias no son minucias academicistas. De perspectivas teóricas como la ricardiana y/o keynesiana pueden desarrollarse líneas políticas muy radicales, si bien, a lo sumo, a lo que contribuyen es a cambiar la forma del capitalismo, no a transformarlo en lo fundamental. No por casualidad conforman la base teórica del reformismo.

La teoría marxista de la dependencia: una introducción

La teoría marxista de la dependencia parte de la idea de Marx de que los determinantes de la producción del valor y los de su apropiación son distintos. Los capitales ingresan al proceso productivo comprando, por medio del dinero, máquinas, equipos, materias primas (en su conjunto, denominados como medios de producción) y lo que Marx llama fuerza de trabajo, esto es, la capacidad que la clase trabajadora tiene de transformar, por el trabajo, unas mercancías en otras y, al hacerlo, producir valor. Durante la jornada laboral, las y los trabajadores, al realizar su labor, transfieren el valor de todos los medios de producción y producen un valor nuevo. De este, una parte (el trabajo necesario) constituye el valor que le permitirá al capital recuperar lo que prometió pagar a los trabajadores en forma de salarios, y lo restante (el trabajo excedente) es lo que Marx denomina plusvalor. Las ganancias son, así, formas específicas de apropiación de ese plusvalor.

Al contrario que la escuela clásica, que precedió a Marx en la historia del pensamiento económico, el valor no está determinado por el tiempo de trabajo que cada proceso particular lleva para producir las mercancías. La determinación es social. Esto quiere decir que cada mercancía adquiere un valor conforme al tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción, aunque los capitales participen de forma distinta conforme a las diversas productividades e intensidades del trabajo existentes.

La apropiación del valor producido se corresponde con el precio que cada mercancía logra obtener en el mercado. Por lo tanto, la distinción entre producción y apropiación se relaciona con la diferencia entre valores y precios en la economía capitalista. Capitales más productivos que la media de sus competidores en un mercado específico producirán un valor individual (producción) por debajo del valor social de mercado (apropiación) y, por lo tanto, se apropiarán de una magnitud extraordinaria de valor. Este último fue producido precisamente por los capitales menos productivos. Esta distinción entre la producción y la apropiación de valor es lo que la teoría marxista de la dependencia llama transferencia de valor.

Un mecanismo similar, aunque no igual, sucede en la competencia entre capitales que producen mercancías distintas y operan en sectores diferentes. En ese nivel lo que ocurre es que los sectores con una productividad por encima del promedio de la economía tienden a apropiarse de ganancias extraordinarias, más allá de que, en términos promedios, producen plusvalor por ellos mismos. Los sectores con productividad por debajo de la media de la economía terminan por producir plusvalor que se apropian los capitales de los sectores más eficientes.

Si consideramos que la tendencia es que los capitales y sectores más productivos operan desde las economías imperialistas, las economías dependientes se caracterizan por apropiarse de plusvalor por debajo de la que producen los capitales en ese espacio de valorización.

Esas transferencias de valor se relacionan con el comercio internacional de mercancías. Por otro lado, está el flujo internacional de capitales. Como las economías dependientes tienden a, en promedio, importar capitales del extranjero (sea en inversiones directas, sea en capitales de préstamo), se producen otras formas de transferencia de valor a través del pago de servicios de capital, esto es, el pago de intereses, remesas de utilidades, de ganancias. Los capitales externos producen (o prestan) valores que obtienen una rentabilidad, que será transferida a sus matrices en distintas formas, creando otros mecanismos de transferencia de valores producidos en las economías dependientes.

El proceso de transferencia de valores, característica estructural de las economías del sur global, genera otra necesidad específica para el capitalismo dependiente, la sobreexplotación del trabajo. La sobreexplotación como categoría es algo más que el aumento de la tasa de explotación, lo que sería característico de cualquier capitalismo. Esa categoría se refiere a que el capitalismo dependiente se caracteriza por redoblar la necesidad de elevar la explotación del trabajo, primero por su naturaleza capitalista, segundo debido a la dependencia. Las formas específicas de cómo se obtiene la sobreexplotación tienen relación, entre otras determinaciones, con la época histórica específica en que se está.

De esa forma el par categorial transferencia de valor-sobreexplotación puede entenderse como el eje estructural de la dependencia. Dentro del desarrollo del capitalismo del sur global, de manera sintética, se pueden apuntar los siguientes componentes de la dependencia: 

 1. Sobreexplotación de la fuerza de trabajo; 

2. Transferencia de valor hacia las economías centrales en el nivel del comercio internacional;

3. Transferencia de (plus)valor para las economías centrales a través del pago de intereses y amortizaciones de deudas, transferencia de utilidades y ganancias, pago de royalties, etcétera; 

4. Elevada concentración de ingresos y riqueza; y 

5. Agravamiento de los problemas sociales. 

Más que el conjunto de estos cinco elementos, lo que define la condición dependiente es la articulación concreta de los mismos, entendida como la forma concreta en cómo se desarrolla el capitalismo dependiente. Esto resulta clave porque los componentes 4 y 5, y el 1 –si se entienden sin el rigor que le presta la teoría marxista de la dependencia, es decir, como mera elevación de la tasa de plusvalor– se derivan de las leyes generales de la economía capitalista; no son específicas del capitalismo dependiente.

Lo que caracteriza el desarrollo del capitalismo dependiente en sí resulta de la articulación dialéctica de esos componentes. Los condicionantes estructurales de la dependencia obligan al capitalismo dependiente a sobreexplotar la fuerza de trabajo como única alternativa para su propio desarrollo capitalista. Esta respuesta del capitalismo dependiente a la creciente transferencia de su (plus)valor producido genera, como consecuencia, la distribución más concentrada de los ingresos y de la riqueza, así como el empeoramiento de los problemas sociales. De manera que la articulación de los componentes de la dependencia es la que define la posibilidad del desarrollo capitalista en esas regiones.

Dependencia en el capitalismo contemporáneo

En el capitalismo contemporáneo, la dependencia se profundiza. El neoliberalismo profundiza los diversos mecanismos estructurales que definen la condición dependiente. Es decir, una mayor y creciente parte del valor producido por esas economías, en función de la estrategia neoliberal de desarrollo, se acumula crecientemente en los países capitalistas e imperialistas. De modo que los países capitalistas dependientes encuentran una restricción a su dinámica interna de acumulación, porque si una parte del valor producido por ellos se transfiere, se produce una limitación estructural aún mayor a acumular internamente ese valor, ese capital.

Al contrario de lo que se piensa, el neoliberalismo no se corresponde con una política económica ortodoxa, de austeridad fiscal, de reducción de la inflación y tipos de cambio determinados por la compra y venta de moneda extranjera. El neoliberalismo entraña una estrategia de desarrollo que plantea, como precondición, una política de estabilización de los precios y gastos públicos. Ahora esto no la define. Ella defiende que, conseguida la precondición, las reformas estructurales de profundización de la mercantilización de la vida (privatizaciones, financiarización, apertura comercial y financiera, etc.) llevarán al crecimiento y al desarrollo. Poco importa cómo se obtenga la estabilización. Generalmente, en coyunturas adversas se aplican políticas económicas ortodoxas, pero en coyunturas más favorables los neoliberales no están en contra del control de algunos precios (como el tipo de cambio fijo, dolarización, etc.).

El hecho es que el neoliberalismo profundiza la dependencia justamente porque intensifica los diferenciales de productividades entre capitales, desarrollando aún más las transferencias de valores a través del comercio de mercancías, al propiciar los flujos de capitales internacionales, elevando, a través de la cuenta de capital, los pagos de las economías dependientes frente al exterior.

A partir de esto, algunos apuntes críticos a la teoría marxista de la dependencia señalaron que se produce un callejón sin salida. La economía dependiente no tendría cómo crecer, una vez que estructuralmente se transfieren los valores que ha producido al tiempo que se apropian fuera de ella. La tendencia al estancamiento deviene inexorable. Esta crítica es, al menos, injusta. El capitalismo dependiente cuenta con alternativas para desarrollarse, aunque se profundicen los mecanismos de transferencia. Desde el punto de vista marxista, se trata precisamente de aumentar la producción de plusvalor, para compensar la apropiación parcial de los capitales transnacionales. Esa es justamente la importancia de la categoría sobreexplotación de la fuerza de trabajo para la teoría marxista de la dependencia.

Alternativas a la dependencia

En el debate de la teoría social contemporánea, como consecuencia de las estrategias neoliberales extendidas en las economías latinoamericanas desde los años 90 del siglo pasado, no hay mucha discusión sobre la sobreexplotación de la fuerza de trabajo. En otras palabras, aunque había un margen de cantidad de valor creado que posibilitaba ofrecer alguna dinámica interna de crecimiento para las economías dependientes –al menos en América Latina y El Caribe– en esos momentos, no se aprovechó. 

Para que el capitalismo crezca, el valor producido que se realiza debe ser nuevamente acumulado en un proceso de reproducción de valor y así sucesivamente, definiendo un determinado patrón de reproducción. El problema es que, por razones de la propia lógica neoliberal, en las economías dependientes, que ya tenían un carácter profundamente financiarizado, esa parte del valor producido se apropió principalmente de una manera meramente financiera y no de reproducción y de inversión productiva. 

La lógica financiera de valorización del capital, característica fundamental del capitalismo contemporáneo, se reforzó en el capitalismo latinoamericano debido a la implementación del neoliberalismo. Todo esto agravado por el hecho de que una parte creciente del plusvalor producida en esas economías era, en realidad, transferida hacia los capitalismos centrales.

Frente a la estrategia neoliberal de desarrollo se pueden concebir otras alternativas. La primera de ellas, la más perceptible, consiste en cambiar la forma de apropiación de ese valor y producir más, mediante el recurso a la sobreexplotación de la fuerza de trabajo. Dicho de otra forma, habría que generar mecanismos que hiciesen que la apropiación de los capitalistas de ese valor producido adicionalmente se dirigiese hacia reinversiones productivas y, por lo tanto, generase un círculo virtuoso –si utilizamos una terminología tecnocrática de la economía– de crecimiento capitalista de esa economía. ¿Y cómo se consigue un proceso como este? La acumulación financiera (financiarizada) de capital no es un problema moral. No ocurre porque existan capitales malos que no quieren producir, generar empleos y salarios. El capital tiene su lógica basada en producir un valor que se valoriza constantemente, y cada vez más. Entonces, esa primera alternativa se centra en cambiar la forma de apropiación de ese capital, de manera que se invierta más en el lado productivo y menos en el lado financiero. 

¿Cómo se hace eso? Se trata de una cuestión que parece como si fuera meramente técnica, cosa de economistas, de aquellos únicos que saben cómo funciona y, por lo tanto, qué es lo que hay que hacer. Por lo tanto, según esta primera alternativa, se trata de rebajar las tasas de interés para que las tasas de ganancia, aunque no sean mayores, se tornen de alguna manera atractivas, en algunos sectores, para que la inversión se dé en el sector productivo y con eso se genere un proceso virtuoso de crecimiento de la economía. Esta alternativa nos recuerda, no casualmente, lo que puede haber de crítico en la perspectiva keynesiana.

De hecho, hay requisitos más técnicos. No se rebajan las tasas de interés simplemente porque así se decidió. Por un lado, se da una restricción inflacionaria para la rebaja de las tasas de interés. Si esta última cae, la tendencia será hacia la elevación del gasto en la economía, lo que, sin crecimiento proporcional de la oferta, puede causar efectos inflacionarios. Esto supone que el crecimiento de la capacidad productiva resulta precondición necesaria para este tipo de alternativa. Por otro lado, la disminución de la tasa doméstica de interés torna menos atractiva esta economía para los capitales internacionales, frente a la valorización proporcionada por las tasas de interés internacionales. De esa forma, la rebaja de la tasa doméstica puede causar una fuga de capitales, generando problemas serios en la balanza de pagos y aumentando la probabilidad de crisis cambiarias y ataques especulativos.

Abstrayendo estos prerrequisitos, o mejor, si se toman medidas preventivas (promoción de la capacidad productiva con, por ejemplo, un amplio programa estatal de inversiones; medidas serias de control de salida de capitales), la rebaja de las tasas de interés puede propiciar una apropiación productiva de la plusvalía generada, promoviendo un círculo virtuoso para la economía dependiente. Parece ser una alternativa viable, ventajosa para las sociedades dependientes. Además, tiene un enemigo muy claro: el capital financiero especulativo que se apropia de las riquezas nacionales desde hace mucho tiempo. Los beneficiarios de esta alternativa también son claros. ¡Es la nación!

¿Esta alternativa suena muy rara, fuera de la realidad concreta? No, es muy concreta y presente en la realidad, incluso actual. Se trata de una alternativa de conciliación de clases, en torno al bienestar de la nación, contra el capital externo financiero, el imperialismo si se quiere que suene más radical. Esa alternativa tiene, hoy día, nombre: neodesarrollismo. Eso es lo que dicen los defensores de esta alternativa. Ahora, ¿qué es lo que ellos no nos dicen?

Lo que no nos dicen es que la propuesta se concentra, únicamente, en cambiar la forma de apropiación del valor que se ha producido. Nada se dice al respecto de cómo se produjo ese valor adicional. Por lo tanto, no se cuestiona –porque no forma parte del programa político– la sobreexplotación de la fuerza de trabajo. Ése es un dato, un punto de partida y, por lo tanto, las políticas sociales inclusivas, de redistribución del ingreso, que pueden derivar en aumentos salariales, son para compensar el hecho que se está sobreexplotando el trabajo. Una estrategia de desarrollo que apenas plantee el cambio en la política económica y, deliberadamente, no rompa con los cambios estructurales promovidos por el neoliberalismo es una propuesta que no rompe con él, no comporta una estrategia verdaderamente alternativa.

¿Cuál sería la segunda alternativa? Obviamente, se trata de romper con el neoliberalismo: revertir privatizaciones, oponerse a la liberalización de los mercados, regular los mercados de trabajo y financiero, reducir el grado de apertura comercial y financiera. ¿Con qué objetivo? Para reducir los mecanismos de transferencia de valor. ¿Qué posibilita eso? Que si reducimos la porción del valor producido por las economías dependientes que se apropian las economías centrales, mayor será la magnitud de valor-capital que puede sostener la acumulación interna y, por lo tanto, menor resulta la necesidad de aumentar la cantidad de valor producido. Con eso, se reduce –no se elimina– la necesidad de sobreexplotar la fuerza de trabajo en los niveles que nosotros conocemos. En términos de economía política, lo que esta alternativa promueve es una contraposición extremadamente radical con intereses internos y externos de clases y franjas de clases que se benefician del actual patrón de acumulación del capitalismo dependiente. Esto implicaría una fuerte reacción de esos sectores, tanto económica como política, lo que exigiría a los campos alternativos y críticos contar con una fuerza política constituida para enfrentar la reacción, una base popular fuerte y consciente; en síntesis, una acumulación de fuerzas y consciencia para enfrentar la lucha de clases que eso provocaría.

Esa alternativa al neoliberalismo (neodesarrollismo) puede ser denominada como antineoliberal, anti-imperialista. Pero no es la única. Se da también una perspectiva que no solo persigue disminuir el grado de explotación de la fuerza de trabajo. Esa otra alternativa, el socialismo, exige la transformación social para acabar con la explotación del trabajo, para que unos no sigan viviendo de la apropiación del trabajo realizado por otros. Si la alternativa anterior ya enfrentaría una reacción de clase extremadamente fuerte, esta alternativa socialista aún más, intensificando la necesidad de acumulación de fuerza y consciencia popular para impulsar esta estrategia.

La alternativa socialista presupone el cambio de política económica y el antineoliberalismo. Lo primero, como hemos visto, en el sentido de utilizar la política económica para promover la actividad productiva, y no al revés, como hace el pensamiento ortodoxo. Lo segundo, porque si el capitalismo contemporáneo se asienta en el neoliberalismo, para definir una estrategia anticapitalista, en estos tiempos, es necesario ser antineoliberal.

Entretanto, esto no puede, de ninguna manera, ser concebido con cualquier tipo de postura/política etapista, según la cual primero se cambia la política económica, después se rompe con el neoliberalismo, para, en algún momento futuro, construir la revolución socialista. Este argumento –relativamente común en la izquierda– está lleno de premisas, como las famosas “la necesidad de acumulación de fuerzas”, “la correlación de fuerzas no permite, ahora”, “el imperialismo es el enemigo actual”, etc. Esta visión etapista, muy característica de algunos partidos comunistas oficiales en la historia de América Latina, terminó por defender una alianza táctica con la llamada burguesía nacional, dentro de un programa desarrollista de sustitución de importaciones.

La alternativa socialista no puede caer en las trampas del etapismo. Conforme a las especificidades y distintas coyunturas, el cambio de política económica es un presupuesto de la ruptura antineoliberal, y esta, a su vez, de la revolución socialista, únicamente en el sentido de que, en los días actuales, el socialismo presupone el antineoliberalismo y otra política económica. Pero, como vimos, otra política económica no presupone el antineoliberalismo (neodesarrollismo), ni el antineoliberalismo presupone el socialismo.

Si no hay etapismo, tampoco hay destino fatal. La sociedad no está destinada a, quizás por etapas, llegar al socialismo. En primer lugar, la historia está abierta y la hacen los seres humanos en las condiciones en que se encuentran. Nos encontramos viviendo en el capitalismo, insertados en clases sociales distintas y en conflicto. La lucha de clases es constante y no sigue un guion. En segundo lugar, no podemos confundirnos con el enemigo. A veces, sin advertirlo, se acaba defendiendo el modelo capitalista. Cambiar las formas para mantener el contenido es muy frecuente. El capitalismo es una totalidad. Revolucionarlo a medias supone no revolucionarlo. Reformismo no es revolución.

Por último, si no hay guion, ni garantía del socialismo, ¿para qué luchar por él? Pues para eso, para luchar por él. Ser una posibilidad ya justifica la lucha.

Marcelo Dias Carcagnolo es profesor titular de la Facultad de Economía de la Universidad Federal Fluminense (UFF), Brasil.

Fuente: https://vientosur.info/sobreexplotacion-y-alternativas-en-el-sur-global/