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Sobrevaluación crea escasez, inflación, dependencia y atraso

Fuentes: Rebelión

La mayor fragilidad de las economías atadas a la monoproducción es que el precio de su recurso natural no es determinado por el país productor; es fijado por las fuerzas políticas que actúan en defensa de los intereses de los actores imperiales y locales favorecidos por el rentismo. Si bien tal impronta estructural de la […]

La mayor fragilidad de las economías atadas a la monoproducción es que el precio de su recurso natural no es determinado por el país productor; es fijado por las fuerzas políticas que actúan en defensa de los intereses de los actores imperiales y locales favorecidos por el rentismo.

Si bien tal impronta estructural de la renta en la sociedad venezolana arrancó hace más de 100 años, es a partir de 1973 cuando el ingreso súbito de divisas petroleras provocó, durante la década de los ochenta, recesión, inflación, desempleo, un crecimiento económico en promedio negativo e inestable, volatilidad del tipo de cambio y desequilibrios externos incomparables con su experiencia histórica. En 1974, solo en ese año, el precio del petróleo subió 217%, elevando el valor de las exportaciones venezolanas en 151%.

A partir de ese momento, con mayor ahínco «Venezuela se muestra de manera protuberante como un país volátil. Su desempeño durante la década de los ochenta es fiel exponente de los shocks que impactan la economía desde 1974. La experiencia previa de 1956, ocurrida durante los sucesos del canal del Suez, es incomparable con esta cruda realidad. Desde entonces la economía venezolana es procíclica, afectada por shocks externos, cuya consecuencia directa son los efectos perversos que le infringe la volatilidad en los precios del petróleo», afirma Raúl C. Parra Serva, en su trabajo El Rentismo en Venezuela.

«Desde fines de los años setenta en la economía venezolana comienzan a presentarse algunos hechos que dan pie al uso de la categoría crisis: entre otros, una inflación más alta que en el pasado, reducción del ritmo de crecimiento del PIB, inicio de la caída de la rentabilidad del capital, inicio de la reducción del salario real, comienzo de la disminución de la inversión privada y de la tasa de inversión de la economía, un aumento del componente importado del PIB», explica Carlos Luis Villalobos, en su ensayo Venezuela: la crisis del rentismo petrolero y las opciones de política económica.

Este volátil fenómeno, denominado Enfermedad Holandesa, se caracteriza porque cuando ingresan altas cantidades de divisas a países monoexportadores ocurre una sobrevaluación de la moneda, las cuales hacen que los precios en moneda local (bolívar) de muchos de los productos y servicios importados sean menores a los fijados en las naciones de origen, una relación que actúa a expensas de la producción local de bienes transables o susceptibles de exportación e importación, tales como la agricultura, minería y las manufacturas.

El economista venezolano Celso Furtado lo expresa de la siguiente manera: «La sobrevaluación de la moneda aumenta el ingreso real del conjunto de la población, o por lo menos de aquellos grupos que despilfarran parte de sus gastos en importaciones, lo cual conlleva a la sustitución de artículos de producción interna por los importados».

Al respecto, los economistas Warner Max Corden y Peter Neary, quienes acuñaron el calificativo Enfermedad Holandesa, afirman que otro de los efectos perniciosos de la sobrevaluación es que las empresas de bienes transables reducen inversiones y reposiciones de equipo, lo que se traduce en desempleo, baja productividad y en altos precios para este tipo de bienes en el mercado nacional.

«Cuando hay altos precios del petróleo ocurre un descomunal incremento de las importaciones y una severa reducción de las exportaciones de bienes transables, lo cual contribuye a que el sector petrolero establezca su hegemonía en el sector exportador y a que el país retroceda en su vinculación con el mercado mundial, pues sólo oferta a éste ésta materia prima de origen mineral».

Los especialistas añaden que el bajón en las exportaciones de bienes transables impone, a su vez, una caída en la transferencia de tecnologías desde los países desarrollados hacia el país afectado por la enfermedad holandesa, y en consecuencia la nación entra en una grave vulnerabilidad económica que pudiera llevarla a la pérdida de soberanía.

Lo grave de esta lógica colonial del rentismo petrolero es que Venezuela no fija el precio del hidrocarburo. Incide en grado relativo en su conformación a través de actores de mercado como la Organización de Países Exportadores de Petróleo, Opep, cuya capacidad de maniobra se ha visto incluso reducida por la mayor presencia en el mercado de naciones exportadoras no pertenecientes al grupo.

Parra corrobora esta tesis al señalar que «El Estado capta lo que fortuitamente está dado por los mercados internacionales y su monto nada tiene que ver con el proceso productivo doméstico. De tal modo, que su distribución no tiene correspondencia con el hecho productivo y solo es en la esfera política del Estado donde se establece como esa renta se asigna entre las remuneraciones a los factores de producción, es decir, salarios y beneficios».

Asdrúbal Batista, profesor del Instituto de Estudios Superiores de Administración, IESA, afirma que tales efectos perniciosos causados por los vaivenes de los precios del petróleo están lejos de obedecer a factores estrictamente de mercado. Precisa que el costo del petróleo es establecido mayormente por factores políticos, en vez de elementos económicos.

«Es una fuerza política de toda naturaleza. El precio es un precio político, porque sobre el petróleo hay un núcleo de fuerzas mayúsculas», dice. «Venezuela recibe el precio del mercado mundial y a ese precio vende, de manera que en ese sentido nosotros tenemos un dato que el mercado mundial nos da y a él nos adherimos».

La naturaleza política de los precios puede apreciarse en que la sobrevaluación de la moneda trae consigo la exacerbación del consumo de bienes y servicios importados, que a la par del efecto pernicioso de la destrucción del aparato productivo nacional acrecienta a su vez más importaciones que enriquecen a las naciones exportadoras y a los grupos empresariales locales importadores beneficiados por el rentismo.

Esta relación afianza el lazo colonial, toda vez que las divisas que ingresan al país productor regresan a las naciones receptoras de las materias primas a través del pago de las importaciones, sujeción que crea mayor dependencia y acentúa la estructura política, económica y cultural del Estado rentista.

«Tenemos un siglo en esto, un siglo en la construcción de un tipo de modelo político, de un tipo de Estado, de una subjetividad y de una expectativa, incluso, de una noción de qué es Venezuela y de quiénes somos los venezolanos, esta noción de país rico. Tenemos petróleo, tenemos derecho al petróleo», dice el sociólogo y profesor de la Universidad Central de Venezuela, Edgardo Lander. «La forma en las cuales se definen los intereses de los grupos empresariales e incluso los del partido de gobierno, pasan por profundizar el rentismo».

La ruptura de tal lógica colonial edificada sobre el ciclo «estructural» de altibajos petroleros exige la construcción de planes de transformación a largo plazo que den al traste con las estructuras políticas, económicas y culturales creadas por el capitalismo rentístico para perpetuar la dependencia petrolera.

No obstante, tal determinación no está lejos de las ataduras creadas por el propio rentismo para garantizar su supervivencia. «Las soluciones de largo plazo, necesariamente atadas a una óptica de largo recorrido, son por definición contrarias al capitalismo rentístico, por ello son absolutamente inexistentes puesto carecen de sentido práctico frente a la visión de corto plazo, que en efecto, sin duda alguna, caracteriza la mentalidad minera y lúdica propia de las sociedades rentistas, cuyos objetivos son siempre inmediatos», señala Raúl C. Parra Serva, en su trabajo El Rentismo en Venezuela.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.