1.Alguna vez, el modo de producción capitalista representó un gran avance sobre cualquier otro modo precedente, a pesar de lo problemático y finalmente en lo destructivo en que este avance histórico se transformaría. Al romper el lazo directo entre el uso humano y la producción, de largo tiempo prevaleciente pero obligatorio, para reemplazarlo por la […]
1.
Alguna vez, el modo de producción capitalista representó un gran avance sobre cualquier otro modo precedente, a pesar de lo problemático y finalmente en lo destructivo en que este avance histórico se transformaría. Al romper el lazo directo entre el uso humano y la producción, de largo tiempo prevaleciente pero obligatorio, para reemplazarlo por la relación mercantil, el capital se abrió a amplias y dinámicas posibilidades de expansión aparentemente irresistibles, las que -desde el punto de vista del sistema capitalista y de sus personificaciones voluntariosas-no tendría límites concebibles. Para las paradójicas y finalmente inalcanzables determinaciones internas del sistema capitalista, tenemos que sus productos mercantilizados «no son valores de uso para sus propietarios y valores de usos para sus no propietarios. En consecuencia, todos deben cambiar de manos y entonces, las mercancías deben ser realizadas como valores antes de que puedan realizarse como valores de uso» (1).
Esta autodeterminación interna del sistema, autocontradictoria, que impone una ruda sumisión de las necesidades humanas a la necesidad alienada de la expansión del capital, es lo que remueve la posibilidad de cualquier control racional de la dinámica de este orden productivo. Trae consigo peligrosas y potencialmente catastróficas consecuencias a largo plazo, transformando en su debido tiempo, un gran poder positivo de un momento previo, de un desarrollo económico inimaginable, en una negatividad devastadora, con total ausencia de las restricciones reproductivas necesarias.
Lo que se ha ignorado sistemáticamente-y debe ser ignorado, debido a la inalterables imperativos fetichistas, y a los intereses creados del mismo sistema capitalista-es el hecho de que, inevitablemente, vivimos en un mundo finito con sus literalmente vitales límites objetivos. Por un largo tiempo en la historia humana, incluyendo varios siglos de desarrollos capitalistas, esos límites pudieron ser, como realmente lo fueron, ignorados con relativa seguridad. Alguna vez sin embargo, estos límites se manifestaron como lo deberán hacer enfáticamente en nuestra irreversible época histórica, por muy irracional y derrochadora que se torne, no importando cuán dinámica llegue a ser (de hecho, cuanto más dinámica, peor), no podrá escapar a las consecuencias. Se los podrá ignorar por un tiempo reorientándose hacia la vil justificación del imperativo más o menos abiertamente destructivo de la autopreservación del sistema a cualquier costo, predicando la sabiduría de «que no hay otra alternativa», y con ese espíritu, dejando a un lado o suprimiendo brutalmente cualquier signo de advertencia que presagie un futuro insostenible.
La falsa teorización es la consecuencia necesaria de esta desequilibrada determinación estructural objetiva de la dominación del valor de uso por el valor de cambio, no sólo bajo las más absurdas ly más ciegas condiciones apologéticas del capitalismo contemporáneo sino también del periodo clásico de la economía política burguesa, en los tiempos del ascenso del sistema capitalista. Esto ocurre porque bajo la dirección de una producción de capital ficticiamente sin límites ésta debe proseguirse a cualquier costo y debe ser justificada teóricamente como la única forma de producción recomendable. Tal camino es imperativo aún cuando no exista en absoluto ninguna garantía de que : 1) «El cambio de manos» requerido y sustentable de las mercancías que se proveen vaya a ocurrir realmente en el mercado idealizado (gracias a la misteriosa benevolencia de Adam Smith y todavía más, de la misteriosa «mano invisible»); y 2) Que las condiciones materiales objetivas para producir las ilimitadas-y humanamente ilimitables desde que la determinación primaria divorció la necesidad y el uso-provisiones de mercancías que pudieran ser aseguradas para siempre, no importando su impacto destructivo sobre el modo social de reproducción metabólico del capital o sobre la naturaleza.
La adecuación ideal del mercado para rectificar el defecto estructural inalterable, indicado en el punto 1) de más arriba, es un pensamiento posterior gratuito que lleva consigo muchas presunciones arbitrarias y proyecciones reguladoras que no se pueden cumplir. La sobria realidad que subyace en el mercado como un pensamiento medicinal es un conjunto de relaciones de poder insuperablemente adversas, que tienden a la dominación monopólica y a la intensificación de los antagonismos del sistema. De la misma manera, el grave defecto estructural de perseguir la expansión ilimitada del capital-idealizando el siempre importante «crecimiento» como un fin en si mismo-como se puso en relieve en el punto 2) de más arriba, se complementa por un igualmente ficticio pensamiento posterior, cuando debe admitirse que debe administrarse algún remedio. Y el remedio que se proyecta-como una alternativa al colapso del sistema en una irredimible negatividad en un destino de «estado estacionario», teorizada por la economía política burguesa en el siglo XIX-es simplemente la generosa prédica de realizar una distribución «más equitativa» (y por eso, menos conflictiva) dejando el sistema de producción tal cual. Este postulado aún cuando pudiera realizarse, lo que por supuesto no puede ser, debido a las determinaciones jerárquicas fundamentales del mismo orden social del capital, no podría ser capaz de solucionar ninguno de los graves problemas de la producción sobre las que se levantan las insuperables contradicciones de las formas incurables de distribución del sistema capitalista.
Uno de los principales representantes del pensamiento liberal, John Stuart Mill, es muy auténtico en su preocupación acerca del «estado estacionario» del futuro, así como es un irrealista sin esperanza en el remedio que propone. Pues sólo puede ofrecer la vacua esperanza en la discusión de este problema que viene a ser absolutamente inabordable desde el punto de vista del capital. Y escribe: «Yo sinceramente tengo la esperanza de que en pro de la prosperidad, ellos quedarán contentos de estar estacionarios, mucho antes de que la necesidad los obligue a ello». (2) De este modo, el discurso de Mill no es más que una prédica paternalista, pues sólo puede reconocer a tono con su aceptación del diagnóstico maltusiano, las dificultades que surgen del crecimiento de la población, pero de ninguna manaera las contradicciones del orden reproductivo capitalista. Su autocomplacencia burguesa es claramente visible y priva de toda sustancia a sus análisis y a su paternal intento reformador. Mill perentoriamente afirma que: «Solamente en los países atrasados del mundo, el crecimiento de la producción es todavía un objetivo importante: en los más avanzados lo que es más necesario econonómicamente es una mejor distribución , para lo cual es indispensable una estricta restricción de su población» (3). Aún su idea de «mejor distribución» es desesperanzadamente irreal. Pues, lo que Mill no puede posiblemente reconocer (o admitir) es que el más aplastante e importante aspecto de la distribución es la distribución intocable y exclusiva de los medios de producción para la clase capitalista. Por eso, comprensiblemente, sobre tal premisa de autoservicio operacional del orden social un sentido paternalista de superioridad permanece siempre haciendo prevalecer la idea de que ninguna solución puede esperarse «hasta que las mejores mentes tengan éxito en educar a los otros,» (4) de modo de que ellos acepten la restricción poblacional y «una mejor distribución» que supuestamente surgirá de tal restricción. Así la gente olvidará todo acerca del cambio de las determinaciones estructurales destructivas, del orden metabólico social establecido que inexorablemente conduce a la sociedad hacia un estado estacionario. En el discurso de Mill la utopía del milenio capitalista, con su estado estacionario soportable, será conducido a la existencia gracias a los buenos servicios del «las mejores mentes» liberales ilustradas. Y entonces, con respecto a las determinaciones estructurales, en lo que concierne al orden social reproductivo establecido, todo continuará para siempre, como antes.
Todo esto tiene algún sentido desde el punto de vista del capital, aunque sea al fin insostenible ese sentido, debido al dramático establecimiento y repetición de crisis estructurales sistémicas más profundas. Pero aún, ese sentido parcial de esas mismas anheladas proposiciones, no podrían adscribirse al movimiento político reformista que reclama representar los intereses estratégicos de los trabajadores. Sin embargo, el reformismo socialdemócrata desde sus comienzos tomó su inspiración de tan ingenuos pospensamientos de la economía política liberal aún cuando pudieran haberse sostenido al principio genuinamente. Así, debido a la lógica interna de las premisas sociales adoptadas que emanaban del punto de vista del capital y de sus intereses centrales como el ser controlador incontrastable del metabolismo reproductivo, no deberá ser sorprendente, que por último, ese reformismo socialdemócrata terminara su carrera como lo hace actualmente: transformándose en el «New Labor» (en Gran Bretaña y sus equivalentes en otros países), y abandonando completamente cualquier preocupación por las reformas aún más limitadas del orden social establecido. Al mismo tiempo, en lugar del liberalismo genuino, apareció en la escena histórica la más salvaje variedad de neoliberlismo, que borra de la memoria los remedios sociales alguna vez recetados-incluidas las esperanzadoras soluciones paternalistas-del pasado progresivo del credo liberal. Y como una ironía más amarga del desarrollo histórico contemporáneo, los tipos de gobiernos «New Labor»-antiguos movimientos socialdemócratas en países avanzados o no avanzados del mundo capitalista-no vacilan en identificarse a si mismos descaradamente con la fase neoliberal agresiva de la apologética capitalista. Esta transformación capitulacionista claramente marcó el fin del camino reformista que fue un sendero ciego desde el comienzo.
2.
Para poder crear un orden social reproductivo económicamente viable y sobre una base de largo plazo, históricamente sustentable, es necesario alterar radicalmente la determinaciones internas autocontrdictorias del sistema establecido, que imponen una ruda sumisión de las necesidades humanas y de de uso a las necesidades alienantes de la expansión del capital. Esto significa que la precondición absurda del sistema productivo dominante-en donde los valores de uso, por determinaciones de propiedad totalmente inequitativas, son opuestos y divorciados de los que los crearon para permitir legitimar la ampliación y autorrealización del capital de modo circular y arbitrario-ha de ser permanentemente relegado al pasado. Dicho de otro modo, el único significado de la economía como la economización racional de los recursos disponibles necesariamente finitos, no puede instituirse ni ser respetado como un principio vital de orientación. En vez de eso, el derroche irresponsable domina el orden socio-económico capitalista-y su correspondiente orden político-que invariablemente se reafirma como la irresponsabilidad institucionalizada sin dejar de lado su automitología de ser la «eficiencia» absolutamente insuperable. (Para mayor certeza, la clase de «eficiencia» glorificada de esta manera es de hecho, la eficiencia del capital que finalmente la socava al conducirla ciegamente hacia partes conflictivas/ adversarias al costo irreparable de la totalidad). Por eso, comprensiblemente, las fantasías bien promovidas por los gobiernos sobre el «socialismo de mercado» han de fracasar en la forma de un colapso humillante debido a la aceptación de tales suposiciones y a las determinaciones estructurales capitalísticamente insuperables.
La concepción actualmente dominante de «economía», que viene a ser incapaz de establecer límites aún de los derroches más graves de nuestro tiempo y que se dan a una escala planetaria puede operar solamente con tautologías de autoservicio, arbitrariamente prefabricadas y que casi simultáneamente son desechadas, falsas oposiciones y seudo alternativas previstas con el mismo propósito de autojustificación injustificable. Como una descarada-y peligrosamente infecciosa tautología-ofrecemos la definición arbitraria de productividad como crecimiento y crecimiento como productividad aunque ambos términos requerirían una evaluación calificada históricamente y objetivamente sustentada en sí mismas.
Naturalmente, la razón por qué la obvia falacia tautológica es mucho más preferible a la evaluación práctica y teórica es porque al decretar arbitrariamente la identidad de estos dos términos claves de referencia del sistema del capital, la superioridad fuera del tiempo y la validez autoevidente de un orden social reproductivo extremadamente problemático-y en última instancia autodestructivo-podría verse no solamente plausible si no absolutamente incuestionable. Al mismo tiempo, la identidad tautológica de crecimiento y productividad es llevada a tierra por la alternativa igualmente arbitraria y autoservidora entre «crecimiento o no crecimiento». Más todavía, la última se prejuzga automáticamente del capitalísticamente postulado y definido «crecimiento». Éste es proyectado y definido con cuantificación fetichista en tanto calce en su andar con la presuposición del para siempre, como sinónimo de crecimiento en sí mismo autorecomendado, no es nada más específico y humanamente significativo que la genericidad abstracta de la expansión ampliada del capital como la precondición para satisfacer uso y necesidad humana.
Es aquí donde el divorcio incorregible del crecimiento capitalista y de la necesidad y el uso humano-en realidad su potencialmente más devastadora y destructiva contraposición a la necesidad humana-se traiciona a sí misma. Una vez que la mistificaciones fetichista y los postulados arbitrarios en la raíz de las identidades falsas, decretadas categóricamente, entre crecimiento y productividad son desnudadas, queda extremadamente clara que la clase de crecimiento postulada que al mismo tiempo que automáticamente queda exenta de todo escrutinio crítico, de ninguna manera queda inherentemente conectada con objetivos sustentables que correspondan a necesidades humanas. La única conexión que puede ser afirmada y defendida a todo costo en el universo socio-metabólico del capital es la falsa identidad de la-apriorísticamente presupuesta-expansión del capital y del circularmente correspondiente (pero en verdad de la misma manera apriorísticamente presupuesto) «crecimiento», cualesquiera que puedan ser las consecuencias que se impongan a la naturaleza y a la humanidad por los tipos de crecimiento más destructivos. Ya que la verdadera preocupación del capital solamente puede ser su propia expansión por siempre ampliada, aún cuando ésta traiga consigo la destrucción de la humanidad.
En esta visión aún el crecimiento más letalmente canceroso debe preservar su primacía conceptual sobre (y contra) el uso y las necesidades humanas, si es que por casualidad las necesidades humanas pudieran llegar a mencionarse. Y cuando los apologistas del sistema del capital están dispuestos a considerar The Limits to Growth (5), como lo hizo el Club de Roma a comienzos de los 1970, en su muy propagandizada aventura apologética del capital, el objetivo permanece siendo inevitablemente la eternización de las graves desigualdades existentes (6), mediante la congelación ficticia (y quijotesca) de la producción global capitalista en un nivel totalmente insostenible, culpando en primer lugar al «crecimiento poblacional» para los problemas existentes (como es costumbre en la economía política burguesa desde los tiempos de Malthus). Comparada con tales «intentos de curación» hipócritas que retóricamente pretenden preocuparse nada menos que de la «situación difícil de la Humanidad» la anterior prédica paternalista de Mill ya citada, con su genuino llamado a una distribución más equitativa que la que le era familiar, ya es el paradigma de la ilustración radical.
La falsa alternativa de autoservicio del «crecimiento no crecimiento» es evidente aún si solamente consideramos lo que pudiera ser el impacto inevitable del postulado «no crecimiento» bajo las graves condiciones de desigualdad y sufrimiento en el orden social del capital. Significaría la permanente condenación de la aplastante mayoría de la humanidad a las condiciones inhumanas que actualmente está siendo forzada a soportar. Pues esas mayorías de miles de millones, están ahora en un sentido literal, forzadas a soportar, cuando podrían crear una alternativa real. Bajo condiciones, esto es, cuando sea factible rectificar al menos los peores efectos de la privación global: poniendo al servicio de la humanidad el disfrute del uso del potencial de la productividad, en un mundo donde hoy se despilfarran los materiales y los recursos humanos.
3.
Para estar seguros, sólo podemos referirnos al potencial de productividad positivo, y no a su realidad existente, como a menudo se predica, toda repleta de buenas intenciones e ilimitadas ilusiones, por reformistas monotemáticos de antigua cepa, bien dispuestos a afirmar que todo eso lo podemos hacer «ahora mismo», con los poderes productivos que tenemos a nuestra disposición…si es que realmente decidiéramos hacerlo. Sin embargo, desafortunadamente, tal concepción ignora completamente el modo cómo se articula al presente nuestro sistema productivo que requiere en el futuro una articulación radical. Pues, la productividad comprometida con el crecimiento capitalista en la forma ahora dominante de producción destructiva, es un adversario prohibido. A fin de convertir la potencialidad positiva del desarrollo productivo en una tan necesitada realidad, a fin de poder ser capaz de rectificar muchas de las desigualdades e injusticias más demandantes de nuestra sociedad existente, habría necesidad de adoptar principios reguladores de un orden social cualitativamente diferente. En otras palabras, el actualmente negado potencial de productividad de la humanidad, deberá ser liberado de su camisa de fuerza capitalista a fin de llegar a ser un poder productivo socialmente viable.
El reclamo quijotesco de congelar la producción a los niveles alcanzados a los principios de los 1970 ha estado tratando de camuflar con modelados pseudo científicos hipócritas iniciados en el Instituto Tecnológico de Massachussets la brutal imposición de las actuales relaciones de poder del imperialismo norteamericano de posguerra. Esa variedad de imperialismo era por supuesto, muy diferente de su forma más temprana conocida por Lenin. Pues, en los tiempos de Lenin, al menos una media docena de significativos poderes imperialista estaban compitiendo por el disfrute real o esperado de sus conquistas. Y aún en los 1930; Hitler estuvo dispuesto a compartir los frutos del imperialismo violentamente redefinido con Japón y la Italia de Mussolini. En contraste, en nuestro tiempo debemos enfrentar la realidad y -los peligros letales-que surgen del imperialismo global hegemónico, con los Estados Unidos como su poder aplastantemente dominante. (7) En contraste aún con Hitler, los Estados Unidos como el único hegemón no tiene la más mínima voluntad en compartir la dominación global con cualquier rival. Y eso no es solamente en razón de contingencia político-militares. Los problemas son más profundos. Ellos se consolidan a través de contradicciones permanentemente agravadas por la crisis estructural en permanente profundización del sistema capitalista. El imperialismo hegemónico global dominado por Estados Unidos es un intento-a la larga fútil-de intentar encontrar una solución a esa crisis a través del gobierno más violento y brutal sobre el reto del mundo, reforzado, con o sin la ayuda de «aliados voluntarios serviles» en la actual sucesión de guerras genocidas. Aún más, desde los 1970, los Estados Unidos se han ido hundiendo en endeudamientos catastróficos. La solución de fantasía, públicamente proclamada por muchos presidentes de los EEUU, fue «crecer para salir de él». Y el resultado ha sido diametralmente opuesto en la forma de una deuda astronómica y aún creciente. De acuerdo con esto, los EEUU debe agarrarse a sí mismo, por todos los medios a su disposición, incluyendo las más violentas agresiones militares, donde quiera que se requiera para este propósito, con todo lo que pueda, a través de la transferencia de los frutos del crecimiento capitalista de cualquier parte del mundo-gracias a la dominación global socioeconómica y político militar de los EEUU. ¿Podría cualquiera en su sano juicio imaginar por muy convencido que esté por el desagrado ante las «consignas de la igualdad», que el imperialismo global hegemónico dominando por los EEUU podría tomar en serio siquiera por un momento la panacea del «no crecimiento»? Sólo la pero clase de mala fe puede sugerir tales ideas, no importando el empaque pretencioso en «las dificultades de la Humanidad».
Por muchas razones, no cabe dudar de la importancia del crecimiento tanto en el presente como en el futuro. Pero para decir eso, debe examinarse adecuadamente el concepto de crecimiento no sólo como lo conocemos al presente si no también como vemos su sustentabilidad en el futuro. Nuestra inclinación por la necesidad de crecimiento no puede estar a favor de un crecimiento no calificado. La pregunta real tendenciosamente escabullida es: ¿Qué clase de crecimiento es posible hoy en contraste con el lisiado y derrochador crecimiento capitalista que es visible hoy? Ya que el crecimiento debe ser positivamente sostenible en el futuro sobre una base de largo plazo.
Como ya se mencionó, el crecimiento capitalista está fatalmente dominado por los inevitables límites de la cuantificación fetichista. Un derroche continuamente agravado es el corolario necesario de tal fetichismo, para el cual no hay criterio-ni medida viable-para determinar qué derroches pueden ser corregidos. Cuantificaciones más o menos arbitrarias establecen el contexto, creado al mismo tiempo la ilusión de que una vez que se han asegurado esas cantidades para esos poderosos, ya no habrán más problemas significativos. Sin embargo, la verdad del asunto es que las cuantificaciones auto-orientadas no se pueden sostener en absoluto como formas de estrategia de productividad viable siquiera al corto plazo. Ya que es parcial y miope, si es que no ciega, preocupada sólo con cantidades que corresponden a obstáculos inmediatos, que estorban el cumpliendo de determinada tarea productiva, pero no con los límites estructurales de la misma empresa socioeconómica, la que-como todos sabemos-lo decide todo. La confusión capitalísticamente necesaria entre límites estructurales y obstáculos (que pueden ser superados cuantitativamente) a fin de ignorar los límites (ya que éstos corresponden a determinaciones insuperables del orden social metabólico del capital) vicia la orientación hacia el crecimiento de todo el sistema productivo. Para hacer viable el crecimiento se requeriría aplicar profundas consideraciones cualitativas. Pero esto es absolutamente impedido por el indudable y no criticable impulso auto-expansivo del capital a cualquier costo. Lo que es incompatible con las consideraciones restrictivas de cualidad y límites.
La gran innovación del sistema del capita es que puede operar-no dialécticamente-mediante la dominación aplastante de la cantidad, la que incluye el trabajo humano (inseparable de las cualidades de uso y de necesidad humana) bajo determinaciones cuantitativas abstractas, en la forma de valores de uso y de cambio. Así, todo llega a ser gananciosamente medible y administrable por un periodo de tiempo determinado. Éste es secreto del triunfo socio-histórico del capital-por un largo tiempo irresistible. Pero es también el presagio de su insustentabilidad final y de su implosión necesaria, una vez que los límites absolutos del sistema se han activado plenamente, como están ocurriendo en nuestra propia época histórica. Nuestro es el tiempo en cual la dominación no dialéctica de la cualidad por la cantidad llega a ser insostenible y peligrosa.
Pues, es inconcebible ignorar en nuestro tiempo la fundamental conexión inherente, tan desbalanceada bajo el capitalismo entre economía y ahorro (lo que es equivalente a un manejo responsable). Hemos llegado ahora a un punto crítico en la historia en el cual las personificaciones voluntariosas del sistema hacen todo lo posible por borrar toda advertencia sobre esa conexión vital-obviándolas por una destructividad innegable, no sólo en el culto de prácticas productivas de extremo derroche, sino también glorificando su compromiso destructivo legal «en guerras «pre-entivas y preventivas» ilimitadas.
Cualidad, por su propia naturaleza es inseparable de especificidades. De acuerdo con esto, un sistema socio metabólico respetuoso de la calidad-sobre todo de las necesidades de los seres humanos vivientes como sus sujetos productores-no puede ser regimentado jerárquicamente. Se requiere una administración socioeconómica y cultural radicalmente diferente para una sociedad que opera sobre tan diferentes metabolismos reproductivos, que se pueden resumir como un autogobierno. La regimentación era tanto factible como necesaria para el orden social metabólico del capital. De hecho, la estructura de mando del capital no puede funcionar de otra manera. La jerarquía estructuralmente asegurada y la regimentación autoritaria son las características definitorias de la estructura de mando del capital. El orden alternativo es incompatible con la regimentación y con la clase de rendición de cuentas que debe prevalecen en el sistema capitalista-incluyendo la operación estrictamente cuantitativa del tiempo de trabajo necesario. Así, el tipo de crecimiento necesario y factible en el orden metabólico social alternativo puede solamente basarse en cualidades directamente correspondientes a las necesidades humanas: Las necesidades reales e históricamente en desarrollo tanto de la sociedad como un todo y de sus individuos particulares.
Al mismo tiempo, la alternativa a la rendición de cuentas fetichista y restrictiva del tiempo de trabajo necesario sólo puede ser el tiempo disponible emancipador y liberador conscientemente ofrecido y administrado por los individuos sociales mismos. Tal tipo de control socio metabólico de los recursos materiales y humanos disponibles podrían-y actualmente pueden-respetar tanto los límites mayores que vienen de los principios orientadores tanto de la economía como del ahorro, y al mismo tiempo podrían también expandir conscientemente tales límites y necesidades, en tanto lo permitan, sin caer en riesgos, las condiciones del desarrollo histórico. Después de todo no debemos olvidar que «el primer acto histórico fue la creación de una nueva necesidad (Marx). Sólo el modo temerario del capital en su trato de la economía no como una disposición racional si no como la más irresponsable legitimación del derroche sin límites es lo que-pervierte totalmente este proceso histórico: al sustituir la rica diversidad de las necesidades humanas por la alienación del capital que se mueve por la única necesidad de ampliar su reproducción a todo costo, amenazando incluso con poner fina la propia historia humana.
4.
No puede haber ni siquiera correctivos parciales introducidas en el marco operativo del capital aún si ellas fueran genuinamente orientadas por la cualidad, ya que las únicas cualidades relevantes a este respecto no son algunas características físicas abstractas sino las cualidades humanamente significativas inseparables de la necesidad. Es verdad, como ya lo subrayábamos antes, que tales cualidades son siempre específicas, que corresponden a necesidades humanas particulares claramente identificables tanto de los individuos mismos como de sus relaciones sociales históricamente dadas y siempre cambiantes. De acuerdo con esto, en su especificidad de muchos contornos, ellas constituyen un conjunto coherente y muy bien definido de determinaciones sistémicas inviolables, con sus propios límites sistémicos.
Es precisamente la existencia de tales-y nada de abstractos-límites sistémicos lo que hace imposible transferir toda determinación y principios orientadores operantes significativos desde este orden social metabólico social alternativo que se visualiza, hacia el sistema del capital. Los dos sistemas son radicalmente excluyente el uno del otro. Ya que para las cualidades específicas que corresponden a las necesidades humanas, en el orden alternativo, llevan las marcas imborrables de sus propias determinaciones sistémicas como partes integrales de un sistema de control social reproductivo humanamente válido. Por el contrario, en el sistema del capital las determinaciones generales han de ser inalterablemente abstractas, ya que las relaciones del valor deben reducir todas las cualidades (que corresponden a necesidad y uso) a cantidades genéricas mensurables para afirmar su dominancia histórica alienante, y sobre todo, en el interés de la expansión del capital sin importar las consecuencias.
Las incompatibilidades entre los dos sistemas se tornan ampliamente claras cuando consideramos sus relaciones con el problema del límite en sí mismo. El único crecimiento promovido positivamente bajo el control metabólico social alternativo se basa en la aceptación consciente de los límites cuya violación pondría en peligro los objetivos reproductivos elegidos-y humanamente válidos. Por tanto, el derroche y destructividad (como conceptos claramente identificables) son absolutamente excluidos por las determinaciones sistémicas aceptadas concientemente que han sido adoptadas por los individuos sociales como sus principios de orientación vitales. Por el contrario, el sistema del capital se ha caracterizado y ha sido fatalmente conducido por el rechazo-conciente o inconsciente-de todos los límites, incluyendo sus propios límites sistémicos. Y todavía, éstos últimos son tratados arbitraria y peligrosamente como si no fueran nada más que obstáculos contingentes siempre superables. Así, todo es posible en este sistema social reproductivo, incluyéndose la posibilidad de la destrucción total-y en nuestra propia época histórica hemos alcanzado esta gravísima posibilidad.
Naturalmente, la relación mutuamente excluyente sobre la cuestión de los límites se impone en otros sentidos. Así, no puede haber «correctivos parciales» tomados de prestado del sistema del capital cuando se trata de crear y de fortalecer el orden metabólico social alternativo. Las incompatibilidades parciales-para no referirnos a las generales–entre los dos sistemas, surgen de la incompatibilidad radical de sus modos de dimensionar el valor. Como se mencionaba más arriba, ésta es la razón por qué las determinaciones y relaciones de valor del orden alternativo no podrían ser transferidas al marco metabólico social del capital con el propósito de mejorarlo, como ha sido postulado por ciertos diseños reformistas irreales, casados con la vacua metodología del «poquito a poquito». Pues aún, las relaciones parciales más pequeñas del sistema alternativo están profundamente embebidas en las determinaciones generales de valor de un marco omnicomprensivo de las necesidades humanas cuyo axioma elemental inviolable, de acuerdo a su más íntima naturaleza es la exclusión radical del despilfarro y de la destrucción.
Por otra parte, al mismo tiempo, ningún «correctivo» puede transferirse desde el marco operativo del capital a un orden genuinamente socialista, como lo demostró de modo concluyente la penosa aventura del «mercado socialista» de Gorbachev. También a este respecto estaríamos siendo confrontados por la incompatibilidad radical de determinaciones de valor, aún si en este caso, el valor involucrado es un contravalor destructivo que correspondería a los últimos límites-necesariamente ignorados-del sistema del capital en sí mismo. Las limitaciones sistémicas del capital son plenamente compatibles con el derroche la destrucción. Ya que tales consideraciones normativas sólo pueden ser secundarias al capital. Determinaciones más fundamentales deben cobrar su importancia sobre tales preocupaciones. De ahí por qué se da esa indiferencia original hacia el derroche y la destrucción por parte del capital (carece de otra posición positiva que la indiferencia) y se torna ésta en su más activa promoción cuando las condiciones requieren ese giro. De hecho, el derroche y la destrucción se persiguen implacablemente en este sistema en directa subordinación al imperativo de expansión del capital, que es su aplastante determinante sistémico. Tanto más cuando hemos dejado atrás la fase histórica de ascenso en el desarrollo del sistema del capital. Y nadie debe ser engañado por el hecho de que tan frecuentemente la afirmación preponderante del contravalor se desfigure y se racionalice por famosos ideólogos del capital, como «neutralidad del valor».
Fue por consiguiente un empantanamiento mental el que en los tiempos de la desgraciada «perestroika» de Gorbachev, su » jefe ideológico» (así se le llamaba oficialmente) pudiera seriamente afirmar que el mercado capitalista y sus relaciones mercantiles fueran la encarnación instrumental de «los valores humanos universales» y un «importante logro de la civilización humana», agregando a estas grotescas afirmaciones capitulacionistas como que el mercado capitalista era todavía más » la garantía para la renovación del socialismo» (8). Tales teóricos continuaron hablando a cerca de la adopción de los «mecanismos del mercado» cuando el mercado capitalista era cualquier cosa menos un «mecanismo» neutro y adaptable. En los hechos, era incurablemente tendencioso en sus valores, y siempre permanecerá así. En este tipo de concepción-curiosamente compartida por «el jefe ideológico socialista» (y otros) con los Friedrich von Hayeks de este mundo que violentamente han denunciado cualquier idea de socialismo como el camino de la servidumbre («The Road to Serfdom»9)-el intercambio en general era puesto ahistórica y anti-históricamente, como equivalente con intercambio capitalista y con la realidad más destructiva todavía del mercado capitalista que se ficcionaliza como el benevolente «mercado» en general. Se hayan dado cuenta o no, ellos capitularon al idealizar los imperativos de un brutal sistema de necesaria dominación de mercado, (en última instancia con las devastaciones del imperialismo) requeridas por las determinaciones internas del orden social metabólico del capital. La adopción de esta posición capitulacionista fue igualmente pronunciada pero aún más dañina en el documento de la reforma de Gorbachev, porque él insistió que
No hay alternativas al mercado. Solamente el mercado puede asegurar la satisfacción de las necesidades del pueblo, la justa distribución de la riqueza y el fortalecimiento de la libertad y de la democracia. El mercado podría permitir a la economía soviética ligarse orgánicamente con el mundo, y proporcionar a nuestros ciudadanos el acceso a todos los logros de la civilización mundial (10).
Naturalmente, dada la total irrealidad del deseoso pensamiento carente de alternativas de Gorbachev, sólo a la espera de un generoso aprovisionamiento «para el pueblo» de esos maravillosos beneficios en todos los dominios de parte del mercado capitalista global, esta aventura sólo podía terminar del modo más humillante, en la desastrosa implosión del sistema soviético.
5.
No es del todo accidental o sorprendente que la proposición «no hay alternativas» ocupe tan prominente lugar en las concepciones socioeconómicas y políticas que se formulan desde el punto de vista del capital. Ni aún los más grandes pensadores de la burguesía -como Adam Smith y Hegel-son excepciones a este respecto. Pues, es absolutamente cierto que el orden burgués o tiene éxito en afirmarse a sí mismo en la forma de una expansión dinámica del capital o se condena a su fracaso. No puede haber realmente ninguna alternativa concebible a la expansión sin límites, esto, desde el punto de vista del capital que determina la visión de todos los que lo adoptan. Pero, la adopción de ese punto de vista también significa que la pregunta de «cuál es el precio que debe pagarse» por la incontrolable expansión del capital más allá de cierto punto en el tiempo-una vez que la fase ascendente ha quedado atrás-no puede ser considerada en absoluto. La violación del tiempo histórico es por eso la consecuencia necesaria de haber adoptado el punto de vista del capital al internalizar el imperativo expansionista del sistema como su determinante más fundamental y absolutamente inalterable. Aún en las concepciones de los más grandes pensadores burgueses, esta posición debe prevalecer. No puede haber ningún orden social futuro alternativo cuyas características definitorias puedan ser significativamente diferentes al orden ya establecido. Es por esto, que aún Hegel que de lejos formuló la más profunda concepción histórica hasta su propio tiempo debió también arbitrariamente llevar la historia a un fin en un presente inalterable del capital, idealizando al estado-nación capitalista (11) como el clímax insuperable de todo desarrollo histórico concebible, a pesar de su aguda percepción de las implicaciones destructivas de todo el sistema de los estados nacionales.
Así pues, en el pensamiento burgués no puede haber alternativa al dogma pernicioso de la no alternativa. Pero es totalmente absurdo para los socialistas adoptar la posición de la expansión ilimitada del capital (sin límites e incontrolable). Pues, el corolario de esta idealización-todavía característicamente no calificada-del «consumo» ignora la verdad elemental de que desde el punto de vista ventajoso, autoexpansionario y no crítico del capital no puede haber diferencia entre destrucción y consumo. Una es tan buena como la otra para el propósito requerido. Esto es así porque la transacción comercial en la relación del capital-aún de la clase más destructiva encarnada en las mercancías del complejo militar/ industrial y al uso al que se aplique en sus guerras inhumanas-exitosamente completa el ciclo de la auto- reproducción ampliada del capital no importando cuan insostenibles sean las consecuencias. Por ende, cuando los socialistas internalizan el imperativo de la expansión del capital como la base necesaria para el crecimiento reclamado, ellos no solamente aceptan un dogma aislado, si no, todo «el paquete del negocio» .Lo sepan o no, ellos aceptan al mismo tiempo, todo lo de las falsas alternativas-como «crecimiento o no-crecimiento» que pueden derivarse de la defensa no crítica de la necesaria expansión del capital.
La falsa alternativa de no-crecimiento debe ser rechazada por nosotros, no solamente porque su adopción perpetuaría la más grave miseria y desigualdad que actualmente domina en el mundo, junto con la lucha y la destructividad que le es inseparable. La negación radical de esta aproximación sólo puede ser un punto necesario de partida. La dimensión inherentemente positiva de nuestra visión supone la fundamental redefinición de la riqueza en sí misma como es conocida por nosotros. Bajo el orden metabólico social del capital somos confrontados por el control alienante de la riqueza sobre la sociedad, que afecta todos los aspectos de la vida, de los estrechamente económicos a los dominios culturales y espirituales. En consecuencia, no podemos salir del círculo vicioso del capital, con todas sus determinaciones destructivas y sus falsas alternativas, sin voltear completamente todas esas relaciones vitales. Esto es, sin hacer que la sociedad-la sociedad de los individuos libremente asociados-gobierne sobre la riqueza, redefiniendo también al mismo tiempo, sus relaciones con el momento y con la clase de uso a que serán sujetos los productos del trabajo humano. Como Marx ya lo había dicho en uno de sus primeros trabajos:
En una sociedad futura en donde los antagonismos de clase hayan cesado, en donde no existan ya clases, el uso ya no será determinado por el mínimo tiempo de producción; si no que el tiempo de producción dedicado a un artículo será determinado el grado de su utilidad social (12).
Esto significa una separación absoluta e irreversible de eso de estar viendo la riqueza como una entidad material fetichista que debe ignorar a los individuos reales que son los creadores de la riqueza. Naturalmente, el capital-en su falso reclamo de ser idéntico a la riqueza, como el «creador y encarnación de la riqueza»-debe ignorar a los individuos en la ofrenda autolegitimadora de su propio control metabólico social. De este modo, al usurpar el rol de la riqueza real y al subvertir el uso potencial que pudiera tener, el capital es el enemigo del tiempo histórico. Esto es lo que debe ser sostenido por el bien de la misma sobrevivencia humana. Así, todos los constituyentes de las relaciones en despliegue entre los individuos reales históricamente autodeterminantes, junto con la riqueza que ellos crean y que positivamente asignan a través de la asignación consciente de la única modalidad de tiempo viable-el tiempo disponible-que debe ser conjuntado en un marco metabólico social cualitativamente diferente. Para decirlo con Marx:
La riqueza real es el poder productivo desarrollado por todos los individuos. La medida de la riqueza ya no es entonces, de ninguna manera, el tiempo de trabajo, si no más bien, el tiempo disponible. El tiempo de trabajo como la medida del valor plantea la misma riqueza como fundada en la pobreza, y el tiempo disponible como existiendo en-y-por la antítesis del tiempo de trabajo excedente; o sea, pone el tiempo completo del individuo como tiempo de trabajo y por lo tanto, su degradación como mero trabajador, en la subsunción bajo el trabajo (13).
El tiempo disponible es el tiempo actual de los individuos. Por el contrario el tiempo de trabajo necesario, requerido para el control del modo metabólico social de capital, es antihistórico, y niega a los individuos el único modo por el cual pueden afirmarse y realizarse como sujetos históricos reales en control de su propia actividad vital. En la forma de tiempo de trabajo necesario de capital, los individuos son sujetos al tiempo como un juez tiránico que dicta medidas degradantes sin cortes de apelación, en vez de ser juzgado y medido en relación a criterios humanos cualitativos, según «las necesidades de los individuos sociales» (14).
El tiempo perversamente antihistórico y autoabsolutizado del capital se impone así él mismo sobre la vida humana como fetiche determinante que reduce el trabajo vivo a una «cáscara del tiempo» como ya se ha discutido, en relación a «La Necesidad de Planeación». El reto histórico es entonces moverse hacia el orden metabólico social alternativo desde la regla del tiempo congelado del capital como determinación alienante para llegar a ser libremente determinado por los mismos individuos sociales que conscientemente dedican los recursos inconmensurablemente más ricos del tiempo disponible a la realización de sus objetivos elegidos, tiempos mucho más ricos de los que les podían ser congelados por la tiranía del tiempo necesario. Ésta es una diferencia absolutamente vital. Pues, solamente los individuos sociales pueden realmente determinar su propio tiempo disponible en agudo contraste con el tiempo de trabajo necesario que los domina. La adopción del tiempo disponible es el único camino concebible y correcto por el cual el tiempo puede ser transformado de determinante tiránico a un constituyente creativo y autónomamente determinado del proceso reproductivo.
6.
El reto necesariamente involucra la supresión de la división social del trabajo forzada y jerárquica. Mientras el tiempo domine a la sociedad en la forma del imperativo para extraer el tiempo de trabajo excedente de la inmensa mayoría, el personal a cargo de este proceso debe conducir una forma de existencia sustancialmente diferente, en conformidad a su función como forzador voluntario del imperativo del tiempo alienante. Al mismo tiempo, la aplastante mayoría de los individuos son degradados a la condición de meros trabajadores sometidos al trabajo». Bajo tales condiciones, el proceso de reproducción social debe hundirse más profundamente en de crisis estructural, con la extremadamente peligrosa implicación final de un camino sin posible retorno.
La pesadilla del «estado estacionario» permanece como una pesadilla a pesar de que se trate de aliviarla, como proponía John Stuart Mill, mediante el remedio ilusorio de «la mejor distribución» considerada aisladamente. No existe tal cosa como la «mejor distribución» sin una reestructuración radical del proceso de producción en sí mismo. La alternativa hegemónica socialista al dominio del capital requiere fundamentalmente superar la dialéctica truncada entre las relaciones vitales de producción, distribución y consumo. Pues sin eso, el propósito socialista de convertir el trabajo en «el principal deseo de la vida», es inconcebible. Para citar a Marx:
En una fase superior de sociedad comunista, después de la subordinación esclavizadora del individuo a la división del trabajo y que con ello haya desaparecido la división entre trabajo mental y físico; después que el trabajo haya llegado a ser no sólo un medio de vida si no un deseo primordial de vida; después que las fuerzas productivas hayan aumentado con el completo desarrollo del individuo y que todas las fuentes de la riqueza cooperativa fluyan en abundancia-sólo entonces puede el estrecho horizonte del derecho burgués ser eliminado completamente y la sociedad inscribir en sus banderas «A cada cual según sus habilidades y a cada cual según sus necesidades» (15).
Estos son los objetivos generales de la transformación socialista, que proveen el ritmo del trayecto y también, simultáneamente, la medida de los logros alcanzados (o que no se cumplieron). Dentro de tal visión sobre el orden social reproductivo, alternativo al del capital, no hay espacio en absoluto para algo así como el «estado estacionario» ni para las falsas alternativas asociadas o derivadas de. «El completo desarrollo de los individuos que conscientemente ejercen la plenitud de los recursos de su tiempo disponible, dentro del marco del nuevo control metabólico social orientado hacia la producción de «riqueza cooperativa», provee la base para una rendición de cuentas cualitativamente diferente, la necesaria contabilidad socialista definida por las necesidades humanas y diametralmente opuesta a la cuantificación fetichista y al consecuente e inevitable derroche.
De aquí proviene la importancia vital de un crecimiento de tipo sustentable que pueda reconocerse y ser administrado exitosamente en el marco metabólico social alternativo. Tal orden alternativo del control metabólico social sería uno en donde la antítesis entre el trabajo mental y físico-siempre vital para mantener el dominio absoluto del trabajo por el capital como el usurpador del papel de sujeto histórico contralor-se desvanecería para bien de todos. En consecuencia, la productividad perseguida en sí conscientemente se elevaría a un nivel cualitativamente más alto, sin correr el peligro del derroche incontrolable, atrayendo genuina riqueza-y no material orientado por un estrecho sentido de ganancia. Sería la riqueza en la que los «individuos sociales ricos» (Marx) , como sujetos históricos autónomos (y ricos precisamente en ese sentido) están plenamente en control.
Al contrario, en el «estado estacionario» los individuos no pueden ser genuinos sujetos históricos. Ya que no pueden estar en control de una vida propia, dado que están a merced de la peor clase de determinaciones materiales, directamente bajo la norma de la escasez incurable.
El siempre creciente derroche en el sistema del capital-y sus catastróficas implicaciones finales-es inseparable del modo tan irresponsable con que se producen los bienes y servicios que han de ser utilizados, en aras de la gananciosa expansión del capital. Perversamente, cuanto más baja es la tasa de utilización, más alta es la del reemplazo beneficioso-un absurdo que emana del alienado punto de vista de ventaja del capital desde donde no puede trazarse ninguna distinción significativa entre el consumo y la destrucción. Ya que la completa destrucción derrochadora calza adecuadamente con la demanda requerida para la autoexpansión del capital para un nuevo ciclo de beneficios en la producción, así como lo podría hacer el consumo genuino que corresponde al uso. Sin embargo, llega el momento de la verdad cuando debe pagarse un fuerte precio por la criminal e irresponsable administración del capital en el curso del desarrollo histórico.
Éste es el punto donde el imperativo para adoptar una crecientemente mejor e incomparablemente más responsable tasa de utilización de los bienes y servicios producidos-y por supuesto, conscientemente producidos con ese objetivo en mente, esto es, en relación a necesidades y usos cualitativamente humanos-llega a ser absolutamente vital. Pues, la única economía viable-aquélla que economiza de un modo significativo y que por eso sostenible en el futuro cercano y más distante-sólo puede ser la clase de economía administrada racionalmente, orientada hacia la utilización óptima de los bienes y servicios producidos. No puede haber crecimiento sustentable de ninguna clase fuera de estos parámetros de manejo racional orientados por una genuina necesidad humana.
Para tomar un ejemplo de importancia crucial de lo que está incurablemente equivocado bajo el gobierno del capital basta ver el modo cómo son utilizados en nuestra sociedad, el creciente número de coches. Los recursos malgastados en la producción y alimentación de los coches a motor son inmensos bajo el «capitalismo avanzado» y representan en cada hogar el segundo más alto gasto después de las deudas hipotecarias. Sin embargo, de un modo absurdo la tasa de utilización de los coches es menor al 1%, mentirosamente justificada por los derechos de posesión exclusiva conferidos a sus compradores. Al mismo tiempo,, la alternativa muy real practicable, es no sólo descuidada sino activamente saboteada por los inmensos intereses de corporaciones cuasi-monopólicas. Ya que la simple verdad es que lo que los individuos necesitan (y que no obtienen a pesar de las pesadas cargas financieras que se les imponen) es servicios de trasporte adecuados y no el objeto privadamente apropiado, despilfarrador y dañino del ambiente, que además los hace vivir horas incontables de sus vidas en insalubres atochamientos de tráfico.
Evidentemente, la alternativa real sería desarrollar trasporte público a un nivel cualitativamente más alto, que satisfaga criterios económicos, ambientales y de salud personal muy dentro del horizonte de esos proyectos racionalmente perseguidos limitando al mismo tiempo el uso de coches en funciones específicas-que sean de propiedad colectiva, que estén ubicados apropiadamente y no sean usados para fines exclusivos o de derroche. Así, las necesidades del individuo-en este caso su necesidad genuina por servicios de trasporte adecuados-determinaría los objetivos de los vehículos e instalaciones de comunicación, (como caminos, redes ferroviarias, sistemas de navegación) a ser producidos y mantenidos de acuerdo con el principio de utilización óptima, en vez de que el individuo sea completamente dominado por las necesidades fetichistas del sistema establecido para el beneficio y la expansión finalmente destructiva del capital.
La pregunta inevitable pero al mismo tiempo tendenciosamente evitada , es la pregunta sobre la economía real, que corresponde a las consideraciones presentadas en este artículo y que serán enfrentadas en un futuro muy cercano. Ya que en los llamados países del tercer mundo es inconcebible seguir las pautas de «desarrollo» derrochador del pasado, las mismas que en los hechos los condicionaron a su precaria condición de hoy en día bajo el gobierno del modo social de reproducción metabólica del capital. El fracaso estridente de las tan promovidas «teorías de la modernización» y sus correspondientes encarnaciones institucionales, demuestran claramente la desesperanza de esa aproximación.
7.
En algún respecto al menos, en el pasado reciente se ha visto levantarse alguna alarma-claro que presionando al mismo tiempo por la afirmación o absoluta preservación de los privilegios de los países capitalistas. Esto fue en relación con la creciente necesidad internacional de recursos energéticos y la intervención competitiva, en el proceso en despliegue, de algunos potencialmente inmensos poderes económicos, sobre todo China. Hoy esa preocupación se centra primordialmente en China, pero en el debido momento, se deberá agregar, por supuesto, a India entre los países que presionan por esos vitales recursos energéticos. Y cuando agregamos a China, la población del subcontinente indio, estamos hablando de más de 2,500 millones de personas. Naturalmente, si en realidad siguen la alguna vez grotesca receta propagandizada sobre las Etapas del crecimiento económico (16), con el alegato muy simple sobre «el crecimiento capitalista que conduce a la madurez», eso, podría tener devastadoras consecuencias para todos. Pues, la sociedad plenamente automovilizada de 2,500 millones de personas sobre el modelo norteamericano del «desarrollo capitalista avanzado» con más de 700 coches por cada mil personas, significaría que todos estaríamos muertos mucho antes a causa de los beneficios «modernizantes» de la contaminación venenosa para no mencionar el agotamiento total de las reservas de petróleo del planeta. Pero de acuerdo a esta misma señal con un sentido opuesto, nadie puede seriamente imaginar que los países en cuestión pudieran dejarse donde están. Imaginar que dos mil quinientos millones de personas de China y del subcontinente de India pudieran estar condenadas permanentemente a su situación existente y aún, en fuerte dependencia de una manera u otra con las partes capitalísticamente avanzadas del mundo, desafía toda credibilidad. La única cuestión es: si la humanidad puede encontrar una solución racionalmente viable y verdaderamente equitativa para la legítima demanda de desarrollo social y económico de los pueblos considerados. De otro modo, la competencia antagónica y la lucha destructiva por los recursos son el camino del futuro. Como surge del marco orientador y de los principios operativos del modo de control socio-reproductivo del capital.
Otro aspecto que aparece en nuestro horizonte, es en nuestro tiempo el imperativo absoluto para adoptar un modo cualitativamente diferente de organización económica y social de la vida, y concierne a la ecología. Pero una vez más, el único modo viable de enfrentar los crecientes graves problemas de nuestra ecología global, si hemos de enfrentar de una manera responsable los problemas que se agravan y las contradicciones en el manejo del planeta con sus impactos de calentamiento global a las demandas más elementales de agua limpia-y de aire respirable-es volcarnos desde este orden de cuantificaciones fetichistas y derrochador hacia uno genuinamente orientado hacia la cualidad. A este respecto, la ecología es un aspecto importante pero subordinado a la necesaria redefinición cualitativa de utilizar los bienes y servicios producidos sin los cuales el alegato por una ecología sustentable permanentemente para la humanidad-una vez más, algo que es un absoluto deber-no puede ser otra cosa que una pía esperanza.
El último punto a enfatizar en este contexto es que la urgencia para enfrentar estos problemas no puede ser rebajada ni minimizada, dados los intereses establecidos del capital, sostenido por las formaciones del estado imperialista dominante en sus insuperables rivalidades entre sí. Irónicamente, aún cuando hay tanta habladuría propagandística acerca de la «globalización», los requerimientos objetivos para hacer funcionar un orden reproductivo globalmente coordinado de trabajos de intercambio son constantemente violados. Aún así, dado el presente estadio de desarrollo histórico, la verdad que no se puede callar es que con respecto a todas las cuestiones mayores que hemos estado discutiendo en este artículo, estamos realmente preocupados por los retos globales que se agravan y que requieren de soluciones globales.
Sin embargo, nuestra preocupación más grave es que el modo social de reproducción metabólica del capital, en vista de sus inherentes determinaciones estructurales antagónicas y a sus manifestaciones destructivas-no es susceptible en absoluto de soluciones globales viables. El capital, dada su naturaleza inalterable, no es nada a menos que prevalezca en la forma de dominación estructural. Pero la otra dimensión inseparable de la dominación estructural es la subordinación estructural. Ésta es la razón por la que el modo social de reproducción metabólica del capital siempre ha funcionado y siempre deberá tratar de funcionar trayendo consigo las más devastadoras guerras de las que hemos tendido bastante más que una prueba en nuestro tiempo. La afirmación violenta de los imperativos destructivos del imperialismo hegemónico global a través del ya inimaginable poder destructivo de los Estados Unidos como el hegemon global no puede traer soluciones globales a nuestros agravados problemas, sino, solamente, el desastre global. De ahí que, la inevitable necesidad de ubicar estos problemas globales de un modo históricamente sostenible, nos plantea el reto del socialismo en el siglo XXI-la única alternativa hegemónica al modo de control social metabólico del capital que está a la orden del día.
Notas
1) Karl Marx, Capital, vol. 1 (Penguin Classics, 1992), 85.
2) John Stuart Mill, Principles of Political Economy (Prometheus Books, 2004), 751.
3) Mill, Principles, 749.
4) Mill, Principles, 749.
5) Para citar este libro con todo sucompleto y hasta preetencioso título, Donella H. Meadows, et al., The Limits to Growth: A Report for the Club of Rome Project on the Predicament of Mankind (London: Earth Island Limited, 1972).
6) Diciéndolo, la principal figura teórica detrás de esta aventura de la «limitación del crecimiento» es el profesor Jay Forrester, del Massachusetts Institute of Technology, que desdeñosamente dejo de lado toda preocupación por la igualdad como una mera «consigna de igualdad» Vea su entrevista en Le Monde, August 1, 1972.
7) Vea István Mészáros, Socialism or Barbarism: From the «American Century» to the Crossroads (Monthly Review Press, 2001).
8) Vadim Medvedev, «The Ideology of Perestroika,» en Perestroika Annual 2, Abel Aganbegyan, (ed.) (London: Futura/Macdonald, 1989), 31-32.
9) El título del más famosolibro en la cruzada de Hayek.
10) Gorbachev citado en John Rettie, «Only Market Can Save Soviet Economy,» The Guardian, October 17, 1990.
11) Para citar uno de llos postulados idealizantes de Hegel: «The nation state is mind in its substantive rationality and immediate actuality and is therefore the absolute power on earth.» G. W. F. Hegel, The Philosophy of Right (Cambridge: Cambridge University Press, 1991), 212.
12) Marx, The Poverty of Philosophy, en Marx-Engels Collected Works, vol. 6, 134. Citado en István Mészáros, «The Communitarian System and the Law of Value in Marx and Lukács» (chapter 19 of Beyond Capital), Critique, no. 23, 1991, 36. Vea también el capítulo 15 («The Decreasing Rate of Utilization under Capitalism») y 16 («The Decreasing Rate of Utilization and the Capitalist State») de Beyond Capital, que trata de algunas importantes cuestiones relacionadas con estos asuntos.
13) Karl Marx, Grundrisse, 708.
14) Ibid.
15) Karl Marx, Critique of the Gotha Programme, en Marx and Engels, Selected Works, vol. 2, 23.
16) See Walt Rostow, The Stages of Economic Growth: A Non-Communist Manifesto (Cambridge: Cambridge University Press, 1960).
Monthly Review, mayo 2007
http://www.monthlyreview.org/
Traduccion de Federico García Morales para Globalización, Revista de Economía, Sociedad y Cultura
http://rcci.net/globalizacion/2007/