Recomiendo:
0

Socialismo macroeconómico

Fuentes: Sin permiso

Guste o no, el socialismo y la izquierda en general realizaron contribuciones decisivas al pensamiento y a las instituciones modernas. En la Inglaterra del Siglo XVII, los «demócratas populares» del ejército republicano de Oliver Cromwell formularon las ideas y propusieron las reformas políticas que están en el origen del «liberalismo revolucionario» y de la «democracia […]

Guste o no, el socialismo y la izquierda en general realizaron contribuciones decisivas al pensamiento y a las instituciones modernas.

En la Inglaterra del Siglo XVII, los «demócratas populares» del ejército republicano de Oliver Cromwell formularon las ideas y propusieron las reformas políticas que están en el origen del «liberalismo revolucionario» y de la «democracia radical», de los siglos siguientes. Y su ala más de izquierda propuso la colectivización de la propiedad de la tierra, que se transformó en la idea seminal de todos los «socialismos utópicos» de la historia moderna.

En el siglo XVII, los franceses Meslier, Mably, Morelly, Marechal y Babeuf, profundizaron el debate sobre la libertad política y la distribución desigual de la riqueza, y Rousseau propuso, por primera vez, la estatización de la propiedad privada.

En el siglo XIX, Marx formuló una teoría histórica del capital y del desarollo del capitalismo y su tendencia a la globalización, que se trasformó en la referencia obligatoria del pensamiento social contemporáneo.

Finalmente, en el Siglo XX, la izquierda tuvo una participación muy importante en la construcción del «Estado de bienestar» de los europeos, en la lucha por la independencia de los pueblos coloniales, y en el éxito de algunas experiencias desarrollistas del «tercer mundo».

En el campo de la política económica, sin embargo, los socialistas aportaron pocas contribuciones teóricas originales. Y cuando participaron por primera vez en un gobierno democrático, luego de finalizada la primera Guerra Mundial, adoptaron una posición conservadora, siguiendo una política económica rigurosamente ortodoxa, a fin de enfrentar el caos económico, el desempleo y la inflación de la década de los 20. Tal fue el caso más conocido de Rudolf Hilferding, marxista austriaco, que asumió el ministerio de Hacienda en Alemania, en 1928, y adoptó una política monetarista de estabilización de la moneda, contribuyendo al aumento de la recesión y el desempleo, y tras ello al derrumbe de su propio gobierno. Algo similar pasó con el partido laborista inglés, en 1929, y con los socialistas franceses del gobierno del Frente Popular de León Blum, en 1936, que optaron por la «visión del Tesoro» para enfrentar sus crisis económicas nacionales, contra la opinión de liberales heterodoxos como John Keynes o David George.

Más adelante, tras la segunda Guerra Mundial, los socialdemócratas y socialistas sólo adhirieron plenamente a las teorías políticas keynesianas al final de la década de los 50. No obstante, cuando enfrentaron crisis monetarias más serías, como fue el caso en Gran Bretaña y en Alemania en 1966 y 1972, respectivamente, los laboristas ingleses de Harold Wilson y los socialdemócratas de Helmut Schimit abandonaron las opciones keynesianas y regresaron a las fórmulas conservadoras de la ortodoxia monetarista. En este sentido, por lo tanto, desde el punto de vista estrictamente macroeconómico, la adhesión de una buena parte de la izquierda a la nueva ortodoxia neoliberal, en la década de los 90, no fue un acontecimiento excepcional. En esta larga historia, la única gran excepción fue la de los economistas de la Escuela de Estocolmo y la de los socialdemócratas suecos que se enfrentaron a la crisis económica de la década de los 30 con una política de pacto social, de promoción activa del crecimiento y de pleno empleo.

En el campo de las políticas económicas, entretanto, lo que pasó esencialmente después de la segunda Guerra Mundial fue el cambio de posición de los socialdemócratas, que pasaron a defender – a partir de la década de los 50 – un desarrollo acelerado del capitalismo como la mejor forma de distribuir la riqueza sin tocar para nada la propiedad privada. Y como consecuencia, pasaron a defender y practicar las políticas económicas que favorecían el aumento de la ganancia del capital – cualquiera que fuese -, mientras estimulara o permitiera el aumento del producto y hubiera posibilidades de una redistribución fiscal a favor del mundo del trabajo y del aumento de la protección social. Esta «convergencia de intereses» , sin embargo, sólo existió en algunos países entre 1945 y 1980, la llamada «época de oro» del capitalismo. Y dejó de existir, inmediatamente, durante la «era neoliberal», cuando las políticas ortodoxas actuaron de forma devastadora sobre las economías, las clases y las personas más frágiles.

Lo sorprendente es que este aumento de la desigualdad de la riqueza entre las naciones, las clases sociales y los individuos en las últimas décadas del siglo XX no haya provocado un retorno de los socialistas a los temas de su agenda clásica, centrada en la cuestión de la desigualdad social. Por el contrario, durante este período reciente, los pequeños detalles de la política macroeconómica pasaron a ocupar un lugar creciente y obsesivo en las discusiones de la izquierda. Aún más inimaginalble desde el punto de vista histórico: además de identificar a sus enemigos externos, la izquierda comenzó a diferenciarse internamente, y a medir las distancias entre sus tendencias reformistas o revolucionarias, según sus posiciones y divergencias macroeconómicas. Y pasó a entablar verdaderas guerras teológicas sobre algunos conceptos inéditos y absolutamente a-históricos, como por ejemplo: cuál sería el «tamaño ideal» del déficit fiscal o de la relación «deuda externa/PBI»; o cuál sería el «crecimiento posible» dentro de un modelo de «metas de inflación», y la «distancia ideal» respecto de las «bandas» superior e inferior; o, en lo que hace a propuestas, qué hacer para «flexibilizar la forma en que el Banco Central maneja su política de tasas de interés, a fin de combatir la inflación, sin tocar la propia política». Una lista de cuestiones conceptuales y problemas prácticos extremadamente limitados y específicos, que podrían acaso ser considerados pertinentes desde el punto de vista del mundo de las finanzas o de los economistas, aun cuando parezcan filigranas de una pugna intelectual medieval. Cosa enteramente distinta es, empero, ver esas mismas cuestiones o divergencias colocadas en el centro de las preocupaciones socialistas. En este caso, no caben dudas: se trata de una pérdida absoluta de norte y de identidad. De una notable pauperización de una de las principales matrices del pensamiento moderno.

José Luis Fiori, politólogo y economista de la Universidad del Estado de Río de Janeiro, es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO

Traducción para www.sinpermiso.info: Carlos Abel Suárez