Si bien los políticos hablan de su compromiso con la reforma normativa para prevenir una recurrencia de la crisis, esta es un área donde lo importante realmente está en los detalles, y los bancos harán uso de toda la fuerza que les resta para asegurarse de tener un amplio margen de maniobra para seguir actuando […]
Si bien los políticos hablan de su compromiso con la reforma normativa para prevenir una recurrencia de la crisis, esta es un área donde lo importante realmente está en los detalles, y los bancos harán uso de toda la fuerza que les resta para asegurarse de tener un amplio margen de maniobra para seguir actuando como en el pasado.
El viejo sistema funcionaba bien para los bancos (si bien no para sus accionistas), así es que ¿por qué tendrían que apoyar el cambio? De hecho, las iniciativas por rescatarlos dedicaron tan poco esfuerzo a pensar en cómo ha de ser el tipo de sistema financiero poscrisis que queremos, que terminaremos teniendo un sistema bancario menos competitivo, en que los grandes bancos que eran demasiado grandes como para caer se volverán todavía más grandes.
Por largo tiempo se ha reconocido que los bancos estadounidenses que eran demasiado grandes como para caer también eran demasiado grandes como para poder ser administrados, y esa es una de las razones de que el desempeño de varios de ellos haya sido tan deslucido. Cuando fracasan, el gobierno diseña una reestructuración financiera y proporciona seguros para los depósitos, ganando voz y voto en su futuro. Las autoridades saben que, si esperan demasiado, es probable que los bancos zombie o cuasi zombies -con poco o ningún valor neto, pero a los que se trata como si fueran instituciones viables- «apostarán a la resurrección». Si hacen grandes apuestas y ganan, se irán con las ganancias; si pierden, el gobierno tendrá que hacerse cargo.
Esto no sólo es teoría; es una lección que aprendimos, a un gran costo, durante la crisis de las Cajas de Ahorro de los años 80. Cuando la máquina expendedora de dinero dice «fondos insuficientes», el gobierno no quiere que esto signifique que el banco, en lugar de la cuenta de la persona, está sin dinero, así que interviene antes de que la bandeja se vacíe. En una reestructuración financiera, por lo general los accionistas quedan fuera de la mesa, y los tenedores de bonos se convierten en los nuevos accionistas. Algunas veces, el gobierno debe proporcionar fondos adicionales, o un nuevo inversionista debe estar dispuesto a hacerse cargo del banco fallido.
Sin embargo, la administración Obama ha introducido un nuevo concepto: «Demasiado grande como para ser reestructurado financieramente», bajo el argumento de que sería un desastre si intentáramos aplicar las reglas habituales a estos grandes bancos. Los mercados entrarían en pánico. Así es que no sólo no podemos tocar a los tenedores de bonos, sino que ni siquiera podemos afectar a los accionistas, incluso si el valor actual de la mayoría de las acciones no hace más que reflejar una apuesta sobre un rescate del gobierno.
Creo que este juicio es erróneo. Pienso que la administración Obama ha sucumbido a la presión política y al amedrentamiento de los grandes bancos. Como resultado, la administración ha confundido rescatar a los banqueros y sus accionistas con rescatar los bancos.
La reestructuración da a los bancos la oportunidad de comenzar de nuevo: los nuevos potenciales inversionistas (ya sea tenedores de capital patrimonial o de instrumentos de deuda) tendrán más confianza, otros bancos estarán más dispuestos a prestarles, y ellos estarán más dispuestos a prestar a otros. Los tenedores de bonos se beneficiarán de una reestructuración ordenada, y si el valor de los activos es realmente mayor a lo que cree el mercado (y los analistas externos), terminarán por cosechar las ganancias.
No obstante, lo que está claro es que los costos actuales y futuros de la estrategia de Obama son muy altos, y que hasta ahora no han logrado su limitado objetivo de hacer que los bancos vuelvan a prestar. El contribuyente ha tenido que aportar miles de millones y ha dado miles de millones más en garantías, y lo más probable es que el momento de pagar la factura llegue en el futuro.
Reescribir las reglas de la economía de mercado -de un modo que ha beneficiado a quienes han causado tanto sufrimiento a toda la economía global- es peor que financieramente costoso. La mayoría de los estadounidenses lo ven como algo obscenamente injusto, en especial después de ver cómo los bancos desviaban los fondos destinados a resucitar los préstamos y los usaban para pagar bonificaciones y dividendos exagerados. Quebrar el contrato social es algo que no se debe hacer a la ligera.
Sin embargo, este nuevo sucedáneo del capitalismo, en que las pérdidas se socializan y las utilidades se privatizan, está condenado al fracaso. Los incentivos se distorsionan y no hay disciplina de mercado. Los bancos «demasiado grandes como para ser reestructurados» saben que pueden apostar con impunidad y, con una Reserva Federal que pone los fondos a su disposición a tipos cercanos a cero, tienen amplios recursos para hacerlo.
Algunos han llamado a este nuevo régimen «socialismo con características estadounidenses». No obstante, al socialismo le preocupan las personas comunes y corrientes, mientras que Estados Unidos ha dado poca ayuda a los millones de estadounidenses que están perdiendo sus casas. Los trabajadores que pierden sus empleos reciben sólo 39 semanas de beneficios de desempleo limitados, y después quedan a su suerte. Y, cuando pierden sus empleos, también pierden su seguro de salud.
Estados Unidos ha ampliado su red de seguridad para las corporaciones de una manera sin precedentes, desde los bancos comerciales a los bancos de inversión, luego a los seguros y tras ellos a la industria automotriz, sin que esté a la vista dónde se detendrá. En realidad, esto no es socialismo, sino la ampliación de una prolongada política de Estado de bienestar para las corporaciones. Los ricos y los poderosos recurren al gobierno para que los ayude siempre que pueden, mientras que las personas en situación de necesidad reciben poca protección social.
Tenemos que fragmentar los bancos «demasiado grandes como para caer»; no hay evidencias de que estos mastodontes conlleven beneficios para la sociedad que sean proporcionales a los costos que han impuesto a los demás. Y, si no los dividimos, entonces tenemos que limitar severamente lo que hacen. No se les puede permitir hacer lo que hicieron en el pasado: apostar a cuenta de los demás.
Esto plantea otra pregunta acerca de los bancos «demasiado grandes como para caer» y «demasiado grandes como para reestructurarlos» de Estados Unidos: tienen demasiado poder político. Sus estrategias de influencia funcionaron bien, primero para desregular y después para hacer que los contribuyentes pagaran la limpieza. Ahora esperan que, una vez más, les funcione el truco para quedar libres de hacer lo que les plazca, independientemente de los riesgos para los contribuyentes y la economía. No podemos permitir que eso ocurra.