La soja es el principal vector de deforestación, concluye la investigación que Greenpeace ha dado simultáneamente a publicidad en Brasil, Europa y EEUU: su estudio apunta a la soja como principal culpable de la deforestación de la Amazonía. La campaña de esta ONG quiere obligar a las empresas europeas a no comprar y a los consumidores a no comer alimentos derivados de la soja. McDonald’s fue el blanco principal de sus críticas. Verena Glass en Carta Mayor.
El pasado 6 de abril, la Campaña Internacional para las Selvas de Greenpeace dio a conocer de forma simultánea en Europa, EEUU y Brasil un informe resultado de tres años de investigación que no apunta ya a la industria maderera, viejo villano de la deforestación, sino a la expansión de la soja como vector principal de destrucción de la selva amazónica en Brasil. El estudio, que incluyó varias expediciones al arco de deforestación -una región que va del Sur del Pará al norte de Mato Groso, incluyendo las áreas de Tocantins, Marañao y Rondonia-, avanzó además el registro de la devastación y el impacto socioambiental. A fin de cubrir todas las facetas de la cadena de soja en la Amazonía, se recogieron datos sobre la exportación, la comercialización y el procesamiento de la soja, incluido el seguimiento de los barcos para el mercado internacional y el destino final del producto, los alimentos consumidos por la población europea.
De acuerdo con esta ONG, el informe, que en Brasil se concentra en la acción de grandes transnacionales del agronegocio -Archer Daniels Midland (ADM), Bunge Corporation y Cargill- traza «el retrato de una industria vigorosa y devastadora, e incluye nuevas pruebas de la responsabilidad de las empresas norteamericanas y del papel involuntario de los consumidores europeos en la destrucción de la selva, en la roturación de las tierras, la expulsión de las comunidades locales y el uso de trabajo esclavo en la Amazonía.
En Europa, el estudio se concentró en el sistema de compra, distribución y procesamiento de la soja, y en las empresas implicadas en esa cadena.
Progresos de la soja
El avance de la soja sobre la selva amazónica, tras la ocupación y destrucción de prácticamente toda la reserva del Centro-oeste brasileño, experimentó un bomm a partir de 2003, cuando el mal de las vacas locales en Europa multiplicó la demanda del grano para pienso animal. Campeón nacional en la producción de soja, el estado de Mato Groso, después de las áreas de reserva, taló gran parte de la selva amazónica en su territorio, convirtiéndose también en el campeón de la deforestación y los incendios (48% del total) en 2003.
Otro punto focal del avance de la soja es el entorno de vías de tránsito rodado que permiten el flujo de transporte de la producción, como la BR163, que une Cuiabá, en MT, con Santarem, en Pará, y que estará en el futuro completamente asfaltada, según las promesas del Gobierno Federal.
«El ochenta y cinco por ciento de toda la deforestación se da en los 50 kilómetros de cada lado de las vías. En los últimos años, la producción de soja a lo largo de la parte pavimentada de la BR163 pasó de 2,4 mil hectáreas en 2002 a más de 44 mil hectáreas en 2005: un crecimiento de casi 20 veces en apenas tres años. Las grandes deforestaciones terminan con el asfaltado de la vía, al sur de la frontera con el estado de Pará. Tanto Cargill como Bunge han comprado soja procedente de haciendas localizadas en el área de influencia de la BR163. Peor aún: Cargill, ADM y Bunge son parte en la financiación de un proyecto de 175 millones de dólares para pavimentar el resto de la vía, acelerando el acceso al nuevo puerto granero construido ilegalmente por la Cargill en Santarem, según afirma el informe de Greenpeace.
También de acuerdo con el estudio de esta ONG, «una segunda vía para el tráfico rodado de soja, construida ilegalmente, se extiende por 120 kilómetros, desde la ciudad de Feliz Natal, en Mato Groso, hasta desembocar en de forma abrupta en la frontera occidental del Parque indígena del Xingú. Tanto la Cargill como la Bunge construyeron silos con capacidad para almacenar 60 toneladas de grano en esta «vía hacia ningún lugar». Además, ofrecen crédito y mercado garantizado para cualquier hacienda ya deforestada de la región. En los dos últimos años, se produjeron en torno de esta vía más de 40 mil hectáreas de soja, y Greenpeace descubrió otras 99,2 mil hectáreas a la venta por internet. Los documentos muestran que tanto Cargill como Bunge están comprando soja en esas nuevas áreas. Los análisis de las imágenes de satélite muestran que los impactos de la vía para el tráfico rodado de soja deben extenderse a más de 1 millón de hectáreas selváticas de la región. Y esta magnitud apenas si contabiliza los impactos directos de la deforestación. Los impactos indirectos derivados del uso de grandes cantidades de productos químicos y del crecimiento demográfico deben ser incluso mayores».
Pasivo social Paralelamente al estudio, Greenpeace realizó también un documental centrado en el impacto social de la expansión de la soja, principalmente en la región sur de Pará, en donde, además de la construcción ilegal del puerto granero de Santarem y de la promesa de asfaltado de la BR163, el asedio de los sojicultores a las comunidades locales, tradicionales e indígenas, bate el récord de conflictos por la tierra y de asesinatos de trabajadores rurales.
Conforme muestra el documental, en la mayoría de los casos se produce la expulsión -de grado, o violenta- de los pequeños agricultores de sus propias tierras, que pasan a incorporarse a las haciendas sojeras. Quines venden sus terrenos, se sirven de los recursos de la transacción para pasar a asentarse en las periferias de los centros urbanos, como Santarem, agravándose rápidamente el proceso de favelización de éstas áreas. Pero son también cada vez más frecuentes los ataques a las familias que se niegan a vender, con amenazas de muerte y destrucción de sus casas.
En el estudio, otro ejemplo del pasivo social de la sojicultura destacado por Greenpeace son casos como el la Hacienda Membeca, en Mato Groso, que, desde 2003, «ha promovido la deforestación ilegal de más de 8 mil hectáreas selváticas de la Tierra indígena Manoki, y sigue deforestando nuevas áreas, a fin de expandir sus plantaciones de soja. Tanto la Cargill como la Bunge instalaron silos en Brasnorte y han comprado soja de la Hacienda Membeca.»
Fruto de una colaboración con la ONG Repórter Brasil, especializada en la temática del trabajo esclavo en el país, el estudio de Greenpeace relata también los casos de la hacienda Roncador, de donde fueron liberados, entre 1998 y 2004, 215 trabajadores esclavos; de la hacienda de Vale do Río Verde, en donde los agentes federales hallaron 263 trabajadores esclavos en junio de 2005; y casos similares en las haciendas Vó Gercy y Tupy Barao, en MT. Según las dos ONGs, las multinacionales Cargill y ADM siguieron comprando la producción de esas haciendas incluso tras el descubrimiento en ellas de las prácticas de trabajo esclavo
«Comerse la Amazonía»
Al tiempo que divulgaba el informe titulado «Comerse la Amazonía» en varios países europeos y en EEUU, Greenpeace lanzó en Europa una campaña destinada a presionar a las empresas que compran soja a la región y a concienciar a la población que consume alimentos derivados. Según la ONG, eso no sería complicado, ya que la ruta de exportación es básicamente Santarem-Holanda, desde donde parte la distribución para el resto del continente.
La campaña exige que las empresas implicadas en el comercio de alimentos y piensos animales no usan soja amazónica, y que los grandes comerciantes, incluidos Cargill, ADM y Bunge, dejen de comprar soja producida en la Amazonía y suscriban un Pacto Nacional para la Erradicación del Trabajo Esclavo. Pide también que los bancos dejen de financiar empresas implicadas en el comercio de soja amazónica, y que los gobiernos europeos apoyen las políticas públicas brasileñas de implantación de unidades de conservación en la región.
En lo atinente a los consumidores, Greenpeace arremetió con su proverbial creatividad contra la red de McDonald’s, cuyo productos avícolas, particularmente en Inglaterra, son producidos a partir la avicultura de la empresa Sun Valley, concesionaria de Cargill. En el país, de acuerdo con Greenpeace, decenas de pollos de dos metros de altura invadieron varias sucursales de la red y se encadenaron a las sillas. En Alemania, activistas disfrazados de Ronald McDonald’s, blandiendo motosierras, protestaron en los escaparates y frente a la sede europea del departamento de asuntos ambientales de McDonald’s.
«McDonald’s estimula un comercio depredador de la Amazonía. Se tala la selva para poder plantar soja que alimente a los animales de Europa. Cada vez que usted hinca el diente en un Chicken McNugget, está mordiendo un pedazo de la Amazonía», afirmó Pat Vendetta, coordinador de Greenpeace en Londres.
Verena Glass es una periodista especializada en asuntos de economía, comercio internacional y ecología social. Colabora habitualmente con el periódico electrónico brasileño Carta Maior.
Traducción para www.sinpermiso.info : Casiopea Altisench