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Solidaridad capitalista para seguir produciendo pobres a escala mundial

Fuentes: Rebelión

Suele suceder que las buenas intenciones y las obras solidarias o caritativas jueguen a favor de la clase hegemónica o dominante. La ética y la moral sin sustento político complementario, alternativo o socialista mantienen el statu quo capitalista inamovible. Eso lo saben muy bien las derechas internacionales, de ahí la eclosión y proliferación desde hace décadas de […]


Suele suceder que las buenas intenciones y las obras solidarias o caritativas jueguen a favor de la clase hegemónica o dominante. La ética y la moral sin sustento político complementario, alternativo o socialista mantienen el statu quo capitalista inamovible. Eso lo saben muy bien las derechas internacionales, de ahí la eclosión y proliferación desde hace décadas de las denominadas organizaciones no gubernamentales (ONG), curiosamente entes de naturaleza privada, no lucrativos en términos jurídicos estrictos, que viven del dinero público y que son seleccionadas por el poder oficial de manera más que sospecha en función del carácter ideológico o afinidad política con los gobiernos de turno. Muchas de esas oenegés son fantasmas, meras declaraciones al sol, pero también drenan al erario común con proyectos faraónicos irrealizables.

El universo de las oenegés ha crecido de modo desorbitado, creándose un campo laboral paralelo con ejecutivos y expertos en la materia de alto standing remunerados a niveles comparables con la empresa civil al uso, que se valen de jóvenes cualificados en su inmensa mayoría para trabajar in situ situaciones sociales desesperadas o de riesgo. La juventud se entrega de buen grado y sin límites a una labor encomiable para enriquecer sus currículos y obtener una satisfacción o recompensa personal intangible de ayuda o asistencia a los necesitados, mientras los Estados se lavan las manos o escurren el bulto de sus competencias mediante artificios administrativos bajo el rubro ficticio de la cooperación internacional.

Los jóvenes voluntarios y no tanto se ofrecen en cuerpo y alma, sin dobleces ni contraprestación salarial alguna, a una actividad en apariencia inocua, muchas veces ante la imposibilidad real de alcanzar a través de la política objetivos más ambiciosos, esto es, entran en la solidaridad no gubernamental al estar clausurado en los bipartidismos de toma y daca instalados principalmente en Occidente medidas de mayor calado y recorrido. Los Estados capitalistas se nutren de esta impotencia inducida para canalizar las inquietudes sociales por caminos que no pongan en cuestión los presupuestos básicos de sus regímenes de explotación. Un movimiento estratégico genial, incluso muchas multinacionales tienen su propia oenegé, también el Vaticano a través de su caridad tradicional, para desgravar obligaciones y cargas fiscales y embellecer así su imagen pública benefactora.

Esa ética de solidaridad o caridad institucionalizada es muy difícil de atacar con razonamientos políticos. Los hechos que se difunden arteramente muestran actuaciones puntuales e intervenciones parciales muy estéticas en los que pueden observarse al detalle a damnificados y víctimas producidas por la globalización neoliberal, el caos económico, las injusticias sociales y el capitalismo salvaje abrazados con ternura por voluntarios valeroso de diferentes procedencias. Son instantáneas que impresionan e impactan, llenas de emoción y sentimentalismo de consumo rápido, resultando extremadamente difícil relacionar las causas y los efectos de los hechos envasados y retocados por los medios de comunicación de masas. Esos pobres y marginados por los daños colaterales del magnicidio capitalista, sus gritos y sus lamentos son creados y editados por los mismos Estados que mandan las brigadas de auxilio inmediato, los países ricos y las clases dominantes. Sanan y cauterizan de urgencia una herida y dejan ver solo una ínfima parte de la miseria humana. Lo que se queda en tinieblas, no existe, amplificar ese cuadro al completo daría la verdadera dimensión de los estragos reales del sistema global de mercado y las guerras capitalistas.

Una ética así entendida desvía la acción política consecuente, coherente y transformadora, reduciéndose a experiencias privadas que nada cambian en la secuencia histórica o el guión actualizado de la explotación a escala mundial. No obstante, esa imagen de dolor formatea la opinión pública en el sentido que se desea: hace brotar la lágrima fácil ocultando la realidad que subyace en esa ayuda tan hermosa, falazmente desinteresada y buenista, un tender la mano para salir del fango obviando la prevención de las riadas que vendrán a corto o medio plazo. La solidaridad apadrinada por los Estados tiene una condición previa tácita: no tocar las estructuras sociales y económicas de dominación, buscando excelentes samaritanos que no se hagan preguntas radicales en alto ante lo que tocan con sus propios dedos y huelen en vivo y en riguroso directo. Al volver a sus países de origen, las personas solidarias o aventureras han sido convenientemente neutralizadas en sus presuntos pensamientos críticos con la realidad total. Sus currículos refulgen de solidaridad y el Estado los ha amortizado dentro de lo políticamente correcto. Detrás de la cooperación internacional hay mucho negocio solapado, un vaivén de altos cargos especializados y un proyecto ideológico de derechas muy articulado y elaborado.

Los motivos éticos en ausencia de pensamiento político fuerte mueren casi siempre en el escaparate de lo evanescente, decapitando de cuajo la posibilidad de que emerjan programas de mayor enjundia social. Es imprescindible la política para transformar el mundo y revertir los marcos económicos diseñados por las corporaciones. La ética por sí sola únicamente sirve para ir detrás de los desastres provocados por el capitalismo en su versión neoliberal. Las onegés llegan siempre tarde, cuando el campo de batalla presenta raudales de sangre y personas sumidas en la desgracia y la desesperación. Después de losmalos de las bombas vienen los buenos del bisturí, pero son dos versiones o facetas que viven del mismo maná capitalista. Los que causan las guerras y la injusticia social primero envían a los ejércitos humanitarios, tras la hecatombe mandan a sus cuerpos de división solidarios para limpiar la sangre derramada.

Las oenegés son responsables subsidiarias pasivas de que el neoliberalismo triunfe por doquier y eche raíces profundas en las sociedades colonizadas por el imperio occidental y en sus mismos países de procedencia. Apuntalan sus esquemas operativos con sus silencios cómplices. Las gentes solidarias del sofisticado entramado no son culpables de su entrega absoluta, simplemente son utilizados como tontos útiles del régimen de explotación capitalista. Sin política transformadora de raíz colectiva y de clase y luces largas ideológicas, la solidaridad del voluntariado emanada de los poderes estatales es de índole muy similar a la caridad cristiana o religiosa en general. Las causas de la tragedia no les importan, simplemente los efectos del drama de la globalidad financiera y especulativa. Curar una herida puede, en ocasiones, cegar la realidad social. Eso es, en definitiva, lo que persigue el Estado capitalista. La ética desvinculada de la acción política rebelde, crítica y sistemática del orden económico internacional puede convertirse en la cara amable del neoliberalismo desalmado. Sin más atributos. Con la intención y la voluntad moral no se vencerá jamás a enemigo tan poderoso.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.