Santiago García Tirado ha colaborado en diversos medios medios periodísticos como La Marea, Jotdown, Pliego Suelto y Quimera. Durante once temporadas abrió, junto a Laura González, la “Escuela de Gamberrismo Ilustrado” de Radio 3. Por allí pasaron, entre otros, Jorge Larrosa, Olga García, Enrique Galindo o Marina Garcés, quienes pudieron, desde un medio público, desplegar un discurso crítico con la situación actual del sistema educativo.
Como narrador ha ganado diversos premios: el “Teruel”, otorgado por la revista Turia, o el “Salvador García Aguilar” de 2024.
Sus últimas novelas son La balada de Eleanora Aguirre y Palabras comunes (y disparos) con Berthe B. También ha sido editor de Asesinatos profilácticos (antología de relato negro) e Ilusionistas, una selección de conferencias dictadas por Noam Chomsky, ambos para Ediciones Irreverentes.
En la actualidad, dirige y edita el podcast Quimera Voces.
Los últimos 25 años los ha dedicado a la enseñanza de Lengua y Literatura en educación secundaria.
Recientemente ha publicado en El Viejo Topo: Profesor(x)s. Un emoji. En este libro centramos una buena parte de esta entrevista.
Salvador López Arnal.- Felicidades por su nuevo libro. Ando algo desconcertado por el título: Profesor(x)s. Un emoji. ¿Un emoji? ¿Su libro es un emoji?
Santiago García Tirado.- A los profesores es a quienes han querido reducir hasta la simpleza de un emoji: nos dicen que ya no somos transmisores de saber, que nuestra misión es incentivar la curiosidad, ejercer de coachs, hacer de consejeros, de amigos. Que seamos manejables y amigables como esos dibujitos de los mensajes. Y este libro quiere ser un gran pero frente a tamaña palabrería: las y los profesores somos los encargados de traspasar el mundo a la nueva generación, nada menos. En ese traspaso es altamente necesario que se incluyan también nuestros valores: la solidaridad, la búsqueda del bien, el amor por la belleza y la justicia. Se trata de un encargo de dimensiones colosales, desde luego nada sencillo. Y para que ese trabajo dé sus resultados es imprescindible que la sociedad ponga en quienes lo llevamos a cabo su confianza.
Salvador López Arnal.- ¿Su ensayo es un libro para el profesorado? ¿También para estudiantes? ¿Para la ciudadanía en general?
Santiago García Tirado.- La sociedad futura crece y va tomando forma en ese espacio a salvo de la locura que son las aulas. Lo que se enseñe (o no se enseñe) allí dentro determina en unos pocos años cómo es el mundo, cuáles serán sus rumbos. Haga una prueba: ponga el telediario un día normal y contabilice los problemas sociales que se expongan en las noticias. Prácticamente todos son temas que se pueden prevenir en las aulas, porque ese es el papel que le encomienda la sociedad a las escuelas e institutos, que enseñen y eduquen a esos futuros ciudadanos para que luego no haya que lamentar. Sorprende por tanto que en esas noticias hablen siempre expertos diversos, psicólogos, gurús, alguna ONG, pero nunca quienes deberían explicarse, que son las y los que enseñan. Ellos son los observadores privilegiados que a diario detectan cómo eclosionan esos problemas en las aulas. No hay forma de entender por qué no son también ellas y ellos quienes elaboren las respuestas que requieren las nuevas situaciones, los nuevos riesgos.
Salvador López Arnal.- Señala usted en la introducción que a los docentes los discursos les sobran, lo que les falta es relato. ¿Qué características debería tener ese relato? ¿Quién debería escribirlo?
Santiago García Tirado.- Del papel de maestros y profesoras, de los docentes en general, todo el mundo tiene algo que decir. A todas horas pontifican sobre cómo enseñar pedagogos, ministras, consejeros de Educación, psicólogos y vendedores de humo muy variados: ninguno de ellos sabe lo que es pisar un aula, trabajar codo con codo con alumnos y bregar con no pocas familias. Y ahora es el momento de decir que hasta aquí podíamos llegar: la función del profesorado debe ser formulada por los que entendemos lo que pasa en el aula, los profesores. Somos también quienes debemos elaborar nuestro relato, si es que queremos recuperar el prestigio necesario.
Salvador López Arnal.- Aunque algo ha comentado, permítame insistir. Desde su punto de vista, ¿cuál es el propósito de la labor del docente? Más en general: ¿cuál es o debería ser el cometido de la enseñanza?
Santiago García Tirado.- Los docentes tenemos el encargo de enseñar a niños y adolescentes. Eso incluye, por un lado, la transmisión del saber, ese enorme y maravilloso legado que miles de años de cultura, de ciencia, de belleza ha logrado construir la humanidad y, por otro, descubrir el potencial de cada alumno, ayudarlo a encontrar su camino, ensanchar su horizonte y proporcionarle las herramientas para que un día sea un ser humano autónomo, a la vez que integrado en una sociedad.
Salvador López Arnal.- Sostiene que con la ley Celaá “se atiborra de esteroides la dimensión del individuo, la solución personal, el ámbito de lo privado.” ¿Y eso es malo? ¿No hay presencia de la dimensión social en la ley que critica, la que -espero no equivocarme- está vigente actualmente en España?
Santiago García Tirado.- El sistema educativo que rige, que se impone como única solución posible para el futuro es un diseño que procede de los expertos de la OCDE. No me llamen agorero: sus frutos ya se ven en países como Alemania, Italia y otros en los que los jóvenes se sienten fascinados por la fraseología de extrema derecha. La hipervaloración del individuo y, en concreto, del individuo blando, obsesionado por la felicidad y la mirada a su ombligo lleva a eso que profetizaba Margaret Thatcher, a que la sociedad deje de existir, a que solo existan individuos. Un individuo blando consume vorazmente y es, también, mucho más fácil de manejar que una sociedad organizada y exigente.
Salvador López Arnal.- Comenta que los docentes necesitan recuperar la objetividad, volver a ser figuras reconocibles. ¿A qué objetividad se refiere? ¿No son ustedes figuras reconocibles y valoradas en muchos casos? Yo no soy capaz de ver que, personas como usted, encarnen una profesión prosaica y vulgar, como señala. ¿La profesión de don Antonio Machado, Juan Carlos García Borrón, Maria Rosa Borràs o Sara Estrada una profesión prosaica y vulgar?
Santiago García Tirado.- Exacto: puesto que nuestra profesión es de una belleza y una altura incomparables -menciona usted ejemplos maravillosos- no podemos permitir que se siga degradando. Actualmente la de profesor es una figura que cotiza al nivel del bono basura. El mejor talento abandona la escuela. Hay bolsas de trabajo que se quedan vacías, y hay quienes prefieren cobrar la mitad en otro trabajo antes que enfrentarse a un aula. Es el resultado de políticas hechas contra la escuela, y no son inocentes.
Salvador López Arnal.- “Resultado de políticas hechas contra la escuela” dice usted. ¿Me da un ejemplo de política hecha contra la escuela, por favor?
Santiago García Tirado.- Pongamos el objetivo supremo de la labor de la escuela, según la ley: el llamado perfil de salida. Más allá de que se trata de un concepto burdo tomado del mundo empresarial, resulta que es desde ahora el estándar en educación. Toda la tarea de un profesor debe encomendarse a ese objetivo, el de dar forma a un producto final, que es un perfil de alumno a la medida de las exigencias del mercado laboral. Basta leer dos veces los documentos del ministerio de Educación para que se estremezca cualquiera que todavía mantenga algo de sensibilidad. Todo lo demás, la supuesta innovación, la búsqueda de la felicidad, la inclusión, etc. son discursos new age para esconder la vergüenza de un trabajo que se hace a la medida de las empresas. Se entenderá que en ese punto las y los que enseñan se sientan utilizados para una estafa que, para más inri, se realiza contra nuestra propia gente, nuestros alumnos, nuestros vecinos.
Salvador López Arnal.- Hace referencia a una plaga, el burnout. ¿Qué tipo de plaga es esa plaga? ¿A quiénes afecta?
Santiago García Tirado.- Es la plaga de la profesora y el profesor quemados, que abandonan la enseñanza en su mejor momento vital por no encontrar fuerzas para seguir, que caen en la depresión y, en casos extremos, llegan al suicidio. Ninguna autoridad quiere dar datos reales de este mal, en tanto que en países como Francia el ministerio está obligado a hacerlos públicos. Aquí nos encontramos en niveles de emergencia y no se dice nada al respecto. Nuestros docentes atraviesan un gravísimo estado de salud mental.
Salvador López Arnal.- Habla de equipos directivos que niegan la emoción. ¿Los equipos directivos no están formados por docentes como usted? ¿Cómo pueden negar algo tan esencial para ejercer la enseñanza como la emoción?
Santiago García Tirado.- Una gran cantidad de ellos viven aplastados bajo cargas inasumibles de burocracia, un mal que crece sin cesar, otros desarrollan una forma de gestión marcadamente autoritaria y dirigen como meros ejecutores de órdenes que emanan de arriba, de los altos cargos de cada consejería. Los que aún mantienen la frescura de su trabajo son minoría y ejercen mientras les duran las fuerzas. Todo el peso idiota de la administración cae sobre los equipos directivos para que acaben optando por el cinismo como la mejor receta. La consigna de la derrota es ese “ahora las cosas son así”, que siempre les escuchamos.
Salvador López Arnal.- Se suele hablar de la masificación, en el ámbito de la enseñanza pública (menos en la concertada y mucho menos en la privada-privada) como uno de los grandes problemas que dificultan gravemente el ejercicio, en condiciones adecuadas, de su profesión. ¿Es así, es este uno de los problemas claves de la secundaria obligatoria en nuestro país? ¿Se invierte adecuadamente en la instrucción pública.
Santiago García Tirado.- No, no se invierte, pero se pervierte a discreción. El sentido común dice que una profesora, un profesor en secundaria, donde la media de alumnos por docente está en 150-200, no puede atender debidamente a todos ellos, dedicándole a cada uno el tiempo que se merece. En consecuencia, las normas inventan un subterfugio: declaran que el sistema es inclusivo por decreto. Si una familia considera que a su hija o hijo no se le da la atención adecuada, la culpa es siempre del docente, no del sistema. La culpa también circula por decreto.
Salvador López Arnal.- Entonces, según infiero de sus palabras, y más de allá de decretos falsos y acaso falsarios, el sistema no es inclusivo. ¿A quiénes excluye?
Santiago García Tirado.- En la práctica, a todos los que no sean capaces de sobrevivir en el disparate que es la enseñanza actual. Los alumnos pasan de curso por decreto, no es preciso que trabajen. Si los orientadores deciden que un alumno necesita un apoyo, se le brindará lo que permitan los recursos, pero siempre con la presión sobre los profesores para que rebajen los niveles hasta donde haya que rebajarlos. Y luego, se le da el título. Todo el mundo sabe que en la calle ese alumno no podrá hacer nada con su graduado en ESO, pero el sistema ahí se esfuma, ni sabe ni quiere saber lo que ocurrirá después con ese alumno. Y esto se repite en un espectro amplio de alumnos. Otro día, tal vez, podremos hablar del ascensor social y otras bromas de mal gusto.
«Todo el mundo sabe que en la calle ese alumno no podrá hacer nada con su graduado en ESO, pero el sistema ahí se esfuma, ni sabe ni quiere saber lo que ocurrirá después con ese alumno»
Salvador López Arnal.- Según cuenta, el profesorado se disgrega, como grupo tiende a la atomización, “el docente”, añade, “camina así hacia una versión del yo hermético, autosuficiente por error, hasta asumir como rasgo de su independencia lo que no es más que la soledad”. ¿Es inevitable? ¿No existe vida asociativa, sindical, política, entre el profesorado? ¿No se sienten apoyados por los sindicatos?
Santiago García Tirado.- La vida de una profesora, de un profesor tiende a constreñirse en su aula. Los claustros dejaron de tener valor hace más de veinte años. Los departamentos van languideciendo y se intenta que se diluyan en los llamados ámbitos. Cualquier intento de trabajo de un grupo de profesores por proponer alguna reforma en el funcionamiento del instituto se identifica como un ataque -y un ataque personal- a la directora o director. Y luego está la falta de solidaridad de algunos profesores, aquellos que afirman no tener nunca problemas y que, si un profesor los tiene, es porque “se los ha buscado”. Todo funciona para que cada uno haga su trabajo y se marche a casa lo antes posible para seguir allí con más burocracia. Se parece mucho a lo que se quiere conseguir también con los alumnos.
Salvador López Arnal.- ¿Y quiénes pretenden conseguir lo que usted denuncia y critica? ¿Qué pretenden?
Santiago García Tirado.- El sistema actual propicia el individualismo y cierta forma de solipsismo, todo lo contrario de lo que debe fomentar una escuela al servicio de una democracia. En el terreno de los equipos directivos esa tendencia se pone al servicio de la administración de turno, que quiere respuestas rápidas y serviciales a sus exigencias, que pueden ser el trámite burocrático del día o la aplicación de la nueva ocurrencia que haya surgido en sus proyectos de imagen. Es entonces cuando aparece el consejero o consejera de turno y explica a los medios de comunicación lo bien que gestionan las innovaciones, tanto que no hay nunca réplica del profesorado. De que sigan obedeciendo sin derecho a réplica se encargan los equipos directivos, configurados ya como ejecutores no discrepantes. Y rompo una lanza por muchos de ellos, que hacen una labor que es pura dignidad. Pero viven a diario en un brete.
Salvador López Arnal.- Creo que usted ejerce su profesión en Barcelona. El procesismo secesionista que se ha vivido en estos últimos años en Cataluña, ¿ha tenido repercusiones en su trabajo como docente?
Santiago García Tirado.- Lo ha tenido. En Cataluña los equipos directivos funcionan como gabinetes gestores que, por ejemplo, pueden decidir qué profesores se quedan y quiénes se van, a discreción. Eso ha multiplicado el modelo de equipos directivos diseñados según intereses opacos, pero que son indiscutidos. Cualquier crítica a ese sistema, cualquier disensión o llamada de auxilio frente a los pésimos resultados académicos se puede consignar como un ataque a Cataluña y, en último término, como una traición. He visto acoso a profesores no colaboracionistas, mandatos de espiar qué hace cada docente en sus aulas, y he visto cómo se ocultan agresiones de alumnos, incluso suicidios porque se considera que no es bueno que eso se sepa fuera. Estropea la imagen de una Cataluña espléndida.
Salvador López Arnal.- Incluso suicidios, dice usted. ¿De quiénes? ¿De profesores, de alumnos?
Santiago García Tirado.- De profesores y de alumnos. Este curso empezó en mi instituto con un suicidio de una alumna recién titulada en Bachillerato: nadie trató el tema en clase, no hubo ninguna acción del centro, ningún intento de hacer pedagogía con esa situación espantosa. Nada. Fue todo muy doloroso, pero de un dolor con trazas de podredumbre. Entre 2019 y 2021 crecieron los suicidios entre adolescentes un 32%, y solo en Catalunya los intentos se multiplicaron por cuatro después de 2020. Pero ya digo que no hay datos oficiales de docentes, solo estudios como los que elabora el Consejo General de la Psicología en España, que revelan que un 38% de los docentes se consideran en un estado emocional que podría entenderse como depresión, y que un 13% reconoce haber sentido atracción por el suicidio. La sospecha es que hay un mal de dimensiones escandalosas que se escamotea a la opinión pública.
Salvador López Arnal.- ¿Y la pandemia? ¿Qué efectos tuvo y acaso siga teniendo la pandemia entre los enseñantes?
Santiago García Tirado.- La pandemia ha tenido un efecto mínimo sobre los que enseñamos. Sin embargo ha sido magnificada por los que ya venían acechando a la educación: la pandemia sirve tanto para maquillar las trágicas cifras de los resultados académicos recientes como para justificar bochornosas inversiones en ordenadores, pantallas digitales y contratos millonarios con -oh, sorpresa- Google, Microsoft y otras tecnológicas. Lo cierto es que la pandemia puso de nuevo de relieve que la figura de los profesores es insustituible. No hay gadget ni IA que pueda ocupar su lugar.
Salvador López Arnal.- Le cito: “En la enseñanza actual, desde el colegio a la universidad, es imposible que una profesora, un profesor, culminen un curso sin un saldo frustrante”. ¿No generaliza en exceso? ¿No cae usted en las gélidas aguas del pesimismo nihilista?
Santiago García Tirado.- Yo me niego al pesimismo y al nihilismo. Mi grito no es de derrota, es de rabia, porque lo que he vivido, lo que sigo viviendo y lo que viven los 780.000 docentes de este país es mucha frustración, y hay que decir basta. Lo que queremos es enseñar, que nos permitan hacer esa tarea. Es acuciante que recuperemos sentido y prestigio.
Salvador López Arnal.- ¿Y qué condiciones esenciales deberían darse para que el profesorado pudiera hacer bien su tarea?
Santiago García Tirado.- Las que se desprenden de este punto: la educación pública debe estar en manos de quienes enseñan, no de expertos de la nada al servicio de las organizaciones empresariales. A partir de ahí, el resto de condiciones debería desatarse naturalmente, en cadena. La primera, recuperar el papel de los profesores y alejar de las aulas la sombra de familias, de religiones, de pedagogos y de toda figura que no sea natural en el aula. La segunda sería diseñar una inversión económica al nivel del reto que se le propone a la escuela. El resto de condiciones derivan de estas.
Salvador López Arnal.- Otra de sus consideraciones: se impone como tarea recuperar el dominio del lenguaje. ¿Qué dominio del lenguaje es ese? ¿Cuándo los docentes han perdido el dominio del lenguaje?
Santiago García Tirado.- Me refiero a que lo que se hace en el aula es y debe ser explicado por quienes trabajamos allí. Por contra, lo que nos propone la ley es una neolengua bastarda, conceptos de laboratorio y significado artificioso: “Aprender a aprender”, “perfil de salida”, “entorno sin referentes”, “poner al alumno en el centro”, “diseño universal de aprendizaje”. Nos imponen aprenderlo, asumirlo y que nos reseteemos para trabajar en la enseñanza diseñada por expertos al servicio de intereses que no son los de nuestras democracias.
Salvador López Arnal.- Pero esa neolengua que usted critica, con mucha razón desde mi punto de vista, está acuñada en muchas ocasiones, salvo error por mi parte, por pedagogos, por “científicos de la Educación”, muchos de ellos profesores también. ¿No irrumpe aquí alguna inconsistencia?
Santiago García Tirado.- La inconsistencia aparente surge de una confusión: los pedagogos no son científicos. La pedagogía, así, en abstracto, se autoproclama como una doxa y un corpus incontestables, pero es un pensamiento especulativo y, como es lógico, debe estar sujeto a crítica. Lo que tenemos actualmente es un poder en ascenso que ha ido colonizando las facultades y que se ha sentado en centros políticos de decisión. Hace décadas que está desconectada de la vida de las aulas, pese a lo cual sigue dictando diagnósticos y recetas sobre cómo se debe trabajar en el aula. El mundo ha ido cayendo en una creciente psicologización de la vida; la escuela, en una creciente pedagogización de la enseñanza. Y ambas cosas están ahogando la vida inteligente por anegación.
Salvador López Arnal.- ¿Debo entender sus palabras como una crítica a la pedagogía realmente existente en sus diversas manifestaciones y corrientes?
Santiago García Tirado.- Sí, una crítica acerada y urgente. La pedagogía debe ser una disciplina coadyuvante, que aporte visiones y métodos, pero nunca debe ser la que dirija y monitorice la labor de las y los profesores. Puede plantear métodos, pero los expertos de cada materia son los últimos conocedores de lo que deben enseñar y no pueden estar tutelados por pedagogos. Como he avanzado, las facultades de Educación están colonizadas por ellos, pero no son expertos en ninguna materia de las que deben enseñarse en clase. Han convencido a los dirigentes políticos de sus recetas y, qué curioso, sus recetas se adecuan a las mil maravillas con las que desde los años 90 reclamaban las grandes corporaciones en el primer informe ATC2S (Evaluación y enseñanza de las competencias en el S. XXI). En esas están los pedagogos, y frente a esas estamos los que creemos que hay que recuperar la escuela para la gente.
Salvador López Arnal.- Se suele decir que la escuela debe estar al servicio de la sociedad. ¿Le parece razonable esa afirmación? ¿Qué significa en esto caso “estar al servicio de la sociedad”?
Santiago García Tirado.- Desde luego no es estar al capricho de familias que exigen que a sus hijos se les haga felices y no se les hable de Historia, o de Filosofía, o de ciertos temas científicos. Significa trabajar para lo que la escuela nació: para formar a los futuros ciudadanos, si es que queremos que el mundo siga siendo un lugar donde merezca la pena vivir.
Salvador López Arnal.- ¿La escuela, los institutos, las universidades, deben tener espíritu transformador?
Santiago García Tirado.- Es que ese es su sentido: el traspaso del mundo -dice Hannah Arendt- sin renovación significaría su propia muerte. Puesto que el legado del mundo pasa a la nueva generación y esta lo adapta a sus nuevas condiciones, el legado de la humanidad sigue vigente. Lo que nos piden las pedagogías actuales presenta la piel de lo moderno, pero a poco que se observe se verá que debajo no traen nada.
Salvador López Arnal.- ¿El capitalismo desbocado y desregulado en el que estamos inmersos, ¿no deja su huella en la enseñanza? ¿Cómo es esa huella?
Santiago García Tirado.- Una huella criminal: se nos dirige para que no formemos a gente con espíritu crítico, sino personas dóciles, que desconozcan su cualidad de ciudadanos aunque, eso sí, se encaminen a ser consumidores voraces. Otro día podríamos hablar de la irrupción de sus productos en la escuela: pantallas, software, servicios de cátering. Las escuelas son un jardín de paso a la gran selva del mercado que espera al salir.
Salvador López Arnal.- Explica usted que los axiomas de la educación son cinco. Le pregunto por uno de ellos. Previamente: ¿qué debemos entender aquí por axioma? ¿Verdad educativa evidente e indiscutible, conditio sine qua non?
Santiago García Tirado.- Verdades que no necesitan explicación, por evidentes, y que la llamada pedagogía actual nos pide que asfixiemos, contra nuestra inteligencia. Verdades como, por ejemplo, que quien tiene el conocimiento es el profesor y que el alumno tiene que dar un paso para hacerlo suyo.
Salvador López Arnal.- Le pregunto por el primero de esos axiomas: “El alumno, la alumna, vienen a la escuela porque necesitan algo.” Responde usted que ese algo inmaterial y necesario se llama “Educación”. ¿Qué es la educación desde su punto de vista?
Santiago García Tirado.- La Educación es todo un proceso que una sociedad democrática debe mimar, porque en él toma forma el individuo que sostendrá sus principios: justicia, equidad, respeto, solidaridad, probidad, búsqueda de la paz. La parte sólida y extensa de esa Educación se le encarga a la escuela, de ahí que el respeto por la figura de las y los docentes sea condición necesaria. Otros agentes de la Educación son los ayuntamientos, las diputaciones, las familias y los medios de comunicación públicos. Todavía no se ha planteado que sostengan esa condición de educadores.
Salvador López Arnal.- Habla también de líneas de fuerza. La tercera de ellas refiere a las asignaturas fundamentales, que, en su opinión, deben sentirse orgullosas de ser llamadas inútiles. ¿Cuáles son esas asignaturas fundamentales? Ser fundamentales e inútiles al mismo tiempo, ¿no es una paradoja, acaso una contradicción?
Santiago García Tirado.- Son fundamentales las que proceden de una tradición de siglos, aquellas que son también la base de nuestro pensamiento y que van desde la Filosofía y la Lengua hasta las Ciencias y la Tecnología actual. La oferta de optativas sin criterio es una tienda de chucherías para banalizar el trabajo del aula.
Salvador López Arnal.- ¿Cuáles son sus principales críticas a la enseñanza por competencias?
Santiago García Tirado.- Que se enfoca en lo práctico, y en último término refuerza el concepto de que solo es valioso lo que puede dar un resultado monetizable. La solidaridad, la justicia, el respeto por la cultura y tantos otros valores no son monetizables, luego palidecen en la enseñanza por competencias.
Salvador López Arnal.- Cita usted a Jorge Larrosa por su definición de lo que se hace en el aula: “Los del aula son trabajos de amor”. ¿Está de acuerdo? Sin ningún ánimo de descortesía, ¿no es un poco cursi la afirmación? ¿No es contradictoria con los cinco axiomas de los que hemos hablado? El 3, por ejemplo, señala que “La alumna, el alumno, tienen hacer una esfuerzo para apropiarse de ese saber que le ofrece la escuela.” Se habla de esfuerzo, no de amor.
Santiago García Tirado.- Así, en frío, la afirmación es sonrojante, como todo lo que sea manifestar sentimientos fuertes en tiempos de liviandad. Ocurre que es la única palabra que define a la perfección lo que se hace en el aula: aquellos son trabajos de amor. El amor trivializado en el cine, en la vida diaria, es un exceso de azúcar que entontece, pero el amor es el sentimiento fuerte que define lo humano: desata el instinto de protección, empuja al cuidado del otro, obliga a dejar de pensar en uno para volcarse en quienes nos rodean. El amor lleva a un profesor a sacar lo mejor de sus alumnos, a no regalarles notas ni parabienes, a tomarse en serio su futuro, y eso obliga a explicarles, ayudarles y, luego, exigirles.
Santiago García Tirado.- Salvador López Arnal.- ¿Qué es la Escola Nova 21? ¿Quiénes la promocionan? ¿Cuáles son sus principales críticas?
Santiago García Tirado.- Escola Nova 21 es una organización catalana, como sé que hay otras en otras comunidades. Se presentó en su día como un movimiento imparable de profesoras y profesores entregados a la causa de la modernización y se vendió como un logro del espíritu rupturista -no se sabe muy bien qué era necesario romper, eso también habría que recalcarlo-. Cuando acabaron de enseñar todas sus cartas lo que había era La Caixa -una organización no precisamente nacida para el progreso de la clase trabajadora-, la Universitat Oberta de Catalunya -privada- y la ínclita Fundació Jaume Bofill -una organización con muchas menos luces que sombras, al servicio de intereses no confesos-.
Salvador López Arnal.- Le pregunto sobre esta fundación. ¿Qué opinión le merece la Fundación Jaume Bofill, una fundación con mucho peso en la enseñanza y en la sociedad catalana?
Santiago García Tirado.- Es tan interesante el entramado catalán en materia de educación que no cabe una respuesta rápida ni concisa en pocas líneas. Aquí todo se diseña primero como una operación de imagen, y luego se busca alguna consigna que le otorgue apariencia. La Fundació Bofill es un think tank, pero va más allá: provee a La Caixa y, en general, al entramado empresarial catalán, de las estrategias supuestamente revolucionarias que servirán para formar la futura fuerza laboral. También opera para abrir nichos de mercado.
Salvador López Arnal.- Nos da algún ejemplo, por favor.
Santiago García Tirado.- Pongo un ejemplo: en Catalunya hay una presión tremenda por que las escuelas e institutos trabajen en jornada partida; la Fundació Bofill publica continuos estudios donde se aportan estudios -dudosos- que corroboran que la jornada partida es maravillosa, es un hallazgo, es eso que necesitamos en un país que ya es número uno en horas lectivas en Europa; por fin las empresas de catering ven aumentar su espacio de negocio. Las empresas catalanas que encharcan el territorio educativo son legión: de cátering, de monitores de comedor, de casas de colonias, de actividades extraescolares, de tiempo libre. Con gobiernos llamados de izquierdas -ERC da mucha risa, pero también el PSOE- o de derechas, el jardín empresarial en Catalunya está siempre bien cuidado por todas las administraciones, organizaciones, medios de comunicación. El sistema educativo tiene como consigna defender los intereses empresariales, así se explica que, contra los informes que dicen que la educación sigue cayendo por debajo de la media de España y la OCDE, las autoridades sigan exigiendo que las dinámicas implantadas vayan a más, con más furia, con menos debate.
Salvador López Arnal.- Antes ha hablado de ello. ¿Se abusa en el aula de las pantallas, de las llamadas TIC, hablando en general?
Santiago García Tirado.- Se abusa de todo lo que sospechosamente ha costado dinero pero nadie ha pedido. Los hechos dicen que primero ha sido el negocio y luego se ha creado la necesidad de esos productos. Si se pregunta a cualquier profesora o profesor dónde habría que invertir, lo primero que dirá es en más docentes. Más personal significaría la posibilidad de reducir la cantidad de alumnos por clase, una mejor atención, más posibilidades de trabajar la diversidad, etc., pero no, lo que encontramos a diario es que se habla de falta de presupuesto, de no poder aumentar la inversión… hasta que llega el día de una megacompra, siempre a grandes proveedores, eso sí.
Salvador López Arnal.- Tras 25 años de docente, ¿sigue amando su profesión?
Santiago García Tirado.- Incluso sigo sorprendiéndome a la edad en que uno esperaría andar ya camino de la decepción, de la entrega. Claro que amo mi profesión, y a mis alumnos por encima de todo. Es por ellos por quienes estamos aquí, trabajando y preguntándonos día a día cómo podríamos mejorar nuestras clases, de qué manera conectarlos con los temas que conforman la actualidad, cómo conseguir, en fin, que las aulas sean espacios a la altura de su tiempo sin permitir que allí penetre la lógica de la producción neoliberal. Por supuesto, también admiro y respeto a mis compañeros. Solo quien vive en un centro educativo puede dar fe del talento que allí hay, del trabajo que se hace fuera de foco, de la cantidad de belleza que allí eclosiona por el trabajo de las y los que enseñan. Contra todo, a pesar de todo. Y sigo venerando a esos otros compañeros que nos precedieron, los que fueron mis profesores, por quienes yo soy y yo creo, por quienes tenemos una enseñanza pública que hay que cuidar como un tesoro.
«Solo quien vive en un centro educativo puede dar fe del talento que allí hay, del trabajo que se hace fuera de foco, de la cantidad de belleza que allí eclosiona por el trabajo de las y los que enseñan»
Salvador López Arnal.- Ejerciendo en Barcelona como es su caso, apenas comenta el tema de la inmersión lingüística .Cat. ¿Le parece razonable?
Santiago García Tirado.- El tema de la inmersión provoca más reverberaciones fuera de Cataluña que en la propia Cataluña, donde el día a día se vive con naturalidad -hablo de la inmensa mayoría de centros, no dudo de que haya alguna distorsión puntual- y la lengua se aprende en un marco de buena salud. El ruido que llega desde los cuatro puntos cardinales del panorama no permite ni aclarar posturas ni razonar al respecto de la inmersión, y eso tensiona una sociedad. En Cataluña existe la pose lastimera que permite a mucha gente persistir en el tópico de que la lengua catalana está en peligro, mientras que solo en Barcelona hay lista de espera de más de 4.000 personas a las que ninguna administración les ofrece clases de catalán. Por otro lado, Catalunya es una sociedad desquiciada, donde una buena parte de la población cree que no es momento de exigir mejoras en la sanidad -una de las peor dotadas de España-, ni en otros servicios, porque hay que fer pinya con los poderes públicos, algo que permite que los gobernantes de aquí sean de los menos fiscalizados. Y de los más felices, por aquello de la impunidad. El cuadro es lamentable.
Salvador López Arnal.- ¿Quiere añadir algo más?
Santiago García Tirado.- Yo siempre añadiría: más escuela, más profesores, más inteligencia, más belleza.
Y que el control de la enseñanza vuelva a estar en las manos idóneas: las de profesoras, maestros y demás docentes. Ellas y ellos son depositarios de un inmenso capital político, con ellas y ellos nos jugamos que el mundo futuro sea un lugar donde merezca la pena vivir.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.