Los argentinos asistimos hoy a un brutal ataque mediático contra los aumentos de las remuneraciones a los trabajadores. Los empresarios, los funcionarios públicos, los políticos de los partidos tradicionales -los mismos que nos gobiernan desde siempre- se encargan permanentemente de instalar en la población -en su mayoría clase trabajadora, ocupada o desocupada- la idea sobre […]
Los argentinos asistimos hoy a un brutal ataque mediático contra los aumentos de las remuneraciones a los trabajadores. Los empresarios, los funcionarios públicos, los políticos de los partidos tradicionales -los mismos que nos gobiernan desde siempre- se encargan permanentemente de instalar en la población -en su mayoría clase trabajadora, ocupada o desocupada- la idea sobre la inconveniencia de aumentar los salarios, ya que -argumentan- ello provoca procesos inflacionarios que terminan perjudicando a los mismos que se quiere beneficiar.
Pero… ¿es eso cierto?
La naturaleza del salario
En primer lugar, habría que aclarar que el salario es una herramienta que, detrás de una ‘aparente’ retribución que el patrón realiza hacia sus obreros por el trabajo que éstos realizan, oculta la verdadera infamia en la que se basa el sistema capitalista. ¿Por qué?: pues porque la ganancia de todo patrón es producida no por su capital, sino precisamente, por el trabajo realizado por los obreros. ¿Cómo es eso posible, y cómo demostrarlo? Digamos que Marx ya lo hizo hace más de 100 años cuando explicó el funcionamiento del sistema capitalista en su monumental obra ‘El Capital’, que, más allá de los impresionantes cambios que han experimentado los modos de producción desde entonces, mantiene su vigencia porque desmenuza la esencia del sistema. Es recomendable su lectura, pero en una apretadísima, arbitraria y precarísima síntesis, podríamos decir que la actividad económica (o proceso económico) es un proceso eminentemente social, en el que los seres humanos, a través de diferentes actividades que se entrelazan entre sí, transforman los recursos naturales para su posterior utilización o consumo. A la transformación de los recursos naturales en bienes (de uso o consumo) es a lo que comúnmente se llama trabajo. Resumiendo, el proceso económico es la suma de la producción de bienes (trabajo) más su distribución en la sociedad (reparto de la riqueza producida). En ese proceso, para visualizar la transformación de un recurso natural sin valor económico en un bien con valor a través del trabajo, podemos imaginar un hombre que moldea barro (recurso natural sin valor) y empeñando sus manos, su inteligencia, su imaginación y su tiempo, su trabajo, lo transforma en una vasija (bien con valor). Entre el barro y la vasija está el trabajo del hombre.
Imaginemos entonces un capitalista que invierte en una fábrica de muebles; tiene el edificio, las herramientas y la materia prima. Tal capital mantiene su valor invariable (incluso puede disminuir por desuso), si no lo pone a producir. La madera virgen adquiere mayor valor cuando se la transforma en muebles, pero eso sólo puede lograrse, justamente, a través del trabajo.
Otra vez, entre la madera bruta y el mueble -y la consiguiente diferencia de valor -está el trabajo humano. Y así todo lo demás creado por la humanidad.
Todo el avance tecnológico, toda la automatización existente hoy en día tiene origen en el potencial transformador del trabajo humano sobre la naturaleza. La conclusión más importante que se deduce de lo antedicho es que lo que da valor a los recursos naturales es su transformación en bienes, o sea que el valor a las cosas (a los bienes) lo da el trabajo, no el capital.
Si es el capitalista el que se queda con la mayor parte de esa diferencia de valor creada por el trabajo (que realizan los obreros), significa que se está apropiando de algo que no es suyo. En todo caso, podría cobrarse la inversión realizada, a partir de lo cual debería repartir las ganancias con los trabajadores, siempre y cuando él también aplicara su fuerza de trabajo para transformar recursos en bienes. Lo cual lleva a preguntarse sobre la necesidad de la existencia de los patrones como clase.
En definitiva, cuando el patrón le paga el salario a sus obreros y se queda con la ganancia que le ha generado el trabajo de éstos, en realidad no les está retribuyendo nada, sino que se está apropiando de la mayor parte de la riqueza que ellos han producido.
El capitalismo, entonces, es un sistema de explotación, que legaliza a través de sus instituciones esa práctica injusta e inhumana.
Aclarado el punto de la significación real del salario, volvamos a la cuestión de la inflación. Es evidente que un sistema que, encima, impide que los salarios puedan aumentar para que los trabajadores puedan tener un nivel de consumo acorde con sus necesidades (sin mencionar a las necesidades culturales -como la información, el confort o el ocio-, o las sociales -como la educación, la salud, la seguridad, la higiene-, ¡sino las básicas, como el alimento, la vivienda y el vestido!), es un sistema que va contra la naturaleza humana.
Pero tratemos de explicar lo más sencillamente posible las causas del proceso inflacionario.
El mecanismo de la inflación
Supongamos que un señor posee un bien cualquiera, digamos… una vaca. El hombre desea vender ese bien, y para hacerlo va hasta la feria de su pueblo, donde no hay ningún tipo de control para el comercio. Aparece un comprador y acuerdan libremente un precio razonable para ambos: diez pesos, por ejemplo. En ese momento llega otro comprador y, como también pretende llevarse la vaca, ofrece un precio mayor: once pesos. Si ambos disponen de más dinero, la necesidad les hará empujar el precio hacia arriba tanto como puedan. Allí comienza el mecanismo de la inflación: cuando la demanda supera la oferta.
Desde un punto de vista humanista podríamos objetar que los dos compradores tienen hambre, pero sólo el que tenga más dinero comerá…, pues al vendedor sólo le interesa vender al mayor precio posible, satisfacer su necesidad, no la de los demás. No le interesa que el estómago de los otros esté vacío, sino que su bolsillo esté lleno. Y puede actuar así porque el marco legal se lo permite. De una manera u otra, jamás detendrá por su cuenta y conciencia la escalada. Todo lo contrario.
Sin embargo, las cosas no son tan simples, nos dicen los defensores del liberalismo económico. Ellos argumentan que en la realidad existen incontables oferentes que deben adecuar sus precios si desean competir. Es decir (según ellos): supongamos que llega otro vendedor a la feria, y para poder competir con el anterior, ofrece su vaca también a diez pesos. En ese caso, los dos demandantes se van satisfechos, cada uno con su vaca. Así toda la sociedad.
Este razonamiento peca por lo menos de inocente, pues no tiene en cuenta la ambición ni el egoísmo humanos (cosa que sí hacen para explicar, avalar y alabar la competitividad y el desarrollo). La realidad indica que lo más probable es que el comprador con más dinero se lleve las dos vacas para luego sacar algún rédito personal. ¿O no existen los productores, los intermediarios, los acaparadores que especulan, hasta los pequeños comerciantes, que en la cadena comercial van aumentando los precios buscando sus beneficios? ¿Y quién paga todo eso?: el último eslabón de la cadena, el que no tiene capital, el que no tiene dinero para producir, ni para intermediar, ni para acaparar, ni para especular, el que recibe y soporta todo el peso del sistema: el hombre que trabaja y vive de su salario. La mayoría.
Lo importante, lo que queda de lo expuesto, es la certeza de que el aumento de precios depende de la voluntad del vendedor, de su condición de poseedor de un capital (la vaca), y de la necesidad de los compradores; lo cual constituye un comportamiento social y una ley dentro del capitalismo, y no una infalible ley natural (el vendedor -el capitalista- jamás dirá ‘el precio es de diez pesos; dénme cinco cada uno y llévense a su casa la mitad de la vaca. Mañana traeré otra, si quieren’). Es falaz apelar al argumento de que si los demandantes dejan de comprar los oferentes se verán obligados a bajar sus pretensiones: podría discutirse en el caso de electrodomésticos, pero… ¿cuánto pueden esperar estómagos hambrientos, cuerpos congelados por el frío, seres humanos viviendo a la intemperie?
Tampoco puede esperarse que los productores ‘solidariamente’ aumenten su producción de tal manera que la oferta supere largamente la demanda para hacer caer así los precios, porque, como ya se ha dicho, al capitalista lo único que le interesa es la máxima utilidad, y manejará las demás variables para lograrla. Queda claro entonces que el tan difundido tabú de que inyectar liquidez al mercado interno (en criollo, darle más plata a la gente) provoca inflación, responde a la lógica capitalista de que el aumento de la demanda sin el correspondiente aumento de la oferta es inflacionario porque los señores empresarios, con libertad y sin ningún tipo de control, en vez de esforzarse en producir más recurren al perverso ardid extorsivo de aumentar el precio de los productos.
Aquí es donde se hace obvia la necesidad del control y la posesión estatal de las herramientas que modelan la economía de los pueblos.
La (nueva) mentira del señor K y su troupe
Una vez repasadas las causas de los desvelos de Kirchner, Lavagna y demás instrumentos de los monopolios, volvamos entonces a la actualidad de nuestro país. Ya hemos visto que los salarios representan la legalización del saqueo por parte de los patrones a los obreros en el capitalismo, y que la inflación responde al interés de la burguesía de obtener la máxima utilidad a través del manejo de la relación entre la oferta, la demanda y la producción. La estrategia de señalar como culpables a los aumentos de salarios también responde a esos intereses.
En la actual realidad de nuestro país se agregan otros datos contundentes que señalan a los verdaderos culpables:
1) la relación entre el valor del peso y el dólar, la balanza comercial internacional superavitaria y el aumento de la producción nacional (si bien esa producción en su mayoría son comodities, es decir productos con poco o nulo valor agregado). 2) el dato contundente de la baja en el consumo popular de los productos de la canasta básica. 3) el gravísimo hecho de que en un país con 40 millones de habitantes, que produce alimentos para 300 millones de personas, hay millones de hambrientos y 100 chicos mueren por día por causas evitables, la mayor, el hambre.
¿Qué significan todos estos datos? Pues, en primerísimo lugar, que la realidad es obscena y hay que cambiarla. Segundo, que los precios aumentan a pesar de la baja en el consumo. Y, por último, que la producción nacional es más que suficiente para abastecer el mercado interno, pero a las empresas eso no les interesa porque debido al tipo de cambio les conviene colocar sus productos en el exterior. O sea que los resortes para bajar la inflación están en manos de los empresarios, porque ellos están en condiciones de aumentar la oferta; pero no lo hacen porque no les conviene, y encima recurren al ardid de echarle la culpa a los aumentos salariales para aumentar sus ya astronómicos beneficios.
Por supuesto que el gobierno es absolutamente cómplice de semejante bajeza, porque debería controlar esos resortes y no dejarlos en manos de quienes sólo quieren hacer negocios y no tienen el más mínimo interés de crear una sociedad justa -porque, obviamente, terminaría con sus privilegios-. En vez de, por lo menos, promulgar una ley de abastecimiento interno con precios diferenciados de los de exportación, pone a los zorros a cuidar el gallinero. Es decir, es un fiel guardián de los intereses empresariales, los cuales van en contra de los populares.
Claro, todas estas políticas están dictaminadas por las exigencias de las potencias imperialistas, el G7 y sus instrumentos, el FMI, el BM y el BID, y tienen que ver con la captación de divisas para hacer frente a los pagos de la ilegítima, ilegal y fraudulenta Deuda Externa que la administración del santacruceño ha reconocido. La aseveración de no pagarla ‘con el hambre del pueblo’ ha quedado tan lejos como la soberanía política y la independencia económica para nuestro país.
Una vez más, ante una nueva expresión de la crisis nacional, queda demostrada la verdadera naturaleza del gobierno kirchnerista, que por más que vista sus discursos de antineoliberalismo, antiimperialismo y fervor popular, en los hechos es todo, todo lo contrario.