El éxito de público, de crítica y económico de Luces de la ciudad (City Lights, 1931), lleva a Charles Chaplin (1889-1977) de gira por el mundo siguiendo su estreno, lo que a la vez significó que tardaría cinco años en realizar su siguiente película, Tiempos modernos (Modern times), en esta oportunidad con una mayor ambición. […]
El éxito de público, de crítica y económico de Luces de la ciudad (City Lights, 1931), lleva a Charles Chaplin (1889-1977) de gira por el mundo siguiendo su estreno, lo que a la vez significó que tardaría cinco años en realizar su siguiente película, Tiempos modernos (Modern times), en esta oportunidad con una mayor ambición. Así, su habitual personaje de vagabundo, Charlot, uno de los tantos que encarnó en su larga y abundante carrera, protagoniza una muy divertida crítica de la mecanización industrial, de la robotización del hombre, del fordismo y el taylorismo (dos métodos de producción que imperaron entre 1940 y 70, Edad de Oro del capitalismo, y los que refleja el filme de forma visionaria): el primero, se refiere a empresas de producción a gran escala, con una alta división del trabajo y el crecimiento constante de los créditos al consumo; el segundo, a las ventajas que obtiene el patrón a partir del trabajo a destajo del obrero: realizar una labor en menor tiempo para obtener mayor ganancia, con base en la producción en serie. Lo que, desde el marxismo, se conoce como plusvalía: la diferencia entre el valor creado por el obrero y el salario que recibe. Y, no en últimas, Tiempos modernos constituye un sonoro bofetón al capitalismo, sistema que en vez de simplificar la labor del trabajador, la ha complicado, sobre todo desde lo existencial: quizás por haber relacionado siempre la palabra ocio, en griego escuela, con improductividad pero nunca con su verdadera antítesis, la explotación… del hombre por el hombre, pero también del hombre por la máquina, a la que siempre creyó poder dominar.
Chaplin lanza en el filme una mirada crítica, ácida y desde luego humorística a un periodo de crisis y de alta conflictividad laboral a nivel mundial. Crisis y conflicto que, contra lo que piensa y cree el capitalismo, no cesan sino que se agudizan por el culto desmedido al dinero y a la (sin)razón de un Estado cada vez más irresponsable. En pocas palabras, el argumento del filme es la esclavización del hombre por la máquina que, como se puede ver y sentir, se prolonga hasta hoy: cosa que Kafka ya había advertido, según se desprende de lo dicho por Mijal Levi: «Kafka vuelve nuevamente a las raíces del problema: el proceso de alienación que convierte al objeto, a la creación humana en un amo opresor, autónomo y extraño. La máquina domina al hombre y lo destruye en vez de prestarle ayuda y servirle.» (El Magazín No 463, El Espectador, p.9) No hay que olvidar que, para ese momento, todavía se sienten los efectos de la Depresión de 1929, es decir, la caída de la Bolsa en Wall Street, lo que trajo como respuesta el famoso New Deal o Nuevo trato del entonces presidente de Estados Unidos, el señor F. D. Roosevelt: esto es, una forzada reactivación económica basada en la explotación del hombre por el hombre y no precisamente en el trato respetuoso y compasivo de la gente, como se lo quiso ver en aquella época y aún lo sostienen algunos defensores de ese fenómeno, por monstruoso, llamado capitalismo.
Cuando se dice que Chaplin realiza Tiempos modernos con una ambición mayor es porque, para buena parte de la crítica mundial, el tema que aborda en el filme es, en efecto, el más ambicioso de toda su carrera. En sus continuos viajes por Europa y en particular por Inglaterra, ha podido verse cara a cara con la miseria, el paro obrero y las plagas sociales que acompañan al nacimiento de una civilización altamente tecnificada. Eso no significa que las máquinas sean indignas de apreciar ni, por el contrario, dignas de desdeñar, ni más faltaba… Se quiere decir que su aplicación fortuita (por inopinada, que sucede sin haber pensado mucho en el asunto), desmedida y sin una adecuada planificación no lleva sino a dejar muchos seres en la calle, sean desempleados, en pobreza relativa o en miseria absoluta. Se cuenta que testigos presenciales vieron llorar a Chaplin en su último viaje a Londres, después de haber visitado los miserables ambientes donde transcurrió su infancia, antes de viajar a EE.UU con la compañía cómica británica de Fred Karno, sin cumplir aún los 21 años. Llora al ver cómo niños y ancianos sacan sobrados de las canecas, mujeres se ofrecen al mejor cliente cual mercancías, policías golpean a indefensos indigentes mientras se hacen los de la vista gorda frente a hampones de toda clase. Y debido a ello se encierra en un hotel, luego de cancelar sus más urgentes compromisos sociales con personajes de todas las pelambres, especialmente oportunistas y aprovechadores de ocasión.
Se dice también que Chaplin había querido siempre escribir un libro sobre tan patética situación y sobre la crisis económica y la huelga obrera. Afortunadamente, pronto se dio cuenta de que su mejor arma para tratar de cambiar dicha situación estaba en el humor, ese elemento tan ajeno a los centros del poder y al que el Poder es tan alérgico pues lo considera el peor enemigo de la disciplina y especialmente del orden, la palabra preferida en el diccionario de la tiranía. Pronto se dio cuenta, también afortunadamente, de que el medio más eficaz para reflejar semejante estado de cosas era ya no la palabra escrita sino la imagen, es decir el cine. La más poderosa forma de expresión que ha inventado el hombre para recrear la realidad inmediata, la que está en plena calle, la que no está oculta sino que él mismo no la ve o se hace el que no o, simple, prefiere no ver. Con ello ignora que todo aquello a lo que cierra los ojos, servirá para derrotarlo cuando llegue la hora de la muerte.
Unas pocas escenas de Tiempos modernos serían suficientes para demostrar lo que se afirma, en especial con respecto a la transformación de lo patético/doloroso en humorístico, en celebración para el ojo y el oído. Puede pensarse aquí, ya no verse, en los obreros que entran a la fábrica, como si se tratara de ovejas que van al matadero; en esa fábrica super-taylorizada donde hay una máquina que ahorra el tiempo que los obreros, según el patrón, desperdician mientras comen… para luego seguir trabajando; en aquel proceso en cadena que no permite el más mínimo descuido pues ello trae consigo pisotones, puños y bofetadas o moscas que se paran en la nariz y a las que no se puede matar toda vez que las manos están ocupadas en las herramientas usadas para poner unos simples botones sin ton ni son; en aquella máquina de alimentar al obrero cuyo impacto visual divide al espectador entre el que se muere de la risa y el que se muere de pánico: como siempre sucede, y en esto no tiene que ver nada Chaplin, el primero sigue ignorando sin contemplaciones al segundo.
Las causas de esa desidia están ancladas en la lucha de clases, en la falta de una política de educación, en la brecha abierta entre los que siembran la semicultura y fomentan la semi embriaguez del ocio sin tener en cuenta a la vez el valor de difundir la ciencia para el conocimiento. Lo ideal sería poder disfrutar de la auténtica embriaguez para el ocio, en tanto escuela, y de la ciencia, en tanto fuente simultánea de rigor e improvisación, para un conocimiento que valore el pensamiento complejo e impida la expansión del ya equívoco/sesgado/dogmático pensamiento único, el único pensamiento por eliminar como sea que impide, a todas luces, apreciar las bondades de la diferencia para hallar la igualdad y establecer puentes comunes para una mayor, honda y rica comprensión entre los pueblos. Todo ello puede inferirse de la lectura de uno de los primeros filmes contemporáneos de la historia del cine, Tiempos modernos, si se contrasta con la historia de ese vagabundo que acaba en el hospital luego de trabajar en una cadena de montaje y de ser utilizado, cual robot, para experimentar con una máquina de comer, que casi termina por comérselo a él, frente al morbo alborozado del patrón, y luego queda a merced del desempleo, es arrestado por la policía, como se verá ahora, y acaba de camarero en un comercial show/restaurant.
Un filme que, en síntesis, habla de la II Revolución Industrial, la de carbón/hierro/acero, de la alienación por el trabajo, de la lucha obrera, y que hace del horror y de la tragedia motivos para el humor sin dejar por ello de prefigurar cómo desde los albores del capitalismo a todo aquél que se rebele se le confundirá, de forma deliberada y alevosa, con un comunista, sin serlo, como por allá en esos mismos años se confundió a un vendedor de pescado y a un zapatero, ambos de origen italiano, es decir, inmigrantes, con un par de socialistas, cuando la verdad es que se trataba de dos anarquistas que, además, fueron acusados de asesinato y robo cuando no solo no fueron los responsables de tales crímenes sino que se encontraban tan ausentes como distantes del lugar en que ocurrieron los hechos.
Por último, no se puede dejar de mencionar el hilarante momento en que Charlot se dirige en contravía de la huelga y al devolverse, por efecto de la persecución de los huelguistas por la policía, queda encabezándola, lo que origina que sea apaleado, detenido y conducido a la cárcel. Por fortuna, en esta ocasión, el filme termina en forma optimista al mostrar, alejándose por una carretera, al siempre abandonado por las mujeres, al cuasi eterno solitario Charlot esta vez, y sólo esta, cogido de la mano con la mujer que ama, marchando hacia el porvenir. Queda demostrado así, de nuevo, que el amor es el más eficaz argumento para derrotar a la barbarie, el arte el único elemento que se puede oponer a la muerte y el capitalismo lo que más se parece a ella, la intempestiva/desgraciada dama de la guadaña, la del más sorprendente parecido con sus otras tres primas: la vanidad, la lujuria y la avaricia. Ah, y la soberbia, cómo no citar a su hermana mayor y el pecado capital por excelencia del que habló Papini…
FICHA TÉCNICA: Título original: Modern Times. En español: Tiempos modernos. G/D: Charles Chaplin. Asistentes de Dir.: Carter de Haven, Henry Bergman. F: Rollie Totheroh, Ira Morgan. M: Charles Chaplin. Dir. Musical: Alfred Newman. I: Charles Chaplin (el Vagabundo); Paulette Godard (la chica proletaria); Henry Bergman (el dueño del café); Chester Conklin (mecánico); Allan García (gerente de la fábrica de acero); Lloyd Ingraham (director de la cárcel). Año: 1936. País: EE.UU. Formato: 35 mm, b/n, 85 min. P: Charles Chaplin. Estreno: Rivoli Theatre, New York, 5/feb/1936.
Luis Carlos Muñoz Sarmiento (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de El Espectador (EE). Corresponsal en Colombia de la revista Matérika, Costa Rica. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo y Dos Antologías, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao Editores, 2017). Mención de Honor por su trabajo Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Internacional de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Invitado por UFES, Vitória, Brasil, al I Congreso Int. Literatura y Revolución – Los espectros de Marx y el realismo estético (6-7/dic/2018). Autor, traductor y coautor, con Luis Eustáquio Soares, de ensayos para Rebelión. Desde el 23/mar/2018, columnista de El Espectador.
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