Parece mentira que una ciencia tan rigurosa como la Economía a veces caiga en imprecisiones tan caricaturescas. Por mayo se rescató a Grecia. Ahora, con 85.000 millones de euros, se va a rescatar a Irlanda. Mañana ya veremos. Supongo que cuando los mineros de Chile salieron, uno a uno, de la tumba que los había […]
Parece mentira que una ciencia tan rigurosa como la Economía a veces caiga en imprecisiones tan caricaturescas. Por mayo se rescató a Grecia. Ahora, con 85.000 millones de euros, se va a rescatar a Irlanda. Mañana ya veremos.
Supongo que cuando los mineros de Chile salieron, uno a uno, de la tumba que los había aprisionado, cada uno de ellos se sintió rescatado de la muerte: estaban vivos. Supongo también que cuando los pescadores del océano Indico fueron liberados de sus secuestradores se sintieron también rescatados: por fin, estaban protegidos y ya no se sentían amenazados.
No ocurre igual cuando la palaba rescate se aplica a Grecia e Irlanda en relación con la crisis financiera, pues una vez rescatados siguen más apresados que antes. La sensación de libertad no les llega por ninguna parte sino todo lo contrario: tienen más compromisos, más restricciones, más obligaciones y, sobre todo, más cargas financieras a las que responder que antes del salvamento.
El problema de estos países, y de los que vendrán, Portugal y España han pedido el turno, es que tienen una deuda con el exterior que no pueden pagar. Subrayo esto del exterior porque si los problemas fueran de deuda interna, aunque fuese enorme, entre acreedores y deudores griegos o irlandeses, al mundo le importarían un comino. Estos volúmenes de deuda externa son tan peligrosos para la supervivencia del euro y los propios intereses de los países acreedores, que la UE y el FMI han intentado, en mayo con Grecia y ahora con Irlanda, que no se declaren en quiebra, ayudándoles masivamente con créditos o avales para afrontar sus compromisos exteriores.
Podría hablarse de rescate, aunque fuera parcial, si a estos países se les hubiera reducido su deuda externa, por unas u otras vías. Pero esto no ha sucedido: simplemente se les ha prestado ayuda para que, por el momento, puedan hacer frente a las cargas de la deuda contraída y a sus necesidades de financiación actuales, pues en los mercados estaban desahuciados. Por decirlo sencillamente, lo que se ha hecho es darles créditos a medio plazo para que puedan atender compromisos inmediatos. Así, estos países no han sido liberados sino que se encuentran ahora mucho más endeudados que antes de que los recataran y tienen por delante mayores compromisos. Como si se hubiera apagado la sed de financiación con agua de mar.
Tarde o temprano Grecia e Irlanda tendrán que sacar la bandera blanca de la rendición porque no tienen posibilidad de hacer frente a la deuda acumulada y las ayudas recibidas, y menos bajo las condiciones que se les han impuesto. Sólo tendría sentido económico prestarle respaldo a estos países si como fruto del mismo pudieran sus economías empezar a generar superávit de balanza de pagos, esto es, ingresar más que pagan y, con el excedente, ir liquidando paulatinamente las deudas pendientes. Pero este no es el caso, pues justamente la situación de bancarrota griega e irlandesa es consecuencia esencialmente de que a partir de la creación del euro sus economías han perdido competitividad y han incurrido en unos déficit desorbitados de balanza de pagos, de modo que cada año su deuda acumulada ha ido creciendo y cada vez es menos posible pagarla.
Los déficit de la balanza por cuenta corriente de Grecia e Irlanda en 2008, antes de que se declarasen todos los problemas financieros que recorren al mundo, fueron del 13,8 y 5,1% del PIB respectivamente. Ambos habían cavado su propia tumba, al margen de singularidades y matices de cada uno de ellos. Irlanda se drogó hasta el síncope absorbiendo recursos exteriores de un manantial que creía inagotable. Dejemos ahora tranquilos a Portugal y España -todo se andará-, pero sus déficit exteriores representaron en 2008 el 12,1 y el 9,5% del PIB respectivamente.
Los salvamentos de Grecia e Irlanda recuerdan a los planes de ajuste estructural que impuso el FMI a los países latinoamericanos en los años 80, también fuertemente endeudados e incapaces de afrontar la carga financiera de sus deudas externas, las amortizaciones y los intereses. Sin embargo hay un matiz importante entre una y otra situación. El FMI con sus planes pretendía esencialmente estrangular las condiciones de vida de la población de esos países latinoamericanos y reorientar fundamentalmente su producción a aquellos sectores susceptibles de hacer crecer las exportaciones con las que obtener ingresos para pagar la deuda. Por ello, siempre iban acompañados de una sensible devaluación de las monedas para facilitar las ventas exteriores.
Ahora no. Se imponen condiciones parecidas, se desmontan los precarios Estados del bienestar, se exigen recortes sociales intolerables, se reclaman reformas que nada tienen que ver con el problema de fondo, como la de las pensiones, se envía al paro a cientos de miles de personas, pero sin la posibilidad de que el hundimiento económico tras tantas medidas depresivas pueda dar lugar a un crecimiento de las exportaciones, pues, estos países, a diferencia de lo que ocurrió en el caso latinoamericano, no pueden devaluar sus monedas por la pertenencia al euro. Están en el euro y es a éste al que, por el momento, hay que salvar a toda costa. Como he dicho, sin excedente de balanza de pagos no hay reducción posible de la deuda.
Además estas masivas ayudas financieras no son gratis, sino que llevan aparejadas unos altos tipos de interés, lo que refuerza mi opinión de que en realidad no existen tales rescates. Nada está claro en todo este embrollo de las ayudas y su concreción, pero se dice que Grecia está pagando un tipo de interés del 5,2% y a Irlanda se le acaba de imponer el 5,8%. Estos tipos implican unos pagos de intereses tan enormes para ambos países y un agravamiento de sus posiciones deficitarias exteriores que es imposible que puedan salir del hoyo en que se encuentran. Un cálculo burdo puede ilustrar el problema. Los 67.500 millones de euros de soporte exterior que va a recibir Irlanda (los otros 17.500, hasta los mencionados 85.000 en los que se ha cuantificado el rescate, serán contribuciones de la propia Irlanda) al 5,8% de interés, representan unos pagos anuales adicionales de 3.900 millones de euros, nada más y nada menos que el 2,7% del PIB de Irlanda. A la deficitaria balanza de pagos hay que añadir estos nuevos desembolsos.
La conclusión es tan clara como dramática: los llamados rescates son medidas desesperadas para evitar el hundimiento inmediato de las finanzas y la moneda europea. Lejos de resolver el problema están cebando una bomba cuyos efectos destructivos serán inevitablemente más contundentes. No se ve solución posible a la crisis: sólo queda esperar a ver cómo será su desenlace.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
rCR