Recomiendo:
0

Subestimación oligárquica de la violencia popular en la historia de Venezuela

Fuentes: CEPRID

La historia no sólo sirve para conocer el pasado; fundamentalmente la historia sirve (o debería servir) para entender el presente y visualizar los caminos por los que se ha de transitar hacia el futuro. A través del tiempo las diferentes clases dominantes en cada sociedad humana han manipulado la historia para justificar su poder y […]

La historia no sólo sirve para conocer el pasado; fundamentalmente la historia sirve (o debería servir) para entender el presente y visualizar los caminos por los que se ha de transitar hacia el futuro. A través del tiempo las diferentes clases dominantes en cada sociedad humana han manipulado la historia para justificar su poder y control y para ideologizar (introducir una falsa conciencia) dentro de las masas dominadas o sometidas. La historia se convirtió así en un poderoso instrumento de control y manipulación ideológica.

En Venezuela, por más de 500 años de existencia como sociedad mestiza y dependiente, la oligarquía criolla (primero colonial y luego republicana) ha contado con sus propios historiadores (Oviedo y Baños, Juan Vicente González, González Guinán. Gil Fortoul, Arcaya, Uslar Pietri, Morón, Sambrano Urdaneta) quienes han elaborado versiones de los sucesos históricos siempre desde la óptica de esta oligarquía y justificando, expresa o tácitamente, su dominio y poder dentro de la sociedad. Por ello, en Venezuela hasta la irrupción del proceso bolivariano, nuestra población prácticamente desconocía los actos de resistencia indígena frente a la invasión europea, los procesos de resistencia material y cultural que los hombres y mujeres africanos, secuestrados y esclavizados en sus tierras, ofrecieron en América; los levantamientos campesinos pre independentistas, como los de los comuneros de los valles de Barlovento encabezados por Juan Francisco de León; la gesta popular, campesina, anti latifundista y anti oligárquica de Ezequiel Zamora y sus federales, o la recia postura antiimperialista del General Cipriano Castro.

Estos hechos o bien fueron sepultados en el olvido por la historiografía oficial o fueron tergiversados, deformados y demonizados, o convertidos en objeto de burla y escarnio. En Venezuela, hasta ahora, siempre se cumplió la máxima de que la historia la escriben los vencedores.

La oligarquía criolla trastocó la historia en una mitología propia, con sus leyendas fundacionales y héroes: Cristóbal Colón, Diego de Lozada, Alonso de Ojeda, un Simón Bolívar aséptico y descafeinado, desprovisto de cualquier vocación popular o antiimperialista, un Bolívar aristocrático, lleno de frases altisonantes, cuidadosamente escogidas y sacadas de su contexto libertario; un Páez elevado a la gloria del Olimpo de la patria por sus genuflexos servicios a la godarria conservadora y un Rómulo Betancourt descrito como amoroso e inmaculado padre de la democracia venezolana.

Por siglos, la oligarquía «blanca» y eurocentrista se vio y promovió a sí misma como encarnación de todo lo valioso y «civilizado» que podía haber en estas tierras, con la consecuencia justa y natural de que todas las riquezas y el poder le pertenecieran. Sin embargo, en algunos momentos álgidos de nuestra historia, esa misma oligarquía, cegada por sus propios mitos, fue incapaz de percibir los niveles de indignación y resentimiento popular que en su contra albergaba una enorme mayoría de la sociedad criolla, ni fue, (ni al parecer aun lo es) capaz de interpretar los síntomas de esa violencia soterrada.

La revolución independentista del 19 de abril de 1.810 fue promovida y ejecutada por la oligarquía mantuana caraqueña con la única finalidad de sacudirse el control político del estado español y su injerencia, a través de la Compañía Güipuzcoana, en sus negocios de exportación de cacao. Algunas voces dentro de esta oligarquía alertaron sobre el peligro que significaba desmontar el orden político, social y militar que mantenía sujeta a su yugo a más del 90% de la población existente para ese entonces.

La respuesta de la mayoría de los miembros de esta clase dominante fue ignorar y descalificar esta advertencia. Para ellos, el pueblo llano: los negros, los indígenas, los pardos e incluso los blancos pobres, eran absolutamente incapaces de rebelarse en contra de lo que ellos entendían como un orden natural de las cosas: era natural que ellos gobernaran, poseyeran la riqueza y el poder y era más natural aun que el resto de la población, racial y culturalmente inferiores según su percepción del mundo, obedecieran y se sometieran, tal y como lo habían hecho durante los 3 siglos anteriores.

Son estas las razones por las que el violentísimo y casi unánime rechazo popular a las mantuanas repúblicas de 1.810 y 1.813, va a sorprender casi desprevenida a la clase oligárquica (hay que recordar que los primeros cinco años de este conflicto (1.810-1.815) fue básicamente una guerra de clases, Bolívar va a entender esto y por ello su empeño, con decreto de guerra a muerte incluido, por transformar el conflicto en una guerra internacional, españoles contra venezolanos). Buena parte de la godarria criolla pagó con su vida la subestimación que sentían por las clases populares y los sentimientos de odio y revancha que tres siglos de maltratos, crímenes y humillaciones habían incrustado en ellas. El mayor caudillo popular de esos años de guerra de clases fue José Tomás Bóves, llanero venezolano nacido en Asturias, quien capitaneó a los miles y miles de hombres y mujeres de las clases más desposeídas de la sociedad colonial venezolana, quienes a través de la fuerza y la violencia cobraron tres siglos de crímenes, maltratos, violencia y exclusión. Con razón alguien tan poco sospechoso de simpatizar con las clases pobres de nuestro país como Juan Vicente González llamó a Bóves «El primer jefe de la democracia en Venezuela». La historiografía oligarca venezolana jamás ha perdonado a Bóves, y aun hoy, en plena revolución bolivariana, hay pocos ensayos e investigaciones serias sobre la naturaleza y verdadero papel del terrible asturiano en la guerra de clases (1.810-1.815) de nuestro país.

Va a ser Bolívar el que, con una enorme claridad de criterio (desarrollada en un asombroso, por lo breve, espacio de tiempo) va a entender y asumir la necesidad de atraer a esas masas a la causa republicana. Era imposible desarrollar una revolución de independencia de espaldas y en contra del 90% de la población. Bolívar entendió que si las causas del odio social por parte de la mayoría de la población eran la falta de libertad y la profunda desigualdad existentes, sólo la oferta de libertad y de distribución del principal medio (casi el único) de producción de riqueza, esto es, la tierra, podría atraer a la causa republicana a los miembros de un pueblo que veía en la mayoría de sus dirigentes a sus históricos enemigos de clase. Al emitir los decretos de libertad para los esclavos que empuñaran las armas a favor de la república y de repartición de tierras entre los miembros del ejército patriota, Bolívar se convirtió en blanco de las iras de su propia clase. La liberación de los esclavos desarticulaba totalmente el modo de producción existente hasta ese momento en la sociedad venezolana y la repartición de tierras democratizaba (por lo menos en teoría) el acceso a la riqueza, algo que ni la oligarquía de aquí, ni la de ninguna otra parte, jamás ha estado dispuesta a aceptar.

Son estas las causas que explican el odio carnicero que las clases dominantes de Venezuela, la Nueva Granada, Quito y Perú van a profesar en contra de Bolívar en sus últimos años de vida. Desde siempre la historia oficial nos ha dicho que las causas del rechazo al proyecto bolivariano fueron fundamentalmente políticas, pero mucho se ha guardado de explicar las variables económico-sociales.

Cuarenta y ocho años después de 1.810, en 1.858, la oligarquía venezolana volverá a demostrar estar dispuesta a sumergir el país en un baño de sangre antes que aceptar compartir su riqueza y privilegios. Frente a las justas exigencias de tierra y hombres libres (hijas de los decretos del Libertador) enarboladas por Ezequiel Zamora y sus masas campesinas, la oligarquía primero las ignorará, y luego sorprendida y avasallada por el incendio federal que prende en las chamizas de la pobreza y exclusión en que se consume la enorme mayoría del pueblo venezolano, intenta responder, primero con violencia, y cuando esta se muestra insuficiente para detener la furia popular, apela a la traición. Guzmán Blanco y Juan Crisóstomo Falcón aun esperan por la justicia histórica que los haga pagar por el alevoso y miserable crimen del General del pueblo soberano.

Ciento treinta y un años después del grito de federación elevado por Zamora en tierras corianas, un 27 de febrero de 1.989, la oligarquía venezolana a través de uno de sus más abyectos y corruptos operadores políticos (Carlos Andrés Pérez), volverá a subestimar la violencia soterrada y latente que subyace dentro de las clases más desposeídas de la sociedad venezolana.

En plena euforia neoliberal, la durísima terapia de choque económico a que fue sometida la sociedad venezolana hizo que un 27 de febrero de 1.989 decenas de miles de hombres y mujeres de sus estratos más empobrecidos, e incluso de sus sectores medios, se volcaran a las calles en una explosión de violencia y furia como no se había visto en nuestro país en más de un siglo. El estallido popular fue de tal magnitud que en sus primeros momentos desbordó todos los dispositivos de seguridad gubernamentales. Los saqueos y manifestaciones se generalizaron por toda la ciudad de Caracas y por varias ciudades y pueblos del interior del país. La oligarquía y sus operadores políticos de nuevo habían sido sorprendidos por la violenta, e inédita en este siglo, respuesta que los sectores más empobrecidos y desesperados de la sociedad venezolana le daban a sus acciones de saqueo de la riqueza nacional. El pueblo venezolano desmentía así la fukuyámica tesis de que la historia había concluido. La violencia clasista de la oligarquía hacía detonar la carga explosiva de la violencia popular, durante años adormilada por el sedante de las migajas provenientes de la renta petrolera. El pueblo venezolano despertaba bruscamente del sueño de la Venezuela saudita, de eso que uno de los ideólogos de la burguesía bautizó como «una ilusión de armonía». Más de tres mil muertos en las calles atestiguaron la dureza y ferocidad con que la oligarquía y sus marionetas políticas, luego de superada la parálisis que la sorpresa produjo en los primeros momentos, actuaron en contra de un pueblo armado sólo con su desesperación y su rabia.

La ferviente y multitudinaria adhesión popular a las rebeliones armadas del 4 de febrero y del 27 de noviembre del año 1.992 fue una clara señal de que los niveles de indignación y rabia dentro de capas cada vez más amplias de la sociedad venezolana iban en aumento

CHAVEZ COMO ELEMENTO ESTABILIZADOR DE LA VIOLENCIA POPULAR EN VENEZUELA.

A contracorriente de lo que afirman la oligarquía y sus medios, y repiten estúpidamente numerosos miembros de la clase media, la llegada del Comandante Chávez a la presidencia de Venezuela no ha desatado la violencia de las clases más pobres y excluidas de la sociedad venezolana, por el contrario, la ha evitado. El presidente Chávez, al darles una participación e inclusión cada vez mayor a sectores históricamente segregados en materia social y económica, ha logrado desactivar, por ahora, la carga de violencia latente en las clases más desposeídas de la sociedad venezolana.

Este hecho fue especialmente evidente en los sucesos que conmovieron al sistema político venezolano durante el año 2002 y los primeros días del 2003. Durante los días del golpe de estado del 11 de abril del año 2002, y especialmente en los días 12 y 13, las clases populares que apoyaban al Presidente Chávez no salieron (a contrario de lo que se hubiera podido esperar) a saquear, a matar, no a ejercer una violencia descontrolada sino a exigir cívica y pacíficamente el retorno del presidente constitucional de la República.

Eran casi conmovedoras las imágenes de gente plantada estoicamente frente a las puertas de Fuerte Tiuna o frente a los portones del palacio de Miraflores, enarbolando como únicas armas pequeñas constituciones y fotografías del presidente Chávez.

Los ideólogos del paro nacional y del sabotaje petrolero de finales de ese mismo año 2002, conociendo el historial de violencia popular de los últimos 15 años en Venezuela apostaron que el pueblo venezolano sometido a una falta casi absoluta de combustibles y productos de primera necesidad, no pasaría un mes antes de estallar en revueltas que harían caer definitivamente al gobierno del presidente Chávez, por ello su sorpresa e incredulidad cuando frente a esta situación el pueblo de Venezuela respondió mayoritariamente con un civismo que envidiarían suizos o daneses. Esto ha venido a demostrar que la violencia popular en Venezuela no es ciega, que no es, como lo han querido presentar los medios de la burguesía, irracional y primitiva, que por el contrario, al igual que en 1.810, conoce y ha identificado perfectamente a sus enemigos, que el pueblo venezolano sólo apela a la violencia cuando siente que todas las restantes vías se le han cerrado.

Por el contrario, a pesar de su machacona prédica acerca de ser los representantes de la modernidad, de la cultura, de la tolerancia, de la educación, de la unión frente a la división, la oligarquía venezolana y sus seguidores desde la llegada del presidente Chávez al poder no han dejado de llamar e instigar a la violencia clasista en contra de esa mayoritaria porción de la población venezolana que apoya el proceso bolivariano. Tenemos acá la paradoja de una burguesía y sus seguidores que llaman a una lucha de clases y un gobierno revolucionario que promueve el socialismo que llama a la conciliación y a la paz social.

Desde los tiempos del golpe de estado y del sabotaje petrolero hasta el presente los portales venezolanos de internet identificados con la oposición al proceso bolivariano literalmente hierven cada día de feroces mensajes racistas y clasistas en donde el hilo conductor es el odio hacia las clases más desposeídas de la sociedad venezolana y en contra de Chávez por haber sido quien ha promovido a que esos desdentados, cotizúos, marginales, monos, tukis, pata en el suelo y demás dicterios que no quedarían mal en boca de algún nazi o camisa parda, hayan invadido espacios que hasta 1.998 eran del domino exclusivo de la oligarquía (teatros, bancos, clínicas de las empresas del estado, etc) y de su clase reflejo: esa clase media, media cretina, medio idiota y medio imbécil que dijera Benedetti.

Chávez y su gobierno debería ser elevado a la categoría de héroe o santo patrono de la clase media venezolana, esa misma clase que lo odia y vitupera con términos que harían sonrojar a un cantinero de bar de tolerancia, pero que le debe haber recuperado su capacidad de consumo y hasta de derroche. Habría que recordar que para 1.998 las políticas neoliberales de los últimos gobiernos casi habían acabado con la clase media en Venezuela, con figuras como los créditos bancarios indexados, las cuotas balón y las brutales políticas de ajuste macroeconómico que casi habían hecho desaparecer la seguridad social, la educación pública y los derechos sociales en nuestro país. Quienes hoy piden un magnicidio, militares con «bolas» como los hondureños o una invasión que destituya y de ser posible mate al presidente Chávez, ni siquiera tienen una lejana idea de las terribles consecuencias que en forma de una incontenible marea de furia popular hechos como estos desatarían dentro de la sociedad venezolana.. Si la historia se hizo para aprender de ella sería deseable que quienes anhelan un magnicidio o una guerra civil (a los efectos ambos serían casi lo mismo), se dieran una vuelta por la historia de nuestro país. El huracán de fuego y sangre que arrasaría a Venezuela haría parecer a la guerra federal un simple pleito o discusión de vecindad.

Esos desdentados, pata en el suelo, marginales o como los quieran llamar, marcados desde su nacimiento por la violencia y la miseria, ahora se sienten ciudadanos, se sienten parte de un país, de una sociedad. Intentar quitarles esos derechos, esos sentimientos de pertenencia, significaría una declaración de guerra, y mira que esa gente sí que sabe de guerras y de violencias, no al estilo del imbécil que lanza insultos desde la seguridad y anonimato de su computadora para ser publicados en noticierodigital, noticias 24 o globovisión.com. En la historia de Venezuela, cada vez que la oligarquía y sus adulantes han desconocido o ignorado la violencia que son capaces de ejercitar las clases más desposeídas, lo han terminado pagando muy caro.

* Joel Sangronis Padrón es profesor de la Universidad Nacional Experimental Rafael Maria Baralt (UNERMB), Venezuela.

[email protected]

Fuente: http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article881