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Sueño con serpientes

Fuentes: InSurGente

Sí, en todo el orbe las campanas están doblando con decibeles insoportables. Porque, como afirma un colega, por detrás de la crisis financiera explayada se esboza -mejor: es un hecho irrecusable- una crisis de la economía real, «ya que la actual deriva financiera misma va a asfixiar el desarrollo de la base productiva». Sucede que, ante […]

Sí, en todo el orbe las campanas están doblando con decibeles insoportables. Porque, como afirma un colega, por detrás de la crisis financiera explayada se esboza -mejor: es un hecho irrecusable- una crisis de la economía real, «ya que la actual deriva financiera misma va a asfixiar el desarrollo de la base productiva».
 
Sucede que, ante la hecatombe en los «mercados», o sea de las grandes corporaciones internacionales, las instituciones públicas están inyectando ingentes sumas de dinero, provenientes de los impuestos, para mantener la liquidez, en una (otra) contradicción inherente al sistema: los contribuyentes-víctimas salvando a la propiedad privada-victimaria. Y la serpiente se muerde la cola: tales intervenciones monetarias añaden volatilidad e incrementan la incertidumbre, profundizando más la crisis. Crisis que, lo reconocemos, en algún momento hemos intentado soslayar, en aras de un «despeje» antiestrés, pero que la realidad nos impone, en andas de la simple observación o aderezada por el cotejo de análisis como uno presentado, en la publicación digital Diagonal, por Enrique Javier Díez Gutiérrez.
 
De acuerdo con el estudioso, en el futuro se tratará de reemplazar tales emisiones de dinero por una mayor transferencia de riqueza real desde los países empobrecidos, desde las clases trabajadoras y medias de las naciones del norte. Por eso, el comentarista califica de «botín de piratería, fruto del abordaje y del saqueo consentido de las arcas públicas por el gran capital» lo que otros dan en llamar, eufemísticamente, «rescate de los bancos o del sistema». ¿El resultado? Regresión de los ingresos laborales, sobre todo entre las mujeres, los jóvenes, los migrantes -sectores más vulnerables-; aumento del paro, que, según plausibles previsiones, a fines de 2009 atañerá a 120 millones de personas; despegue de la precariedad y empeoramiento de la pobreza en los territorios «periféricos».
 
Incluso, no hay que ser tan ducho en la vital teoría de la dependencia, concebida por científicos sociales asentados mayoritariamente en el Sur, para apreciar que en este lúgubre panorama (la ONU prevé para el año en curso una reducción de la economía mundial en 2,6 por ciento) la crisis es también ecológica. Porque los recursos naturales no resultan ya suficientes para que discurra, medre, el estilo occidental (capitalista) de vida, estilo que, en primer término, significa el consumo del 80 por ciento de esas riquezas por el 20 por ciento de la población planetaria, radicada en el Norte. Derroche literal que implica el financiamiento por el Sur del desarrollo del Norte. La esquilma del Sur por el Norte.
 
Esquilma que toma bríos por obra y gracia del alza de los precios de los alimentos básicos. «Desde marzo hasta mayo de 2008, el valor de los productos lácteos subió un 80 por ciento, el de la soja un 87 por ciento, y el trigo un 13 por ciento… Por cada aumento de un 1 por ciento del costo de los alimentos de base, 16 millones de personas se ven sumergidas en la inseguridad alimentaria. Esta situación se ve agravada debido a que una parte de la producción alimentaria (caña de azúcar, girasol, colza, trigo, remolacha) se está destinando ahora a la producción de agrocarburantes, más rentables para la gran agroindustria de la exportación que destinarlos a alimentos para los seres humanos».
 
Ciego por vocación quien no aprecie que la crisis múltiple -financiera, energética, alimentaria…- del reino de la optimación de la ganancia a toda costa, y a todo costo (in)humano, va deviniendo una crisis social de dos posibles «salidas»: la caída de toda una formación socioeconómica, o el aferramiento a esta mediante regímenes autoritarios, xenófobos, racistas: fascistas. Las turbulencias ya han causado el estrepitoso derrumbe de los Gobiernos de Bélgica, Islandia y Letonia. La protesta cunde lo mismo en Grecia, Rusia, Gran Bretaña, Francia, que en Corea del Sur, Guadalupe, Madagascar y México, y amenaza con copar los cuatro puntos cardinales.
 
Para colmo, la economía mundial, aquejada del más raigal descalabro desde el ocurrido en los años 30 de la pasada centuria, se enfrenta ahora a los efectos del virus AH1N1, que igual hunden a Citigroup y Bank of America, en 5,5 y 7 por ciento, respectivamente, que a la bolsa neoyorquina y las acciones europeas, el dólar con respecto al yen y al euro y las cotizaciones del petróleo…
 
¿Se entiende entonces lo difícil de eludir la imagen de la crisis, en aras de un «despeje» antiestrés? Más cuando quizás ese estrés impulse a las soluciones tácticas y a continuar enhebrando la gran estrategia que barrerá la causa última del mal que abominamos. Para que las campanas se abstengan de los insoportables decibeles, de su insistente doblar. Para que la serpiente no siga mordiéndose la cola, y mordiéndonos la vida.