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Superando la falsa dicotomía Estado-mercado: Hacia un nuevo patrón de acumulación y desarrollo

Fuentes: Rebelión

El Perú vive una coyuntura política excepcional, no es exagerado manifestar que por primera vez en 200 años de vida republicana existe la posibilidad histórica de que un bloque popular-progresista y de izquierdas, representado por Perú Libre, se constituya en gobierno, esto último ha generado una reacción virulenta, un macartismo a la peruana que insulta, difama, persigue,  utiliza atentados narcoterroristas para obtener réditos políticos, amenaza con encarcelamientos y nos señala cansinamente que transitamos el camino que nos llevará a unirnos al club de las llamadas parias mundiales (Venezuela, Cuba, Corea del Norte), todo ello sucede con el beneplácito de los medios concentrados, quienes al unísono reproducen diligentemente este nefasta campaña, convirtiéndose así en el comando de campaña de facto de la candidata derechista Keiko Fujimori.

Una de las áreas en las que han centrado su atención es la económica. El establishment neoliberal pontifica sobre las supuestas bondades del modelo económico basado en los mercados desregulados y un Estado mínimo, así el diagnostico neoliberal se reduce a la “falta de gestión gubernamental”, existe un convencimiento real o impostado de que no necesitamos más Estado, que en realidad ese es el mayor problema. En el colmo del delirio macartista se señala que cualquier intento de promoción estatal del desarrollo conduce indefectiblemente a la implementación de un sistema totalitario y comunista. Los neoliberales peruanos parecen recrear la infructuosa y errónea oposición a las reformas de postguerra de su mentor intelectual Friedrich Hayek, quien consideraba que el más mínimo nivel de intervención estatal aseguraba un camino ineludiblemente hacia la servidumbre. Sin embargo, es harto conocido que las reformas Keynesianas de postguerra (de alta participación estatal en la economía) generaron, como en ninguna otra época, altas tasas de crecimiento económico, empleo y el mejoramiento en las condiciones de vida de las grandes mayorías, periodo que la historia económica ha denominado como “la edad de oro del capitalismo”.

Esta airada defensa de los mercados es en realidad un artilugio ideológico, que la evidencia histórica y conceptual refuta. Hace más de 60 años el influyente pensador Austriaco Karl Polanyi demostró a través del uso extensivo de los hallazgos de la antropología económica la futilidad de la noción formalista del mercado, aquella que la identifica exclusivamente con la oferta, la demanda y los precios. El problema del análisis formalista del mercado hecha por la disciplina económica convencional no es solamente la extrema simplicidad del argumento, es mucho más importante su carácter ahistórico y asocial. Los mercados tal y como existen en el mundo real, son acuerdos institucionales en los que confluyen los intereses de los productores, consumidores y los del Estado, es decir son unidades económico-políticas, o en palabras de Polanyi, el mercado está incrustado (embedded) en el entramado social e institucional, y por tanto debe ser orientado y regulado por las necesidades que demanda ese tejido social.

Los mercados completamente desregulados, o la doctrina del laissez-faire, sólo se materializa hacia mediados del siglo XIX, cuando el imperio británico decide imponer y construir este sistema, casualmente con el propósito de “proteger” su industria manufacturera y agrícola y no para beneficiar a los demás países como bien lo demostró el economista Alemán Friedrich List en su trabajo seminal sobre la importancia de la “industria naciente”. De hecho, desde el siglo XVI hasta mediados del siglo XIX, el imperio británico promovió activamente políticas de promoción industrial, en particular la de protección de la industria naciente, la promoción de la sustitución de importaciones, así como inversiones públicas masivas en el sector marítimo. Todo ello le permitió consolidarse como la potencia hegemónica del sistema-mundo capitalista. Aproximadamente a partir de 1860, el librecambismo británico se impuso a través de una amplia red imperial que impedía formalmente el desarrollo manufacturero de sus colonias, de igual forma se bloqueaba ese desarrollo con los países semidependientes a través de la imposición de “tratados desiguales”. 

La preocupación por el desarrollo industrial en contraposición al librecambismo encontró terreno fértil al otro lado del Atlántico. Estados Unidos protegió exitosamente su industria naciente desde inicios del siglo XIX. Alexander Hamilton, uno de los padres fundadores de los Estados Unidos, fue quien las desarrollo y promovió, ideas que adquieren una mayor sistematización analítica e histórica con Friedrich List y la publicación en 1941 de su obra (en alemán) y su posterior traducción el inglés en 1885. Así, durante el siglo XIX, como lo manifiesta el famoso economista Ha-Joon Chang, profesor de la Universidad de Cambridge, “Estados Unidos paso a ser el más ardiente practicante – y el centro intelectual – del proteccionismo…pero también se convirtió en el líder mundial industrial…”. No es hasta después de la Segunda Guerra Mundial que Estados Unidos promueve el librecambismo, punto en el que había consolidado su hegemonía industrial y económica, sin embargo, esta fue una apertura administrada y con altos rezagos proteccionistas. De igual manera, las experiencias de desarrollo económico de Alemania, Francia, Japón y más recientemente de los países asiáticos se asemeja entre sí en relación con el rol activo del Estado en la promoción industrial.

La activa participación del Estado ha sido la regla general entre las experiencias exitosas de desarrollo económico en el capitalismo. Los países desarrollados alcanzaron ese estatus a través de la implementación de una mezcla de políticas industriales, comerciales y tecnológicas (innovación y desarrollo). Changen su libro Retirar la Escalera: La Estrategia del Desarrollo en Perspectiva Histórica ofrece un lúcido análisis histórico del rol del Estado en el desarrollo económico.  Las grandes potencias (Estados Unidos, Inglaterra, Japón, etc.) y los países recientemente industrializados del Asia Oriental (China, Corea del Sur, Taiwán, etc.) han alcanzado ese lugar privilegiado no por el libre mercado y el Estado mínimo, sino gracias a la activa participación del Estado. Las grandes innovaciones tecnológicas del siglo XX (e.g., internet, biotecnología, algoritmos de búsqueda, GPS, etc.) no hubiesen sido posible sin un “Estado emprendedor”, es decir, un Estado que no sólo financie activamente esas innovaciones, sino que además libere al sector privado de los riesgos implícitos asociados con este tipo de desarrollos tecnológicos, como lo demuestra Mariana Mazzucato en su reciente libreo, El Estado Emprendedor. Quizá el ejemplo más reciente de la importancia de la participación estatal ha sido la multimillonaria subvención estatal para la producción de la vacuna contra el covid-19, sólo los Estados Unidos desembolso en el 2020 más de 10 mil millones de dólares entre 7 compañías farmacéuticas.   

Curiosamente han sido las grandes potencias en alianza con las élites locales las que nos han negado sistemáticamente el uso de esas políticas, el Consenso de Washington epitomiza esa tendencia. Sin embargo, la crisis financiera global del 2008-09, la pandemia y la incapacidad de las políticas económicas neoliberales para hacer frente a la crisis más aguda del capitalismo global desde 1929 hacen imprescindible el retorno del Estado no sólo para hacer frente a la crisis sino esencialmente para alcanzar el anhelado desarrollo económico. Estados Unidos bajo el liderazgo de Joe Biden es un ejemplo claro de este cambio de rumbo, el masivo plan de recuperación económica de la administración Biden, el más largo en la historia de los Estados Unidos, constituye un alejamiento sistemático de las políticas económicas convencionales. Por ello, resulta inaudito que cuando el mundo desarrollado transita hacia un periodo post-neoliberal, nuestras élites pretenden mantenernos atados a las fallidas políticas del neoliberalismo, o parafraseando al profesor Chang, el establishment neoliberal, de ganar las elecciones el 6 de junio, retirará deliberadamente la única escalera que nos puede conducir al desarrollo económico, es decir, lo que nos ofrecen es un bicentenario sin desarrollo para todos los peruanos.

Lo anterior no puede ser una opción, en el bicentenario el Perú requiere una propuesta de desarrollo económico que rompa con la lógica neoliberal y de los extractivismos. Si en verdad aspiramos a convertirnos en un país de ingresos medios el único camino posible es la industrialización del país, las experiencias históricas de desarrollo exitoso así lo señalan. El crecimiento basado en el sector primario exportador nos seguirá manteniendo en las mismas condiciones: crecimiento económico con alta volatilidad sujeto a los vaivenes del mercado mundial e incapaz de promover el desarrollo económico. Cuando nos dicen que el modelo funciona y presentan como muestra de ello que hemos sido una de las economías que más ha crecido en América Latina, obvian deliberadamente mencionar que el famoso “milagro económico” (Waldo Mendoza) no ha sido sino el resultado de un entorno externo favorable en el que los precios de los commodities mineros alcanzaron sus récords históricos, en cuanto el súperciclo de los commodities terminó, nuestra tasa de crecimiento económico declino drásticamente. Adicionalmente, en ese mismo periodo, el capital transnacional minero incremento sus ganancias exponencialmente (windfallprofits), lo mismo que el sector financiero, acrecentando los niveles de desigualdad. La situación del 20% más pobre del país no ha cambiado, según el Banco Mundial su participación en los ingresos ha pasado del 3.5% (2000) al 5.2% (2019), cifra que probablemente se haya deteriorado drásticamente con la pandemia, mientras que el decil más rico ha tenido una participación cercana a un tercio del ingreso nacional para el mismo periodo, los niveles de desigualdad se tornan aún más dramáticos al nivel regional, como lo han demostrado Bruno Seminario y Luis Palomino.

Finalmente, no es a quienes “vienen del futuro” (sic) a quien debemos de escuchar, sino comprender el pasado y a partir de esas experiencias exitosas construir nuestro propio presente y futuro, después de todo, la experiencia histórica nos muestra que el librecambismo nunca ha sido el estado natural, como los neoliberales quieren hacernos creer, es más bien una anomalía en el desarrollo capitalista. Al fin y al cabo, una economía de mercado exitosas no es posible sin un Estado grande, fuerte y que funcione bien.

Alejandro Garay-Huamán, candidato a doctor en economía por la Universidad de Missouri – Kansas City (USA)