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Swaps de deuda, el monstruo sigue vivo

Fuentes: La Jornada

  La administración Obama anunció la semana pasada planes para regular el mercado de derivados. Pero el proceso legislativo es lento y aun cuando el Congreso pudiera aprobar una legislación adecuada en el próximo periodo de sesiones, la puesta en pie de las agencias reguladoras y la maquinaria administrativa necesaria llevará todavía algo de tiempo. […]

 

La administración Obama anunció la semana pasada planes para regular el mercado de derivados. Pero el proceso legislativo es lento y aun cuando el Congreso pudiera aprobar una legislación adecuada en el próximo periodo de sesiones, la puesta en pie de las agencias reguladoras y la maquinaria administrativa necesaria llevará todavía algo de tiempo.

Mientras tanto, el monstruo más temible jamás engendrado por Wall Street sigue vivo. Se trata de los llamados swaps de riesgo crediticio (en inglés, credit default swaps, CDS). De todas las innovaciones financieras de los últimos 15 años, los swaps de deuda fueron y continúan siendo el instrumento financiero más destructivo y mortífero.

¿Cuál es la naturaleza de este instrumento? Los swaps de deuda son una cobertura de riesgo crediticio, algo parecido a una póliza de seguro para cubrir la posible moratoria sobre una deuda. Ese contrato derivado parece una operación estándar de seguro: hay una prima y una transferencia de una suma cuando ocurra el evento definido en el contrato (por ejemplo, si la empresa X es incapaz de pagar sus deudas, el asegurador paga al acreedor asegurado el monto del crédito). Pero hay grandes diferencias. Para empezar, estas operaciones no están reguladas. Las entidades que ofrecen este tipo de contratos no están obligadas a mantener reservas relacionadas con estas operaciones.

Los CDS fueron inventados por bancos precisamente para eludir los requerimientos sobre reservas. Si otra entidad absorbía el riesgo (a cambio de una prima), el banco podía liberar sus reservas e incrementar sus operaciones. Los CDS también fueron usados para darle la vuelta a restricciones que tenían inversionistas institucionales (como fondos de pensión) para prestar recursos a empresas con una calificación insuficiente.

El tufo de gran especulación se intensifica al ver que los adquirentes de swaps de deuda no tienen que ser propietarios del instrumento subyacente (digamos, de la deuda original). En contraste con un contrato de seguro, el comprador de un CDS no tiene que demostrar que en caso de moratoria de deuda él sería directamente afectado. Por eso los swaps de deuda dejaron de parecerse a operaciones de cobertura de riesgo crediticio y se fueron convirtiendo más en apuestas sobre si tal o cual empresa caería en bancarrota.

Otra diferencia es que las compañías aseguradoras administran riesgos sobre la base de un análisis estadístico en el que las pérdidas son estimadas a través de variantes de la ley de los grandes números (que no es otra cosa que un teorema probabilístico). En cambio, el riesgo en los swaps de deuda es administrado sobre la base de coberturas financieras y transacciones en los mercados secundarios de bonos (de ahí el nombre de swaps).

En el colmo del libertinaje, las reglas contables usualmente aceptadas no se aplican en el caso de swaps de deuda. Por eso los estados financieros de las entidades que intervinieron en operaciones con CDS son tan poco informativos. Muchos de los males que aquejan al sistema bancario se desprenden de esta falta de transparencia.

¿De qué tamaño es el problema de los swaps de deuda? De acuerdo con la Asociación Internacional de Swaps y Derivados, el valor de los CDS en Estados Unidos es de 62 billones (castellanos) de dólares. Eso es equivalente a más de cuatro veces el PIB de Estados Unidos y es mucho mayor que el valor total de los títulos comercializados en el mercado de valores (22 billones) o el valor de los títulos respaldados por hipotecas en ese país (7 billones).

La proliferación de los CDS en Estados Unidos fue espectacular, pero no se detuvo en ese país. JP Morgan comenzó sus operaciones con estos instrumentos en 1994-95, pero muy rápidamente le siguieron bancos comerciales, de inversión, fondos de pensiones y fondos de cobertura en Europa. Los principales bancos europeos tienen 426 mil millones de dólares en operaciones de swaps con el colapsado gigante AIG. Y es que esos bancos vieron en los CDS el camino para evadir requerimientos de reservas prudenciales y liberar recursos para ampliar sus operaciones crediticias. El sector bancario y financiero contribuyó a la expansión de operaciones con swaps de deuda a escala planetaria.

Los swaps de deuda supuestamente debían servir para diversificar riesgos y mejorar los servicios financieros. En realidad, el riesgo aumentó y llegó a contaminar a todo tipo de empresas, sanas o enfermas. La madeja de interrelaciones entre agentes que intervinieron en los swaps introdujo un ingrediente de fragilidad y de vulnerabilidad insospechado. Por eso una moratoria o una calificación a la baja de una empresa podrían volver a colapsar todo el mercado, generando una crisis más devastadora que la del mercado hipotecario en Estados Unidos. Esta eventualidad no puede descartarse porque simple y llanamente, las agencias reguladoras de estas operaciones no conocen ni su monto exacto, ni su entramado institucional. La aberración que destruyó a Wall Street aún respira.

http://www.jornada.unam.mx/2009/05/20/index.php?section=opinion&article=030a1eco