HI: Cuando ganó Obama en 2008 se construyó un relato que poco más señalaba el fin de las pretenciones hegemónicas y belicistas de los Estados Unidos, al punto que en 2009 le entregaron el Nobel de la Paz ¿Qué balance haría de estos 8 años de gestión Obama? ¿Se modificaron en algo sus objetivos y […]
HI: Cuando ganó Obama en 2008 se construyó un relato que poco más señalaba el fin de las pretenciones hegemónicas y belicistas de los Estados Unidos, al punto que en 2009 le entregaron el Nobel de la Paz ¿Qué balance haría de estos 8 años de gestión Obama? ¿Se modificaron en algo sus objetivos y su estrategia con respecto a la gestión Bush?
JB: Respecto de América Latina la gestión de Obama «comenzó» con el golpe de estado en Honduras y continuó con una ofensiva general tendiente a la recolonización de la región. Luego de los repliegues imperiales, de la perdida de influencia que caracterizó a la presidencia Bush (recordemos el fracaso del ALCA) la presidencia Obama lanzó una vasta operación de conquista que se desplegó de manera compleja, flexible pero sistemática.
A nivel global la estrategia guerrerista de Bush fue enriquecida con un vasto abanico de intervenciones imperialistas como el golpe de estado en Ucrania, la destrucción de Libia y la guerra contra Siria, incluida la creación y puesta en marcha del llamado «Estado Islámico». Todo ello en un contexto de decadencia económica, social e institucional de los Estados Unidos que se había iniciado mucho antes pero que se fue agravando durante la era Obama.
HI: Todo indica que Estados Unidos va hacia una elección entre Trump y Clinton, más allá de la pirotecnia y las declaraciones altisonantes ¿hay que esperar alguna diferencia entre ambos candidatos con respecto a la estrategia de Estados Unidos hacia el mundo?
JB: En primer lugar considero que por encima de los candidatos existe lo que suele llamarse la «política de Estado», es decir las estrategias y decisiones del poder real que en el caso de los Estados Unidos está constituido por una reducida cúpula que articula, o trata de articular, a una red parasitaria de intereses financieros y militares que operan como una masa inestable de camarillas mafiosas, es lo que yo defino como lumpenburguesia imperial o según lo ha definido Isa Conde: lumpenimperialismo.
En segundo lugar es necesario tomar en cuenta que los Estados Unidos atraviesan actualmente un fuerte crisis de representatividad de su estructura política coincidente con la degradación general del sistema social. La victoria de Trump es la expresión de la declinación del Partido Republicano, un energúmeno completamente inescrupuloso ha conseguido desplazar a los elencos tradicionales de ese partido. La candidatura de Clinton, a diferencia del caso republicano, muestra a los políticos tradicionales bloqueando toda posibilidad de renovación, como fue en su momento la candidatura de Obama que permitió rejuvenecer el rostro del Partido Demócrata.
En tercer lugar hay que prestar atención al hecho de que la economía norteamericana se encuentra al borde de la recesión luego de varios años de crecimiento anémico. Si llega la recesión, con Trump o Clinton en la presidencia, se agravarán las tendencias entrópicas, el descontento social, la pérdida de legitimidad de las instituciones, etc. Dicha recesión altamente posible forma parte de un proceso recesivo global que actualmente abarca a Europa, Japón y buena parte de América Latina empezando con Brasil, siguiendo con Argentina.
En los últimos años los Estados Unidos ha venido acentuando su perfil militarista, empujando a la OTAN contra Rusia, tratando de crear un cerco agresivo contra China, multiplicando sus intervenciones directas e indirectas en numerosos países. Ello no le ha servido para resolver su crisis sino todo lo contrario: la ha agravado. Si sigue avanzando por el camino belicista trazado por Bill Clinton, Bush (hijo) y Obama tarde o temprano llegará a un punto de inflexión sumamente grave. Eso no excluye el hecho de que la élite dominante norteamericana en cierto momento podría tratar de llegar a algún tipo de acuerdo de coexistencia con Rusia y China, aunque parece difícil que lo intente (pero no imposible), además no es fácil pronosticar cuanto tiempo podría llegar a durar ese apaciguamiento. El problema central es que la supervivencia de la casta parasitaria estadounidense es imposible sin la extensión del saqueo imperialista sobre el resto del mundo y que al mismo tiempo ese esfuerzo saqueador, político-militar-financiero acentúa su desorden interno.
Considero que tanto Clinton como Trump oscilarán entre el belicismo, cada vez más enloquecido, y la búsqueda de acuerdos provisorios con sus rivales. Cada uno de ellos lo hará siguiendo su estilo: Trump a los gritos y Clinton con buenos modales.
HI: Luego de la llamada «primavera árabe» se inició una suerte de guerra permanente en Medio Oriente con foco en Siria pero que afecta a toda la región ¿cuáles son las claves para entender esta guerra? ¿qué intereses persigue Estados Unidos en este conflicto y cómo podemos interpretar la re-aparición de Rusia como «global player» en este contexto?
JB: La guerra contra Siria es la continuidad de la ofensiva militar estadounidense en Medio Oriente y Asia Central que comenzó con los autoatentados del 11 de Septiembre de 2001 y las invasiones de Afganistán e Irak y el intento fracasado de liquidar a Irán.
Fracasó la estrategia norteamericana para apoderarse de esa vasta región y así tomar el control del 70 % de los recursos petroleros del planeta y luego estrangular a Rusia y China. En ese sentido la tentativa de liquidar a Siria, transformarla en una no-sociedad (como lo hicieron con Libia), en un «avispero» desestabilizador (como le llamaron sus estrategas) puede ser entendida como un intento desesperado, altamente irracional, por contrarrestar la sucesión de fracasos que van desde la interminable guerra en Afganistán (ellos creían que iba a ser una «limpieza» fácil de ese territorio) hasta su incapacidad para destruir a Irán que amplió su influencia en la zona. Los estrategas del Imperio seguramente estaban convencidos de que la caotización de Siria, sumado a la exitosa conquista de Ucrania agravaría el cerco en torno de Rusia e Irán lo que le habría permitido desplegar una ofensiva aplastante en esa zona. Pero se encontraron con una ejercito sirio con un gran potencial de combate y fuerte apoyo popular, la intervención rusa y la de Irán. Sobre todo la intervención de Rusia con una capacidad militar y una audacia política inesperadas.
Este fue el enésimo error, la enésima subestimación de Rusia por parte de los Estados Unidos, demostración de la decadencia intelectual de sus dirigentes. Ellos creían que, a partir de Yelsin, Rusia sufriría una dislocación irreversible, prolongación del derrumbe soviético. Por el contrario se produjo una reacción de la identidad rusa recomponiendo su Estado, el centro histórico de dicha identidad apoyado en raíces culturales muy profundas, su economía y luego su complejo industrial-científico-militar. Ello favorecido por el aumento del precio del petróleo y del gas (baluartes del comercio exterior ruso), la alianza estratégica con China y el empantanamiento estadounidense en Asia Central.
También se equivocaron los estrategas norteamericanos cuando creyeron que a partir del golpe de estado en Ucrania atraerían a Rusia hacia un pantano de guerra prolongada (como había ocurrido con la URSS en Afganistán) pero los rusos respondieron de manera inteligente eludiendo la provocación y ayudando a convertir a Ucrania en una suerte de hijo idiota de sus padrinos occidentales, sumergido a una interminable guerra étnica.
Y volvieron a equivocarse cuando creyeron que lo de Siria sería una especie de Libia-bis, que Rusia no se atrevería a intervenir, que las bandas de mercenarios «islámicos»(?) se adueñarían completamente de ese país. Rusia intervino y los que no fueron capaces de intervenir contra Rusia fueron los occidentales. Lo que ahora está ocurriendo es que la alianza estratégica entre Rusia y China emerge como el mayor desafío a la supremacía occidental.
HI: Pasando a América Latina, ¿cuáles han sido los ejes de la estrategia de Estados Unidos hacia nuestro continente durante estos más de 15 años de progresismo? ¿estamos ante una pérdida de hegemonía o ante un cambio de estrategia?
JB: Podemos hablar de las dos estrategias sucesivas más recientes. La primera de ellas trató de llevar a la región hacia la integración económica y en consecuencia geopolítica con los Estados Unidos, se trató de la prolongación (finalmente anacrónica) de las maniobras desplegadas a partir del llamado Consenso de Washington. Pero América Latina había cambiado, caían los regímenes neoliberales y emergían las experiencias progresistas, el fracaso de la imposición del ALCA fue un golpe muy duro para la diplomacia imperial. A partir de la presidencia de Obama los Estados Unidos implementó una nueva estrategia de reconquista que desplegó todo el arte de la Guerra de Cuarta Generación, desde los golpes blandos exitosos en Honduras, Paraguay, Argentina y Brasil hasta el cocktail intervencionista contra Venezuela y otras operaciones de control. Para ello utilizan entre otras cosas a las lumpenburguesías locales y sus prolongaciones sociales internas.
HI: Considerando tres elementos recientes que están re-configurando el escenario: las negociaciones de paz en Colombia, el descongelamiento de las relaciones Cuba- Estados Unidos y la profunda crisis que están atravesando los gobiernos progresistas ¿Qué podemos esperar de las políticas de Estados Unidos hacia la región? ¿Cuáles serían hoy sus principales objetivos?
JB: Los gobiernos progresistas llegaron a su límite histórico, pretendían reformar al capitalismo colonial haciéndolo productivo, autónomo y socialmente inclusivo sin liquidar los fundamentos del sistema, pero esos fundamentos económicos, mediáticos, culturales pudieron reproducirse para finalmente arremeter y en varios casos derrocar a esos gobiernos. Desde ya el calificativo «progresista» es ambiguo y a veces confuso, abarca desde experiencias neoliberales rosadas como la de Bachelet en Chile hasta otras con pretensiones «socialistas» como en Venezuela o Bolivia. Los Estados Unidos aprovecharon las debilidades del progresismo acentuadas por el desarrollo de la crisis global para avanzar en su estrategia de reconquista de la región.
Los diálogos de paz en Colombia forman parte de la estrategia imperial, no pudieron derrotar militarmente a la insurgencia, tratan entonces de destruirla mediante una compleja maraña que incluye aprietes y concesiones, agresiones descaradas y gestos amistosos, todo ello destinado a atraparla en una gelatinosa red que la iría arrastrando hacia un callejón sin salida.
A partir del golpe blando en Argentina los Estados Unidos apuntaron hacia tres objetivos prioritarios, el primero acaba de ser conseguido: la reconquista de Brasil, en los próximos meses tratarán de liquidar los obstáculos venezolano y colombiano.
En fin, el descongelamiento de las relaciones de los Estados Unidos con Cuba busca realizar un gran abrazo-de-oso que sumerja a la isla en una ola empresaria-mediática destinada a lograr un «cambio de régimen». Pero ese juego no lo juega un solo protagonista: el Imperio, sino varios, en especial Cuba que trata de aprovechar dicho deshielo para fortalecer su economía en plena transición entre modelos y que obviamente trata de preservar su autonomía.
El objetivo final de la estrategia imperial es convertir a la región en un espacio desarticulado, con estados mafiosos y sociedades caóticas necesario para la realización de grandes saqueos financieros y de recursos naturales.
HI: Desde Hemisferio Izquierdo nos proponemos aportar al debate sobre las perspectivas estratégicas en América Latina, considerando el escenario que nos planteas ¿hay hoy un esbozo estratégico claro para orientar la lucha? ¿cuáles deberían ser los ejes centrales de una estrategia socialista hoy?
JB: Existen esbozos, reflexiones, prácticas sociales prometedoras, resistencias de diverso tipo, grandes movimientos populares… se está terminando la «era progresista» pero su remplazo reaccionario no abre una etapa de gobernabilidad derechista, elitista, sino un horizonte caótico de saqueos, de regímenes inestables, hipercorruptos. ¿Que otra cosa podemos esperar de los nuevos «gobiernos» de Brasil y Argentina o de lo que podría llegar a ser un régimen post-chavista en Venezuela? De todos modos la ola progresista no ha sido una experiencia inútil, irrumpió sobre la base del desgaste y en ciertos casos del desmoronamiento neolioberal pero también gracias a la impotencia popular para convertir a esos fenómenos en disparadores de revoluciones populares que eliminen de raíz las estructuras coloniales y sus complementos mediáticos e institucionales. No se produjeron revoluciones sino procesos de recomposición con inclusión social al sistema más o menos reformado. Eso por supuesto permitió la supervivencia de las élites pero también despertó la autoestima de masas populares sumergidas, se multiplicaron las organizaciones de base, se conquistaron derechos, mejoras sociales que los gobiernos derechistas tratan ahora o tratarán de eliminar. Su accionar retrógrado genera, generará anticuerpos, resistencias, militancias, es decir una contracultura de los de abajo que gracias al desquicio de los de arriba tiene la posibilidad de convertir sus luchas, su prácticas variadas en una concientización profunda, en la percepción de las causas de la tragedia. Existe un proverbio en India que dice que cuanto más alto suba el mono más fácil será verle el culo, bueno, el revanchismo, las tropelías, los robos descarados de las élites dominantes danzando en lo alto del poder nos permite ver su verdadera naturaleza, sus mecanismos de opresión, en suma la estructura del capitalismo colonial, transnacionalizado, percibir claramente su decadencia, su cuerpo repugnante.
Estas élites no son los motores de reconversiones capitalistas sino la expresión de la degradación del sistema global. Esto significa que en América Latina la rebelión contra el sistema está a la orden del día y que «la estrategia» es la de la construcción de avalanchas populares, de movimientos insurgentes de amplio espectro social, respondiendo a las culturas específicas de cada pueblo, a sus identidades, sus memorias, sus potencialidades creativas. Seguramente se cruzarán en el camino dirigentes, manipuladores de distinto rango tratando de domesticar a las masas, ofreciendo alternativas aparentemente «posibles», habrá que pasarles por encima. La profundización de la crisis dejará abierta la puerta a las revoluciones populares.
Jorge Beinstein es Doctor de Estado en Ciencias Económicas (Universidad de Franche Comté; Besançon, Francia), especialista en pronósticos económicos. Fue consultor de organismos internacionales y gobiernos, dirigió numerosos programas de investigación y fue titular de cátedras de economía internacional y prospectiva tanto en Europa como en América Latina. Es profesor titular de las cátedras libres «Globalización y Crisis» en las Universidades de Buenos Aires y Córdoba (Argentina) y de La Habana (Cuba), y Director del Centro de Prospectiva y Gestión de Sistemas (Cepros). Su página web es http://beinstein.lahaine.org/
Fuente: Hemisferio Izquierdo. Portal web uruguayo dedicado a los debates estratégicos: www.hemisferioizquierdo.uy
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