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Sobre El Coloquio de Belén Gopegui

Teatro de acción para tiempos de apatía y una coda

Fuentes: Rebelión

Cuando la verdad sea demasiado débil para defenderse tendrá que pasar al ataque Bertold Brecht Escena única. Descripción. La acción política, entendida como el conjunto de relaciones sociales capaces de articular un discurso crítico, ha desaparecido de la sociedad. De todas las esferas de la sociedad. Por fijar un punto de arranque, este proceso degenerativo […]

Cuando la verdad sea demasiado débil para defenderse tendrá que pasar al ataque

Bertold Brecht

Escena única. Descripción.

La acción política, entendida como el conjunto de relaciones sociales capaces de articular un discurso crítico, ha desaparecido de la sociedad. De todas las esferas de la sociedad. Por fijar un punto de arranque, este proceso degenerativo tuvo su origen -entre nosotros- en el momento en el cual los escritores y «artistas» emergentes de los años sesenta despreciaron la tradición antifranquista (el realismo social, la tradición filocomunista) en beneficio de una culta visión «europea», moderna -temas narrativos neutros, ausencia de lo social- que llevó aparejada, con el paso del tiempo, la tesis del olvido -ver el libro Trayecto de Ignacio Echevarría- orquestada durante la Transición. En esos años, la reflexión antisistema (en un sentido amplio del término) abandonó el terreno de la llamada cultura, ese conglomerado extraño de amistades, relaciones, subvenciones, vanidad y artistas varios. Viene este breve preámbulo a colación de un acto político celebrado el pasado día 21 de enero. El acto político -e insisto en esta dimensión por encima de la artística- consistió en una representación teatral en el Ateneo de Madrid de la obra El coloquio escrita por Belén Gopegui (Lo real y El lado frío de la almohada son sus novelas más recientes) con la colaboración de la Unidad de Producción Alcores. Esta obra apareció publicada en el libro colectivo Cuba 2005 de la editorial Hiru y puede leerse como un texto vivo, independiente. Es sabido que una incorrecta representación puede arruinar una pieza. Eso no suele ocurrir cuando la compañía que monta el espectáculo lo hace con respeto por el texto y creatividad, deseo de transmitir alternativas críticas, valentía para afrontar su limitación de medios, compromiso con la verdad y respeto por la inteligencia de los espectadores. En este sentido, la Unidad de Producción Alcores (un colectivo político-teatral) ha hecho un trabajo impecable y lúcido en el que destaca el montaje, el medido ritmo de las secuencias, la sorprendente interpretación de los actores y la recreación (desarrollo) del texto inicial. Si se vieran representaciones de esta naturaleza en los teatros públicos no se hablaría -de forma tan tópica como recurrente- de la crisis del teatro.

El coloquio parte de una situación conocida por todos (en este caso, un debate absurdo -se entiende- de lucimiento, relleno e ideología dominante -como casi todos- sobre los héroes y el pensamiento posmoderno). A punto de terminar el «encuentro cultural» (organizado por las redes de la CIA en el que participa un cubano anticastrista, interpretado con sobriedad y brillantez por César de Vicente), unos espectadores, cansados del tono empleado por los ponentes, se rebelan, toman la palabra, y orientan la discusión hacia el terreno de lo concreto, centrándose en un problema de actualidad: los cinco cubanos detenidos en EE.UU. Como no podía ser de otra forma, los ponentes se retratan mostrando sus miserias, los intereses que oculta su discurso. En paralelo, la obra se detiene y relata con claridad las maquinaciones que la central norteamericana, en el ámbito de la cultura y la propaganda mediática, lleva a cabo desde hace años. Esta parte, interpretada con frialdad e ironía por los actores se puede complementar con la instructiva lectura del libro La CIA y la guerra fría cultural de Frances Stonor Saunders. El resultado final fue una pieza de «teatro de acción», así la definió Gopegui en el encuentro que siguió a la representación, una pieza mayor (en su día se dijo «casi» brechtiana y ahora se dirá brechtiana) que invita tanto a la reflexión sobre la condición de lo heroico como sobre los límites del compromiso con la verdad, la manipulación del capital y la práctica revolucionaria. Es posible que la obra se siga representando en pequeñas salas. Es un texto necesario y una puesta en escena inolvidable.

 

Coda. Una comparación.

Periódico El País, domingo 22 de enero, fotografía de la última página. En la mencionada imagen, firmada por Luis Magán, aparece la Ministra de Sanidad y Consumo, Elena Salgado (Elena, sin hache, para que no se confunda con la tradición clásica) subida encima de la mesa de trabajo, en extraño escorzo de yoga o posición gimnástica. A su izquierda, una pantalla de ordenador, bandera de España al fondo (que no falte) y cartera de ministra. La señora está descalza, sí, descalza, sobre la mesa, y su gesto -que parece natural- tiene una ligera crispación que se aprecia -si se mira bien- en los músculos faciales (quizá sea sólo la edad). Esta fotografía resume, sin dejar resquicio a la duda, quiénes somos, dónde estamos y a qué nivel de degradación intelectual y moral hemos llegado. Algunos -la derecha reaccionaria- dirán que esta ministra, con esta pose, expresa desprecio por el cargo y su propia imbecilidad natural. No es cierto. La ministra Elena Salgado se manifiesta como es. Ella es así y así quiere aparecer reflejada en la página final de un periódico de referencia el domingo 22 de enero. Sin comentarios. Las preguntas de la entrevistadora Marín y las respuestas de Salgado merecerían otro comentario. Sólo una muestra. Pregunta: «¿Y del Gobierno a quién se llevaría a una isla?» Respuesta: «A nadie, porque no creo que me dieran permiso las mujeres de los que me gustan». España, gobierno del PSOE presidido por Rodríguez Zapatero. Elena Salgado, Ministra de Sanidad y Consumo. 22 de enero de 2005. En escorzo. Descalza. 56 años. Aficionada a la lectura. En El País.