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Teatro y Política: El Coloquio, de Belén Gopegui

Fuentes: inSurGente

Belén Gopegui escribió su obra El coloquio como aportación al libro Cuba 2005 en el que se proponía, al igual que los otros autores (Alfonso Sastre, Carlos Fernández Liria, Santiago Alba Rico, Carlo Frabetti y John Brown), hacer una intervención política comprometida en el marco de las habituales polémicas sobre el significado y la relevancia […]

Belén Gopegui escribió su obra El coloquio como aportación al libro Cuba 2005 en el que se proponía, al igual que los otros autores (Alfonso Sastre, Carlos Fernández Liria, Santiago Alba Rico, Carlo Frabetti y John Brown), hacer una intervención política comprometida en el marco de las habituales polémicas sobre el significado y la relevancia del socialismo cubano actual. Se trata de una pequeña obra de teatro que, ahora, la Unidad de Producción Alcores ha decidido llevar al escenario. Se representará los días 14, 15, 21, 22, 28 y 29 de octubre, y el 4 y 5 de noviembre, a las 20 :30 horas, en la sala Youkali (calle Santa Julia, nº 13, Metro Nueva Numancia).

El resultado ha sido óptimo y la experiencia de ver la obra representada da mucho que pensar. Hay que destacar que el grupo de teatro ha realizado un trabajo admirable, modificando en ocasiones el guión original y, en cualquier caso, plasmándolo en un montaje lleno de talento que demuestra que no hacen falta grandes medios técnicos para hacer un teatro de calidad irreprochable. Pero lo más destacable es que el director y los actores hayan entendido y asumido con entusiasmo el tipo de teatro que Belén Gopegui propone con esta obra, el cual no es, desde luego, nada habitual, al menos desde hace ya mucho tiempo. ¿Cómo tendría que llamarse al género teatral en el que esta autora ha decidido iniciarse?

No faltarán quienes despectivamente hablen de El coloquio como de un panfleto dramatizado. Y en efecto, podría hablarse de teatro panfletario o más respetuosamente de teatro político, aunque pienso que no hay por qué renunciar a la primera denominación. Por ejemplo, yo soy de la opinión -y así lo he repetido muchas veces- de que lo poco que de interesante se pensó durante toda esa década de los años ochenta marcada por la postmodernidad en filosofía y «la movida» en el mundo cultural español, fueron las canciones de La Polla Records. Ellos fueron los únicos -o al menos fueron de los pocos- que entendieron que los tiempos de la reconversión industrial española, señalados por la ignominiosa y devastadora traición del PSOE y de los sindicatos, no estaban para tonterías, sino para panfletos, y ellos escribieron y cantaron los mejores con una precisión académica que ya quisieran muchos economistas y muchos sociólogos.

Sería un poco absurdo denunciar el carácter panfletario de las canciones republicanas y anarquistas de la guerra civil (El coloquio, precisamente, se cierra con una de ellas). Son voces que se han ganado un puesto en la eternidad y sin embargo se trata de panfletos, a veces muy toscos. En cualquiera de ellas hay más belleza, más arte y más dignidad que en quince exposiciones de Arco. El mundo de la cultura, vendido hoy a seis o siete grandes corporaciones económicas que dominan todos los medios de difusión y de opinión, vive encerrado en una burbuja. Imaginando vivir en un mundo que en realidad no existe, los filósofos hacen filosofía para filósofos (igual que los panaderos podrían hacer pan para los panaderos) y los artistas hacen arte para artistas. El narcisismo cultural es un negocio vicioso en el que el autor, el crítico y el público forman parte del mismo engranaje.

Pero más allá de la burbuja, el mundo existe y es una atrocidad. Están ocurriendo cosas demasiado graves como para imaginar que el mundo de la cultura puede conservar algún recinto para la neutralidad. Actualmente, la neutralidad cultural no es más que la coartada con la que se pretende enmascarar que se ha tomado partido por los que tienen el mango de la sartén. La responsabilidad de los intelectuales es inmensa, porque las mentiras con las que se autojustifican vertebran luego el armazón del macizo ideológico que señala a la población los límites de lo que existe y de lo que no existe. Quinientos intelectuales viviendo en una burbuja son capaces de hacer creer a millones de personas que el mundo acaba en la punta de sus narices. En estos momentos, la insólita tranquilidad de conciencia de la población frente a lo que está sucediendo -sólo comparable al colapso moral de un pueblo alemán que asistió de brazos cruzados al genocidio judío- sólo se explica en función del arduo trabajo mercenario que despliegan día a día dos o tres centenares de tertulianos, columnistas o comentaristas famosos, unos cuantos centenares más de periodistas vendidos a su amo y varias decenas de escritores prestigiosos dispuestos a vender a su madre a cambio de un premio literario o incluso de un coktail o una entrada a la ópera.

Belén Gopegui, en cambio, parece que hubiera llegado a la conclusión de que en los tiempos que corren, escribir es como disparar y que, ante todo, hay que elegir muy bien hacia donde se apunta. Por eso no ha disimulado nada. No ha hecho una obra metafórica con profundo sentido político, ni una alegoría de hondos significados sociales. Ha escrito una denuncia directa y explícita de la implicación de la CIA en el terrorismo de Miami y un homenaje agradecido a los cinco héroes cubanos que lo investigaron y denunciaron, para acabar dando con sus huesos en la cárcel. Algo muy parecido, en efecto, a lo que podría haber sido un panfleto, como tantos otros que se han escrito sobre el tema. Como ocurre que Belén Gopegui ha demostrado que domina con gran maestría la técnica del teatro, el resultado ha sido, sin embargo, sorprendente e inesperado. Al contemplar la representación, uno tiene la sensación de estar soñando. Hay algo intensamente onírico en la disposición de los personajes, en el carácter de sus intervenciones, en la voz del coro que marca el paso entre los distintos niveles de la acción dramática. Es como si Belén Gopegui hubiera previsto que la única manera de despertar la conciencia de los que están dormidos fuera hacerles soñar, por una vez, un sueño que sea real.