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¿Terrorismo malo y terrorismo bueno?

Fuentes: Rebelión

El fantasma del terrorismo recorre el mundo. Sus zarpas asoman lo mismo en Gran Bretaña, Francia, EE.UU., que en Alemania y Australia, por mencionar unos pocos sitios. Y la cara más denunciada en todo Occidente es la del Estado Islámico, que colocó a Al Qaeda en el plano de aprendiz de pirómano, haciendo a un […]

El fantasma del terrorismo recorre el mundo. Sus zarpas asoman lo mismo en Gran Bretaña, Francia, EE.UU., que en Alemania y Australia, por mencionar unos pocos sitios. Y la cara más denunciada en todo Occidente es la del Estado Islámico, que colocó a Al Qaeda en el plano de aprendiz de pirómano, haciendo a un sinfín de observadores arremeter contra el fundamentalismo entre los musulmanes, olvidando o aparentando olvidar que este florece en más de un lugar del planeta.

Porque, a contrapelo de augures y nuncios, el fundamentalismo ha estado históricamente asociado a corrientes ideológicas o religiosas que imponen el absoluto acatamiento de sus preceptos, establecidos en los libros sagrados o fundacionales, y que no admiten ningún tipo de réplica o interpretación contextual o actualizada de su doctrina. Es decir, ha habido (hay) fanáticos igualmente entre los seguidores de Hitler, que entre los del profeta Muhammad (Mahoma para los hispanohablantes) y los de Cristo (¿recuerdan la matanza de Oklahoma?).

Solo que los portaestandartes del capital globalizado ponen énfasis en el terrorismo de los «moros», y exhiben rostro de circunstancia cuando alguien alude al terrorismo de Estado, ese que acude a armas biológicas, químicas, nucleares, y ha tomado corporeidad en Guernica, 1936; en Hiroshima y Nagasaki, 1945; y en Vietnam, Yugoslavia, Cuba…

Sí, en Cuba, que no descansa en la ingente tarea de imputar a sucesivos gobiernos estadounidenses la condición de ejecutor e impulsor de la variante de terrorismo de Estado, al promover dictaduras y golpes manu militari en todo el orbe, con la suspensión de los derechos constitucionales.

Cuba, la cual ha sido diana de esa modalidad, constituida por agresiones desde el triunfo de la Revolución de 1959 y que incluyen, grosso modo, roturas de fábricas; averías en maquinarias; incendios en pueblos, cañaverales, escuelas primarias, transportes urbanos, centros de salud pública; destrucción del tendido eléctrico y sabotajes a las plantas de esa energía, a tiendas de productos industriales, centrales azucareros; colocación de bombas en centros sociales, hoteles; asesinato de civiles y militares; introducción de vidrio molido y clavos al pan destinado a la población; tráfico de armas y explosivos; vertimiento de sustancias químicas tóxicas en arroyos; infiltraciones ilegales en el territorio nacional; secuestro de aviones de vuelos comerciales, fumigación agrícola; descarrilamiento de trenes; asaltos armados a comunidades; recopilación de pertrechos para bandas…

Algo ha agraviado de modo singular a estos isleños de alegría fácil y orgullo incólume que somos: las decenas, centenares de preparativos para segar la vida del Comandante en Jefe Fidel Castro, quien si siempre se salvó fue por obra y gracia de la acción previsora y esmerada de los órganos de la Seguridad del Estado, el Minint, las FAR, y de la inmensa mayoría de compatriotas en ese haz llamado Comités de Defensa de la Revolución.

O sea que los cubanos, que nos pronunciamos tajantemente contra todo tipo de terrorismo, y nos solidarizamos con Gran Bretaña, EE.UU., Francia, Alemania, Australia, lo hacemos precisamente por haber sufrido en carne propia el flagelo desde el propio instante del triunfo del proceso que coartó la hoja de asesinatos, torturas, desapariciones y la falta total de derechos humanos inherentes a una tiranía aupada por Washington.

Washington, que, en muestra del peor de los terrorismos, nos impuso, desde abril de 1960, el bloqueo económico, comercial y financiero más extendido y asfixiante de la historia. Bloqueo que pretende causar hambre, desesperación, y el consiguiente derrocamiento del Gobierno Revolucionario. Un cerco cuyo daño a la mayor de las Antillas se calcula sobre los 125 mil 873 millones de dólares. A este valladar contra el desarrollo sumémosle difamatorias campañas de prensa, y 681 acciones agresivas, probadas y documentadas, de resultas de las cuales han perecido 3 478 mujeres, hombres y niños. Otros 2 099 han quedado discapacitados. Ello, sin contar con los planes de invasión, no solo en Girón y la Crisis de Octubre.

Como colofón de esta política, reparemos en el reclutamiento, la dirección, el apoyo logístico y la utilización de mercenarios dentro de nuestro territorio por las administraciones yanquis, que no han cesado de obstruirnos el pleno disfrute de los derechos humanos y las libertades fundamentales a la vida, la paz, la libre determinación, el despliegue económico.

Sostengamos, sin temor a desmentido alguno, que si alguien dispone del aval suficiente para condenar la violencia, incluida la de Estado -y los fundamentalismos de cualquier laya-, ese alguien es precisamente Cuba, consciente de que el terrorismo no se escinde en bueno y en malo. Terrorismo es uno. Y punible.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.