Tesis para las V ª Jornadas de Debate sobre la Crisis 2013: Relaciones Internacionales de Dominación, celebradas en León el 22 de Marzo de 2013.
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Uno de los problemas teóricos decisivos es el de la perspectiva histórica, del mismo modo que uno de los problemas históricos decisivos es el de la perspectiva teórica. Historia y teoría forman una unidad a la vez que mantienen una separación ya que la historia sólo se entiende desde una teoría, pero esta sólo existe si es corroborada por la historia. La teoría nos aporta los conceptos claves, esenciales, que nos permiten comprender la historia, sus contradicciones y sus tendencias evolutivas fuertes, aquellas sobre las que debemos y podemos incidir para guiarla hacia objetivos emancipadores. Sin los conceptos teóricos elementales no podemos hablar de historia mundial, sino de caos interpretativo.
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Muy sucintamente dicho y en el problema que ahora tratamos, la teoría nos aporta tres niveles interpretativos que confluyen en un todo: el capitalismo como modo de producción dominante en el mundo; las formaciones económico-sociales específicas que existen; y las influencias que en estas formaciones concretas tienen los restos de modos de producción precapitalistas.
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La lucha antipatriarcal, la de emancipación nacional, la de clases, así como todas aquellas movilizaciones relacionadas con la defensa o recuperación de los bienes comunes, de las propiedades colectivas y públicas, de los recursos del pueblo, del excedente social colectivo sea material o simbólico, con los componentes horizontalistas y comunalistas de la cultura popular, estas y otras luchas recorren internamente los tres niveles expuestos en el Pt º 2. No son por tanto un cuarto bloque teórico autónomo ni menos aún independiente de los tres restantes, sino que forma parte consustancial al enfrentamiento entre el capital y el trabajo a nivel planetario y en los Estados, naciones y pueblos concretos, aunque con plasmaciones específicas según los casos particulares.
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La teoría en cuanto tal es como el hilo de Ariadna que nos guía a grandes rasgos por el Laberinto del Minotauro: sin su guía el monstruo, la irracionalidad capitalista, termina devorándonos. Y frecuentemente cuando deambulamos desorientados dejándonos llevar por los sugestivos cantos las Sirenas hacia las promesas del poder, entonces este otro componente de la realidad, el de la amarga experiencia de la lucha elevada al carácter de teoría, hace lo que Circe con Ulises, advertirnos de que la credulidad en el opresor siempre se paga con la derrota, y muchas veces con la vida.
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Siendo coherentes con lo aquí dicho hasta ahora debo proponer como tarea colectiva la relectura crítica de un texto mío de agosto de 2010 sobre esta misma problemática, titulado «La aportación de las Américas a la revolución mundial«, a libre disposición en la Red. Lo propongo porque la esencia dialéctica de la teoría marxista exige siempre la crítica y la autocrítica de lo dicho y hecho con anterioridad, exigencia ineludible pero que apenas practicamos. En ese texto, que no tiene todavía tres años, sostengo que las aportaciones revolucionarias de las Américas se sustentan en tres grandes prácticas mantenidas contra viento y marea: una, la independencia de pensamiento de las fuerzas liberadoras y revolucionarias, emancipándose del colonialismo intelectual sufrido hasta comienzos del siglo XX, y del neocolonialismo intelectual aplicado por el imperialismo desde entonces hasta ahora; dos, la decisiva importancia histórica y presente de la defensa de lo común y de lo colectivo, como eje tanto del avance del socialismo del siglo XXI como de la fuerza autoorganizada cotidiana de las clases trabajadoras y de los pueblos oprimidos; y tres, la igualmente decisiva pero casi desconocida, silenciada y hasta negada, importancia histórica y presente de la lucha de las mujeres, en especial de las que sufren la explotación sexo-económica y etno-cultural y nacional.
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Sobre esta base iniciada prácticamente desde el primer día de la invasión europea, que incluso hunde parte de sus raíces en las luchas nacionales y sociales precolombinas, las masas oprimidas han ido generando multitud de lecciones prácticas, que no podemos resumir aquí obviamente, desde las cuales se pueden extraer como mínimo cinco lecciones teóricas de decisiva trascendencia para el socialismo del siglo XXI en las Américas pero también en el resto del planeta, siempre que se apliquen correctamente en cada formación económico-social dada. Las lecciones versan sobre: uno, no sólo la recuperación de todas las formas de propiedad comunal sino sobre todo su extensión a la total propiedad colectiva de los medios de producción; dos, muy especialmente la extinción del papel de la mujer como «instrumento de producción» cualitativamente único en propiedad exclusiva del hombre; tres, la superación de la cosmovisión occidentalista basada en la propiedad privada y en el «ego conquiro» aplicado contra la naturaleza en su conjunto; cuatro, la interacción de todas o casi todas las formas de resistencia según muy correctas evaluaciones estratégicas, políticas y éticas; y cinco, la mundialización revolucionaria basada en una brillante visión antiimperialista de los próceres latinoamericanos, sobre todo de Bolívar.
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El imperialismo y las burguesías autóctonas son muy conscientes tanto de la tendencia al alza de las prácticas emancipadoras, como del enriquecimiento de las lecciones teóricas. Por esto, desde hace unos años lanza una contraofensiva general que ya ha sido estudiada en otros textos, y que tiene como uno de sus objetivos licuar y reducir a la nada las lecciones teóricas elaboradas. Sin embargo, entre muchos otros ejemplos que demuestran la necesidad de la teoría para comprender la historia, y para transformarla, ahora mismo sólo voy a citar cuatro, empezando por los más recientes: uno, el significado de la muerte de Chávez y del nuevo papado de Francisco; dos, los procesos abiertos por las FARC-EP; tres, el décimo aniversario de la invasión de Irak; y cuatro, los ciento treinta años de la muerte de Karl Marx. ¿Qué relación existe entre estos acontecimientos aparentemente tan distintos y qué importancia tienen para las Américas y para el socialismo en el siglo XXI?
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La teoría marxista explica que la única forma existente de que el imperialismo salga de su crisis actual no es otra que una estrategia cuádruple: aumentar la explotación de la humanidad trabajadora todo lo que sea necesario; derrotar de algún modo a las potencias subimperialistas para que se sometan a las exigencias del imperialismo occidental; exprimir la naturaleza hasta sus últimos recursos aun a costa de acelerar la catástrofe socioecológica; e introducir a la fuerza una revolución tecnocientífica que refuerce al imperialismo occidental a pesar de los terribles costos sociales que ello acarreará. La cuádruple estrategia variará puntual y formalmente en cada región del mundo, en cada bloque imperialista o subimperialista, pero en esencia es básicamente la misma para todo el planeta.
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Pues bien, para las Américas los ejemplos que hemos escogido muestran que la estrategia imperialista se mueve dentro de sus constantes históricas asentadas desde comienzos del siglo XX e incluso varias de sus expresiones más elementales desde el nacimiento histórico definitivo del capitalismo en el siglo XVII. Por tanto, inciden a la vez en la lucha de clases entre el capital y el trabajo y, a la fuerza, en la adecuación del socialismo a las características del modo de producción capitalista en el siglo XXI. La muerte de Chávez, sea inducida o no, permite un relanzamiento del terrorismo en todas sus formas contra la revolución bolivariana, sobre todo el terrorismo de provocación directa tal y como ha advertido el gobierno venezolano sobre los intentos de asesinato de Capriles: el imperialismo sabe cómo legitimar invasiones atroces utilizando crímenes terroristas organizados por sus servicios secretos.
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Aquí, la teoría es una vez más incuestionable porque resume y sintetiza las lecciones históricas. Es en el contexto de tendencia al alza de las luchas populares y obreras en las Américas, que el imperialismo ha decidido cambiar de táctica vaticana dando la Tiara Papal a un cardenal que no puede esconder su conservadurismo colaboracionista bajo los gestos de caridad fútil y denuncia abstracta de la pobreza. Con la muerte de Chávez y el nuevo papado ultraconservador y demagógico, el imperialismo intenta ampliar e intensificar la lucha teórica, ética y moral, política, cultural y religiosa contra el socialismo en todas las Américas, incluida la del norte, en donde la oficial Iglesia católica es una fuerza decisiva del imperialismo en su contraofensiva mundial.
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Uno de los objetivos de la contraofensiva es el de debilitar al máximo a las FARC-EP para que cedan en las actuales negociaciones. Además de otros instrumentos de presión, la situación abierta en Venezuela, que se estabilizará pronto con la victoria de Maduro, pero sobre todo la incrementada beligerancia reaccionaria del nuevo papa buscarán debilitar la incuestionable legitimidad de las FARC-EP. La teoría marxista entiende el recurso al derecho humano a la rebelión contra la tiranía en su forma de lucha armada, porque hay otras formas, como un instrumento táctico utilizable en determinadas condiciones y contextos, y siempre sujeto a la valoración política y ética de sus resultados en cuanto impulsores de la emancipación o retardadores de ésta, pero nunca rechaza el derecho a su empleo ni lo condena, aunque no lo practique porque haya valorado que se puede avanzar más rápidamente hacia el momento crítico de la revolución mediante otros métodos de lucha.
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Las masas trabajadoras americanas observan atentas el desenlace de las conversaciones en Cuba, porque saben que significan uno de los puntos críticos para la emancipación del continente. Saben que las FARC-EP se han recuperado de las derrotas tácticas sufridas en el pasado, que han desarrollado nuevas tácticas y estrategias, más movilidad y fuerza de choque de difícil localización y, sobre todo, que la burguesía colombiana empieza a comprender que no puede vencer militarmente pese a la ayuda yanqui y a los enormes e improductivos gastos militares, que frenan el desarrollo económico. También saben que el pueblo colombiano, su juventud obrera y popular, estudiantil, sus movimientos populares y sociales, sus medios intelectuales críticos, etc., se están autoorganizando y creciendo, perdiendo el miedo al terrorismo y a la represión, y pasando incluso a la ofensiva en muchas reivindicaciones. Para ese amplio y creciente movimiento obrero y popular, la victoria política de las FARC-EP, basada en su clara recuperación militar, en las conversaciones en Cuba supone un tremendo espaldarazo a su proyecto emancipatorio.
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Las masas trabajadoras americanas, y en especial las colombianas, también saben que se han producido cambios secundarios en el bloque de clases dominante en el país, que son parte de otros cambios similares en todas las Américas, como veremos. Por un lado, la vieja y arcaica burguesía latifundista y terrateniente, aliada incondicional de los EEUU, está perdiendo algo de poder y de fuerza frente al ascenso de una nueva burguesía interesada en distanciarse un poco de los EEUU para crecer autónomamente acercándose a Brasil y Argentina, e incluso un poco a la «boliburguesía» venezolana, y sectores de la ecuatoriana y boliviana. De este modo, y con el apoyo de China, integrar sus intereses financieros y agroindustriales con la gran corriente económica en ascenso del eje-Pacífico y africano.
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No es esta una fracción burguesa progresista, en absoluto, y jamás estará dispuesta a un choque político duro con los terratenientes y narcoparamilitares, sus hermanos de clase; además está cediendo políticamente en decisiones importantes ante las presiones de esta ensangrentada burguesía que recompone día a día su política a la espera de dar el golpe, bien apoyando un giro ultraduro del presidente Santos, simultáneo a su abandono de las conversaciones en Cuba, bien desplazándolo del poder con maniobras clásicas de los servicios secretos yanquis. Hay que decir muy claro que las contradicciones entre estas fracciones hermanas no son irreconciliables, sino secundarias, resolubles mediante negociaciones del reparto de la tarta, de los suculentos narcodólares, del reparto de tierras y de otros favores mutuos, todo ello para intensificar un ataque terrorista masivo contra el pueblo colombiano si no sigue avanzando en sus luchas.
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Las FARC-EP tienen toda la razón cuando tantean a esta fracción burguesa y, en especial, cuando se adelantan para poner el centro del debate, por ahora, en la decisiva cuestión agracia. Las FARC-EP saben que el capitalismo mundial en crisis necesita apropiarse de toda la tierra latinoamericana y mundial, como veremos luego, y que la independencia socialista de Colombia dentro de la Patria Grande bolivariana sólo puede sostenerse sobre la propiedad socialista de la tierra y de las fuerzas productivas. La propiedad de la tierra ya fue un tema decisivo planteado por Marx y Engels en su tiempo, y la historia les está dando la razón. Por esto, la política de las FARC-EP va directamente al corazón del modelo de socialismo del siglo XXI en todas las Américas, y del resto del planeta.
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Para el socialismo en el siglo XXI a escala planetaria, estos procesos suponen una confirmación de la teoría en general y a la vez su enriquecimiento porque atañen a realidades muy diversas aunque aplastadas por el mismo enemigo, el imperialismo, como sucede con el décimo aniversario de la invasión para destruir Irak y convertirla en un espacio desestructurado sometido al saqueo implacable del capitalismo occidental. La teoría marxista muestra que las lecciones históricas necesitan de un tiempo para ser plenamente entendidas. Aunque ya antes de la invasión sabíamos de sobra qué buscaba el imperialismo, solamente cuando se ha desarrollado su brutalidad metódica podemos captar su criminal alcance estratégico en todos los sentidos. La teoría ya nos lo había advertido en lo sustantivo, pero una década después lo conocemos en todos sus detalles, desde la masiva destrucción de las libertades de las mujeres hasta el expolio cultural, pasando por el energético y económico, así como por las torturas, asesinatos y otros crímenes de lesa humanidad.
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Y es así porque la historia es la única jueza de la teoría, la condena y niega, o la confirma y mejora, como sucede siempre con los veredictos de la historia con respecto a la teoría marxista. Pues bien, enriquecidos por estas lecciones histórico-teóricas, debemos saber que el imperialismo no ha descartado en modo alguno aplicar la misma «solución» a zonas de las Américas, y de facto lo ha hecho de manera directa como en Honduras o de manera indirecta mediante presiones de todo tipo, sea para instalar bases militares o ampliar las existentes, para relanzar la neocolonización económica y cultural, etc. La teoría como la historia nos enseñan que el imperialismo aprende de sus errores y de nuestras victorias, así que lo más probable es que adapte a las condiciones actuales de las Américas las tácticas empleadas hace diez años contra Irak, y el ataque a Honduras así lo demuestra, por citar un único pero decisivo caso.
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Marx no se hubiera sorprendido en absoluto por estos acontecimientos, y Engels tampoco, y menos todavía por los conflictos militares. Me refiero al Marx y al Engels que pulieron y mejoraron su esquema teórico conforme transcurrían los años y según sus primeras ideas eran superadas y criticadas por la acelerada expansión capitalista y por las luchas sociales de todo tipo que se libraban en su interior. Los ciento treinta años transcurridos desde la muerte de Marx nos enseñan seis cosas básicas sobre lo que ahora tratamos: una, que su inicial eurocentrismo ha sido muy dañino para la emancipación de los pueblos; dos, su inicial economicismo ha sido igualmente dañino; tres, la síntesis de eurocentrismo en versión de «rusocentrismo» y de economicismo determinista creada por la URSS a partir de finales de la década de 1920, unida al dogma de la «burguesía nacional antiimperialista» ha sido muy dañina para los pueblos; cuatro, la fuerza del dogma stalinista más la efectividad de la represión imperialista y burguesa autóctona retrasó mucho la recuperación del marxismo dialéctico en sí mismo y del llamado «marxismo maduro», o «último»; cinco, pese a esto la recuperación y recomposición de las luchas se hizo confirmando lo esencial de este marxismo dialéctico y negando sus tergiversaciones mecanicistas; y seis, la gravedad de la actual crisis refuerza la necesidad de un marxismo abierto, crítico, dialéctico y, por tanto, revolucionario.
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Tras repasar tan rápidamente estos cuatro ejemplos vemos que tienen una esencial identidad válida para cualquier parte de las Américas: solamente los pueblos explotados, las clases trabajadoras, las mujeres, las masas empobrecidas, etc., pueden crear las dinámicas sociales capaces de avanzar al socialismo y a la Patria Grande latinoamericana, la única alternativa capaz a su vez de integrar a los llamados «sectores intermedios», «clases medias» viejas y nuevas, el grueso de las fracciones de la pequeña burguesía y en definitiva a todos los sectores sociales machacados por el imperialismo y por las grandes burguesías autóctonas, que nunca se enfrentarán a los EEUU ni al euroimperialismo, y que tenderán a establecer alianzas o pactos de media duración por subimperialismos emergentes para presionar al imperialismo occidental.
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Los pueblos de las Américas tienen en la actualidad cinco grandes retos que superar: uno, la necesidad angustiosa del imperialismo occidental por apropiarse de sus recursos globales. Tengamos en cuenta la rapidez del agotamiento de los recursos naturales a escala mundial, los efectos negativos de la crisis socioecológica, las exigencias salvajes de las grandes corporaciones energéticas y de agrocombustibles, agroindustriales y alimentarias, de la sanidad y biotecnología, de la «bioeconomía» y de las industrias punteras en I+D+i que necesitan materiales estratégicos, tierras raras, y un largo etc. Si a esto le unimos las necesidades de bases militares, guerra electrónica e informática, etc.; sin olvidarnos de las exigencias implacables del capital financiero para poder depredar a sus anchas por todo el mundo, así como su creciente necesidad de aumentar la explotación económica, por ejemplo, la necesidad del debilitado subimperialismo español por volver a enriquecerse gracias a la sobreexplotación de las Américas, viendo todo esto, comprendemos los espeluznantes peligros que acechan a sus pueblos.
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Dos, las decisiones de las burguesías colaboracionistas dispuestas a ceder con tal de mantener sus propiedades privadas y derrotar estratégicamente a sus pueblos, especialmente de las más débiles, las que más necesitan de las fuerzas armadas y de las ayudas económicas directas del imperialismo occidental. Estas burguesías, que irán creciendo en número estatal conforme la economía tarde y tarde en recuperarse un poco, conforme aumente la lucha obrera y popular y conforme aumenten las presiones imperialistas, tenderán cada vez más a la derecha. Debemos considerar la experiencia de Honduras, el golpe contra Lugo en Paraguay, el empeoramiento de la situación social y el aumento del narcocapitalismo en Centro América y otras áreas. Estas débiles burguesías estatales tienen también «hermanas de clase» en fracciones burguesas en retroceso en Estados latinoamericanos más poderosos, como es la fracción burguesa narcoparamilitar liderada por el criminal ex presidente Uribe, y otras fracciones idénticas en Perú, México, Venezuela y en general en todo el continente. El imperialismo occidental tiene en estas burguesías un fiel peón.
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Tres, las presiones menores, sólo económicas pero inquietantes a largo plazo de subimperialismos como el japonés y el chino fundamentalmente, y en menor medida el ruso, el indio, el surcoreano, y otros, que buscan quedarse con todos los recursos posibles pero manteniendo las formas, las apariencias, ayudando con préstamos e inversiones menos onerosas y duras que las del imperialismo occidental. No hay duda de que el grueso de la nueva burguesía latinoamericana idéntica a la colombiana descrita, tiene claros intereses de acuerdos con estos subimperialismo que van más allá de lo simplemente económico para buscar incluso una cierta legitimación propagandística cara a sus pueblos, intentando así aumentar su fuerza electoral y debilitar a las fuerzas de izquierda institucional y reformista, y sobre todo a la revolucionaria. De cualquier modo hay que dejar nítidamente claro que estos subimperialismos se opondrán a los procesos revolucionarios una vez que estos amenacen sus intereses en las Américas, y que no dudarán en apoyar medidas represivas para salvaguardar sus beneficios.
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Cuatro, la política de las burguesías brasileña y argentina fundamentalmente, y parcialmente uruguaya, pero con simpatías y apoyo en otras fracciones burguesas, dispuestas a establecer alianzas para contrarrestar el poder occidental, pero que en modo alguno aceptarán un recorte serio de sus beneficios y jamás la pérdida de sus propiedades. Como toda burguesía, también estas tienen sus fuerzas militares y policiales, sus servicios secretos, y sus conexiones internas con el imperialismo occidental, con las Flotas yanquis, con sus Fuerzas de Intervención Rápida, y con sus instrumentos de terrorismo, ese que el «demócrata» Obama ha fortalecido y ampliado.
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Y cinco, las presiones sistemáticas del imperialismo occidental para impedir el despegue económico de esas burguesías latinoamericanas, manteniéndolas como secundarias, productoras de materias primas y energías baratas, de bienes de baja calidad, con poca o nula base tecnocientífica propia. Occidente siempre ha empobrecido y arrancado de raíz cualquier despegue productivo e industrial de Estados, regiones y continentes enteros que pudieran llegar a serle un serio competidor en el futuro. El caso de Japón y Alemania tras la II GM es excepcional, porque fueron fortalecidas sólo como baluartes contra China Popular y la URSS, respectivamente. El trato dado a Sudáfrica es muy esclarecedor al respecto: con la ayuda de los insoportables errores de la izquierda sudafricana, el imperialismo occidental sigue mandando en esta zona geoestratégica.
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La política de «asesinato económico» de pueblos y Estados que podían haber llegado a serle competidores -recordemos cómo y por qué fracasó la estrategia de la «burguesía nacional» latinoamericana de «sustitución de importaciones» entre 1940-70, que de asentarse hubiera dado un giro al capitalismo mundial–, se basa también en la manipulación estratégica de las grandes decisiones económicas mundiales dictadas por los poderes imperialistas diseñados por los EEUU entre 1944-48, con los acuerdos de Bretton Wood como referencia, así como reforzadas posteriormente, desde la segunda mitad de 1980 con la liberalización financiera, así como con el Consenso de Washington, por no extendernos en lo ya sabido.
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Estas y otras intervenciones diseñadas a medio y largo plazo, desconocidas casi siempre para la grandísima mayoría de la población estrujada hasta su último aliento, inciden dentro de las leyes tendenciales de evolución del capitalismo, en especial en lo relacionado con el sobredimensionamiento del capital financiero, del muy correctamente denominado capital-ficticio por Marx, en detrimento del capital industrial, el produce valor y plusvalía, y vital a la larga para la supervivencia del capitalismo como modo de producción. De este modo, las leyes tendenciales del capitalismo orientadas en tal o cual sentido por la burguesía en la medida de lo posible, que condenaron a la miseria al mal llamado «tercer mundo» son las que actúan en el subsuelo de la historia mediante la lucha de clases, y las que irrumpen con devastadora fuerza en la superficie en los período de crisis en los que la lucha de clases plantea ya, a estas alturas, el dilema de comunismo o caos.
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Cualquier reflexión sobre el socialismo en el siglo XXI que no parta de lo aquí visto, y sobre todo, del hecho de que el capitalismo mundial ya ha condenado a la miseria relativa y en algunas cuestiones también absoluta a los pueblos del «tercer mundo», y cada vez más también a los del «primero», está condenado al fracaso. Antes de seguir conviene recordar algunas cifras: el 60% de las personas mayores latinoamericanas no cobran pensión alguna; más del 30% de las familias malviven en chabolas precarias; la cesión de la independencia económica mexicana a los EEUU está suponiendo el empobrecimiento brusco de otros doce millones de mexicanos, país en el que hay más de 20.000 agentes yanquis reconocidos; el 45% de la infancia y adolescencia peruana malvive en la pobreza y el 75% de entre 11-16 años no tiene seguro médico; entre 2006 y 2009 la pobreza en Chile aumentó del 13,7% al 15,1%, y sigue en aumento; según la CEPAL en 2010 el 63% de los niños eran pobres, y en 2010 en Buenos Aires 2 millones de personas malvivían en las «villas miseria»; en 2010 un quinto de la población latinoamericana acaparaba el 60% de los recursos mientras que el 20% más pobre sólo el 3,5%.
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La complejidad, diversidad y diferencias internas que caracterizan a las Américas hacen imposible que ofrezcamos aquí un modelo de socialismo para el siglo XXI. Además sería una pretensión engreída típica de la prepotencia eurocéntrica; sería una intromisión ignorante con efectos negativos al crear confusión artificial, y como toda ingerencia exterior, sería contraproducente. Teniendo esto en cuenta, voy a enumerar sólo cuatro aspectos generales que por ello mismo pueden ayudar a una reflexión que siempre debe ser examinada por las prácticas concretas.
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El primero consiste en recordar los límites políticos y teóricos insalvables que separan de forma irreconciliable al socialismo del capitalismo. Son estos: la teoría de la explotación asalariada, de la producción de plusvalía y de beneficio que se apropia la burguesía en detrimento del pueblo trabajador; la teoría del Estado como instrumento decisivo en manos del capital contra el trabajo, instrumento clave que está por encima y al margen del parlamentarismo y de la democracia burguesa, y cuya efectividad última no es otra que la aplicación de la violencia extrema, del terrorismo, para salvar la propiedad privada; y la teoría del conocimiento, el método dialéctico materialista, que sostiene que se puede conocer y transformar la realidad opresora, destruyéndola.
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De un modo u otro, el reformismo ha negado estas tres cuestiones elementales, optando por versiones burguesas más o menos sofisticadas o burdas. El reformismo ha optado por alinearse con el capitalismo al relativizar la explotación asalariada, al creer que el Estado es una administración neutral y pacífica, «al servicio de la ciudadanía» y controlable por esta mediante las elecciones periódicas y el «juego parlamentario»; y ha optado por variantes neokantianas, que relativizan o niegan la posibilidad de conocer y destruir el capitalismo. Las diferencias irreconciliables ya surgieron en el último tercio del siglo XIX elaboradas con detalle, y desde entonces han marcado nítidamente la frontera insuperable entre práctica socialista y capitalista, sea reformista o contrarrevolucionaria.
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Por tanto, cualquier reivindicación, movilización, programa, lucha o estrategia política que no avance hacia el fin de la explotación asalariada, del Estado burgués y de la dominación ideológica y cultural burguesa, debe definirse como reformista si sólo pretende cambiar algo insustancial para mantener lo decisivo del capitalismo, y como reaccionaria y contrarrevolucionaria si abiertamente opta por el fortalecimiento de la burguesía y la derrota del proletariado. Desde luego que la aplicación práctica de esta línea absoluta de demarcación debe realizarse en cada situación concreta, siendo imposible y totalmente negativo querer imponerla desde fuera de los pueblos, desde las alturas burocráticas de partidos separados de las clases explotadas.
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El segundo es que estas tres diferencias se desarrollan más concretamente en otras que han ido creciendo con el transcurso del tiempo, en base a las lecciones aprendidas en las luchas. Hablamos de, por ejemplo, el rechazo frontal al patriarcado y la sistemática lucha para la emancipación de las mujeres, ya que siguen siendo «instrumentos de producción» de propiedad masculina incluso después de haber sido parcialmente derrotado el capitalismo. Nunca se desarrollará el socialismo en un sistema patriarcal. Otro tanto hay que decir de la opresión nacional, y del mantenimiento de una forma de vida centrada en el consumismo y en la destrucción de la naturaleza.
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Cualquier práctica de lucha en cualquier reivindicación o problema social que no sea coherente en estas tres decisivas confrontaciones con el imperialismo, está reforzando indirectamente el sistema explotador porque está fortaleciendo la propiedad privada masculina sobre las mujeres, la propiedad imperialista sobre las naciones oprimidas y la propiedad burguesa sobre la naturaleza. Estas tres formas de propiedad se unen a otras formas de propiedad burguesa ya vistas, como la de las fuerzas productivas, del Estado y de los sistemas culturales, de modo que, como resultado se extiende la propiedad capitalista.
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El tercero que es la lucha contra las múltiples formas de propiedad burguesa –económica, estatal, ideológica, patriarcal, nacional y natural, además de otras menores–, sólo puede realizarse con efectividad concienciadora si las clases explotadas van aprendiendo mediante su propia práctica autoorganizada y mediante sus relaciones con las organizaciones revolucionarias. Hablamos de la pedagogía de la praxis colectiva y de la pedagogía del ejemplo de las organizaciones revolucionarias. Hablamos de la estrategia de generalización en la medida de lo posible dentro del capitalismo de la autogestión social, hasta que choque frontalmente con el Estado burgués, cosa que se produce bien pronto si la autogestión social tiende a generalizarse desbordando los muy estrechos y coercitivos márgenes de la democracia-burguesa.
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Hablamos de autogestión social en términos amplios y extensos porque cada zona, cada barriada, villa, pueblo, ciudad, fábrica y taller, hospital y centro sanitario, escuela y universidad, servicios públicos y sociales, asociaciones vecinales y barriales, cooperativas de todo tipo, de viviendas, de producción y consumo, de educación, de transporte, etcétera, semejante red de redes que el pueblo trabajador va entretejiendo en medio de su lucha de clases contra la burguesía debe buscar la construcción de «islotes de socialismo» dentro del océanos capitalista, islotes conectados entre sí a modo de archipiélagos que van cubriendo de rojo la realidad social. En el interior de esta dinámica debe avanzarse deliberadamente en la recuperación de todo lo colectivo y público, de todo lo comunal, que ha sido expropiado por la burguesía y convertido en propiedad privada suya. Autogestión social y bienes comunes significan lo mismo.
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La práctica de la autogestión social dentro de lo posible en el capitalismo dominante, que es muy poco, ha de ser muy consciente de la interrelación de todas las formas de lucha por los derechos y las necesidades, alternándolas, posponiendo unas según las circunstancias, y desarrollando otras en momentos precisos; pero siempre ha de estar preparada para los momentos críticos, en los que chocan los derechos de la burguesía con los derechos del proletariado, los derechos del explotador a ejercer su opresión, y los derechos del explotado a defenderse y emanciparse. La teoría marxista enseña que cuando chocan dos derechos iguales pero antagónicos, entonces decide la fuerza, sea la contrarrevolucionaria o se la revolucionaria.
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La diferencia cualitativa entre el ascenso de la autogestión social y la autogestión socialista no es otra que el paso revolucionario, el salto cualitativo del poder burgués al poder popular organizado en Estado obrero. La autogestión socialista sólo puede expandirse cuando el poder popular construye su propio Estado tras conquistar el poder político. Hay que construir un nuevo Estado, destruyendo los componentes políticos, económicos, represivos, culturales, etc., del viejo Estado, y transformando cualitativamente sólo aquellos que son vitales para la administración social, es decir, infraestructuras, carreteras, sanidad, energía, comunicaciones, a la vez que se depura implacablemente al funcionariado estatal y se disuelven las fuerzas militares y represivas, aplicándoles la justicia popular garantizada por el pueblo en armas. A la vez, se construye un Estado cualitativamente diferente que debe estar vigilado desde fuera por el poder popular autogestionado para impedir todo atisbo de burocratización corrupta y degenerativa. El poder popular extraestatal es el encargado de dirigir el proceso de autoextinción del Estado conforme se llega al socialismo.
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El Estado obrero unido al poder popular, planificará el desarrollo económico hacia el socialismo, el plan económico estratégico al que se supeditarán los planes locales tácticos, con autonomía dependiente de los intereses generales del pueblo socialista. Tendrá que organizar la defensa del pueblo en armas, así como las relaciones internacionales en el proceso hacia el socialismo. Desconocemos las condiciones que reinarán en el siglo XXI, pero en base a la experiencia anterior, será decisiva la permanente intervención rectora del pueblo mediante la democracia socialista, intervención facilitada por la gran reducción del tiempo de trabajo necesario y el enorme aumento del tiempo libre, creativo y crítico, el único que garantiza el desarrollo de la potencialidad emancipatoria. La autogestión socialista y el Estado obrero no son contradictorios sino complementarios durante el período de vida del segundo hacia su autoextinción, durante el cual se extinguirá también la ley del valor-trabajo, el valor de cambio, y el dinero, y la desaparición histórica del valor para quedar sólo la producción socialmente planificada de los valores de uso.
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Y el cuarto y último es el contenido mundial e internacionalista proletario de cualquier lucha por pequeña que sea, aunque se realice en una aldea rural, un pueblito apenas conocido y sea realizada por una remota asociación de amas de casa, de mujeres, que exigen mejoras básicas, elementales, y en apariencia no revolucionarias sino reformistas. El socialismo es mundial o no es. No hay posibilidad alguna de «construir el socialismo en un solo país, aunque cada pueblo debe avanzar lo más posible al socialismo. La más pequeña lucha revolucionaria que empiece superando el reformismo y rozando siquiera los límites de la tolerancia estatal, esta lucha tiene en sí misma un contenido mundial latente, al margen de lo que opinen sus practicantes. Es así porque, como hemos dicho, el modo de producción capitalista domina a escala planetaria y tarde o temprano una lucha en un rincón lejano que afecta a la estructura capitalista empieza a engarzar con otras luchas ayudando a desencadenar el efecto «bola de nieve». Para que esta bola adquiera velocidad es decisiva la capacidad comunicativa de las izquierdas revolucionarias.
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Las Américas están en especiales condiciones para avanzar al socialismo superando la mortal trampa del «socialismo en un solo país» porque la extensión de las luchas en el continente, la fuerza del sentimiento antiimperialista y el arraigo creciente del ideal de la Patria Grande, facilitan que las fuerzas progresistas impulsen dinámicas de cooperación regional e interestatal, aun dentro del marco actual, que pueden aumentar la conciencia continental antiimperialista, primer paso para pensar y realizar un socialismo continental, como única salida factible a la opresión imperialista y a los riesgos de las «ayudas» de los subimperialismos. Los esfuerzos de Chávez han sido magistrales en este sentido, pero falta mucho que hacer, y el Movimiento Continental Bolivariano debe aportar un generoso esfuerzo creativo imprescindible para saltar de la conciencia continental antiimperialista a la conciencia socialista continental, y de esta a la conciencia comunista mundial.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.