Sopa de fideo, dos, un euro, yogures, dos pack de seis, dos euros, dos latas de sardinas, uno con cinco euros, dos barras de pan, un euro, dos de qué sé yo qué, dos de no sé qué, dos de… cuando veo la gorra roja acercarse, calada hasta las cejas, ya sé que todo tengo […]
Sopa de fideo, dos, un euro, yogures, dos pack de seis, dos euros, dos latas de sardinas, uno con cinco euros, dos barras de pan, un euro, dos de qué sé yo qué, dos de no sé qué, dos de… cuando veo la gorra roja acercarse, calada hasta las cejas, ya sé que todo tengo que multiplicarlo por dos, todos los productos van de dos en dos, nunca van solos, ¿estará casado? ¿serán dos en casa? No, que va, son todas las ofertas del día, como siempre, como todos los lunes cuando se decide a entrar y hacer la compra, eso sí, solo los lunes. Durante la semana nos saludamos cuando entro trabajar y cuando salgo, después de las ocho horas en la caja registradora. Él también está las ocho horas, sí, pero en la puerta del establecimiento pidiendo una ayuda. Ocho horas pidiendo, son muchas horas si te pones a pensar ¿verdad? Sus compras, la verdad, no me dan mucho trabajo, son pocas y repetidas, así que solo tengo que marcarlas una sola vez, peor es cuando viene un pedido de 200 euros y cada artículo es diferente, casi hay que llenar 4 o 5 cajas para el envío. Cuando termino con un cliente y antes de comenzar con el siguiente, a veces, miro para la calle y allí está, él no para para el café, como hacemos otras, él siempre está ahí. No es como algunos pesados que te sueltan la retahíla «señora (lo de señora es más habitual, por frecuente, que lo de señor) señora una ayuda por favor». No, él no es de esos. Él está siempre callado, pero no piensen que con la cabeza cabizbaja, no, la cabeza bien alta y siempre erguido. Se le ve con dignidad. Su trabajo se lo toma muy en serio, eso no se lo quita nadie. El otro día fue la única vez que le vi levantarse cuando a una señora casi se le cae el carro al salir, de un salto se puso de pie y lo enderezó a tiempo de volcarse toda la compra. Os estaréis imaginando lo que hizo la señora, pues no, la muy agradecida señora, dio un respingo y ni le miro a la cara, como si le fuese a contaminar con sus manos la mermelada. Una vez, hace ya tiempo, al agacharse se le levantó el jersey y pude ver toda la oferta de artículos de la semana, literalmente estaba forrado de latas y paquetes de sopas, para algo tenía que servir la propaganda, digo yo, así que ahora he comenzado a guardarle los anuncios atrasados y a la salida cuando me marcho para casa se los doy, él solo me hace un gesto con la cabeza, no es como para dar las gracias, la verdad, pero…
Así comenzaba el otro día un relato donde, ella, la cajera del supermercado, terminado ya su contrato, estará haciendo cola en el INEM para poder recibir unos meses de paro hasta que le salga otro curro temporal, esporádico, como muchos de los trabajos de las mujeres, y en definitiva precario.
En los últimos años de crisis, hemos asistido a un incremento de verbos en el diccionario de la Real Academia de la Lengua. Concretamente ha nacido un nuevo verbo, el verbo precariar. Yo precario, tu precarias, el precaria. Solo unos pocos, ellos, no precarian. Solo ellos, unos pocos, han sido capaces de enriquecerse en este periodo de crisis, logrando hacer que la desigualdad aumente hasta cotas impensables.
España es de los países de la UE que más desigualdad tiene y que más continúa aumentando día a día, siendo la diferencia entre rentas altas y bajas cada vez mayor. Según el informe de Oxfam Intermon » Una economía al servicio del 1%», la pobreza y la exclusión han aumentado, siendo 13,4 millones de personas en riesgo de exclusión en 2014, esto es, el 29,2% de la población. La distancia entre ricos y pobres sigue creciendo y en 2015 el 1% de la población concentró tanta riqueza como el 80% de los más desfavorecidos, y la fortuna de sólo veinte personas en España alcanza un total de 115.100 millones de euros».
Podemos decir que nuestra cajera sufrió un desplome de su salario de un 22,2%, mientras le duró ese trabajo temporal. Por eso también podemos añadir que la crisis no ha sido igual para todas las personas. Según los datos de la OCDE, los hogares más desfavorecidos son los que han sufrido una mayor caída de los ingresos durante la crisis, y el salario de los más ricos es 18 veces superior al del 10% más pobres.
Pero si nos fijamos en el otro personaje del relato, podemos imaginarnos que no es precisamente de Bilbao de toda la vida. Sus rasgos nos indican una procedencia extranjera. Durante unos años vimos, como cada vez había menos gente pidiendo en las calles, y eso también ha cambiado. Más allá de las estadísticas y los números que nos puedan facilitar los informes, solo necesitamos salir a la calle y pasear para poder ver las necesidades de mucha gente.
Esta semana volví al supermercado para hacer la compra. Cuando ya había cogido todo lo que necesitaba, me di cuenta de que no tenía el bolso. Los nervios se dispararon y la cabeza comenzó a escupir sus pensamientos como un torbellino. Miraba a la gente de alrededor para ver quién podía haber sido. La chica que ordenaba las estanterías me confirmó que sin duda podía haber ocurrido y que era frecuente el robo de bolsos cuando dejas el carro abandonado. No podía creérmelo, siempre he sido confiada y además con mucha suerte. Y sí, claro que pensé en el mendigo de la puerta, pero éste continuaba sentado en la misma postura que cuando entré. Y a continuación, pensé en la de gente tan necesitada que hay como para que tengan que robar. Siempre ha habido robos, si, pero ahora cada vez más. Afortunadamente todo fue un malentendido y tan solo me había dejado el bolso en casa, pero me sirvió para pensar cómo se aprovechan algunos de ese tipo de confrontaciones, de culpabilidades, que somos capaces de enunciar en un calentón para enfrentar solidaridades, echar la culpa al «otro», al de fuera, al extranjero, sin pensar en su realidad.
Sin embargo, afortunadamente, también existen corrientes de aire solidario, nuevas (en realidad viejas) campa ñas, con cajas de resistencia para que compañeros y compañeras puedan seguir luchando por sus derechos laborales y por ello la campaña de CORRESCALES es un ejemplo. Una empresa muy conocida, con grandes beneficios, está llevando a toda su plantilla a distintas movilizaciones solidarias, a raíz de la huelga que realizaron en su día, como es la carrera de relevos entre Bilbao y Barcelona, en contra de la precariedad a la que les abocaba la empresa. Son gestos de aire fresco, y muy de agradecer, que quieren barrer la precariedad en estos tiempos de crisis.
Puri Perez Rojo, Mugarik Gabe.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.