Dos diferentes líneas divergentes tomaron impulso tras la derrota que sufrió Estados Unidos en 2005 cuando en la IV Cumbre de las Américas efectuada en Mar de Plata, Argentina, no pudo imponer el Área de Libre Comercio (ALCA) con la cual intentaba dominar económica y políticamente a toda la región. La primera fue la convicción […]
Dos diferentes líneas divergentes tomaron impulso tras la derrota que sufrió Estados Unidos en 2005 cuando en la IV Cumbre de las Américas efectuada en Mar de Plata, Argentina, no pudo imponer el Área de Libre Comercio (ALCA) con la cual intentaba dominar económica y políticamente a toda la región.
La primera fue la convicción de la gran mayoría de los países de este hemisferio de integrarse para enfrentar, en forma más efectivas, los constantes embates políticos y económicos de la potencia unipolar.
Así surgieron la Alianza para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), PetroCaribe, la Unión de Naciones del Sur, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), además de reforzase el Mercado Común del Sur (MERCOSUR.
En sentido completamente opuesto resultó la segunda vertiente, pues Estados Unidos no se dio por vencido y comenzó a imponer, apoyado por gobiernos afines en la región, los Tratados de Libre Comercio (TLC) bilaterales, bajo las mismas condiciones del Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN) acordado con México en 2004, que ha provocado que más de la mitad de los aztecas esten por debajo del índice de pobreza.
Los TLC fueron diseñados por Estados Unidos y las naciones desarrolladas, en combinación con compañías transnacionales, con el objetivo de controlar económica, financiera y hasta políticamente a los países menos desarrollados que no pueden competir con empresas foráneas las cuales poseen tecnologías modernas y abundante capital. Es la versión del colonialismo moderno.
Bajo ese esquema, ya resultaría innecesario lanzar agresiones o invasiones armadas contra otros países para dominarlos, pues por medio del control económico y financiero las compañías transnacionales, apoyadas por sus Estados originarios, poseerán fuerza y poder hasta para imponer presidentes afines, bajo la amenaza de tomar sanciones y desestabilizar completamente a un gobierno.
De esa forma, logró firmar acuerdos de TLC con cinco países de Centroamérica (Guatemala, Honduras, Costa Rica, El Salvador y Nicaragua, antes de la llegada de Daniel Ortega al poder) al que se incorporó República Dominicana, además de hacerlo por separado con Panamá.
Consiguió que el gobierno neoliberal de Chile también suscribiera un Tratado, al que le siguieron los gobiernos de Perú y Colombia.
Con mucha convicción, el premio Nobel de Economía 2001, Joseph Stiglitz, quien entre 1997 y 2000 fue economista jefe del Banco Mundial, ha alertado en varias ocasiones los riesgos que entrañan los TLC, al aumentar las desigualdades sociales y agudizar la pobreza en los núcleos rurales.
En una reciente conferencia efectuada en Lima, explicó que se debe prestar mucha consideración en aprovechar las nuevas aportaciones, pero también los nuevos riesgos que surgen con los TLC.
Puso como ejemplo el TLCAN y señaló que después de suscribirse, los salarios en la nación azteca son más bajos, la pobreza rural aumentó y la desigualdad creció. Según Stiglitz, eso se debe a que tras la firma del acuerdo «se destruyeron empleos más rápido que los que se crearon (…) y los pobres mexicanos, que eran los agricultores no pudieron competir con los estadounidenses», quienes reciben altas subvenciones estatales».
En otro foro realizado en Ecuador, Stiglitz declaró que la globalización ha sido diseñada para promover mayores ganancias del sistema financiero y para que haya una mayor transferencia de dinero desde los países en desarrollo a los industrializados.
Los TLC según el destacado economista, aumentan la desigualdad y es una herramienta utilizada por Estados Unidos para «dividir a los países subdesarrollados, destruir el multilateralismo e imponer sus industrias».
A raíz del fracaso del ALCA, el ex secretario comercial de la Casa Blanca, Robert Zoellick anunció que no esperaría la concreción de acuerdos comerciales por consenso e informó que en los futuros Tratados se incluirían temas que interesaban especialmente a Washington y que habían sido rechazados en las reuniones sobre el ALCA realizadas primero en Miami y después en Argentina.
Zoellick se refería a los bancos financieros, los servicios básicos como la electricidad, las telecomunicaciones, la salud y el agua, entre otros, los que ya entraron a formar parte de los nuevos TLC bilaterales firmados.
Washington ha utilizado los TLC y los acuerdos sobre inversiones bilaterales y regionales para lograr concesiones que no es capaz de conseguir en la Organización Mundial del Comercio (OMC), donde los países en desarrollo pueden unirse y negociar unas reglas más favorables.
La Organización No Gubernamental británica Orfam publicó un informe sobre el efecto de los Tratados en los países del Sur donde puntualizó que el avance inexorable de estos TLC sobre comercio e inversiones, negociados en gran medida a puertas cerradas, amenazan con socavar la promesa de que el comercio y la globalización servirían como motores para reducir la pobreza.
Según Orfam, en un mundo cada vez más globalizado, estos acuerdos benefician a los exportadores y a las empresas de los países ricos a expensas de agricultores y trabajadores pobres, con graves consecuencias para el medio ambiente y privan a los países en desarrollo de su capacidad de dirigir la economía nacional y de proteger a sus ciudadanos más pobres.
Al sobrepasar las disposiciones negociadas a nivel multilateral, los convenios bilaterales como están diseñados, imponen reglas de mayor alcance y difícil marcha atrás que desmantelan de manera sistemática las políticas nacionales de promoción del desarrollo.
Tras las firmas de los TLC, como promedio el 80 % de las exportaciones estadounidenses de productos industriales y de consumo, quedan con arancel cero inmediatamente y el 85% esta libre de impuestos en cinco años.
De esa forma, las industrias nacionales van desapareciendo paulatinamente y sus poblaciones se dedican a vender en las tiendas las mercancías recibidas desde el exterior.
Entre los acápites de los Tratados, se establece que los países firmantes otorgarán acceso a mercados en todos los servicios, como telecomunicaciones, mensajería rápida, servicios de computación, turismo, energía, transporte, construcción e ingeniería, servicios financieros, agua, educación, entretenimientos, seguros y otros.
Imponen protecciones y trato no discriminatorio para productos digitales como software, música, texto y vídeos, a la par que fortalecen las patentes estadounidenses, las marcas y los secretos comerciales.
Para que no existan dudas de que el resultado final sería dirigir no solo la economía sino hasta a los gobiernos, los documentos establecen marcos legales seguros para inversores norteamericanos pues tras la entrada de sus capitales en esas naciones los convenios no podrán ser cancelados por leyes posteriores. Si eso llegara a ocurrir, los gobiernos deberán abonar sumas millonarias para resarcir las pérdidas ocasionadas.
Los TLC son la nueva estrategia de dominación neocolonial en este mundo globalizado y la forma de tratar de que no se concrete la verdadera integración latinoamericana. Muchos países ya se han dado cuenta de ese enorme peligro; otros, sin embargo se han montado en ese peligros tren.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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