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TLC, el nuevo neocolonialismo

Fuentes: Rebelión

Los Tratado de Libere Comercio (TLC) han sido diseñados por las naciones desarrolladas con el objetivo explícito de controlar económica, financiera y hasta políticamente a los países menos desarrollados que en una lid de paridad, no pueden competir con compañías foráneas que poseen tecnologías modernas y abundante capital. Es la versión del colonialismo moderno. Bajo […]

Los Tratado de Libere Comercio (TLC) han sido diseñados por las naciones desarrolladas con el objetivo explícito de controlar económica, financiera y hasta políticamente a los países menos desarrollados que en una lid de paridad, no pueden competir con compañías foráneas que poseen tecnologías modernas y abundante capital. Es la versión del colonialismo moderno.

Bajo es esquema, ya resultaría innecesario lanzar agresiones o invasiones armadas contra otros países para dominarlos, pues por medio del control económico y financiero las compañías transnacionales, apoyadas por sus Estados originarios, poseerán fuerza y poder hasta para imponer presidentes afines, bajo la amenaza de imponer sanciones y desestabilizar completamente a un gobierno.

El premio Nobel de Economía 2001, Joseph Stiglitz, quien entre 1997 y 2000 fue economista jefe del Banco Mundial, ha alertado en varias ocasiones los riesgos que entrañan los TLC, al aumentar las desigualdades sociales y agudizar la pobreza en los núcleos rurales.

En una reciente ponencia expuesta en un seminario realizado en Lima, bajo el título «Perspectiva de la economía internacional 2008: Desafíos para América Latina y el Perú» explicó que se debe prestar mucha consideración en aprovechar las nuevas aportaciones, pero también los nuevos riesgos que surgen con los TLC Puso como ejemplo el Tratado firmado en 1994 entre México, Estados Unidos. y Canadá (TLCAN) y señaló que después de suscribirse los salarios en la nación azteca son más bajos, la pobreza rural aumentó y la desigualdad creció. Según Stiglitz, eso se debe a que tras la firma del acuerdo «se destruyeron empleos más rápido que los que se crearon (…) y los pobres mexicanos, que eran los agricultores maizeros, no pudieron competir con los maizeros estadounidenses», quienes reciben altas subvenciones estatales. El premio Nobel considera que «un TLC no es un TLC. Es solo un nombre y en Washington existe la costumbre de poner el nombre contrario a las cosas

En otro foro realizado en Ecuador, Stiglitz fue más explícito al considerar que el modelo económico genera más pobres y que sus consecuencias en el ámbito social no han sido analizados por los organismos responsables del equilibrio comercial mundial como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Adujo que la globalización ha sido diseñada para promover mayores ganancias del sistema financiero y para que haya una mayor transferencia de dinero desde los países en desarrollo a los industrializados. Los TLC según el destacado economista, aumentan la desigualdad y es una herramienta utilizada por Estados Unidos para ‘dividir a los países subdesarrollados, destruir el multilateralismo e imponer sus industrias’, como ocurre en el caso de las patentes medicinales. Estados Unidos al fracasar con su intención de imponer el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) en toda la región, se lanzo a crear acuerdos bilaterales con gobiernos afines y bajo su égida económica.

De esa forma, Washington utiliza los TLC y los acuerdos sobre inversiones bilaterales y regionales para lograr concesiones que no es capaz de conseguir en la Organización Mundial del Comercio (OMC), donde los países en desarrollo pueden unirse y negociar unas reglas más favorables.

Estados Unidos denomina este enfoque «liberalización competitiva» y la Unión Europea también está utilizando las bases de los acuerdos bilaterales como los peldaños hacia futuros convenios multilaterales.

En enero de 2008, la Organización No Gubernamental británica Orfam publicó un informe sobre el efecto de los TLC en los países del Sur donde puntualizó que el avance inexorable de estos tratados sobre comercio e inversiones, negociados en gran medida a puerta cerrada, amenaza con socavar la promesa de que el comercio y la globalización servirían como motores para reducir la pobreza.

Según Orfam, en un mundo cada vez más globalizado, estos acuerdos buscan beneficiar a los exportadores y a las empresas de los países ricos a expensas de agricultores y trabajadores pobres, con graves consecuencias para el medio ambiente y el desarrollo, y privan a los países en desarrollo de su capacidad de dirigir la economía nacional y proteger a sus ciudadanos más pobres.

Y resulta que al sobrepasar las disposiciones negociadas a nivel multilateral, los convenios bilaterales como están diseñados, imponen reglas de mayor alcance y difícil marcha atrás que desmantelan de manera sistemática las políticas nacionales de promoción del desarrollo.

Orfam destaca en su informe titulado, Nuestro futuro por la borda, que Estados Unidos y la Unión Europea están imponiendo reglas sobre propiedad intelectual que reducen el acceso de las personas pobres a las medicinas, aumentan los precios de las semillas y de otros insumos agrícolas poniéndolos fuera del alcance de los pequeños productores, y dificultan el acceso de las empresas de los países en desarrollo a las nuevas tecnologías.

En sentido general, los TLC firmados por Estados Unidos con México, Centroamérica, República Dominicana, Perú, Chile, y Panamá han establecido que una vez rubricados, más de la mitad de las exportaciones agrícolas norteamericanas a esas naciones, disfrutan de cero arancel, como carnes de res y de cerdo, pollo, algodón, trigo, soja, arroz y frutas. Después se van sumando otros como maíz, granos.

El resultado a la vuelta de unos pocos años, como ya ha ocurrido en México con el TLCAN, será la quiebra total de los pequeños y medianos agricultores que no podrán competir con productores norteamericanos debido a las altas tecnologías que utilizan y las millonarias subvenciones que reciben del Estado.

Asimismo, como promedio el 80% de las exportaciones estadounidenses de productos industriales y consumo quedan con arancel cero inmediatamente después de la entrada en vigencia de los acuerdos y el 85% queda libre de impuestos en cinco años.

Como resultado, las industrias nacionales irán desapareciendo paulatinamente y sus poblaciones se dedicarán a vender en las tiendas las mercancías recibidas desde el exterior.

Los TLC establecen que los países firmantes otorgarán acceso a mercados en todos los servicios, como telecomunicaciones, mensajería rápida, servicios de computación, turismo, energía, transporte, construcción e ingeniería, servicios financieros, entretenimientos, seguros y otros.

Además, prevén protecciones y trato no discriminatorio para productos digitales como software, música, texto y vídeos, a la par que fortalecen las patentes estadounidenses, las marcas y los secretos comerciales.

Esa cláusula reafirma del «derecho» de las transnacionales a adueñarse de hasta los más ínfimos sectores servicios en esos países pues como es lógico, sería imposible que algunas de sus empresas pudieran competir con Microsoft, Bechtel, Halliburton, Exxon, Tyco y otros miles de monopolios establecidos en Washington.

Para que no existan dudas de que el resultado final sería dirigir no solo la economía sino hasta a los gobiernos, los documentos establecen marcos legales seguro y predecible para inversores norteamericanos pues tras la entrada de sus capitales en esas naciones no podrán ser cancelados por leyes posteriores. Si eso llegara a ocurrir, los gobiernos deberán abonar sumas millonarias para resarcir las pérdidas ocasionadas.

Se produce así un progresivo desmantelamiento de la gobernabilidad económica, transfiriendo poder de los gobiernos a las empresas multinacionales y privando a los países en desarrollo de las herramientas que necesitan para desarrollar sus economías y lograr una posición favorable en los mercados mundiales.

Los TLC, en conclusiones, son la nueva estrategia de dominación neocolonial en este mundo globalizado.