¿Y si nos dejamos de cosas y dedicamos toda la tierra a agroexportaciones?, ¿acaso no se gana más? Y, de paso, se le quita al Estado la presión social de los agricultores y campesinos requiriendo apoyo para su producción. Tal vez, a algunos, no sólo se les quita eso, sino el pedazo de tierra con […]
¿Y si nos dejamos de cosas y dedicamos toda la tierra a agroexportaciones?, ¿acaso no se gana más? Y, de paso, se le quita al Estado la presión social de los agricultores y campesinos requiriendo apoyo para su producción. Tal vez, a algunos, no sólo se les quita eso, sino el pedazo de tierra con el que sobreviven «improductivamente». Ica es el camino, donde parece que todo el mundo es feliz (aunque yo estuve el otro día y hay mucha gente preocupada por nuevos problemas: exceso de presión sobre el agua subterránea que está salinizando parte de las reservas, pésimas condiciones de trabajo para las mujeres que realizan las faenas agrícolas y el envasado de los productos, tragedia de algodoneros y maiceros, pobreza urbana, etc.). Trujillo, Arequipa, Junín, Piura, Lambayeque son otros ejemplos de éxito agroexportador que es felicidad de algunos y desconcierto de casi todos.
Pero el gobierno insiste, hay que vender afuera, para que tengamos más trabajo dentro. Vaya.
Hace unos días me enteré, en Huancayo, que el viceministro de agricultura había ofrecido contactos con la banca comercial para obtener crédito. Asesoría técnica y apoyo del ministerio para los productores que decidieran pasarse al espárrago. Ni siquiera había hablado de alcachofas que la región está vendiendo con creciente ventaja al mercado europeo, sin necesidad, dicho sea de paso, de ningún TLC. Pero lo mejor era el argumento del funcionario de gobierno: hay que hacer como Chile, porque ellos saben como ganar dinero.
Así que, una vez fregamos a los jubilados con las AFP para no ser menos que Chile, que había inventado el sistema; privatizamos los servicios públicos, y ahora vamos sobre el agua potable y de riego, siguiendo el ejemplo chileno, que sabe como hacer plata, como lo prueba que tenga una de las elites más ricas de América del Sur y una de las sociedades más desiguales en distribución del ingreso en todo el mundo; firmamos TLC porque primero lo hizo Chile, y si lo hacen en el Mapocho, debemos hacerlo en el Rímac, para no quedarnos atrás, no importa si Brasil, Argentina, Venezuela, colocan reservas porque ellos no son nuestro modelo. Y, faltaba más, el ministerio de agricultura, tomado ya plenamente por el libre comercio, empezando el abandono de la posición oficial de proteger nuestros principales productos de la competencia desleal de las grandes potencias que subsidian sus productos, está buscando adeptos para el cambio de agricultura de alimentos por agroexportación, arguyendo que si eso tuvo éxito en Chile, también lo va a tener en el Perú. Y no hay que pensar más. Chita la payasá…
Vamos a obviar aquí algunas reflexiones elementales. Por ejemplo extenderse en eso que distinta tierra, clima, altitud y agua, dan productos diferentes y que el Perú, a diferencia de su vecino sureño, es variedad de escenarios y diversidad en la oferta. Nosotros somos tres grandes regiones naturales: costa desértica, sierra escarpada y selva vasta y húmeda, con múltiples combinaciones de valles, quebradas, llanuras, montañas, que los hombres andinos dominaron sabiamente, y que es la explicación de porqué floreció aquí una cadena civilizatoria poderosa que remate en el imperio de los incas y porque no ocurrió lo mismo al sur del río Maule. Aún hoy, con la marca del saqueo colonial, las distorsiones de la obsesión minera de españoles y criollos, la vocación hacia fuera de las ciudades costeras, el Perú sigue siendo una despensa del mundo por las múltiples adaptaciones naturales de la papa, el maíz y decenas de otros productos andinos. En el norte nos observan para ver que se llevan y a que pueden ponerle su marca para dirigir su comercialización global. Pero los que no nos damos cuenta somos nosotros. Nuestra estrategia es hacer como Chile, porque ellos saben como ganar plata. Aunque precisamente ganan plata porque nunca copiaron a nadie. Si siquiera en eso aprendiésemos de ellos, nos iría mucho mejor.
Chile cuenta con un norte sin agua, en lo que antes fue Perú y Bolivia, y una región centro-sur, estrecha, que tiene tierras planas y suficiente líquido para organizar plantaciones de un mismo producto. Chile nunca produjo los alimentos necesarios para su población, ni tiene el agua suficiente para regar la mayoría de sus tierras y saciar la sed de su gente. No tiene petróleo. Y si tiene cobre es porque se apropió de un territorio que encerraba la mayor reserva mundial de este mineral valioso. La insuficiencia en sus recursos ha impregnado de agresividad la política de Estado chileno, obligándolo a buscar por los medios que sean necesarios (por la razón o por la fuerza), accesos a materias que les son vitales. Ellos no pueden definir una estrategia de seguridad alimentaria porque su territorio no da para eso. No hacen, por eso, lo de los países ricos que pudiendo comprar granos, carnes y leche en el mercado internacional, escogen mantener subsidiado su sector de alimentos y fuerzan a sus agricultores a quedarse allí porque no quieren encontrarse un día en una crisis mundial y no tener con qué dar de comer a su gente. Como Chile es vulnerable ha diseñado desde hace 200 años un proyecto estratégico de alianzas, expansiones hacia el exterior, apertura de su economía para comprar lo que necesitan y captación intensiva de divisas para poder hacerlo.
El Perú, en cambio, viene de una tradición agrícola y productiva diferente. La civilización andina tuvo su eje en la capacidad de dominar el medio para producir alimentos suficientes para sus habitantes y hacer reservas continuas para enfrentar las eventualidades del clima y de las guerras. En el país nunca prosperó la gran hacienda de un sólo producto, salvo el caso de los valles costeros productores de azúcar y algodón. Y la comunidad sembradora de una canasta variada de alimentos es el modelo más extendido, que a los ingenieros agrónomos formados con manuales de manejo agrario de los Estados Unidos, les cuesta mucho entender. Hacer cada vez más dependiente al país de la oferta subsidiada de alimentos, ha sido uno de los crímenes inconfesables del neoliberalismo, realizado por supuesto a nombre del mercado. Porque ha debilitado una de nuestras ventajas principales. Estratégicamente el Perú debería depender mucho menos del exterior que su agresivo vecino. Pero normalmente hemos tenido gobernantes sin proyecto, imitadores burdos de lo ajeno. Capaces de pensar que basta ponerle el nombre Perú a la empresa o al sistema chileno, para que ya corresponda nuestras necesidades.
Un Estado que mira la agricultura y sólo ve agroexportación que representa el 5 % de las hectáreas sembradas y el 3% de los productores, y que mira la economía y sólo distingue la minería que brinda el 4% del empleo y el 7% del PBI, es más que ciego, porque no ve gente sino intereses particulares apuntando a rápidos negocios. Uno puede advertir fácilmente que si todo el Perú fuese una envasadora de espárragos y de otros productos de este tipo, lo que tendríamos dentro de un tiempo sería una caída vertical de los precios internacionales y allí sí la pregunta del ministro Ferrero: ¿qué me hago con los espárragos?, cobraría pleno sentido. También que hay una enorme brecha de recursos económicos y financieros para pasarse a otros productos, que los campesinos no tienen; de donde se deduce que agroexportación también puede ser la consigna del nuevo reparto de la tierra. Pero ni siquiera pueden razonar sobre estos aspectos elementales y prefieren atosigarse de propaganda
El monumento a la estolidez toledista va a ser que reduzcamos la producción de maíz, papa, trigo, arroz, carnes, para dedicar más tierras a satisfacer las entradas y los postres de nuestros amigos del norte desarrollado, perdiendo la capacidad del país de mejorar su dieta y su potencial de venderle al mundo mejores y más variados alimentos. Peor aún, que con el pretexto de la agroexportación se pasa el contrabando de que ese es el verdadero agro y que el resto aguante. Nadie puede estar en contra de que exista un fuerte sector agroexportador y que los que participan de él (especialmente los campesinos, no los comerciantes), puedan ganar el dinero que legítimamente están obteniendo. Pero nadie puede decir, tampoco que es el agro, como sector, el que gana en el TLC, porque un puñado de productores puede mandar productos al extranjero, mientras al resto le arrebatan el mercado. Y menos se puede afirmar que estemos creando un modelo para el futuro cuando estamos bombardeando el potencial agrario-alimentario del Perú, tal vez la única llave que podríamos tener para impulsar el camino hacia el desarrollo.
Chile puede ser pura minería y agroexportación. A más de bancos y grandes almacenes comerciales. ¿Por qué tendríamos nosotros que ser como ellos?