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Nadine Gordimer apoya en Barcelona la celebración del Día Internacional del Escritor Encarcelado

«Todo el mundo hablaba mal de los negros pero yo tenía más cosas en común con ellos que con los que se suponía eran de los míos»

Fuentes: El Mundo

Nació blanca, pero siempre se sintió negra. Y no tardó en darse cuenta de que algo no iba bien. «A mi alrededor, todo el mundo hablaba mal de los negros porque ser blanco implicaba ser necesariamente racista. Pero yo notaba que tenía más cosas en común con la comunidad negra que con los que se […]

Nació blanca, pero siempre se sintió negra. Y no tardó en darse cuenta de que algo no iba bien. «A mi alrededor, todo el mundo hablaba mal de los negros porque ser blanco implicaba ser necesariamente racista. Pero yo notaba que tenía más cosas en común con la comunidad negra que con los que se suponía eran de los míos». A Nadine Gordimer, Premio Nobel de Literatura en 1991, no le importa el qué dirán. Nunca le ha importado.

Se enfrentó a su propia comunidad (nació y se crió en Sudáfrica) por la concepción que tenían de lo que ella consideraba sus iguales («ellos escribían, como yo, teníamos muchas cosas en común, no era justo que el color de piel nos separase», recuerda). Durante el apartheid, se prohibieron tres de sus libros y ella no dudó en sumarse al Congreso de Escritores Sudafricanos que luchó por el fin de la segregación. A sus 83 años, sigue en pie de guerra, y ayer secundó en Barcelona la celebración del Día Internacional del Escritor Encarcelado.

Lo mejor que hizo fue quedarse en Johannesburgo, dice. Nació muy cerca, en Springs (sus padres eran inmigrantes judíos de clase media: él lituano, ella londinense) en 1923, justo 25 años antes de que el apartheid se declarase oficialmente (fue en 1948 cuando se empezaron a aprobar leyes en favor de la segregación, es decir, dividir por razas la presencia en lugares tales como playas, escuelas, autobuses y un largo etcétera).

Escribió su primer cuento a los nueve años y, a los 15, publicó por primera vez uno de ellos en una revista. Una década después, se trasladó a Johanesburgo y no se ha movido desde entonces. Publicó su primer libro (una recopilación de cuentos titulada Cara a cara) a los 26 años y «me llamaron autora europea». «Me molestó porque puede que mi lengua sea europea, pero mi identidad es africana», dice.

Respecto a esa lengua europea, añade: «Es una suerte para nosotros haber crecido con el inglés porque el exilio, en nuestro caso, no implica la pérdida de la lengua. Podemos seguir escribiendo y encontrar nuestro lugar en el mundo». El suyo está en Africa. «Es lo mejor que he hecho nunca. Estoy muy contenta; resistí pese a todo, y eso que hubo muchos momentos de desesperación». Prefiere no hablar de ellos, quizá por no desvelar más de la cuenta, o quizá porque sus historias ya lo han hecho. «Uno tiene que ganarse el derecho de ser africano y yo lo hice, el color de mi piel es lo de menos», sentencia la escritora, quien pudo, y algunos creen que debió, pero no quiso exiliarse.

Dice que su país necesita escritores que cuenten «lo que está pasando». «En estos momentos, tenemos tantos problemas o más que a finales de los años 40 y los escritores son los únicos que pueden analizarlos», añade. Y los únicos, también, que pueden hacérselos llegar al resto del mundo. «Mi país es el resultado de las fronteras artificiales que creó el colonialismo sin tener en cuenta que ya existían fronteras naturales, y que las naturales son imborrables», dice.

La autora, que actualmente es una de las principales activistas de la lucha contra el sida en su país, está al frente del PEN Internacional, la organización que creó en 1921 la escritora inglesa C. A. Dawson con la intención de unir a escritores de todo el mundo. En calidad de vicepresidenta de dicha organización, participó ayer en los actos de celebración del 85 aniversario de la versión catalana del PEN Club, junto a John Ralston Saul, filósofo y novelista, que defendió el concepto de «ciudad refugio».