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Todo sea por la bolsa

Fuentes: Rebelión

Si algo nos demuestra el imparable triunfo de Bolsonaro es el rudo encanto que tiene frente a tanta mentira, la franqueza. Ha conquistado a sus seguidores con una cruda verdad a medias que ha lanzado a los cuatro vientos: Soy un bruto y un macarra y no me avergüenzo de serlo. Y con ello no […]

Si algo nos demuestra el imparable triunfo de Bolsonaro es el rudo encanto que tiene frente a tanta mentira, la franqueza. Ha conquistado a sus seguidores con una cruda verdad a medias que ha lanzado a los cuatro vientos: Soy un bruto y un macarra y no me avergüenzo de serlo. Y con ello no ha hecho más que esgrimir un imperativo que a todo el mundo seduce últimamente: el de la fuerza bruta. La otra mitad de su verdad, no tan atractiva, es que Bolsonaro se ha vendido como tantos otros, al vil metal, el gran absoluto de nuestro época.

Y es que en realidad no ha hecho más que seguir el ejemplo de otras mentes más preclaras, que desde hace ya más de dos décadas se han sometido sin ambages al mismo patrón: el oro. O mejor dicho, al dinero Fiat, que ni siquiera brilla como el oro que ha dejado de ser su patrón. Se han vendido por el dinero más falso y menos valioso de todos. Los intelectuales, «les Clercs» como dicen los franceses, nos han traicionado, como Judas, por unos cuantos dólares que en realidad no valen nada, tienen el valor que le damos con nuestra credulidad y nuestra cobardía.

Yo quiero hacer ahora profesión de fe «idealista» y darle prioridad al espíritu y sostengo abiertamente que la crisis de valores ha precedido y es la causa verdadera de a la crisis económica que nos asfixia.

Lo digo y lo repito, desde hace ya más de dos décadas, las mentes supuestamente más eminentes se han rendido al vil metal (no voy a decir al capital, aunque sea verdad; quiero emplear un lenguaje más simple, menos rebuscado. El mismo que utiliza Bolsonaro. Quiero emplear su franqueza y decir que se ha vendido como todos o casi todos por dinero. Con los fascistas no podemos emplear un lenguaje sutil, sesudo; hay que gritarles a la cara la verdad con palabras simples; es decir: que son unos ladrones, o abogados y defensores y lameculos de ladrones. Los intelectuales, y los artistas, los que tienen por misión utilizar el cerebro (y no la fuerza bruta) hace mucho tiempo ya que se vendieron, que se prostituyeron; y se han dedicado desde entonces a maquillar con sus sofismas la operación de saqueo sin precedentes de las élites adineradas, calificándola de fatal o fatídica, de inevitable, o peor aún: de «científica». Han refrendado, por así decirlo, la terrible ley de la selva -la amazónica, por ejemplo- que estamos destruyendo o se está autodestruyendo. Porque esa ley que es falsa lo destruye todo a su paso y se autodestruye de paso. En una palabra: Han caído en el peor de los pecados para un intelectual, o el más tibio: son nihilistas. Ésa es su profesión de fe sin fe. Y, como consecuencia, el único modelo que proponen a las masas desde sus púlpitos es el del mafioso, el criminal, el psicópata que sólo se preocupa de su propio deleite. Lo ensalzan, lo reivindican; pero ojo: un psicópata heterosexual al ciento por ciento, porque si no, no vale, no seduce a las masas. Podrá parecer simplista, pero no hay más que asistir a una sesión maratoniana de películas recientes -algunas de ellas, de culto- para comprobar quienes son los héroes del momento: el Conde Drácula, el Hombre Lobo, Jack el Destripador, el Estrangulador de Boston… Los villanos de siempre. Necesitamos a más poetas que no se vendan al vil metal y que propongan nuevos héroes. Pero claro está que la poesía fue la primera víctima del triunfo radical del «capitalismo amiguista».

Durante mucho tiempo se ha reivindicado la figura del asesino en serie como el héroe de nuestro tiempo. No creo que exista un precedente semejante en la historia en esto de la exaltación del monstruo, que ya venía sentando sus reales en la mayoría de los tronos y las sillas presidenciales del mundo y ahora quiere sentar su sucio trasero en todas. Porque ésa es en realidad la ley del más fuerte: la ley del trasero. Un término que nadie emplea porque queda muy feo y deslegitima al poderoso.

Parece increíble, pero el consenso atroz y ridículo provocado por la caída de la URSS pareció dejar a los defensores de la verdad y la justicia sin argumentos, (como si hubiera que leerse un sesudo tratado sobre el materialismo dialéctico o el histórico para denunciar el latrocinio, el abuso de poder o el asesinato cobarde de civiles desarmados por medio de drones; para eso bastaba con acudir a la Biblia. O al código de Hammurabi. Y llamo la atención sobre la triste ironía de que la exaltación del macho «prevaricador» y supuestamente corajudo haya tenido como consecuencia más sobresaliente la proliferación de maquinas asesinas dirigidas por gallinas.

No me interesa dictaminar ahora si el marxismo descubrió o inventó (es decir, la inventó de la misma forma que Alfred Nobel inventó la dinamita) la lucha de clases como determinismo histórico. Lo importante es que empoderó a las clases humildes, les dio razones para que cuestionasen su estatus. No soy marxista, no creo en un paraíso proletario, ni en la eternidad de la materia, prefiero la eternidad del espíritu; pero me interesan los movimientos ideológicos que espolean al hombre en su persecución de la justicia y de otros nobles ideales de los que estamos tan faltos. No niego que haya intuiciones y pensamientos interesantes en el marxismo, lo cuestiono cuando se presenta como científico, cuando se reclama incuestionable. Me interesa todo lo que cuestiona el Statu Quo y la riqueza y los privilegios de los ricos, que es lo que nos quieren presentar ahora como incuestionable; cuando es de todas las aparentes evidencias y fatalidades, la más cuestionable, la eternamente cuestionable.

Porque eso es, para mí, lo más irritante del marxismo, que se presente como «científico», una palabra que todavía «desarma» al oponente. La sacralización ridícula de ese concepto «ideológico» no ha podido todavía ser cuestionada por los sabios de ninguna escuela, y es que su poder de seducción dimana en el fondo de la misma fuente legitimadora: la ley del más fuerte, del poderoso; sólo que lo hace de la forma más recóndita y más secreta. Es la ley del más fuerte expuesta de la forma más sutil, más cerebral y elocuente posible. Hace tiempo que muchos sabemos que sólo es «científico» todo aquello que legitima a la clase dominante y sus privilegios. Todo lo demás son pamplinas. Lo peor o lo mejor de la ley del más fuerte, es que es falsa: no siempre gana el más fuerte, ni el más listo, ni el más astuto. La historia está llena de ejemplos de fuertes que cayeron en la lucha. El triunfo de éste o aquel otro lo explica en muchos casos simplemente la fuerza de la inercia. ¿Qué es lo que nos enseña, qué explica la falsa ley darwinista de la supervivencia del más fuerte o el más apto? Ley a la que acuden para justificarse para legitimarse y sustentarse todos los autoritarismos. Que el que sobrevive es el más apto. ¿Y quién es el más apto? Pues el que sobrevive, simplemente. Es un círculo vicioso que lo único que hace es sancionar, legitimar el orden existente; refrenda la aparente y falsa superioridad, en la mayoría de los casos, del dirigente; es una justificación del inmovilismo que es lo que les interesa a aquellos que detentan el poder en un momento preciso. Es el argumento conservador e inmovilista por antonomasia.

La verdad es que el día que Lula se entregó a la justicia corrupta, el día en que se resistió a «revolucionar» verdaderamente la nación brasileña, perdió la batalla en Brasil la causa de la justicia. Esa flaqueza no se la van a perdonar las clases altas, que sólo entienden el lenguaje de la fuerza. De la fuerza moral si no otra, que es la que nos interesa. La fuerza de la virtud que, por cierto, tiene la misma raíz que viril, aunque no quiero ahora enredarme o dejar que me enreden en un inútil debate que podría calificarse de políticamente incorrecto.

Bolsonaro inició su carrera presentándose como el heterosexual absoluto (una mentira en el fondo, no existen los absolutos en lo referente al sexo, como cualquier sexólogo podría demostrar si lo intentase en serio) encomendándose a uno de los falsos absolutos a los que rinden culto tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo; pero ahora con sus estrategias de última hora, presentándose junto al peluquero gay vendido al vil metal que quiere maquillar un poco esa verdad absoluta, no sea que a última hora le falle y le haga perder la batalla electoral, nos demuestra que hay otro absoluto más absoluto que ése: el absoluto fundamental del dinero de las clases altas privilegiadas por la inercia, en nombre del cual están dispuestas a sacrificarlo todo y sacrificarnos a todos nosotros. Y es que la verdad es que se estaba pasando un poco; a los ricos les preocupan mucho los derechos de los homosexuales, las mujeres, los negros, etc. siempre que sean sus amantes. Así que ahora ha cambiado un podo de tercio y quiere dar una imagen un pelín más ambigua. Todo sea por la bolsa, Bolsonaro.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.