La prensa empresarial y los capitanes de empresa no pierden oportunidad de hacer fe pública de su vocación democrática. El pasado foro de Davos demostró que, como ocurre con China, los derechos humanos y laborales pueden esperar ante la oportunidad de un buen negocio.
Sin pena ni gloria se cerró a finales de enero la edición 2006 del Foro Económico Mundial en Davos, Suiza. Parafraseando lo que alguna vez escribió Carlos Monsiváis, es posible describir estas reuniones como un ejercicio de reconocimiento mutuo de la «importancia» de los presentes. Si Davos es para las elites, es significativo para muchos ser parte de este mítico grupo social.
Pero más allá de cuestiones de identidad grupal, Davos ofrece la oportunidad de observar el entorno de las grandes corporaciones en su intento por crear una especie de diccionario común, un sistema de imágenes , un mapa que represente al mundo según la visión de quienes las dirigen. Davos 2006 será recordado como el lugar y el tiempo en que las multinacionales reconocieron al Partido Comunista de China y sus representantes como legítimo miembro de la comunidad en la era de la globalización.
El mensaje de Davos fue claro: no es éste el tiempo de usar en el léxico común palabras como democracia, derechos humanos, libertad de asociación. El acuerdo establecido entre la empresa Google famosa por su motor de búsqueda en Internet y Pekín, que admite la censura de los temas que los ciudadanos de China pueden buscar en la red, fue descrito en las sesiones de Davos como «un acto de regulación». Cuando Eric E. Schmidt, director general de Google que pretende ser el índice de todo el conocimiento humano declaró que el acuerdo que su compañía había firmado con el gobierno chino significó solamente «respetar las leyes de ese país», no hubo quien preguntara si «todo el conocimiento humano» puede ser manejado por quien reconoce el derecho de usar la censura y la persecución a quien busca la libertad del pensamiento.
Si alguien aún tenía dudas del papel de China en el mapa global, éstas fueron despejadas por la gran cantidad de funcionarios, hombres de negocios y directores de empresas de ese país que concurrieron a las reuniones de Davos. Sesión tras sesión fue posible oír a los representantes chinos hablar de todo tema posible, desde el consumo privado hasta la inversión pública, desde la devaluación hasta las inversiones de las reservas, desde la ecología hasta la compra de compañías extranjeras. Todo fue abordado, siempre y cuando se evitaran las molestas preguntas políticas sobre derechos humanos, libertad de expresión y de asociación.
De ese modo, Davos se convirtió en un diálogo entre China y los conglomerados de negocios del mundo. Cuando hubo que referirse a Europa o Japón fue para hablar, hasta con cierta medida de desdén, sobre la rigidez y la falta de crecimiento de la economía.
Del otro lado del mapa corporativo, y de su diccionario, está Africa, continente cuya imagen es la del sufrimiento humano. En Davos poco se oyó de las causas de la pobreza, y nada se mencionó sobre el papel que juega Africa como basurero del mundo y receptor de desechos químicos. Africa, en el mapa de Davos, es el continente donde la filantropía y la caridad van mano a mano con la miseria, el subdesarrollo y el sida. Bill Gates anunció que su fundación hará más para erradicar la tuberculosis y la malaria y Daniel Vasella, de la multinacional farmacéutica Novartis, se unió en este esfuerzo. Así como en el caso de China, el diccionario de las corporaciones es explícito, en otros lo es por su silencio. Los silencios se aplican a las guerras civiles, la corrupción, el comercio de armas o el precio que los países pobres han de pagar por medicamentos de las grandes farmacéuticas. Bono, el cantante convertido en promotor de la reducción de la deuda africana, pudo sonreír al marcar un año de progreso en este renglón, pero esa fue la única causa de sonrisas para ese continente. No obstante, las críticas a este enfoque mediático del problema son cada vez mayores.
En lo que respecta a crecimiento económico, el tercer mundo seguirá aguardando una señal de esperanza. El encuentro de Davos fue aprovechado para tratar de llegar a un compromiso en las discusiones sobre subsidios y tarifas agrícolas en el marco de la Organización Mundial del Comercio, sólo para que los países ricos reiteraran su rechazo a una liberalización de las importaciones agrícolas.
Sin embargo, sería un error pensar que en Davos no se trataron cuestiones que deben preocupar al sector privado. Muy por el contrario, el diccionario de la elite económica mundial en su versión 2006, contiene múltiples referencias al termino «riesgos». Por riesgos se debe entender todos aquellos fenómenos que pueden afectar los informes financieros anuales de las grandes corporaciones. El cambio climático no fue considerado como riesgo, mientras sus daños se limiten a devastar la agricultura del tercer mundo, causar inundaciones en Asia o sequías en Africa. Pero los recurrentes ciclones en el Golfo de México y sus consecuencias en la economía de Estados Unidos y los precios del petróleo causaron que el clima cambiante recibiera alguna atención en Davos. El diccionario de riesgos también contiene referencias a los altos precios del petróleo, el terrorismo incluyendo amenazas nucleares o químicas, las victorias de los partidos de izquierda en América Latina, las posibilidades del proteccionismo o la caída de precios de los bienes raíces en Estados Unidos.
¿Y América Latina? El que buscó este año a los países de la región en Davos la pudo encontrar en varios representantes de lo que se llama «la iniciativa privada» en una comida donde se discutió durante dos horas el papel de México y Brasil, y en un artículo de Andrés Manuel López Obrador sobre su visión de México a las puertas de la elección presidencial.
Al final del encuentro, el Foro Económico Mundial pudo felicitarse: a Davos acudieron los líderes de empresas, medios de comunicación y uno que otro intelectual con pretensiones globalistas.
Así, en cuatro días, decenas de recepciones, cientos de sesiones, miles de encuentros no formales y una pequeña y reglamentaria manifestación contra la globalización, se llavaron a cabo en el encuentro de Davos. De hecho, una visita a ese foro es casi una necesidad para todo aquel que de vez en cuando piense que el poder de las corporaciones es una leyenda. Cuatro días en el retiro alpino son suficientes para aprender algo de la realidad de este mundo.