Cuando parecía ya desgastado el tema del sujeto en la filosofía contemporánea, una vez reaflorado el nuevo interés realista por el objeto, cabe sin embargo esta andadura, puesto que la conversión de todo en objeto sigue siendo algo bastante indeseable. Al sujeto autómata o automatizado de la biopolítica globalizada, equivalente a un objeto, alienado, cabe […]
Cuando parecía ya desgastado el tema del sujeto en la filosofía contemporánea, una vez reaflorado el nuevo interés realista por el objeto, cabe sin embargo esta andadura, puesto que la conversión de todo en objeto sigue siendo algo bastante indeseable. Al sujeto autómata o automatizado de la biopolítica globalizada, equivalente a un objeto, alienado, cabe oponer, no ya el sujeto cartesiano moderno, sino un sujeto anómalo, insurrecto, resistente a la cosificación y poco permeable a la manipulación. Hace mucho tiempo que ya no cabe declarar que el proletariado siga siendo el sujeto de la revolución o de la emancipación, de ahí que establecer la cuestión del sujeto ético-político tras la muerte Dios y del Hombre sea una tarea de gran importancia para la actualidad. Ese no puede ser ya otro que un sujeto anárquico. Y por ello, la cuestión entonces candente hoy y decisiva habrá de ser la de cómo plantear si quiera la posibilidad de semejante sujeto. ¿Es posible hoy la rebeldía y la revolución? Y, ¿sobre qué clase de actor se llevaría a cabo? La respuesta que aquí se nos ofrece es afirmativa, es posible y necesario, siendo el actor que se demanda ese sujeto anárquico cuyos contornos son perfilados.
Lo que tenemos entre manos constituye un brillante ensayo que reúne a la extrema izquierda heideggeriana en torno a la pregunta por las posibilidades de autoconstitución de un sujeto práctico en la era de la apoteosis de los dispositivos de disciplinariamiento y de control. Todos los rebeldes están llamados a leer esta obra y recoger sus frutos para llevarlos más allá, porque nos encontramos en la era de la clausura de la metafísica, en el momento en el cual se hace más cierto que nunca un aserto de Albert Camus, que nos advertía que ya entonces estábamos rodeados de «campos de esclavos bajo el estandarte de la libertad [1] «. De modo que los seres revolté, los rebeldes, sublevados, insurrectos, revueltos contra los mecanismos de dominación, son a quienes estará dirigido este escrito.
Para ese menester, Simón Royo, el autor del libro, rescata el pensamiento anárquico procedente de una audaz lectura de Heidegger, una propuesta que no dejará indiferente a ningún lector. Su propuesta es de las que se odian o se aman pero que no dejan intacto o neutral a nadie. Seguramente las derechas aborrecerán este libro y las izquierdas lo tendrán como referencia. Porque lo que se nos ofrece aquí es un pensar a partir de la cual se puede volver a postular el anarquismo, en una nueva versión, corregida y aumentada, que haciendo acopio de los últimos derroteros del pensamiento filosófico contemporáneo, nos presenta toda una reconfiguración de tan descartado movimiento para la política contemporánea. No es por tanto una refundamentación lo que se realiza, ya que, precisamente, el anarquismo postmetafísico tiene que sostenerse sobre lo infundamentado. Es por eso se nos advierte detenidamente ya desde el comienzo del libro que:
«Leída desde sus últimos hallazgos hacia atrás, la ontología de Heidegger, de la que es subsidiario Foucault y la postmodernidad, lo que nos acaba mostrando es su potencial an-arquizante. De dicha lectura se puede extraer una actitud vital serena, meditativa, pensante y atenta a lo que acontece, o una actitud beligerante, tensa, activa ante las posibilidades nuevas; ambas emergentes de la ontología deconstructiva que pone fin a la metafísica. La anarquía se torna entonces nuevamente una posibilidad, pero ahora, basada ya coherentemente en lo infundado y opuesta a todo fundamento último» (SA, p.14-15).
El libro trata de la democracia participativa, del problema del sujeto político y de la atención al acontecimiento, esto es, al acontecimiento político (acontecimiento de apertura y acontecimiento de lo posible) todo ello contra el autoritarismo y la dominación; con lo cual tenemos un manual de resistencia que opera mediante la desfundamentación y la deconstrucción en consonancia con el pensamiento postfundacional, an-arché, anárquico.
Tras una brillante introducción es que se nos ofrece un libro estructurado en tres partes, la primera trata de situar a Foucault en el marco de su problemática acerca de la constitución de uno mismo, la segunda, lo incardina dentro de la lectura heideggeriana de Reiner Schürmann, motivo de que se culmine en la tercera ofreciéndonos la traducción del escrito de este último pensador injustamente poco conocido sobre el otro pensador, mucho más conocido.
Entre el constructivismo y el acontecimiento se mueve el pensamiento de Reiner Schürmann y de Michel Foucault, ambos siguiendo a Heidegger. Mientras que lo primero ha sido bien visto por la crítica académica y artística lo segundo está aún bien lejos de ser adecuadamente recepcionado. Porque sin la dimensión del acontecimiento, el constructivismo, se queda reducido a un relativismo pragmatista fácilmente refutable por los neoilustrados. Más si se acompaña el constructivismo con el acontecimiento de la mano de la deconstrucción, la filosofía contemporánea denominada en bloque como postmodernidad, muestra entonces su firmeza y solidez, destacándose así su potencial anárquico, que es el que recusa todo principio, gobierno, mando, dominio, principado, todas las declinaciones de la voz griega: arché.
Un ejemplo de acontecimiento que pone Zizek al ser entrevistado es el de enamorarse: «El acontecimiento es precisamente aquello que no puede ser creado, lo que nos sorprende. El mejor ejemplo que se puede dar de la idea de acontecimiento es enamorarse de alguien. Es algo contingente, sencillamente sucede [2]«. Es la tarea de la deconstrucción, bien entendida aquí, la que propicia, pero no fabrica ni construye, el que se produzcan acontecimientos tanto existenciales como políticos. Tener oído para lo que acontece y ser fiel al destino y envío que se nos hace, es la disposición que sigue al proceso de deconstrucción.
A lo largo de la primera parte del libro se realiza un recorrido por la vida como activista de Foucault y también por su obra teórica, deteniéndose principalmente en la obra para pormenorizar la noción de constitución de sí mismo entre los dispositivos biopolíticos que nos circundan. La incursión en las filosofías grecolatinas helenísticas por parte del filósofo francés se nos muestra como el intento de recuperar un arte de la existencia con el que subvertir una ciencia del comportamiento. De ahí que se nos diga que: «fue para recuperar un arte de la erótica en la era de la ciencia de la sexualidad que Foucault retrocedió al análisis de las reglas de conducta derivadas de los problemas que suscitaban» (SA, p.32). La noción de poder, ya no centralizado, sino mutado desde la prohibición a la producción habrá entonces de ser contestada con una rebeldía igualmente productiva. La dialéctica entre la moderación y el exceso cobra entonces una vigencia de gran relevancia, remitiendo a una economía, en la que gasto y moderación, exceso y excedente, se dan la mano.
Para dar cuerpo y respuesta al problema de la autoconstitución de uno mismo en la era de la globalización se acude a las investigaciones de Reiner Schürmann. Desde este otro autor se complementa el arte de la existencia de Foucault con la posición en la que se recusa todo arché, esto es, la posición anarquista, que puede obtenerse desde la lectura del último Heidegger. Para responder a la pregunta por el ¿qué hacer?, en nuestros días, conviene hacer preceder la praxis a la teoría. Al no haber principios las reglas derivan de las acciones y se abandona la metafísica para alcanzar la ontología: «Schürmann indica que esta empresa va más allá del anarquismo clásico, de Proudhon o de Bakunin, porque mientras ellos, junto al marxismo, querían sustituir los principios injustos existentes por otros más racionales y más justos, empresa loable, la anarco-ontología renuncia a pretender erigir nuevos y mejores principios» (SA, p.78). El nuevo postanarquismo renuncia a una fijación de propuestas monolíticas ya que el hacer precede al ser, de modo que las reglas que se puedan constituir para una vida buena y digna no habrán de ser anticipadas sino que tendrán que surgir entre lo que se construye, lo que se deconstruye y lo que adviene y surge como posibilidad no prevista a partir de ese movimiento. Cada época tiene que rebasar sus propios límites y clausurarse para dar con la apertura hacia nuevas épocas.
Excelente por eso resulta la segunda parte, en la que se expone la cuestión de las epocalidades, fijándose para ello en la colonización de América latina por parte de los españoles: «Erramos al comparar la misma ciudad en distintas eras como si fuese la misma» (SA, p.116). El modo de presencia de un ente colectivo, como la ciudad de Cuzco, o de un ente individual, como el sujeto en un momento dado de su biografía, no es nunca el mismo. De ahí que haya que analizar la constitución de entidades colectivas o individuales desde una triple óptica, regresiva, prospectiva y transicional. Serán los momentos de transición los más idóneos para la revolución y la rebeldía, los momentos para la libertad, aunque la transición en el caso de la conquista culminase en una desposesión: «Entre el declinar del principio inca y el consolidarse del principio colonial hubo un espacio de libertad» (SA, p.123), porque es cuando no rigen los principios (mandos, gobiernos, sujeciones) que se es más libre. El engarce entre lo singular y lo común se produce, igualmente, en tales momentos de ruptura. De este modo se nos ofrece toda una teoría para llevar a cabo estudios poscoloniales.
Por el lado del acontecimiento de la comunidad anárquica, con el que culmina la obra que reseñamos, vemos que la posición de Marina Garcés, que tiene la virtud de introducir lo anónimo-corpóreo dentro de la dimensión de lo en común, coincide con la que se nos expone en el libro que reseñamos:
«La comunidad de la presencia común, la posibilidad de estar juntos, como analizábamos ya en la primera parte del libro, se abre un día excepcional y no tiene que durar. La comunidad es un éxtasis, un momento de exposición «sin objeto ni porqué», «sin proyecto» y sin continuidad [3]«.
De ahí que el libro que comentamos, como hemos dicho, culmine con el tratamiento de la comunidad an-arquica: «Entonces la llamamos anárquica, una comunidad en la que reside por tanto también lo salvaje, lo bárbaro, lo extraño, lo indómito, y también lo nuevo, lo inquietante, lo posible, como condición precultural y prejurídica de una civilización no xenófoba y de un pensamiento no dogmático» (SA, p.136).
Acogiendo así nuestra extrañeza y haciendo el recorrido intelectual por el que nos lleva este libro, quizá, tras rumiarlo, nos podamos poner en la circunstancia transicional de dejar de pensar como lo hacíamos y empezar a pensar de otra manera.
[1] Albert Camus El hombre rebelde. Traducción: Josep Escué. Editor digital: Titivillus, 2000, p.7.
[2] Slavoj Źiźek (Entrevista). El Cultural.es. (bajado el 19/02/2019): https://www.elcultural.com/
[3] Marina Garcés Un mundo común. 3ª parte: Dimensión común. Editions Bellaterra, Barcelona 2013, p.124. No en vano se citan en este libro los trabajos sobre Foucault de otros pensadores españoles como Maite Larrauri y José Luis Moreno Pestaña.
Fuente original: http://www.arenalibros.com/
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