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Todos somos animales de prueba

Fuentes: i.dem Incidencia Democrática

Hasta la fecha, no se ha evidenciado si los transgénicos son nocivos para la salud, como tampoco se demostró lo contrario. Sin embargo es preocupante constatar el poco número de estudios científicos realizados relativamente a los transgénicos, dada la vital importancia que tiene la alimentación.

La semana pasada se dieron a conocer los resultados de un estudio realizado por la Alianza Centroamericana de Protección a la Biodiversidad para monitorear la presencia de Organismos Genéticamente Modificados, OGM, o transgénicos, en la región. Las muestras de maíz tomadas en los distintos países centroamericanos son preocupantes: se descubrió que 80% de las muestras contenían maíces transgénicos.

De ese 80%, 67,5% provenían de origen comercial, y el 32,5% restante llegó por medio de programas de ayuda alimentaría de USAID y del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, PMA. La mayoría del maíz transgénico era de la variedad MON GA21 producida por la empresa Monsanto, la cuál controla 90% del mercado mundial de OGM.

También se descubrió en una muestra en Guatemala el maíz Starlink producido por Aventis, cuya variedad está prohibida al consumo humano en el mundo entero. Resulta asombroso constatar que a pesar de que las propias autoridades del PMA en Guatemala habían asegurado que nunca se proporcionarían transgénicos a través de su ayuda alimentaría [1], se sigue dando maíz transgénicos a niños necesitados de Chiquimula, convirtiéndolos sin que lo sepan en verdaderos animales de prueba.

Hasta la fecha, no se ha evidenciado si los transgénicos son nocivos para la salud, como tampoco se demostró lo contrario. Sin embargo es preocupante constatar el poco número de estudios científicos realizados relativamente a los transgénicos, dada la vital importancia que tiene la alimentación. De hecho, tan solo diez estudios científicos que involucran pruebas sobre animales fueron publicados hasta ahora, y de esos dos pueden ser considerados independientes [2]. Un caso celebre fue el del científico británico Arpad Pusztai, anteriormente a favor de los alimentos provenientes de la ingeniería genética. Pusztai condujo un estudio patrocinado por el gobierno británico cuyo objetivo inicial era demostrar la inocuidad de los OGM. Después de haber alimentado ratas con papas transgénicas, el científico constató que esas ratas padecían serios retrasos en el desarrollo de ciertos órganos, y deficiencias del sistema inmunitario. Asombrado por los resultados, fue entrevistado en la TV británica y compartió su gran preocupación. El día siguiente, perdió su empleo y todas las computadores y los datos de sus estudios fueron confiscados.

El caso de Pusztai no es único, de hecho fueron documentados varios casos en Canadá y en Estados Unidos, en donde científicos fueron objetos de presiones, de amenazas y de despidos injustificados, si tenían la audacia de poner en duda la inocuidad de los transgénicos. Pese a ello la mayoría de la comunidad científica independiente reconoce que persisten dudas serias sobre las bondades de los transgénicos.

El cultivo de transgénicos amenaza al medio ambiente y pone en riesgo los ecosistemas. Por ejemplo, la empresa Monsanto es dueña de un gen que hace que los cultivos sean resistentes al herbicida Round Up Ready, producido por la misma Monsanto, que mata a todas plantas en los alrededores. Así, se demostró que los agricultores que tienen cultivos con ése gen utilizan de 2 a 5 veces más herbicidas que en los cultivos «normales», lo que contamina doblemente los suelos y la capa freática y que enriquece también doblemente a Monsanto, dado que si no se utiliza al Round Up Ready, los cultivos mueren [3].

Los transgénicos también ocasionan lo que se llama contaminación genética. Se ha demostrado que el cruce entre plantas OGM y no OGM, produce hierbas resistentes al herbicida, por lo que hay que utilizar todavía más. Por otra parte, multinacionales como Monsanto argumentan que al final se podrá reducir al mínimo el uso de insecticidas, gracias a una toxina insertada en el maíz que es la bacteria Bacillus thuringiensis, Bt. Sin embargo, la lógica nos enseña que los insectos serán cada día más resistentes a la toxina Bt, por lo que habrá que utilizar insecticidas aún más tóxicos.

En cuanto a los riesgos para la salud humana, aunque todavía no fueron evidenciados con rigor, pueden ser anticipados. Primero, los transgénicos pueden aumentar los riesgos de alergias alimentarías, al introducir genes (y nuevas proteínas) que normalmente no se encuentran en el consumo alimentario usual. El caso más conocido de este fenómeno fue el del maíz Starlink, el cual fue retirado del mercado mundial por ser extremadamente alergénico. También se probó que antibióticos presentes en cultivos transgénicos son asimilados en el estómago humano, con las consecuencias que se pueden anticipar: la creación de «super enfermedades» resistentes a los antibióticos.

Existen datos sobre que si bien resulta difícil establecer una correlación directa entre los transgénicos y enfermedades humanas, al menos deberían despertar preocupación y estudios adicionales. Así, los casos de alergias a la soya aumentaron en 50% en Gran Bretaña, cuando empezó a importar soya transgénica estadounidense. En EEUU, se demostró que en 2001 las enfermedades relacionadas con la alimentación se duplicaron en comparación a 1993, que corresponde al periodo de entrada de los transgénicos en el mercado alimentario [4].

En fin, ésos datos deberían al menos provocar que se aplique el principio de cautela, que prevé la posibilidad de declarar una moratoria sobre los transgénicos, hasta que se pruebe científicamente su inocuidad, tal como lo ha hecho la Unión Europea. La posibilidad de aplicar este principio está también incluida en el Protocolo de Cartagena, del cuál Guatemala es firmante pero todavía no lo ha ratificado. Sin embargo, el principio de cautela bien podría ser inoperante dado la mucha más probable ratificación por el Congreso guatemalteco del Tratado de Libre Comercio entre Centroamérica y Estados Unidos, o CAFTA.

Tal como lo están haciendo EEUU y Canadá ante la OMC al demandar a la UE por prácticas proteccionistas en referencia a su moratorio en contra de los transgénicos, Guatemala podría sufrir las mismas demandas, con una diferencia de peso: en virtud del capitulo 15 sobre inversión del CAFTA, aplicar moratoria sobre los transgénicos podría ser considerado como una «expropiación indirecta», al alterar el pleno goce de una inversión. Así, Monsanto podría exigir compensaciones millonarias al gobierno de Guatemala por regular los transgénicos en su mercado. Las consecuencias de esa perdida de soberanía se amplificarán dado que ha de esperarse la entrada masiva de productos agrícolas estadounidenses altamente subsidiados. EEUU es el primer productor mundial de transgénicos (66% de la producción mundial) y en la práctica, allí no se necesita advertir a las autoridades o a los consumidores cuando se añade un gen en un producto dado.

Por otra parte, el TLC, al reforzar los derechos de propiedad intelectual, permitirá a las grandes empresas mejorar su posición de fuerza ante los campesinos. Si bien el CAFTA deja la libertad a los firmantes de legislar sobre la posibilidad o no de patentar cualquier organismo vivo, igual obliga a ratificar el Convenio de la Unión para la Protección de Variedades Vegetales, UPOV-91 que, sobre esto, otorga derechos intelectuales muy cerca a los patentes. Por ello, empresas como Monsanto podrán demandar con más facilidad a campesinos que usen semillas patentadas sin saberlo [5]. Pero más allá, como las empresas multinacionales son dueñas no solamente de la patente sobre una planta, sino también de un gen, pueden demandar a un campesino que vio su cultivo «normal» contaminado por el polen de un cultivo transgénico, como le paso al campesino canadiense Percy Schmeiser, que tras un largo proceso judicial, tuvo que compensar en US$100 mil a Monsanto.

En fin, resulta difícil creer a los «doctores Moreau» de este mundo cuando dicen que trabajan para luchar contra el hambre mundial, sabiendo que, además de que en ningún caso se probó la efectividad ni la inocuidad de los transgénicos, desarrollaron el gen «Terminator», que esteriliza las semillas, por lo cual los campesinos deben pagar cada año para comprar nuevas semillas. A nuestro juicio, el hambre mundial no tiene sus raíces en la falta de productividad de los genes del maíz sino en la desigual distribución de la riqueza, lo que Monsanto no puede ni quiere resolver.