No es novedad que Brasil vive una de sus épocas más sombrías desde la democratización y que el ascenso de la extrema derecha al poder abrió el paso a los discursos de odio, que, cuando son cuestionados, se refugian en el derecho a la libertad de expresión, como si fuera un escudo a su servicio.
Estamos asistiendo a episodios como el ocurrido el mes pasado en Flow Podcast –uno de los programas de streaming de mayor audiencia de Brasil– cuando uno de sus conductores, el youtuber Bruno Aiub, apoyado en el argumento de la libertad de expresión, afirmó sin ningún pudor que «el partido nazi debería ser reconocido por la ley» y que, «si la persona quiere ser antijudía, tiene el derecho de serlo». En la discusión lo acompañaba el diputado Kim Kataguiri, uno de los fundadores del Movimiento Brasil Libre y miembro del partido Demócratas, quien, a su vez, afirmó que «Alemania erró al criminalizar el nazismo», pues, según él, la legalidad sería la mejor forma de «llevarlo al debate público para luego rechazarlo». Entre los invitados del programa en esa oportunidad también estaba la diputada Tabata Amaral, del Partido Socialista Brasileño.
Al día siguiente, en una transmisión en vivo del programa Opinião, de la radio Jovem Pan, el comentarista Adrilles Jorge defendió a Aiub fervorosamente y se despidió de la transmisión llevando la mano hacia la altura de su rostro, en un gesto semejante al que acompañaba el sieg Heil, el saludo nazi. Ambos fueron despedidos de sus programas y fuertemente criticados (o, mejor dicho, cancelados) en Internet. Aiub perdió el derecho a seguir produciendo contenido en Youtube, tras lo cual escribió en Twitter: «La libertad de expresión murió». Con el diputado Kataguiri, que está en vías de afiliarse a Podemos –formación que apoya la candidatura presidencial del exjuez Sérgio Moro–, están siendo investigados por la Procuraduría General de la Nación. Kataguiri, además, será investigado en la Comisión de Ética de la Cámara de Diputados.
Estos últimos eventos se suman a una lista, ya larga, de episodios que involucran a políticos y personalidades públicas que han hecho referencia deliberada a símbolos, gestos o declaraciones nazifacistas. Utilizan la libertad de expresión como argumento y hacen de este derecho, en palabras de la filósofa Márcia Tiburi en una reciente columna en Brasil 247, «un verdadero significante vacío usado en el consumismo del lenguaje actual».
«Estos discursos, esas actitudes, estos gestos son irresponsables, utilizan una retórica política para atacar y hacen un deservicio. Es algo peligroso», declara, en diálogo con Brecha, la doctora en Derecho Penal y autora del libro Criminalização da negação do holocausto no direito penal brasileiro, Milena Baker. «La libertad de expresión es un derecho fundamental que no puede ser cercenado, pero prepondera sobre ella el deber de no discriminar. La libertad de expresión tiene un límite. Toda vez que hay un ataque a la igualdad, la libertad de expresión queda en segundo plano», explica la abogada.
En su libro, Baker defiende la tipificación expresa de la negación del Holocausto como delito en el Código Penal brasileño. Actualmente el artículo 20 de la ley 7.716 prohíbe «fabricar, comercializar, distribuir o vehicular símbolos, emblemas, ornamentos, distintivos o propaganda que utilicen la cruz esvástica para fines de divulgación del nazismo», pero no menciona el discurso antisemita ni gestos asociados, lo que deja vacíos legales. Aun así, ella considera que, al interpretar el conjunto de normas y principios del Estado brasileño, queda claro que este tipo de discurso es ilegal. «El parecer de un jurista tiene que tener en consideración varios elementos. El primero de ellos es el preámbulo de la Constitución, que habla más alto que la ley, porque es nuestro valor nacional. En él ya se habla de Estado democrático y de igualdad, y el nazismo es la muerte de la democracia. Es, como dijo Hannah Arendt, la falencia de la moralidad. No hay espacio para debatir», afirma Baker.
Salir a la luz
El crecimiento de los grupos de extrema derecha viene causando alertas en la comunidad internacional. En 2021 el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, António Guterres, declaró su preocupación ante la proliferación y la popularidad de los grupos neonazis y supremacistas, y convocó a una «actuación global coordinada» para frenar el «grave y creciente peligro» que, según él, llega hasta quienes ocupan puestos de responsabilidad y termina por «incentivar a estos grupos de maneras que hasta hace poco se consideraban inimaginables».
Un relevamiento de la central de denuncias de crímenes cibernéticos de la plataforma Safernet en Brasil, organización que promueve la defensa de los derechos humanos en Internet, contabilizó un aumento en las denuncias por apología al nazismo en las redes. En su sitio oficial, la plataforma comunicó: «En 2021, la central de denuncias de crímenes cibernéticos recibió y procesó 14.476 casos de denuncias anónimas de neonazis en Internet. El número es 60 por ciento mayor que las 9.004 denuncias registradas en 2020».
La antropóloga y docente de la fundación Oswaldo Cruz Adriana Dias investiga el surgimiento y la expansión del neonazismo en Brasil desde 2002. Según un monitoreo reciente hecho por ella y publicado por Folha de São Paulo, en el período 2015-2021 las células neonazis saltaron de 75 a 530 y actualmente están en todas las unidades federativas del país. Una de las tareas hechas por Dias desde hace dos décadas es el seguimiento de los grupos a través de Internet. Ella imprime los sitios que encuentra para investigarlos y luego los denuncia para que sean sacados del aire. Fue haciendo una búsqueda en ese acervo de miles de páginas, en el que se encontró con una carta de 2004 escrita por Jair Bolsonaro, diputado federal en aquella época. La carta fue publicada en Econac y en otros dos sitios neonazis junto con su foto y un enlace que redireccionaba a la página web del entonces diputado. En ella Bolsonaro comunica que protocolizó un requerimiento para hacer una sesión solemne en homenaje a los militares que murieron combatiendo a la Guerrilha do Araguaia, un movimiento político armado que luchó contra la dictadura brasileña.
El descubrimiento de la investigadora se dio a conocer a través de un reportaje publicado en julio de 2021 por The Intercept Brasil. «El material es una prueba irrefutable del apoyo de neonazis brasileños a Bolsonaro cuando el hoy presidente de la república era solamente un ruidoso e improductivo diputado. La base bolsonarista está, desde hace casi dos décadas, compuesta por neonazis», afirma el reportaje.
Dias observa un proceso de «nazificación» reciente, aunque «siempre hubo una narrativa antisemita dentro de la narrativa brasileña». En su tesis de doctorado relata que los primeros rastros de organicidad de estos grupos en Brasil se pueden encontrar a partir de los años ochenta, pero el fenómeno que ocurre actualmente es el encuentro de dos factores exponenciales: por un lado, la tranquilidad de quienes ya tenían «la idea de supremacía guardada en sí mismos» y ahora se sienten incentivados a expresarla, y, por otro, el profundo aumento de la desigualdad y la necesidad de buscar a un culpable por la crisis actual, «a pesar de que muchos integrantes [de estos grupos] ni saben qué fue el Holocausto y se apoyan en el discurso nazifascista para destilar odio contra los inmigrantes, los negros, la comunidad LGBTI y las personas con discapacidades», explica la antropóloga.
En estos últimos años no fueron pocas las veces en que simpatizantes y miembros del gobierno recurrieron a símbolos y discursos neonazis. En enero de 2020, el entonces secretario de Cultura, Roberto Alvim, plagió un discurso de Joseph Goebbels, ministro de Propaganda en la Alemania nazi, en el lanzamiento del premio nacional de las artes. El discurso de Alvim apenas adapta algunas palabras para el contexto actual de Brasil y copia no solamente el texto, sino que también reproduce una estética y una ambientación del período nazi. El video del discurso, que fue publicado en las redes sociales oficiales del gobierno, tiene de banda sonora al alemán Richard Wagner. Todos los elementos traen, en las palabras de la historiadora Lilia Schwarcz, «una referencia deliberada al ideario nazi». Como respuesta a la ola de críticas recibidas, Alvim fue removido del cargo y se refirió luego a lo ocurrido como una «infeliz coincidencia retórica».
En un artículo publicado en la revista ZUM, del Instituto Moreira Salles, Schwarcz –quien también es doctora en Antropología Social– señala que los actos no son aislados y conforman el modus operandi de la administración actual: «Son varios los ejemplos que comprueban cómo el actual gobierno brasileño, en especial el presidente Bolsonaro, viene sirviéndose de ese tipo de recurso, reproduciendo escenas históricas de las extremas derechas –sean del nazismo alemán, del fascismo italiano o del supremacismo blanco norteamericano– y utilizándolas como parte de las acciones del gobierno para capturar los medios. Junto con el presidente, sus hijos –principalmente Carlos y Eduardo– y el llamado gabinete del odio serían los arquitectos de esa estética bolsonarista, que sirve de modelo a la acción de ministros, parlamentarios y demás simpatizantes. Esa estética se encuentra por todas partes: en los saludos militares, en los gestos, en los adornos, en los detalles, grandes y pequeños».
Combate a la intolerancia
Es sabido que Bolsonaro surfeó una ola de antipetismo y que la llevó a proporciones gigantescas. Inflamó el «peligro comunista» antes, durante y después de la campaña que lo llevó al poder, a tal punto que luego de las elecciones de 2018 salir con una remera roja por las calles de cualquier ciudad de Brasil representaba un peligro a la integridad física del portador. Frases como «vamos metralhar a petralhada» («ametrallemos a los militantes del Partido de los Trabajadores») o «quien busca huesos es un perro», en referencia a las búsquedas de víctimas de la dictadura, fueron proferidas por el hoy mandatario en varias instancias de la campaña electoral y son algunas de las innúmeras muestras de la violencia discursiva de la que hizo y sigue haciendo gala hasta hoy.
Los brasileños elegimos a un presidente que nunca ocultó sus intenciones, enunciadas en estas y otras frases. Según apunta la encuesta de enero de este año de la consultora Poderdata, un 25 por ciento de la población aún lo apoya. La sorpresa reside, entonces, en la tolerancia del país al absurdo, la misma tolerancia que permite que un diputado, en vez de defender los intereses populares, defienda la legalización de un partido nazi; esa tolerancia, o apatía, con la que vemos a un comunicador hacer un gesto criminal con la certeza de su impunidad, más allá de cancelaciones virtuales. Esa tolerancia que permite que la indignación se limite a colectas de firmas, posteos y hashtags de denuncia mientras son brutalmente asesinados trabajadores, como le sucedió a Moïse Kabagambe en Rio de Janeiro en enero de este año por reclamar su sueldo, por africano e inmigrante, por víctima del racismo estructural y la xenofobia.
Para Tiburi, aunque las elecciones de este año saquen a Bolsonaro de la presidencia, lo construido desde 2013 por los grupos de la extrema derecha no se borrará. Es necesario, según la filósofa, «construir un proyecto de desnazificación del país». Lo mismo opina Baker, que ve en la educación un camino posible. «Es necesario formar a los individuos, hacer un pacto de memoria y combate a la intolerancia», afirma.