“La ciencia sirve para crear comunidad y vida, no para imponer conocimientos elitistas importados y promover la guerra”. Así lo dice Gabriela Ramírez, ministra de Ciencia y Tecnología de Venezuela, quien se define como una “militante de la esperanza” y feminista. Nos encontramos con ella en su oficina en Caracas, rodeada de archivos ordenados y una brillante serie de libros, publicados por el ministerio. Egresada de la Universidad Central de Venezuela en biología molecular, continuó profundizando sus estudios en este campo, pero poniéndolos al servicio de la revolución bolivariana, a la que ha apoyado desde su gestación.
Proveniente de una familia comunista, nos cuenta haber iniciado el servicio militar luego de la rebelión cívico-militar del 4 de febrero de 1992, cuando el comandante Chávez «despertó la conciencia de un pueblo que ya no se reconocía en esa institución excluyente». Recuerda cómo de niña, después de cada voto, con sus hermanos escuchaba detrás de la puerta de la mesa electoral, para escuchar si contaban dos votos para el «gallo rojo», y así salir confiada de que la elección de los padres había sido tenido en cuenta. Un entorno familiar que, gracias al trabajo de su madre, maestra y del padre, periodista y luego médico, le ha permitido percibirse a sí misma como parte de un ecosistema, entender “la identidad y el sonido como principios de una cosmovisión”. Elementos que le permitieron entonces acercarse a la ciencia y entenderla como un “proceso social”, acompañando el proyecto de democratización del conocimiento implementado por la revolución bolivariana.
¿Cómo se formó esta visión y cómo se está aplicando en el proceso bolivariano?
La constitución bolivariana, aprobada en 1999, concibe la ciencia como un elemento transformador del desarrollo del país, que llama a todos los actores involucrados en el campo de la ciencia y la tecnología a un acto de corresponsabilidad. Básicamente se trata de 4 actores clave, activados cuando se creó el Ministerio de Ciencia y Tecnología: los investigadores cientificos tradicionales, las universidades, públicas y privadas, el sector industrial, público y privado, y las instancias del poder popular. Allí se crea una ruptura con un paradigma que sigue prevaleciendo en el mundo, según el cual no hay participación de los pueblos en el conocimiento, porque este se crea o recrea exclusivamente en el ámbito académico o industrial. Nuestra visión de la ciencia y la tecnología, por otro lado, da visibilidad y corresponsabilidad a los movimientos sociales en la creación de conocimiento, innovación y tecnología, haciéndolos protagonistas de los procesos de transformación necesarios, haciendo del saber una herramienta para transformar la realidad. ¿Por qué necesitamos la ciencia? Para comprender lo que sucede, enfrentar y resolver las necesidades con métodos adecuados e históricamente determinados. Mi aporte es rediseñar la ciencia que sirve al país, convirtiéndola en un proceso social de las comunidades. La ciencia está relacionada con los derechos humanos. Así como existe el derecho a la educación o a la alimentación, existe el derecho al uso de los bienes y servicios que genera la ciencia, entendiendo por ciencia el conjunto de conocimientos que vaya más allá de la visión eurocéntrica, que más ha influido en la formación técnica y profesional de los venezolanos. Modelos que se introdujeron en el país, premiando a los investigadores que adoptaron esos paradigmas sobre esa base, y creando un espacio académico basado en el egoísmo y la investigación individual, no en el proyecto colectivo. En cambio, la ciencia debe servir para crear espacios para la participación y el intercambio, para el respeto de las minorías y la diversidad. La enseñanza científica tradicionalmente impartida en las universidades de Venezuela te puede dar todos los elementos para una buena formación bioquímica o física, pero no para convivir, para habitar el espacio convenientemente y no para “ocuparlo”, para actuar colectivamente y no persiguiendo fines individuales: para ejercer la democracia participativa y protagónica. Y una persona que no tiene claro de dónde viene, de nuestros orígenes indígenas, africanos y caribeños, no puede concebir el futuro.
¿Cómo se reconcilia el materialismo científico con la cosmogonía indígena y los saberes ancestrales?
Sacando la ciencia de la academia, dando voz y espacio a nuestra historia, rica también en saberes ancestrales que siguen siendo muy útiles, como hemos visto en tiempos de pandemia.
Cuando el presidente Maduro presentó a Carvativir como un remedio complementario para el covid-19, la ciencia occidental se burló de él levantando un muro de censura. ¿Cuál es su opinión como científica?
Carvativir es el nombre comercial de un principio activo, una molécula presente en el orégano, ISO (metil). Más o menos todos en el mundo consumen orégano que, desde la antigua Persia, se usaba como planta medicinal para controlar el asma, para promover la broncodilatación, para reducir la inflamación. Hasta el siglo XIX, el 90 por ciento de los medicamentos del mundo procedían de las plantas. Luego, con el desarrollo de la química orgánica, los procesos sintéticos se difundieron y perfeccionaron en los laboratorios, y llegaron las patentes de la industria farmacéutica. Un grupo de investigadores probó la eficacia del fármaco a nivel antiinflamatorio según todos los criterios establecidos, a nivel nacional e internacional. Nuestro país ha construido sus políticas públicas de salud en términos de soberanía, y ha utilizado eficazmente las herramientas de la ciencia y la tecnología para construir un método específico, como es el de 7+7, que ha alternado la prevención y el confinamiento durante la pandemia, que ha arrojado resultados efectivos, frente a la catástrofe que hemos visto en los países capitalistas occidentales. No practicamos las ciencias ocultas, sino el reconocimiento de la etnobotánica y la etnomedicina, combinándola con un estudio formal de los resultados.
¿Qué significa abrirse camino en la ciencia para una mujer?
Hemos tenido un camino menos accidentado que el de Europa, porque el proceso bolivariano ha permitido el acceso a la educación considerada “superior” a un gran número de mujeres, tras un profundo acto de democratización de la educación universitaria, que comenzó con la municipalización de las universidades, lo que permitió que las mujeres de los sectores populares también estudiaran y se graduaran. Y hemos hecho uso de muchas facilitaciones. Soy el resultado de esas elecciones. Hoy en día hay muchas mujeres en la academia, en ciencia son más del 65%. Somos el quinto país del mundo en participación de la mujer en la ciencia. Somos protagonistas de pleno derecho de las políticas públicas con una perspectiva diferente, que es sentir-pensar. Una mirada más profunda al presente y al futuro porque cuestiona la presunta neutralidad de la ciencia a partir de la diferencia de género y la conciencia de que todo acto de pensamiento tiene una carga de sentimientos, y que esto no es descalificante. Somos las madres, la vida comienza con un acto de amor, con la alimentación y con la relación, y eso lo llevamos a la acción pública y al trabajo con las comunidades. La revolución te dice: participa y construye como colectivo, favoreciendo un proceso profundo de reapropiación de la identidad como venezolanos y venezolanas. No podemos difundir un proceso científico basado en Suiza o Dinamarca, sino en nuestro contexto y nuestra historia. Así aprendemos que el conocimiento debe ser para la vida y no para la guerra y la muerte. La mujer es un elemento multiplicador de esta acción, que genera un tejido social de encuentro de saberes, que contiene importantes anticuerpos, como los que contiene la leche. En la alianza científico-campesina, las mujeres superan el 70%.
¿En qué consiste el proyecto?
Es una red horizontal de saberes, una alianza que existe desde hace 11 años, en la que campesinos y campesinas hacen ciencia. En los últimos seis años hemos logrado no importar papas. Hacemos asambleas mensuales, pero yo no voy de bata blanca a dar lecciones, tanto que tengo derecho a voz, pero no a voto, porque no soy campesina. Puedo escuchar, recomendar, construir, pero los responsables de la producción agrícola deciden. La alianza incluye una red de productores integrales del Páramo (Proinpa) en la que se organizan cursos sobre biotecnología de semillas y biofertilizantes con el objetivo de salvaguardar la biodiversidad y promover la multiplicación de alimentos locales para lograr la soberanía alimentaria. La formación es absolutamente horizontal. Proimpa comparte los resultados de la investigación y también las semillas de papa, para contribuir a un inventario de nuestros productos: hasta el momento hemos encontrado 428 rubros, pero hemos consumido menos de 50. Diversificar los alimentos significa rescatar la identidad que, con la agricultura de puertos, con el dominio del gusto impuesto por el colonialismo, se ha perdido.
¿Cómo ha reaccionado la ciencia ante el bloqueo económico a Venezuela?
Cuando las medidas coercitivas unilaterales nos asediaban por todos lados, el presidente Nicolás Maduro convocó al consejo científico. Nos invitó a acompañar las políticas de Estado para desarrollar procesos tecnológicos que permitan superar los obstáculos. Con el mismo espíritu con el que hemos trabajado con la alianza científico-campesina, documentando la experiencia técnico-productiva como un alimento de soberanía que puede ser un referente en el país, hemos desarrollado kits para el diagnóstico de enfermedades tropicales por bacterias, y se están entregando los últimos kits covid al Ministerio de Salud.
También hemos creado la Cayapa heroica, una brigada que repara instrumentos y equipos médicos donde las empresas se niegan a vendernos repuestos o enviar técnicos para reparar los daños. Los reproducimos y así hemos vuelto a poner en funcionamiento incubadoras y demás maquinaria médica, 1800, produciendo 18 modelos de filtros diferentes a nivel nacional. Esto ha permitido al país ahorrar más de 4.526 millones de euros. Para máquinas más sofisticadas como las de tomografía o resonancia magnética es más complicado, pero estamos trabajando para lograr la soberanía tecnológica.
¿Cómo?
Para socializar la tecnología, la capacitación y la comunicación y reducir la brecha digital, el Comandante Chávez había creado los Infocentros, un proyecto de vanguardia reconocido por la UNESCO en su momento. Hoy hay casi 700 de ellos a nivel nacional y, teniendo en cuenta también la experiencia adquirida durante la pandemia, estamos fortaleciendo los laboratorios para el desarrollo de software libre y la economía digital: conscientes, sin embargo, de que se necesita un uso racional de las nuevas tecnologías, que trae a los que están lejos, pero también aleja a los que están cerca de ti, y que viajan a un ritmo más rápido que el que te permite comprender cuál es la verdad o la mentira. El consejo científico presidencial cuenta con 7 mesas estratégicas, vinculadas a los motores del desarrollo económico bolivariano: la agenda de salud, alimentación, energía, petróleo, transporte, agua y comunicaciones. Cada sector se articula con el polo científico-tecnológico creado por el presidente y, a nivel político, con los sectores científicos industriales. Estamos desarrollando nuestro propio módem, en alianza con China, pero con todos los componentes venezolanos, sin tener que pagar patentes ni licencias.
Como mujer de ciencia, ¿cómo ve la carrera armamentista y el riesgo de una guerra que podría llevar a la desaparición de la humanidad?
La investigación tecnológica requiere de grandes inversiones y está gobernada por monopolios que quieren dominar el mundo, imponiendo un modelo hegemónico que no se preocupa por las necesidades de los pueblos. Un modelo único de pensamiento que va contra la vida, mercantiliza el conocimiento y la tecnología, transformándolos en herramientas de guerra y desestabilización, que pisotea la autonomía de los pueblos y su identidad. Un modelo hipócrita, que utiliza palabras de paz para imponer los intereses del capital, para aumentar las desigualdades. ¿Y quién lo sufre? Los más débiles, los que no tienen voz porque están silenciados por la guerra. Nuestro modelo, de Chávez y Maduro, implica una ciencia para la paz y el respeto a los pueblos, para un mundo multipolar. Otro tipo de civilización.
En nombre de la defensa de la vida, con la misma hipocresía, se utiliza como campo de batalla el cuerpo de la mujer, su derecho a decidir sin interferencias. Como científica, como cristiana y como feminista, ¿que piensa sobre el derecho al aborto, que Venezuela aún no ha logrado aprobar?
Soy madre, tengo tres hijos, pero los concebí porque quise y cuando fue el momento, como un acto responsable y consciente y profundo de vida cuando me convencí de hacerlos fue el momento, como un acto consciente y profundo acto responsable por la vida, pienso por tanto que debemos debatir una ley que permita el aborto como un acto de decisión consciente, responsable, para que la mujer pueda decidir sobre su propio cuerpo y orientar su proyecto de vida.