La guerra unilateral de clases. Traducción de Brian Chidester
Sobre la caída de los salarios reales de los obreros estadounidenses, y qué significa esto para la economía.
A tres años del comienzo de la recuperación económica, los obreros han seguido perdiendo terreno-tanto que a los medios noticiosos corporativos no les ha quedado mas remedio que reconocerlo.
Tomando en cuenta la inflación, la compensación para trabajadores no gerenciales en el sector privado-cerca del 80 por ciento de la fuerza laboral-bajó 0.4 por ciento en 2004. Los análisis de los periódicos New York Times y Los Angeles Times culparon a la gente de siempre: la globalización y el subcontratamiento de empleos al extranjero, un mercado de empleos débil y las tasas bajas de sindicalización.
De hecho, estos acontecimientos son síntomas de la causa fundamental: una transferencia sistemática de la riqueza de los obreros a los capitalistas a través de las políticas librecambistas-conocidas internacionalmente como neoliberalismo-que empezaron hace más de tres décadas. La situación económica actual-donde las ganancias abarcan una mayor porción del ingreso nacional durante una recuperación que en cualquier momento desde la Segunda Guerra Mundial-refleja la consolidación internacional del orden económico neoliberal.
La realidad económica actual de los trabajadores estadounidenses se parece cada vez más a la padecida por sus contrapartes en los países menos desarrollados: un sector pequeño y menguante de trabajadores mejor compensados en medio de un mar de mano de obra pobremente pagada y muchas veces temporal, un país donde los sindicatos son débiles y las reivindicaciones económicas de los trabajadores son precarias, y donde el estado ha abandonado casi toda pretensión de ofrecer asistencia social.
Este es el carácter verdadero de lo que George W. Bush denomina «la sociedad de propietarios», de acuerdo a Sylvia Allegretto, del Instituto de Política Económica (IPE), una organización de corte liberal.
Hasta los años 1970, «las empresas proveían beneficios de salud y pensiones, y el gobierno intervenía cuando éstas fallaban», dijo ella a Obrero Socialista. «Hoy, menos patrones proveen planes médicos, y queda poco de la red de asistencia social del gobierno. Es una gran transferencia de riesgo de las empresas y del gobierno a las espaldas de los trabajadores. ¿Una sociedad de propietarios? Para poseer algo, uno tiene que poder pagarlo».
Allegretto, quien es coautora del abarcador libro del IPE, El Estado de la América Obrera 2004/2005, indicó que con el salario estancado de los obreros, la recuperación económica de la recesión del 2001 se ha basado en gran parte sobre el refinanciamiento de hipotecas y el consumo de la clase media. «Un escritor la llamó la recuperación de Neiman Marcus [tienda para ricos]», ella dijo. «Con las tasas de interés subiendo, el auge del refinanciamiento continuará decayendo, y será imposible evitar el alto costo de los seguros médicos y de los precios altos del petróleo y del gas. Si esto sigue así, tendrá un efecto amortiguador sobre la economía».
El patrón de estancamiento y menoscabo de salarios ha empeorado la situación precaria de los trabajadores estadounidenses. La compensación real anual de los trabajadores dejó de bajar a principios de los años 1990, pero el salario por hora bajó o se mantuvo estancado entre 1973 y 1995. A partir de mediados los años 1990, el mercado laboral limitado finalmente resultó en un aumento de los salarios, particularmente de los trabajadores peor pagados. Los sindicatos pudieron revertir algunas de las tendencias negativas-los obreros se fueron a la huelga en UPS y en General Motors en 1997, logrando la asignación de más empleos a tiempo completo; en Bell Atlantic/Verizon, los trabajadores se fueron a la huelga dos veces y ganaron mejores salarios y beneficios.
Pero la recesión del 2001 y la débil recuperación han deshecho muchos de estos avances. Aunque los salarios reales siguieron creciendo lentamente durante la recesión, la economía perdió muchos trabajos, particularmente en el sector manufacturero, que vio 41 meses seguidos de pérdidas de empleos.
Simultáneamente, los avances en productividad que aparecieron a finales de los años 1990 siguieron acelerándose, lo que implica que se podía producir más con menos trabajadores. Según el Buró de Estadísticas Laborales, el aumento anual en la productividad promedió 4.3 por ciento entre 2001 y 2004, lo que no se había visto desde el periodo entre 1948 y 1951.
Este gran salto en la producción por hora ocurrió a pesar de la caída aguda en la inversión de capital durante la recesión. Sin duda, la ola de inversiones en tecnología de las corporaciones estadounidenses a fines de los años 1990 desempeñó cierto papel en el aumento de la productividad, pero la clásica intensificación de la mano de obra también contribuyó indiscutiblemente a este aumento. En otras palabras, las corporaciones americanas han intensificado su guerra unilateral de clases-y han ganado mucho.
El resultado es que, mientras la economía de EE.UU. generó 2.2 millones de empleos en el 2004, esta cifra es 1.4 millones menor de lo esperado, usando como base los promedios de recuperaciones económicas anteriores. Un 20 por ciento de los desempleados de hoy son desempleados a largo plazo-sin trabajo por al menos 27 semanas-«un suceso sin precedente en el período de la posguerra [Segunda Guerra Mundial]», según el IPE.
Esta mala situación laboral persistió a pesar de que el Producto Interno Bruto (PIB) creció un respetable 4.3 por ciento. Aunque esto corresponde a menos de la mitad de la exuberante expansión de China, excedió por mucho el aumento del PIB de Alemania, de 1.6 por ciento, y sobrepasa el 4 por ciento de Japón.
Estos datos conducen a esta conclusión: El éxito de la economía estadounidense ha sido divorciado de las mejoras a la calidad de vida de su clase trabajadora. La idea de que los aumentos en productividad automáticamente conllevarán a aumentos en los salarios y mejoras en la calidad de vida-como suponían tanto los economistas liberales Keynesianos como los dirigentes sindicales-ha sido destrozada.
Lo importante es la lucha de clases. Como dijo el economista socialista Michael Yates en un artículo reciente sobre la clase obrera estadounidense en la revista Monthly Review, «la reconstrucción del poder de la clase obrera estadounidense es lo único que puede darle a los obreros alguna esperanza de que el futuro sea de alguna forma mejor que los pasados 30 años».
Los retos para lograr esto son profundos. El excedente persistente de mano de obra, junto con el auge en la productividad, les ha proporcionado a los patrones un arma poderosa, aun cuando la economía cogía ímpetu. Los sindicatos de las grandes empresas de las industrias aérea, siderúrgica y automotriz hicieron grandes concesiones salariales y de beneficios, abultando el abatimiento económico. A pesar de una leve resistencia de la clase trabajadora a fines de los años 1990, la posición dominante del capital, cuando se mide el balance de fuerzas de ambas clases, no sólo ha sido restablecida, sino también mejorada.
Las estadísticas salariales más recientes refuerzan el punto: Ya no es cierto-si alguna vez lo fue-que la marea económica alta levanta a todos los botes. Es la guerra de clases arremetida desde arriba lo que ha permitido que la clase gobernante estadounidense acumule su inmenso poder-y será necesaria una guerra de clases acometida desde abajo para que los obreros logren mejoras significativas en sus vidas.