Reducir la jornada laboral es necesario para mejorar la vida de la gente, pero también para conseguir victorias que permitan avanzar posiciones al campo progresista.
Trabajar. La RAE, en su segunda acepción, define trabajar como “Tener una ocupación remunerada en una empresa, una institución, etc.”. El término proviene de tripalium, un ‘instrumento de tortura compuesto de tres maderos’. Y es que, efectivamente, a nadie escapa a estas alturas (especialmente si tiene ya algunos años de experiencia a sus espaldas) que el trabajo es una tortura.
Es una tortura porque nos obliga a desempeñar tareas más o menos desagradables a cambio de un dinero con el que costear derechos básicos como la vivienda, la comida o la ropa. Es una tortura porque nos arranca lo que generamos con nuestras manos para que unos pocos se enriquezcan de ello. Es una tortura porque nos roba tiempo de ocio y de disfrute, ya sea junto a nuestros seres queridos o en solitario. Es una tortura porque nos enferma y nos mata: sólo en 2022 murieron 826 personas en accidente laboral.
Si una cosa tiene clara el consenso moderno es que no trabajar, no ser alguien productivo y de valor, es un pecado mortal
Una tortura que, sin embargo, nos empeñamos en extender y convertir en obligatoria. Si una cosa tiene clara el consenso moderno es que no trabajar, no ser alguien productivo y de valor, es un pecado mortal. De hecho, no habría peor pecado que valerse de argucias y trampas para engañar a la administración y vivir del dinero público mientras no se da un palo al agua. Un pecado capital en un mundo hipercapitalista.
Y, sin embargo, habría que preguntarse quiénes son los auténticos vagos y chupópteros. Porque los propietarios de pisos que suben cada año el alquiler por no hacer nada se parecen, mucho, a la definición de chupóptero. De hecho, en el conjunto de España ocurre una cosa curiosa: el 20% de las personas más ricas recibieron más del 30% de las ayudas públicas mientras que el 20% más pobre apenas recibió un 12% del total. Y, claro, casi nadie se ha hecho rico trabajando: más del 50% de los ricos en España lo son gracias a una herencia. Así que no, el trabajo ni dignifica ni enriquece. Pero es que tampoco supone un escudo contra la pobreza: en España una de cada tres personas pobres tiene un empleo remunerado.
Por supuesto, en el medio nos encontramos con sesgos territoriales, raciales y de género. Como uno más de ese millón de andaluces que andamos en el exilio, he sufrido el estigma de que hay pueblos enteros que no quieren trabajar y que llevan la pereza en la sangre. Frente a un siempre laborioso norte, hay un fiestero sur que, básicamente, se ha ganado su pobreza a base de siestas, fiestas y chistes.
Abajo el trabajo… un poquito al menos
Trabajar es una tortura. Y por eso, poco a poco, se van alzando voces en su contra. Pero estas voces pueden hacerlo desde una perspectiva individualista. Por ejemplo, todas esas cryptomodas y otras estafas que pululan por las redes sociales y que te asaltan cada vez que abres un vídeo en Youtube. Pero son salidas que, por definición, sólo pueden aprovechar unos pocos, dejando por el camino ruinas y nuevos juguetes rotos, especialmente entre los más jóvenes. Y que, por supuesto, no buscan un reparto más justo del no-trabajo, si no que se convierte en una salvaje ley de la selva y de tonto el último. Un sálvese quién pueda de los NFTs y los Bitcoins.
Frente al mantra de trabajar todo lo posible, poco a poco iba ganando la idea de trabajar menos para, básicamente, vivir más
Por fortuna, también existen salidas más o menos colectivas frente a la violencia descarnada que supone el trabajo. Esa fue, en parte, la Gran Renuncia que recorrió Estados Unidos después de la pandemia, acompañada de la Renuncia Silenciosa, que hizo que un porcentaje importante de trabajadores y trabajadoras estadounidenses dejaran de hacer horas extra o esforzarse más de la cuenta en el trabajo. Frente al mantra de trabajar todo lo posible, poco a poco iba ganando la idea de trabajar menos para, básicamente, vivir más.
En cualquier caso, la salida que más posiciones y debates va ganando en estos momentos es la reducción de jornada laboral sin reducción de salario. Trabajar 4 días a la semana (o 32 horas semanales), ganando lo mismo. Se ha convertido en la medida estrella que defienden sindicatos, movimientos sociales y partidos en todas las elecciones. En aquellos países en los que se han hecho pruebas pilotos los resultados han sido espectaculares y en general similares: destacan sobre todo la mejora en salud y de felicidad para los trabajadores y trabajadoras. Pero también apuntan al aumento de su eficiencia, ya que como están menos cansados rinden más.
España, felizmente, parece que va a ser pionera en ese sentido. En el acuerdo de gobierno entre PSOE y Sumar se acordó reducir la jornada laboral de 40 a 37,5 horas semanales. Un primer paso necesario, pero todavía insuficiente, que aún así esperemos que sea una realidad lo antes posible. Y que le sigan muchos pasos muy rápidos hasta lograr la jornada laboral de 32 horas semanales.
Frente a esta medida, por supuesto, se alzan voces críticas. Entre las derechas porque aseguran que la medida acabará con la economía. Casualmente, esas voces siempre proceden de quienes no se dejan la espalda reponiendo garrafas de aceite en un supermercado o de familiares que han perdido a un ser querido en un accidente laboral. Pero también hay voces discordantes desde sectores más progresistas, que señalan la urgencia de controlar mejor las horas extra no pagadas, las numerosas horas no cotizadas o los contratos fraudulentos antes que en reducir la jornada laboral.
Contra los primeros, no merece la pena perder mucho el tiempo. Si tanto les gusta trabajar que lo hagan ellos. Que se dediquen a limpiar culos en residencias, a destripar cerdos en el matadero o a servir copas en una discoteca. Y que lo hagan tantas horas como quieran. Pero no puede ser que, mientras que las inteligencias artificiales cada vez más avanzadas se dedican a escribir poemas y dibujar lienzos preciosos, sigamos sufriendo trabajos penosos más horas de la cuenta. A los segundos, señalar que tienen razón, pero que los derechos no compiten. Hay que controlar las horas extra no pagadas y perseguir los contratos fraudulentos. Pero eso se puede hacer mientras, al mismo tiempo, avanzamos hacia la reducción de la jornada laboral.
Cuando el mundo está envuelto en crisis, guerras y emergencias de todo tipo hace de medidas como la reducción de jornada laboral algo más urgente
Trabajar es una tortura. Hacerlo en un sistema como en el que vivimos lo hace aún más grave y doloroso. Cuando el mundo está envuelto en crisis, guerras y emergencias de todo tipo hace de medidas como la reducción de jornada laboral algo más urgente. Porque el campo progresista, el campo de la gente corriente, lleva demasiados años a la defensiva, parando los golpes de una derecha desatada, enfurecida y crecida. Necesitamos victorias.
Hay que reducir la jornada laboral, sí, porque es justo y necesario. Ya basta de ver la vida pasar ante nuestros ojos para que unos pocos se enriquezcan. Pero también hay que hacerlo para empujar, siempre, hacia escenarios de vida mejores. Plantear horizontes deseables. Ganar en el campo de las ideas, pero también en el legislativo y el legal, supone el impulso que necesitamos para salir de la trinchera y correr a campo abierto.
Así que abajo el trabajo. Un poquito al menos. Y que sea la puerta de entrada para el resto de cambios y transformaciones que necesitamos con urgencia.
Cristian Gracia Palomo. Politólogo y pescatero
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/reduccion-jornada/trabajar-menos-hoy-ganar-manana