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Entrevista a Robert Castel

Trabajo móvil, pero seguro

Fuentes: Clarín

Para el experto francés Robert Castel, no hay escasez de trabajo, sino de estabilidad. La solución es garantizar derechos, antes que ingresos mínimos.

Los discursos de los últimos años sobre el fin del trabajo son estupideces. El trabajo no redujo su importancia en las sociedades modernas, pero sí perdió consistencia», afirma contundente el veterano sociólogo francés Robert Castel, una reconocida autoridad en la problemática laboral y social.

El profesor Castel es director de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París y autor de varios libros de fuerte tenor crítico, como «La metamorfosis de la cuestión social. Crónicas del salariado» -un clásico muy difundido-, y «Las trampas de la exclusión». En una ajetreada visita a Buenos Aires, que auspiciaron la Embajada de Francia y el Centro Franco-Argentino de la UBA, participó -entre otras actividades- en el seminario «El estado y la reconfiguración de la protección social», organizado por los Ministerios de Trabajo y de Desarrollo Social y la Cátedra UNESCO sobre la Cuestión Social. Y dictó conferencias en la UBA y en la Universidad Di Tella, donde conversó con Clarín.

En las últimas décadas, como consecuencia de las profundas transformaciones que ocurrieron en el mundo de la producción y el trabajo, se generalizó el discurso sobre la «desaparición del trabajo», y el «adiós al proletariado». ¿Qué piensa al respecto?

-Los discursos que hubo en Francia en los últimos cinco, seis años sobre el fin del trabajo son tonterías. Aunque más no fuera porque el número de personas que trabajan nunca fue tan importante como hoy. Creo que detrás de estos discursos hay un equívoco: confundir importancia con consistencia del trabajo.

¿Cuál es la diferencia?

-Ocurre que pasamos de la hegemonía de formas laborales estables -que implicaban protecciones y derechos en la sociedad salarial-, a la precariedad y la discontinuidad. Creo que es una gran transformación en la posición del trabajo en esta sociedad, pero que no hay que confundirla con una pérdida de importancia (veamos, si no, como se siente un desocupado), y todavía menos con su progresiva desaparición.

Este cambio produjo sus impactos en las formas de organización de los asalariados.

-Claro. El trabajo se transformó en la variable de ajuste sobre la cual la empresa hace ahorros en nombre de la ganancia. Los trabajadores mismos pierden considerablemente su poder y de ahí la declinación de los sindicatos. En un país como Francia, menos del 10% de la población económicamente activa está sindicalizada. Y además, está dividida entre diversos sindicatos, que gastan energía en competir entre sí.

¿Esta es una tendencia irreversible?

-Si queremos ser realistas, hay que convenir que hay algunas cosas irreversibles en las transformaciones que ocurrieron en los últimos veinticinco años. Es decir, no vamos a volver sobre las mutaciones tecnológicas, o inclusive sobre las nuevas reglas de la competencia internacional. Creo que hubo una apuesta a la movilidad del mundo del trabajo y el desafío actual es saber si es posible asociar esta movilidad a nuevas seguridades y derechos. Antes, los derechos y la seguridad social estaban atados al empleo estable. Si el empleo se convierte en intermitente, discontinuo, frágil, ya no es el status del empleo el que puede ser el soporte máximo de la seguridad o protección de los trabajadores.

¿Cómo sería otro soporte?

-Hay que darle un status al trabajador móvil. Es decir, que esta movilidad, sin duda indispensable, no se pague como casi siempre hoy en día, con una pérdida de derechos. Este status del trabajador móvil es una fórmula, pero creo que ya hay cierto número de reflexiones y de investigaciones que van en este sentido. Por ejemplo, la CGT francesa trabaja sobre la idea de una seguridad profesional garantizada. Esto es, derechos que estén atados al status profesional, más allá de los cambios o alternancias de empleos. Pero no es una receta. Es un desafío. Creo que el diagnóstico sociológico que podemos hacer sobre esta situación es aceptar la movilidad, lo que alguna vez se llamó la flexibilidad, pero asociándole nuevos derechos y protecciones.

¿Estamos hablando de alguna forma de «ingreso ciudadano» asegurado, es decir, una asignación fija, independiente de si se trabaja o no?

-Esto es un problema complicado. Tengo tendencia a estar en contra de eso, porque pienso que la protección es más fuerte si los derechos sociales reales están vinculados al trabajo. Lo que muestra la historia social del siglo XIX en Europa, por ejemplo,

es la desconexión de la protección con el orden del trabajo. Espontáneamente, me opondría a eso. Dicho esto, si observamos que un número creciente de personas se instalan en el no empleo, si hay por lo menos un 10% de la población activa, como es el caso de Francia, que no tiene trabajo, que tal vez nunca lo tendrá, esto plantea un problema grave. La hipótesis de un ingreso de subsistencia podría ser una respuesta. Con este riesgo: el ingreso mínimo de existencia tendría que ser mediocre, un centenar siquiera de pesos, lo que no permitiría la independencia social del individuo. Es más bien un ingreso de supervivencia que un verdadero ingreso ciudadano. El efecto de eso sería desestructurar todavía más el mercado de trabajo. Porque si la gente ganara ingresos insuficientes, haría cualquier cosa, aceptaría cualquier tipo de trabajo, para redondear sus ingresos. Sería realmente una salida por debajo de las necesidades sociales.

¿Existe una posición superadora a esta alternativa?

-Yo me quedo en la hipótesis de que habría que asegurar más las «situaciones de trabajo». Evidentemente, hay que ayudar a la gente que está afuera del trabajo, y para esto hay una serie de medidas -en Francia se llaman «mínimos sociales»-, y que son necesarias para no dejar a la gente desamparada, en medio de la desesperación. Pero más allá de esta situación, hay algo que me parece esencial: asegurar las situaciones de trabajo para que la gente no caiga, precisamente, en la desprotección. Es la hipótesis de una nueva forma de articulación entre movilidad, flexibilidad y seguridad del trabajo.

Parece complejo combinar flexibilidad con seguridad.

-No es una postura tan utópica. Sin lugar a dudas, es difícil, pero podemos observar cómo un país como Dinamarca llegó de una manera bastante satisfactoria a esta articulación. Es decir que hay, efectivamente, una flexibilidad del empleo, que la gente cambia fácilmente de trabajo, pero al mismo tiempo los ayudan muchísimo para encontrar un nuevo empleo, son indemnizados durante varios años, y hay políticas activas de formación, de nivelación, de capacitación continua, que hacen que la gente no quede declarada «inempleable», como se dice a veces, sino que se le dé la oportunidad de reentrenarse para permanecer en el mercado laboral.

¿Es una experiencia que se puede replicar en otro lugar?

-Ningún modelo se puede importar mecánicamente, pero el hecho de que países como Dinamarca tengan niveles de desempleo satisfactorios, de un 5%, y un éxito económico real, muestra que no hay una incompatibilidad necesaria entre productividad y competencia, y por otro lado, seguridad y protección.