Brasil es el país latinoamericano de mayor presencia evangélica. Y el presidente Lula da Silva lo sabe. Tanto que a mediados de septiembre participó de la novena asamblea del Consejo Mundial de Iglesias anglicanas, ortodoxas y protestantes, que a su vez reúne a presbiterianos, metodistas y batistas. Desde el púlpito en los templos espartanos, obispos […]
Brasil es el país latinoamericano de mayor presencia evangélica. Y el presidente Lula da Silva lo sabe. Tanto que a mediados de septiembre participó de la novena asamblea del Consejo Mundial de Iglesias anglicanas, ortodoxas y protestantes, que a su vez reúne a presbiterianos, metodistas y batistas. Desde el púlpito en los templos espartanos, obispos y miembros de esas confraternidades lograron consolidar una influencia notable en la grey cristiana brasileña.
Según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística, en 1991 los evangélicos representaban apenas 9% de los creyentes. En 2000 se habían casi duplicado, al llegar a 15,4% con 26,2 millones de fieles.
Según las últimas estimaciones, Brasil abriga hoy a más de 30 millones de evangélicos. Entre ellos, dos tercios pertenecen a las cofradías pentecostales, lo que consolidó este sector religioso como el segundo grupo cristiano de Brasil, después del católico apostólico romano.
Hay un dato a subrayar: los pentecostales crecieron en este país gracias a la adhesión de los estratos populares de menor nivel de ingreso. Su éxito proselitista, frente a las masas pobres, fue el resultado de su labor incansable para atraerlas, persuadirlas y reclutarlas mediante el ofrecimiento de servicios mágico religiosos, con fuerte carga emocional. Esas apelaciones fueron acompañadas estos años por una combinación de fuerte propaganda personal y electrónica, donde lo que se destacaban era los testimonios en vivo y en directo de ejemplos de personas exitosas gracias a que habían obtenido «la bendición».
En política, los pentecostales, entre los que descollan los de la Iglesia Universal del Reino de Dios, empezaron a tallar en 1989. Así, en la primera vuelta electoral en la que competían el actual presidente Lula da Silva y el ex mandatario Fernando Collor de Mello, esta iglesia no tuvo dudas al condenar a la candidatura de la izquierda. En la segunda vuelta, fueron más decididos: llamaron a votar en masa por Collor. Temían de Lula su sesgo «comunista» y lo veían como un aliado de los representantes locales de la Santa Sede.
En 1994, cuando Lula se enfrentó con Fernando Henrique Cardoso (entonces, ambos eran agnósticos asumidos), nuevamente fue el líder del PT el más rechazado por los evangélicos. Así, la balanza de esta creencia cristiana se volcó hacia el ex mandatario. En 1998, un nuevo momento de competencia entre los dos gigantes de la política brasileña, las preferencias pentecostales se dividieron. Una parte optó por Lula; la otra, mayoritaria, por Cardoso.
En 2002, al ver el fracaso en la carrera presidencial de su máximo representante, el ex gobernador carioca Anthony Garotinho, los evangélicos volcaron su voto por Lula da Silva. Los líderes de la Iglesia Universal ya no tuvieron dudas. No era un detalle la decisión del PT de aceptar como vicepresidente a José Alencar, uno de los más reconocidos políticos pentecostales de Brasil. Por entonces, quien comandaba las iglesias evangélicas, entre las que tiene un lugar predominante la Asamblea de Dios, era el pastor Carlos Rodrigues, que fue diputado y cayó en desgracia recientemente por presuntos vínculos con la corrupción.
El último episodio que delató el interés de Lula por el evangelio no católico y sus adeptos fue su simpatía declarada por el candidato a gobernador de esa grey al estado de Río de Janeiro. Era el senador Marcelo Crivella, obispo de la Universal, quien perdió en el primer turno (el 1ø de octubre pasado). Lula no vaciló en cambiar de apuesta: su preferido es ahora el también senador Sergio Cabral, del Partido del Movimiento Democrático de Brasil (PMDB). Este líder carioca, que irá a ganar las elecciones en su estado, llegó a bromear en el pasado con la buena relación entre el obispo Crivella y el presidente brasileño: «Lula está tan interesado en su apoyo que hasta dejó de beber». Hasta el paulista Geraldo Alckmin, un católico practicante, intentó recaudar un poco de electores entre los pentecostales, al mostrarse en para las fotos junto al ex gobernador Garotinho, un evangélico declarado. No tuvo suerte: desde su partido y desde sus aliados obstaculizaron esa nueva clase de alianza.
Como sea, los evangélicos tienen asegurado un lugar en el Palacio del Planalto. El vicepresidente José Alencar, candidato a su reelección con Lula, es miembro del recién fundado Partido Municipalista Renovador, que congrega a lo más granado de las iglesias evangélicas. Estas quedarán con una bancada reducida en relación a años anteriores: un total de 30 diputados y 4 senadores. Cayeron a la mitad de los legisladores que tenían. El examen del 1ø de octubre no fue tan bueno para ellos: perdieron cuadros importantes como el ex obispo Carlos Rodrigues.