1) La negación a pagar la deuda externa he de ser una decisión colectiva de un número destacado de países deudores. No quiero eximir de responsabilidad a varios gobiernos que, bajo su palabrería nacionalista o supuestamente izquierdista, esconden su sumisión al imperialismo y aducen como causas para pagar la deuda motivos tácticos, estratégicos, de compromiso, […]
1) La negación a pagar la deuda externa he de ser una decisión colectiva de un número destacado de países deudores.
No quiero eximir de responsabilidad a varios gobiernos que, bajo su palabrería nacionalista o supuestamente izquierdista, esconden su sumisión al imperialismo y aducen como causas para pagar la deuda motivos tácticos, estratégicos, de compromiso, de imposibilidad de oponerse a las reglas colectivas del mercado internacional, etcétera.
Sin embargo, se debe entender que un gobierno, aunque verdaderamente sea de ideas avanzadas, apenas tiene capacidad para renegociar la deuda y mucho menos para negarse a pagar (1). Ese Estado disidente sería demonizado, condenado al bloqueo económico más absoluto e incluso desestabilizado o invadido.
No es una exageración, estas prácticas siguen siendo recurrentes. Por ejemplo, diversos analistas pensaban que en Latinoamérica quedó atrás el fantasma de las intervenciones pero el intento de golpe de Estado en Venezuela el 11 de abril de 2002 demostró lo equivocado de este planteamiento.
En África los ejemplos actuales de intervencionismo son múltiples y tan evidentes que ni siquiera necesitan demostración. Y sobre Asia tenemos el ejemplo de Iraq, país que molestaba por tener nacionalizado el petróleo y por estar convirtiéndose en una potencia económica regional que rivalizaba con Israel.
El Estado disidente que no pagase la deuda pondría en peligro su supervivencia pues en ningún caso sería «la chispa que hará arder la pradera», pues es obvio que sólo encontraría actitudes serviles frente al imperialismo de los gobiernos de los otros países endeudados aunque contase con el apoyo de los pueblos.
La única posibilidad de resistencia frente al imperialismo y su ominosa deuda es la unión y la lucha colectiva de los países endeudados que, juntos y como bloque, se opongan al pago. Pero en ese caso ya no estaríamos hablando de gobiernos simplemente progresistas sino de clara tendencia antiimperialista.
2) Los pueblos de los países acreedores deben luchar por abolir la deuda.
Los habitantes del denominado Primer Mundo deben luchar para exigir la abolición de la deuda. Es un error considerar que es una tarea exclusiva de los países endeudados y que basta con prestarles «apoyo» o «solidaridad».
Igual de importante a que un grupo de países se nieguen a pagar la deuda, es el que un país la condone y renuncie a su cobro. Por supuesto, este Estado tampoco sería una chispa pero daría ánimos a los demás ciudadanos y ciudadanas de los otros países acreedores para presionar a sus gobiernos. Evidentemente este país sufriría también un acoso, cuando menos, económico.
Sí. Ni siquiera un país de los llamados ricos, desarrollados u occidentales está exento del intervencionismo. Otro ejemplo: las veladas- o no tan veladas- amenzas a Bélgica por abrir la posibilidad de juzgar a Ariel Sharon; el país fue amenazado hasta con su expulsión de la OTAN (no hagamos la broma fácil de decir que ser expulsado de la OTAN es un honor) y ser condenado al ostracismo. Bélgica tuvo que renunciar a la (remota) posibilidad de sentar a Sharon en el banquillo.
Es necesario, no obstante que sigamos presionando en nuestros respectivos lugares para que se condone la deuda. ¿Alguien se imagina el terremoto que significaría que un país de la UE renunciase al cobro de la deuda?
3) La entrega de la deuda ha de ser incondicional.
Es decir, independientemente de quién gobierne en el Estado deudor. Es un error común, incluso en la izquierda, el oponerse a la condonación de la deuda señalando que, en la mayoría de los casos, los beneficiados son la burguesía local o los sátrapas que en ese momento ocupen la silla del poder.
La deuda afecta a un Estado en su conjunto aunque la decidan unos pocos, que son los que menos la padecen. Es necesario eliminar la deuda en todo ese Estado y que recupere lo que es suyo y allá ese pueblo si no lucha contra sus opresores de igual manera que el pueblo del país acreedor debe luchar contra los suyos.
Pensar de otra forma es, en el fondo, realizar la misma política de genocidio que se ha realizado contra Iraq estos últimos años bajo el llamado régimen de sanciones.
(1) Por supuesto este argumento sería matizable- y quizá mucho- si nos refiriéramos a un pueblo y a un gobierno verdaderamente revolucionario. Por eso utilizo el muy ambiguo término de gobierno progresista o de ideas avanzadas.