Las elecciones en Venezuela constituyen un gran triunfo del pueblo venezolano. El intento de seis partidos de oposición de deslegitimar el proceso bolivariano ha fracasado. Las fuerzas chavistas contaban con 89 diputados en el parlamento y ahora dispondrán de 114, como mínimo. De 5,500 candidatos solamente se retiró el diez por ciento. Los diarios de […]
Las elecciones en Venezuela constituyen un gran triunfo del pueblo venezolano. El intento de seis partidos de oposición de deslegitimar el proceso bolivariano ha fracasado. Las fuerzas chavistas contaban con 89 diputados en el parlamento y ahora dispondrán de 114, como mínimo. De 5,500 candidatos solamente se retiró el diez por ciento.
Los diarios de derecha en todo el mundo ayer lunes trataban de enfatizar el abstencionismo como un fracaso del proceso. No hay tal. Hasta ahora se cuenta con un 25% de participación que al terminar los conteos ascenderá probablemente al 32%. En las anteriores elecciones fue del 17%, o sea que se ha duplicado la conciencia de las masas y su intención de intervenir en su destino.
La oposición contaba con 79 diputados y ahora no tendrá ninguno. Siguiendo las orientaciones de la embajada de Estados Unidos han procedido a autodecapitarse. Pero, ¿es realmente así? Los viejos partidos tradicionales estaban agotados, exhaustos, el pueblo ya no cree en ellos. Lo que ha ocurrido es que ellos mismos han precipitado una situación que no tardaría en sobrevenir. El escepticismo, el descreimiento popular en los viejos camajanes de la politiquería tras decenios de sufrir a adecos y copeyanos turnándose en el poder, sin que Venezuela saliese del pozo de miserias en que estaba hundida, ya los había marginado.
La pandilla petrolera de la Casa Blanca continúa en sus maniobras contra Chávez y ahora parecen que empollan la idea del magnicidio. Bush no puede correr el riesgo de enredarse en un segundo Irak. Necesita un golpe fuerte, breve, contundente, que impresione a los votantes norteamericanos y los convenza de que es un hombre fuerte, el presidente de la guerra, como el mismo gusta denominarse. Si, por el contrario, se le enreda su nueva ocupación foránea con una papa caliente entre las manos, hasta el yanqui más ingenuo quedará convencido de que se halla ante un idiota incapaz que está conduciendo a Estados Unidos a un desastre mundial, lo cual es lo más cercano a la verdad.
Chávez ha logrado despertar las expectativas populares y ha acumulado votaciones extraordinarias en diez elecciones sucesivas que indican el inmenso respaldo con que cuentan sus proyectos revolucionarios y de beneficio social El poder del pueblo está consolidado. Estas elecciones constituyen un fuerte golpe a la administración Bush y su errada política hacia América Latina. En nuestro continente prevalece una extendida simpatía hacia la república bolivariana, su pueblo y su gobierno.
Hay que pensar lo que pudiera suceder en una situación de guerra en Venezuela, con los pozos petroleros volados, las refinerías en llamas, los tanqueros hundidos, los muelles de embarque arrasados, los oleoductos destrozados. Imaginemos las colas de automovilistas ante las gasolineras en Estados Unidos, esperando llenar sus tanques.
Hay un tercer camino que es seguir estimulando la desestabilización. Provocando el caos, inhibiendo las inversiones extranjeras, financiando a la contrarrevolución interna. Pero ese camino ya ha demostrado su inhabilidad para derrocar a Chávez y es harto peligroso en un país petrolero.
Venezuela es el quinto exportador mundial de petróleo hacia Estados Unidos. Compañías como la Exxon Mobil y la Chevron Texaco mantienen fuertes inversiones allí. El único camino viable para la pandilla de Cheney-Condoleezza-Rumsfeld es reconstruir sus relaciones con Venezuela y partir de nuevas bases para un mejor entendimiento. ¿Qué le reserva el porvenir inmediato a Venezuela? Los indicadores marcan un camino de renacimiento y esplendor. Chávez ha llegado al ápice de su consolidación tras un tormentoso período de confrontaciones.
Desde la caída de la dictadura del general Pérez Jiménez, en 1958, aquel país ha estado dominado por dos partidos que han ocupado el poder alternativamente, el Copei, demócrata cristiano, y Acción Democrática, demoliberal. Ese monopolio llevó al país a altísimas tasas de inflación y a un verdadero desastre económico.
Atrás quedan, como postales desvaídas de un viejo álbum desportillado, los partidos vetustos y los líderes desprestigiados. Rómulo Betancourt es un nombre que ninguno recuerda en la nueva Venezuela. Carlos Andrés Pérez rumia sus rencores y se expresa con odio destructivo. Acción Democrática y el COPEI, Herrera Campins, Jaime Lusinchi, Rafael Caldera: espectros desvanecidos hasta en los libros de historia.