Mi punto de partida no será discurrir sobre un único tema en forma exhaustiva, tampoco, por el contrario, abordarlo tan superficialmente que inhiba un mínimo de reflexión al respecto. Haré una breve revisión de posicionamientos que se sintetizan en «siempre fue de esa manera», «así es como son las cosas», «no es ahora que […]
Mi punto de partida no será discurrir sobre un único tema en forma exhaustiva, tampoco, por el contrario, abordarlo tan superficialmente que inhiba un mínimo de reflexión al respecto.
Haré una breve revisión de posicionamientos que se sintetizan en «siempre fue de esa manera», «así es como son las cosas», «no es ahora que se va a cambiar», o «es parte de la cultura del pueblo».
Cambios culturales en la organización de la sociedad demandan disposiciones y estrategias que afortunadamente trascienden la ficción y el romanticismo literario.
Hay aquellos que dicotomizan nuestra interacción con el mundo afirmando que o se juega dentro del «sistema», sacándole provecho e ignorando los errores de otros, o se excluye de él.
No dudo en entender por qué mi opción es casi siempre la de la exclusión.
¿Por qué el elevado nivel de delincuencia en Brasil se convirtió en una trivialidad cuando la matanza de doce jóvenes estudiantes en una escuela de Río de Janeiro causó un alboroto nacional, como si la violencia hubiera comenzado allí y algo tuviese que hacerse solamente a causa de este evento? Congresistas propusieron la discusión inmediata de leyes absurdas para reducir la violencia al mismo tiempo que civiles argumentaban con hipótesis escabrosas.
La residencia del tirador suicida de la escuela municipal de Realengo -sin duda cobarde y emocionalmente perturbado- fue el blanco de ataque y destrucción por pretendidos justicieros que ignoraron que el joven ya estaba muerto y el perjuicio sería para sus familiares.
La violencia ha alcanzado tal punto de banalización que los bandidos buscan métodos sensacionalistas y sofisticados para apropiarse de lo que no es suyo, como el robo sistemático de cajeros electrónicos o carros blindados, muchas veces antecedido por explosiones.
La dignidad del trabajo ha cedido lugar al tiempo que se dedica a planear la acción criminal con la participación de un número grande de delincuentes.
Queda claro el mensaje de que el «sistema» tiene esquinas oscuras, o sea que existen los que le sacan provecho mientras otros se perjudican porque intentan actuar correctamente. Ninguna sociedad de «ganadores» y «perdedores» se sustenta por mucho tiempo sin la revisión de lo que es justo para la colectividad.
La sociedad brasilera -que es poco organizada para canalizar demandas sociales dentro del régimen de gobierno occidental poco comprendido pero dogmático que se llama «democracia»- justifica su funcionamiento dentro de una trivialidad injusta.
Movimientos sociales abandonan sus ideas transformadoras de la cultura y constructoras de una nación más digna para atrincherarse en el «sistema» y mamar de las tetas gubernamentales, pero los que así lo hacen muestran la hilacha de su cobardía y falta de moderación.
La reciente visita de la mandataria Dilma Rousseff a China, la nación «socia» comercial, que superó a los Estados Unidos en intercambio comercial con Brasil, demuestra nuestra inclinación hacia un país oriental cuya línea económica peculiar ofrece argumentos a los críticos del capitalismo, una vez que su modelo industrial ha quebrado empresas occidentales de pequeño tamaño y fragilizado a los trabajadores.
Industrias chinas pagan mal a sus operarios y los explotan, contaminan fuertemente la atmósfera, fabrican productos de baja calidad para competir y adulteran la leche con la tóxica melamina para que aparente un grado satisfactorio de proteína.
Nuestros hábitos alimentarios se alteran radicalmente cuando descubrimos cuales son los ingredientes de la mayoría de las mercaderías industrializadas que llegan al mercado.
La «fiscalización» de la observancia de la ley resulta un artificio para dar empleo a un grupo de burócratas acomodados y corruptos, como por ejemplo los funcionarios del Agencia de Transporte del Estado de San Pablo (ARTESP), que permiten que los ciudadanos pobres del estado no puedan viajar en los autobuses intermunicipales por el valor abusivo de sus tarifas.
El mito del «desarrollo sustentable», por estas y otras razones, hace poco más que sustentar el bolsillo de algunos empresarios demasiadamente ricos, que hacen lobby con los gobiernos, y se ríen de la pasividad de nuestra gente.
No es un ejercicio difícil reconocer la impertinencia de la «sustentabilidad» en varios empresarios e iniciativas que se esmeran por encontrar algo de «sustentable» en sus negocios.
Tal es el oportunismo de la abolición de las bolsas plásticas en los supermercados, sin debate previo con la sociedad brasilera, que promoverá la industria de las «retornables» y aliviará a la petrolera, ya que el polietileno y la gasolina son derivados del «oro negro». La exigencia gubernamental en teoría es loable y alivia en algo al medio ambiente, pero ha sido influenciada por el interés de la reducción de costos que mueve a este segmento comercial.
La asquerosa y dañina Cubatão y su complejo industrial del sector químico muestra quien manda en este país y cuales son los limites de la «sustentabilidad».
Algunos fenómenos se repiten tan fielmente en otros países que nos hacen concluir que los problemas son los mismos en cualquier lugar.
Dude de lo trivial cuando no le sea convincente.
No sea más un omiso «don nadie» del sistema.
(Traducción: Miguel Guaglianone)
Fuente original: http://alainet.org/active/46561