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Turbulencia aguda

Fuentes: Página/12 (Argentina)

El ultraderechista presidente brasileño Jair Bolsonaro entró en zona de turbulencia aguda. En las últimas tres noches sonorísimos cacerolazos sacudieron a varias ciudades brasileñas, con destaque para Brasilia, la capital federal, Sao Paulo y Rio de Janeiro.

Y con un detalle importante: las manifestaciones más sonoras pidiendo “fuera” y “ya basta” se dieron en barrios de clase media y clase alta. O sea, el corazón del electorado de Jair Bolsonaro.

Las relaciones con el Congreso se han desgastado a punto del presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia, se negó a participar de una reunión con Bolsonaro cuyo objetivo, en sus palabras, era nomás “aparecer en la foto”.

Ya el presidente del Senado, Davi Alcolumbre, tuvo una excusa menos polémica, en términos políticos, para no participar de la frustrada reunión: contrajo el coronavirus que, hasta hace poquísimos días, era definido por Bolsonaro como “una fantasía de los grandes medios de comunicación.”

A estas alturas, quedó absolutamente confirmado que la distancia entre el presidente y la realidad ­­­–para no mencionar la lucidez– es infinita. Bolsonaro, como se dice en Brasil, está más perdido que un ciego en medio de una balacera. No tiene norte y mucho menos rumbo.

Su aislamiento dentro del mismo gobierno coagulado de militares retirados, en su inmensa mayoría de un ultra­-reaccionarismo exacerbado, se hizo evidente en estos días de extremo tumulto. Frente al ruidoso y ruinoso desgaste de la figura presidencial, los uniformados guardaron piadoso y complaciente silencio.

Bolsonaro negó la gravedad y los riesgos de la pandemia. Mientras, tanto su ministro de Salud como la casi totalidad de gobernadores provinciales adoptaban medidas apropiadas, con mayor o menor impacto en el cotidiano de los brasileños.

Frente a esas medidas, el ultraderechista que a cada mañana deposita su miserable humanidad en el sillón presidencial se quejó de exageraciones e histeria que perjudicarán a la economía. “¿Por qué cerrar los gimnasios?”, se quejó en una clara muestra de demencia sin vuelta, para luego denunciar «el absurdo» de eliminar vuelos y cerrar carreteras.

Hasta el pasado miércoles el presidente de la República insistía en clasificar de “histeria” lo que sacudía al mundo. Hasta su líder espiritual e intelectual (¿?), Donald Trump, logró un insólito acercamiento a la realidad mientras que su fanático seguidor brasileño se mantenía en el aire.

El reencuentro de Bolsonaro con el barniz de la realidad se dio de manera muy esclarecedora: rodeado de ministros, todos con máscaras sanitarias, hizo un pronunciamiento a la nación.

Mientras algunos de los ministros decían cosas coherentes, Bolsonaro se enredaba con la máscara. En determinado momento, logró cubrir los ojos en lugar de nariz y boca. En otro, hizo que se transformara en un instrumento raro colgado de la oreja.

Ah, sí: mientras ministros trataba las medidas a ser adoptadas para enfrentar la crisis, el demencial presidente se dedicaba a despotricar contra los medios de comunicación y  los comunistas.

No hubo ningún anuncio concreto relacionado a uno de los aspectos más temibles de la actual situación: el desastre en la economía.

Paulo Guedes, el ex funcionario de Pinochet que muestra día sí y el otro también sus rudimentos más bien primarios de economía (se muestra mucho más eficaz como contador que como ministro de una de las diez mayores economías globales), insiste en la única salida a la vista: privatizar todo, hasta el aire que todavía se respira en Brasil.

La verdad es cristalina: el gobierno de Bolsonaro, que en realidad nunca llegó a existir, se acabó.

Lo que nadie sabe decir, al menos hasta la noche del jueves 19 de marzo, es qué vendrá. Y mucho menos cuándo.

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/254107-turbulencia-aguda