La caída brusca de los mercados bursátiles no sólo refleja la volatilidad inherente del sistema financiero, sino que también, en varios factores, problemas más profundos. Como es habitual en la difusión acoplada al sistema financiero, lo subyacente es secundario, para dar paso a la explicación y el manejo de la coyuntura. En el tráfico de […]
La caída brusca de los mercados bursátiles no sólo refleja la volatilidad inherente del sistema financiero, sino que también, en varios factores, problemas más profundos. Como es habitual en la difusión acoplada al sistema financiero, lo subyacente es secundario, para dar paso a la explicación y el manejo de la coyuntura.
En el tráfico de la breve agitación, se extraviaron las hebras del mismo fenómeno que se presenció al comenzar este milenio. En ambas oportunidades, la economía global expuso el marcado desequilibrio generado entre, la alta perfomance (para no hablar de rentabilidad) de la liquidez del capital especulativo y la «difícil» rentabilidad del capital proveniente del sector productivo, propiamente tal.
Este desequilibrio a nivel macro, se expresa por la diferencia entre el producto (en términos de output) de la economía mundial en 2005, que marcó U$S 61 trillones -millones de millones- (Banco Mundial, World Development Indicators 2007), y la expresión monetaria en papeles financieros y juego electrónico de valores en el sector especulativo, que totalizaron U$S 220 trillones; (Henry C.K. Lieu en Asia Times; Jim Davis, 2006). Este capital especulativo se expresa a través de una conocida gama de oportunidades financieras como los bonos, los populares «hedge funds» -dineros orientados exclusivamente a la especulación-, así como los fondos de pensiones, seguros y transacciones cambiarias, entre los más notorios.
La repetida contención al alza en las tasas de interés determinada por la Reserva Federal de EEUU y nuevas inyecciones de «liquidez fresca» en el mercado del dinero, confirma que el sector productivo continúa con su frigidez para contribuir con liquidez y reducir el desequilibrio señalado. Lo que más impacta es la lenta restitución de liquidez proveniente de la rentabilidad del capital productivo: sector manufacturero de bienes y servicios, explotación de recursos físicos, y tecnología, entre los más relevantes. Es decir, aún contando con el despegue asiático y la reciente explosión de China e India, y aunque existan vasos comunicantes entre los dos subsistemas respecto al sistema mayor, el marcado desnivel entre especulación y economía global, en cuanto al «producto financiero», repercute en el circuito básico integrado por costo, ingreso, beneficio y producción.
El capital especulativo detracta los principios más básicos de la economía clásica y neoclásica, al distorsionar el ámbito financiero donde funciona este circuito. Y esto no es sólo porque el capital especulativo, por origen, está desligado de la producción de bienes y servicios, los problemas de liquidez que atoran al sistema productivo, convierten la liquidez que fluye en el sector del capital especulativo en un ente paralelo que no «chorrea» hacia el capital productivo. Por eso, la caída en las bolsas no afectó al sistema financiero, en apariencia no pasó nada, pero el sabor a pánico estaba allí y se originaba en otras vertientes.
Legitimidad económica y política
Esta turbulencia financiera responde a un escenario más complejo de causas que se subsumen sin solución: la inestabilidad política local e internacional donde opera.
Las bolsas mundiales que cuentan son las de los países más industrializados, que a su vez disminuyen cada vez más su participación en el producto de la economía global. Son precisamente los países que tienden a la estabilidad política y que gozan de un grado alto de autonomía. Por el contrario, en la otra banda existe el fenómeno a la inversa: países más pobres menos desarrollados que crecen, que contribuyen más al producto global, pero son inestables y dependientes.
Según el Banco Mundial (2007), las economías subdesarrolladas, las que están en vías de desarrollo o emergentes contribuyen con casi el 50% del producto de la economía global. Esta cifra, que es del 46%, representa un ascenso de un 30% respecto a tres décadas atrás.
Es decir, casi la mitad de la economía global comienza a depender de lo que sucede en los países con mayor tendencia a la inestabilidad política y que son aquellos más afectados por el desgastaste de políticas locales e internacionales determinadas por variables externas. No obstante este crecimiento de las economías de países en vías de desarrollo, no se refleja en ellos la superación de las profundas desigualdades, donde se sitúa la raíz de la inestabilidad política.
Cuando el dinero pierde «legitimidad», el sistema financiero se fractura. Asimismo, cuando se extravía la legitimidad política se vulnera la base del poder. Como la sociedad (también sus líderes), presiente esa fragilidad del sistema, los impactos de alteraciones no deseadas en el sistema financiero, son procesados con esa fragilidad política que se impregna en todo el sistema.
Homogenización de los patrones del consumo y del gasto
Está por último, el factor de la homogenización global de los patrones del consumo y del gasto y la poca sustentación en el largo plazo. Muchos atribuyen genéricamente esta homogenización a la globalización, pero el asunto es más complejo. Se aduce que el comercio internacional y la inversión extranjera directa son formas de transferencia de conocimiento (Konya y Ohashi; 2005) que inducen a la homogenización. América Latina, en los sectores urbanos, no está al margen de este fenómeno.
En la «canasta» de ocho rubros de consumo (alimentación, vestimenta, vivienda y energía, salud, transporte y comunicaciones, educación y cultura, y gastos misceláneos) emerge la tenencia de vivienda como el más significativo indicador de la presión sobre el ingreso familiar. En América Latina, con la migración masiva de las zonas rurales hacia el sector urbano en los años 50, comienza un proceso de adquisición de vivienda transformándose ésta en un eje patrimonial especialmente en sectores de ingresos medios.
El «Estado de Bienestar» cumplió un rol fundamental en subsidiar esta nueva situación patrimonial que se ve alterada precisamente por el desmantelamiento del rol del Estado. Esta bonanza duró desde la mitad de los años 50 hasta mediados de los 70, precisamente cuando se descalabra el sistema financiero mundial. Por eso, esta «mini crisis» 2007 es la punta del iceberg y tiene ingredientes profundos en la continuidad de un patrón de ingreso y consumo que no se sostiene, a pesar de la homogenización.
¿Por qué el pánico -contenido a la fuerza- a la gigantesca actual deuda hipotecaria en la región y en Estados Unidos? La deuda hipotecaria se ve presionada por los cambios en la década de los años 80 para privatizar los servicios de salud y la educación, bajo el precepto de comenzar a «comprar» salud y educación. A la deuda hipotecaria que «reinaba» en la economía familiar, se le sumaban dos «bestias negras», quizás más importantes que la posesión de un patrimonio.
Los que planificaron en la década de los años 40 y 50 el ensamblado entre ingreso familiar subsidiado y sistema financiero-productivo, no proyectaron que en los años 80 debían rectificar este mecanismo acotado, en función de salvaguardar el sistema financiero global golpeado por la crisis de los años 70. No hubo premios Nóbel de Economía en esta asignatura. Los deudores lo lamentan, los bancos cuentan con el capital especulativo, el sector productivo depende del auge asiático.