Iván Murray (Soller, Mallorca, 1970) es activista ecologista y profesor de la Universitat de les Illes Balears. Licenciado en Filosofía y Letras, sección Geografía, por la Universitat de les Illes Balears (UIB), en 2001 obtuvo en la Universidad de Edimburgo el Diploma de Estudios Avanzados con una tesina sobre la huella ecológica de Baleares. Entre […]
Iván Murray (Soller, Mallorca, 1970) es activista ecologista y profesor de la Universitat de les Illes Balears. Licenciado en Filosofía y Letras, sección Geografía, por la Universitat de les Illes Balears (UIB), en 2001 obtuvo en la Universidad de Edimburgo el Diploma de Estudios Avanzados con una tesina sobre la huella ecológica de Baleares. Entre 2000 y 2003 trabajó en el Centro de Investigaciones y Tecnologías Turísticas de Baleares. El curso 2007/2008 fue contratado por el Departamento de Economía Aplicada, impartiendo la asignatura Historia Ecológica de la Economía.
Sus principales líneas de investigación giran en torno al análisis crítico de las lógicas espaciales del capitalismo histórico; el estudio del proceso de acumulación del capital turístico balear y los conflictos socioecológicos que lo acompañan; la investigación de la relación capitalismo-naturaleza, intentando integrar las interpretaciones y metodologías procedentes de la economía ecológica, la ecología política y la geografía crítica en sentido ancho. Su investigación está orientada a la reflexión crítica sobre los procesos socioespaciales contemporáneos y dirigida a los colectivos socialmente transformadores. Desde 2005 forma parte del Grupo de Investigación en Sostenibilidad y Territorio de la UIB.
Laura Camargo:¿Cuáles son los principales efectos de turistización creciente y de la consiguiente saturación de los principales destinos turísticos del estado español?
Iván Murray: La masificación turística es un efecto más de las sucesivas crisis de los países del capitalismo avanzado; en este caso, en el territorio español que es uno de los principales destinos turísticos a escala planetaria. Aquí tenemos varios de los principales resorts turísticos a escala mundial, en Ibiza, Mallorca u otros lugares del Levante. Es importante tener en cuenta que después de cada crisis hay una nueva ronda de intensificación turística que desplaza otras actividades económicas, así como la pluralidad o diversidad social, convirtiendo la sociedad en un espacio fundamentalmente turístico, en el sentido de que todo está vinculado a este marco de producción y a las relaciones sociales que genera, destruyendo así la posibilidad de otro tipo de relaciones sociales.
Además, se sabe que los espacios turísticos son los que se han recuperado mejor de las sacudidas de la economía global en los últimos 60 años. Esta excesiva especialización genera tensiones interterritoriales pues para conseguir atraer mayor número de flujos de capital turístico, las ciudades en el estado español empiezan a competir entre ellas en términos de oferta. Esta competencia tiene efectos devastadores en términos sociales, económicos y ecológicos dado que cada vez se destinan más recursos a mantener la infraestructura turística para rebasar otros destinos en una espiral de competencia feroz. ¿Y eso quién lo paga? Lo pagan las comunidades que acogen a dichos turistas; de hecho, no se está explicando con claridad qué es lo que supone para las arcas de una ciudad mantener toda esta serie de «polígonos industriales turísticos».
En términos sociales, para que una zona o ciudad pueda ser potente turísticamente hablando, debe ofrecer una producción turística con unos recursos baratos. De hecho, el turismo es una de las actividades en los países del capitalismo avanzado, y también a nivel mundial, que absorbe mayor cantidad de mano de obra dado que requiere mucho trabajo y ese trabajo ha de ser barato. Por eso se da esta disputa permanente en reducir los costos del capital porque si no deja de ser competitivo, turísticamente hablando, ese territorio. En esta disputa -como dijo Buffet- «la lucha de clases existe pero la vamos ganando nosotros, los ricos» y esto queda muy claramente demostrado en el plano de la creciente especialización turística.
Y finalmente, otro tema que tiene que ver con las trayectorias de desarrollo (la llamada path dependency) es que a medida que se va optando por la vía turística, se van eliminando otras posibles vías y se reducen los márgenes de exploración de vías alternativas. Si hiciéramos un símil en términos agrarios con los monocultivos, el turismo sería un tipo de cultivo que se hace sobre un suelo que ya está muy deteriorado y por el cual ya han pasado todo tipo de cultivos que han absorbido todos los nutrientes de la tierra. Ante esto, solo se explora la posibilidad de un tipo de cultivo intensificado al máximo, lo cual provoca que cada vez sea más difícil mirar atrás y volver a tener una tierra en buenas condiciones. Es decir, esta huida hacia delante implica no entender que estamos en el punto previo al precipicio, y es aquí donde está justo ahora la sociedad española. Habría que dejar las tierras en barbecho y eso no se va a hacer.
L. C.:¿Cómo crees que afecta en concreto este monocultivo turístico a la vida de las ciudades?
I. M.: Las economías urbanas han tocado con las manos todas las tensiones y contradicciones ligadas a la producción turística porque hasta entonces esto había estado en espacios fuera de nuestras vidas cotidianas. Aquí en Mallorca, por ejemplo, la crítica al modelo de explotación turística capitalista ha tenido muy poca incidencia históricamente y ha sido a partir de 2013-2014 cuando la turistización ha comenzado a inundar la ciudad y han comenzado a reventar las críticas en contra de estas nuevas dinámicas. En las ciudades pasa lo que Isidro López ha explicado hace poco como «la apropiación de bienes colectivos»; ese trabajo colectivo que había conformado la ciudad y que se pone en el mercado turístico, lo que Jane Jacobs denomina «the buzz», el zumbido de la ciudad que era lo que generaban las clases trabajadoras de todo tipo y este buzz va desapareciendo. Es en ese momento cuando llega el momento de la muerte de la ciudad, cuando desaparece este zumbido. Esto es lo que comenzamos a ver que está pasando en las ciudades, la ruptura de vías de salida alternativas a este modelo de producción turística que mata la ciudad.
L. C.:¿Cómo se consigue el decrecimiento turístico en este contexto? ¿Se puede conseguir mejor con medidas que afecten a la demanda (turistas) o a la oferta (hoteleros y lobbys del alquiler turístico)?
I. M.: El término de decrecimiento es poco concreto y se ha criticado a veces por su falta de implicación crítica respecto al capitalismo histórico. No se quiere entrar en ciertos puntos pero es interesante porque pone en tensión las reglas del juego: por ejemplo, el decrecimiento turístico en Baleares es ya una cuestión de urgencia, un imperativo social y esto podría extenderse al resto del Estado español. Hablamos de decrecimiento no tanto como una caída del número de turistas, que también, sino de marcar el rumbo de la desmercantilización turística, y no que todo lo que pase por nuestras sociedades esté impregnado de las dinámicas del mercado capitalista turístico. Para esto se necesita extraer muchos elementos de nuestras vidas de este circuito turístico y para hacer esto se han de atacar muchos frentes. El principal es tocar la oferta. Tocar la demanda es demasiado amplio y se hace a veces con campañas del Govern balear, por ejemplo con el Better in Winter para romper la masificación estival, pero esto tiene poca incidencia porque el mercado turístico, como el resto de mercados capitalistas, están controlados por grupos muy potentes que son los que canalizan estos circuitos. Es ahí donde hay que incidir.
Uno de los principales centros de incidencia deben ser los puntos de entrada, dado que es ahí donde puedes disputar la capacidad de acogida; la reducción de la capacidad de acogida debe ser portuaria y aeroportuaria y después también del tráfico en carreteras. No puede ser que aeropuertos como los de Baleares reciban (cito una cifra aproximada) en torno a 40 millones de pasajeros anuales, es absurdo. No tenemos capacidad real para absorber toda esta demanda. Y habría que plantearse cómo sostenemos el mantenimiento de todas las infraestructuras que se ven saturadas también con este exceso de demanda. Hasta ahora uno de los elementos limitadores en la cuestión de las infraestructuras era el financiero, pero una cosa interesante y preocupante es que se ponen en marcha fondos de inversión internacionales interesados en potenciar infraestructuras para soportar toda esa sobrecarga. Aquí en Mallorca teníamos el caso de un empresario holandés que estaba interesado en invertir 1000 millones de euros en la ampliación del Puerto de Palma. Y además hay que tener en cuenta que en términos de infraestructuras siempre acabará pagando el Estado si entra en quiebra la inversión privada. Pero volviendo a la contención, el planteamiento es reducir la entrada no solo de cruceros sino también de amarres del turismo recreativo. Baleares es la segunda comunidad autónoma con más amarres de todo el Estado español, pero es que tiene más amarres que toda Grecia y el control sobre eso es mínimo. Hay que disputar ahí para que no pasen cosas como lo que ha ocurrido con el Ayuntamiento de Barcelona, que se entera de que la Autoridad Portuaria va a hacer una nueva terminal de cruceros por los medios de comunicación. Una nueva terminal de cruceros es como añadir una o dos ciudades más a la tuya, no hace falta ya que hagas gestión desde el ayuntamiento o el gobierno autonómico; si te pueden hacer eso, es que no tienes el control. En todo caso, no nos engañemos, la mayor parte de las políticas autonómicas y municipales son pro crecimiento; no hay ninguna política urbana en todo el estado español que intente incorporar la dimensión turística. Es nadar contracorriente en todos los sentidos, pero sería en esa dirección en la que habría que nadar.
L. C.: ¿Cuál es el papel del alquiler turístico en este contexto?
I. M.: Si miramos lo que ha pasado históricamente ha sido justo en momentos de crisis cuando se han disparado las plazas de alquiler turístico porque ha sido una buena salida para el capital: dinero negro, capital acumulado durante los años de euforia económica, etc. Cuando se han dado estas nuevas rondas de acumulación en el sector de los establecimientos turísticos, han sido los propios lobbies turísticos los que se han comenzado a quejar de la excesiva capacidad de alojamiento. Son sus acciones individuales (esto es algo muy conocido en el comportamiento del capitalismo) las que acaban incidiendo negativamente en el propio empresariado turístico porque tienen más camas de las que necesitan. Al tener muchas camas vacías, bajan los precios y esto conlleva una carrera por la reducción de precios.
Ahora aquí en el Estado español estamos en una situación diferente: se han duplicado los ingresos turísticos de 2008 a 2016, algo espectacular que no había sucedido en los últimos 40 años. Esto está relacionado con las turbulencias geopolíticas y geoeconómicas del resto de los países del Mediterráneo, pero el hecho de que aún seamos un destino competitivo es porque es todavía barato y seguro. Si falla una de estas dos premisas, se acabó el cuento. ¿Y entonces qué pasaría? Volveríamos a entrar en un nuevo ciclo de crisis y de nuevos ajustes (recortes sociales y salariales, reformas laborales, etc.). Esto es lo que podemos denominar burbuja turística, que se forma como producto de diversos factores, entre los cuales destaca una mutación de la burbuja inmobiliaria en burbuja turística. Las viviendas y la planta hotelera así como la del reciclaje del parque inmobiliario se traslada del circuito financiero-especulativo a un nuevo circuito que es el turístico pero no tanto de compra-venta, sino de alquiler, aunque esto también reactiva en cierta manera el circuito de compra-venta. Y esta burbuja, como todas, acabará estallando.
El capital ha aprendido varias lecciones en esta crisis; ha aprendido a concentrarse en la inversión turística y las cadenas hoteleras, que tenían de aliadas financieras las cajas de ahorros; cuando éstas han desaparecido, han encontrado como aliados a los fondos de inversión inmobiliarios, especialmente con el fenómeno de la hotelería urbana. También después han comenzado a cambiar las estructuras de la propiedad: muchas cadenas han puesto en venta sus activos inmobiliarios y los fondos de inversión los han adquirido. Esto también se ha visto en las empresas del IBEX 35, en donde entre las más grandes de la estructura accionarial no queda ni una española: son ya grandes fondos de inversión norteamericanos, fondos soberanos de los Emiratos Árabes, etc.
L. C.: ¿Y cómo se sale de esta espiral, cuáles son las alternativas en el presente?
I. M.: Las lecturas apocalípticas de que no hay salida y esto se acaba no ayudan a construir un proyecto alternativo y emancipador. Pero evidentemente hay que abrir nuevas vías y para mí uno de los elementos clave está en la vivienda. Si pensamos que buena parte de los ciclos expansivos de la economía española han estado ligados a la producción inmobiliaria y también la fuerza que ha tenido como amalgama social el tema de la vivienda en propiedad, lo veo como uno de los vectores a los que hay que apuntar despojándolo de las dinámicas de mercantilización. Una de las fórmulas sería sacar la vivienda del circuito turístico y del circuito financiero. El libro de Emmanuel Rodríguez e Isidro López sobre el Fin de ciclo apunta a todo esto y señala bien que el modelo inmobiliario español conduce a una situación de desastre social para las clases trabajadoras y populares. Por tanto, cualquier proyecto emancipador debería poner en el centro el rescate social con el acceso garantizado a una vivienda digna. Esto frenaría muchas dinámicas y actuaría como freno a futuras crisis. De hecho, si miras en qué nos gastamos el dinero las clases populares, verás que entre un 40 y un 45 % de nuestros ingresos se van en vivienda, un 25-35 % se va en alimentación, agua, luz, etc. Si creáramos un tipo de sociedad en donde construyéramos alternativas que no funcionaran por la vía del capital, sino que estuvieran vinculadas a una economía social, se podrían multiplicar los puestos de trabajo, se podrían multiplicar las capacidades sociales, liberar tiempo… Es decir, no hace falta inventar la pólvora, se trataría de reapropiarse del circuito de la economía doméstica.
La otra vía importantísima es la fiscal: el Estado español es un oasis para el capital, un paraíso fiscal; por tanto, es imperativa una reforma fiscal, pero mientras tanto hay que reivindicar que las condiciones de vida ahora y las condiciones de los trabajadores sean lo más dignas y sólidas posible. No podemos tolerar que en una isla como Ibiza o Mallorca o una ciudad como Barcelona los sueldos medios de un trabajador de la hostelería estén en torno a 1000 euros mensuales y una vivienda mínima cueste 800-900 euros. Aquí hay algo que no funciona y es esto lo que genera un efecto de gentrificación, de desplazamiento de la población residente, que es tremendamente contradictorio. Si tienes una sociedad tan turistizada y tan dependiente de trabajo barato, ¿cómo expulsas a tus trabajadores al mismo tiempo? Uno de los requisitos básicos son por tanto salarios dignos, condiciones labores dignas y posibilidad de acceso a una vivienda digna.
Las salidas vienen por tanto por la vía política y social de las resistencias que se vayan generando en las disputas del terreno concreto. Por eso es importante aterrizar en batallas concretas y hay que celebrar que las movilizaciones que se están dando ahora toquen con los pies en la tierra. Son sobre cuestiones muy concretas, de la gente de los barrios, con el derecho a la vivienda en el centro y con la resistencia a la muerte de la ciudad. Porque nosotros formamos parte de ella y no se mata una ciudad tan fácilmente.
Laura Camargo es portavoz del Grupo Parlamentario de Podemos de las Illes Balears y militante de Anticapitalistas.